La fuga

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El número del crimen

La fuga

Una historia de las fugas de la cárcel más famosas de principios del siglo XX

A lo largo de su trayectoria de cincuenta años, Donald E. Westlake escribió más de cien libros. La mayoría de sus libros eran novelas policiacas, con frecuencia desde el punto de vista de los criminales. En 1993, la Asociación de Escritores de Misterio de Estados Unidos le otorgó su más alta distinción al nombrarlo Gran Maestro por la fuerza de sus dos series más famosas; la primera protagonizada por Parker, un ladrón de carácter duro (interpretado en la gran pantalla por Lee Marvin, Robert Duvall, Mel Gibson y Jason Statham, entre otros); la segunda protagonizada por John Dortmunder, un criminal con bastante mala suerte (pero que tuvo la suerte de que lo interpretara Robert Redford, ¿quién lo hubiera imaginado?)

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A lo largo de los años, Westlake escribió una gran cantidad de literatura basada en hechos reales relacionada con el género policiaco. En octubre, la editorial de la Universidad de Chicago va a publicar una selección de esas obras en el libro The Getaway Car: A Donald E. Westlake Nonfiction Miscellany. El texto a continuación es un fragmento de un ensayo que se publicó originalmente en 1961 en la tercera edición del libro Ed McBain's Mystery Book. Es una historia que trata sobre el cómo y el porqué de las fugas más famosas de las cárceles. Como escritor, Westlake siempre disfrutó de poner a sus personales en situaciones atrozmente difíciles para después ver cómo las resolvían; el entusiasmo por un acertijo imposible es lo que motiva este ensayo.

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Alcatraz es probablemente la cárcel más violenta y la más conocida de Estados Unidos. Durante mucho tiempo fue considerada impenetrable y a prueba de escapes. Toda la población de reos consistía en casos conflictivos que transfirieron de cárceles federales menos complicadas. Alcatraz se encuentra en el centro de la Bahía de San Francisco. La rodean corrientes violentas. Casi siempre está cubierta de una densa niebla y vientos fuertes. Un gran porcentaje de los prisioneros que llegaron allí son hombres que ya se habían escapado antes de una o varias prisiones. "Ahora están en Alcatraz", les dicen. "Alcatraz es a prueba de escapes. No pueden salir de aquí".

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Era un reto y tarde o temprano alguien tenía que aceptarlo. Ese alguien fue un criminal llamado Ted Cole. Cole ya se había escapado una vez de una cárcel en Oklahoma, donde le habían asignado un trabajo en la lavandería de la cárcel. Se escapó escondido en una bolsa de ropa sucia. Pero ahora Cole estaba en Alcatraz, un lugar que, según lo que había escuchado en repetidas ocasiones, era a prueba de escapes.

A Cole le asignaron un trabajo en el taller mecánico de la cárcel, una labor perfecta para él. Logró pedir ayuda a sus amigos que se encontraban fuera de la cárcel cerca de la zona de San Francisco por medio de cartas poco frecuentes en las que escribía en código. Mientras esperaba a que todos los preparativos de fuera estuvieran listos, cada día dedicaba (con cautela) una parte de su tiempo trabajando en la pared del taller mecánico. Al otro lado de esta pared, estaba la playa de la isla, una playa destrozada por el oleaje y llena de rocas.

Por fin llegó el día. Se fue justo después de que hicieran un recuento de los presos, de ese modo tendía una o dos horas antes de que alguien notara su ausencia. Cole atravesó la pared del taller mecánico y se lanzó al agua. Se alejó nadando en línea recta desde la isla. La niebla era tan densa que apenas podía ver el movimiento de sus brazos mientras nadaba.

Esto, según lo que sabía, era la parte más peligrosa del escape. Si sus amigos no lo encontraban entre la niebla, simplemente nadaría hasta ahogarse por el cansancio o hasta que una patrulla de la policía lo capturara y lo devolviera a la isla.

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Al final, de entre la niebla apareció una lancha que aceleró hasta ponerse a su lado. Cole se mantuvo a flote mientras miraba fijamente, preocupado, y se preguntaba si iba a escapar o si lo habían capturado.

Iba a escapar. Sus amigos lo sacaron del agua, lo cubrieron con mantas y le dieron brandy. La lancha viró en dirección opuesta a la isla, se alejó y se dirigió a la costa. Una vez más, alguien había aceptado el reto impuesto por la sociedad. Una vez más, alguien se había escapado de una prisión "a prueba de escapes".

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Aceptar los retos de la sociedad es algo instintivo para el delincuente habitual. El deseo de libertad es fuerte en la mayoría de los hombres, quizás lo es más en aquellos que han, por medio del crimen, intentado liberarse del control de las leyes de la sociedad. Si a la limitación mucho más severa y total que se vive en una reducida celda en una prisión y una existencia repetitiva dentro de los muros de la cárcel se le suma el reto de escuchar que es imposible escapar de esta prisión, solo se aumenta el deseo de libertad hasta el punto de que ningún riesgo es demasiado grande si existe la posibilidad de libertad. No importa lo que digan los que construyeron la cárcel, la imaginación y la determinación del prisionero siempre son capaces de encontrar donde sea, en un trozo de madera, un clavo oxidado o en la manera en que los guardias cambian de turno, una pequeña posibilidad que tal vez resulte en libertad.

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Por supuesto, este deseo de libertad no siempre resulta en escapes imaginativos e ingeniosos. A veces terminan en revueltas a gran escala, en las que los reos toman rehenes, exigen que se cumplan peticiones temibles y destruyen tanto vidas como propiedades de forma insensata.

Estas revueltas son la pesadilla de los guardias de las cárceles, aunque nunca resultan en fugas exitosas. Son demasiado escandalosas y emocionales. El escape perfecto es silencioso y se logra usando el ingenio y no las emociones.

En realidad, la idea de una revuelta aterroriza en la misma medida tanto a los guardias como al prisionero que está calculando con cuidado los detalles de su escapada.

El resultado de una revuelta es inevitablemente una inspección exhaustiva por toda la prisión. Esto significa que van a descubrir el posible túnel de escape, la sierra, el arma falsa, el cajón de madera construido para un fin específico, la escalera de cuerdas o las credenciales falsas. Entonces, el fugitivo debe idear otro plan.

Siempre lo hace. No importa lo rigurosa que sea la vigilancia, lo rígida que sea la seguridad, lo frecuentes que sean las inspecciones o lo "impenetrable" que sea la prisión, el hombre que desea libertad más que cualquier otra cosa siempre pensará en algo más.

Está el ejemplo de John Carroll, quien quizá sea el único hombre que no solo se escapó de una prisión sino que también entró en una. En la década de los 20, a Carroll y a su esposa, Mabel, los conocían en todo el Medio Oeste de EE.UU. como los "Bandidos millonarios". Finalmente los capturaron y los metieron en la cárcel. A John Carroll lo enviaron a Leavenworth mientras que a Mabel la enviaron al reformatorio de mujeres en Leeds.

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En esa época, 1927, Leavenworth aún se consideraba como una prisión casi a prueba de escape. Además, los registros minuciosos de los reos y el horario completamente rígido obstaculizaron los planes de Carroll durante un tiempo. Pero no para siempre.

A Carroll le asignaron trabajo en el taller mecánico, donde pasó meses estudiando a los guardias. Se dio cuenta de que su escapada era mucho más factible si lograba que uno de los guardias lo ayudara.

Al final, escogió al encargado del taller, un guardia hostil de mediana edad, que evidentemente no estaba satisfecho con su trabajo. Carroll esperó en el taller mecánico una tarde hasta que todos se fueron y se quedó solo con el encargado. El encargado quería saber por qué Carroll seguía ahí. Carroll fue directo al grano y le preguntó: "¿Te gustaría ganar 34 mil dólares?"

El encargado no mostro interés ni sorpresa. En vez de eso, como si fuera un reto, le preguntó: "¿Cómo lo hago?"

"Tengo 68 mil escondidos allá afuera", le dijo Carroll. "Si me ayudas, te doy la mitad".

El encargado negó con la cabeza y le dijo a Carroll que se fuera con los demás reos. Sin embargo, al siguiente día, cuando terminaron de trabajar, le hizo señas a Carroll para que se rezagara otra vez. Esta vez, quería saber qué planes tenía Carroll.

Carroll le contó sus planes. Una parte del trabajo que se hacía en el taller era construir los cajones de madera para embalaje en los que se enviaban los productos hechos por los convictos. Carroll y el encargado tendrían que construir un cajón especial. Cuando llegara el momento adecuado, el encargado enviaría a su casa un cajón con Carroll dentro y así lograría escapar de la prisión.

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El encargado aceptó y se pusieron manos a la obra. Carroll era un hombre cuidadoso. Trabajaron con lentitud. Cuando terminaron de hacer el cajón especial, Carroll no se escapó de inmediato. En vez de eso, esperó el momento adecuado.

A Carroll le llegó un mensaje de su esposa por medio de una red secreta de información en la cárcel y se vio forzado a apresurar sus planes. El mensaje que recibió el día 28 de febrero de 1927 decía: "Tu novia está en problemas. Si no me sacas, moriré. Estoy en el Dormitorio D, en Leeds".

Carroll sabía que el mayor temor de su esposa era morir en prisión, sin libertad. Se fue de Leavenworth esa misma noche, en el cajón de embalaje. Metieron sin querer el cajón al revés y Carroll estuvo en esa posición más de una hora. Para cuando llegó el cajón al apartamento del encargado, Carroll estaba inconsciente.

Cuando despertó, se salió del cajón y vio el apartamento vacío con la ropa nueva que había pedido esperándolo sobre una silla. Se cambió y se fue antes de que el encargado llegara a la casa. Su cómplice jamás recibió ni un centavo de los 34 mil dólares.

Carroll fue directo hacia Leeds. Se hizo pasar por mecánico y se volvió amigo de una de las enfermeras de alto rango en la prisión. Con el tiempo, no solo supo dónde se encontraba el Dormitorio D sino que también supo la ubicación exacta de la celda de su esposa.

Le tomó cinco meses tramar su plan maestro. Por fin, justo al anochecer, el 27 de julio, condujo un coche usado que acababa de comprar y lo aparcó frente al muro externo de la prisión. Dentro del coche había una escalera, una sierra, una cuerda larga, una barra de jabón y un bote de pimienta en polvo.

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Carroll acomodó la escalera, escaló y se quedó acostado sobre el muro para que los vigilantes no notaran su silueta. Después pasó la escalera al otro lado del muro, bajó y cruzó el patio de la cárcel para llegar al Dormitorio D. Se paró frente al muro del dormitorio y silbó con una voz muy aguda, un sonido que su esposa seguro iba a reconocer. Cuando ella respondió desde la ventana del tercer piso, Carroll le lanzó la cuerda. Ella la atrapó al tercer intento y ató un extremo dentro de la celda para que Carroll escalara hasta la ventana.

Entonces, Mabel pronunció las únicas palabras que se decían en uno al otro antes de escapar: "Sabía que vendrías".

Carroll le entregó las herramientas a su esposa, después, con una mano, ató la cuerda alrededor de su cintura para tener las dos manos libres y poder trabajar. Mientras tanto, Mabel ya había cubierto la sierra de jabón para amortiguar el ruido. Cada uno sostenía un extremo de la sierra y cortaron los barrotes uno por uno. A menudo se detenían para que Carroll pudiera liberar un poco de la presión que ejercía la cuerda en su cintura.

Ya estaba a punto de amanecer cuando quitaron el último barrote. Carroll ayudó a su esposa a trepar por la ventana y se deslizaron hasta el suelo. Ya abajo, Carroll cubrió con pimienta el rastro que dejaron hasta el muro exterior para evitar que los sabuesos descubrieran su olor. Subieron por la escalera, saltaron el muro y se alejaron en el coche.

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Capturaron a Carroll un año más tarde y regresó de buena gana a la cárcel. Su esposa había muerto cinco meses atrás. Pero al menos no había muerto en prisión.

***

La mayoría de los fugitivos no logran estar fuera durante más de un año. Al parecer, usan todo su ingenio en el proceso de salir y no les queda más para permanecer fuera . Estos hombres tienen un valor y una audacia impresionantes en el momento de planear y ejecutar un trabajo rápido, ya sea un asesinato, un robo a un banco o una fuga de prisión. Sin embargo, parece que son completamente incapaces de ponerle el mismo interés y la misma planificación a la labor de llevar una vida normal día a día dentro de la sociedad.

Un buen ejemplo es otra fuga de Leavenworth. En esta participaron cinco hombres, cuyo líder era un criminal llamado Murdock. Murdock trabajaba en el taller de carpintería de la prisión. Tallaba muy bien la madera, era muy observador y tenía mucha imaginación. Durante los descansos que se tomaba para fumar, se aprendió la rutina de la puerta principal.

Había dos puertas principales y, en teoría, nunca estaban abiertas al mismo tiempo. Cuando alguien salía de la cárcel, se abría la puerta interior. Se supone que la puerta exterior se abría hasta que se volvía a cerrar la puerta interior. Sin embargo, los guardias que operaban las puertas habían estado en ese puesto durante mucho tiempo y nunca habían presenciado un intento de fuga. Como resultado, Murdock se dio cuenta de que a menudo apretaban el botón que abre la puerta exterior antes de que la puesta interior estuviera totalmente cerrada y que, una vez que habían apretado el botón, la puerta tenía que abrirse por completo antes de volver a cerrarse.

Ese factor aunado a la habilidad de tallar madera de Murdock, era el núcleo de su plan de escape. Le habló sobre sus planes a otros cuatro reos, los convenció de que era posible y decidieron llevar a cabo el plan. Murdock (poco a poco y con cautela) logró esconder cinco piezas pequeñas de madera en el taller donde trabajaba. Le tomó meses completar la tarea. Talló estas piezas de madera para crear replicas exactas de pistolas del calibre 38, desde el seguro hasta el gatillo, y después las repartió entre sus cómplices.

Por fin llegaron el día y el momento apropiados. Un camión de entregas estaba saliendo de la prisión al tiempo que Murdock y los otros cuatro estaban con un grupo de prisioneros tomando un descanso para fumar en el patio. Murdock vio que abrieron la puerta exterior antes de que la interior estuviera completamente cerrada. Gritó la palabra clave que ya habían acordado y se echaron a correr juntos hacia la puerta. Lograron escurrirse a través de la puerta justo antes de que se cerrara por completo. Murdock amenazó a los guardias para que no volvieran la puerta mientras les apuntaba con sus pistolas de juguete. Los cinco cruzaron corriendo la puerta exterior y se separaron.

Utilizaron mucha imaginación y se esforzaron mucho para planear su salida. ¿Cuánta imaginación y planificación utilizaron para la labor de permanecer fuera? Murdock, el líder, fue el primero al que atraparon en menos de 24 horas. Lo encontraron dentro de una alcantarilla, miserable y tembloroso, con el agua hasta la cintura. Al segundo lo encontraron a la mañana siguiente en un establo. Al tercero y al cuarto los atraparon antes de que se cumpliera una semana.

¿El quinto? Él fue la excepción. A las autoridades les llevó veinte años encontrarlo. Cuando por fin lo encontraron, se dieron cuenta de que se había convertido en el alcalde de un pequeño pueblo de Canadá. Desde que salió de Leavenworth, sus antecedentes se mantuvieron impecables, así que lo dejaron vivir su nueva vida en paz.