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Fotos

La guerra de Vietnam de Tim Page

Tim Page llegó a Vietnam en 1965 con veinte añitos y comenzó una carrera como fotoperiodista que le hizo viajar por todo el mundo, incluyendo la misma celda de Jim Morrison.

Tim Page es un fotoperiodista de la vieja escuela. Llegó a Saigón, Vietnam del Sur, en 1965, cuando tenía 20 años. A lo largo de los años siguientes, Tim vio demasiado agente naranja y Viet Cong, pero eso no le impidió ir a sitios peligrosos y hacer fotos increíbles.

Después de Vietnam, Tim trabajó de forma independiente para Rolling Stone sin dejar de viajar por el mundo, con paradas en Laos, Camboya, Bosnia y cualquier sitio. En 2009 fue Embajador Fotográfico por la Paz de la ONU en Afganistán. Ha creado organizaciones benéficas como la Indochina Media Memorial Foundation, que rinde homenaje al legado de los periodistas que murieron cubriendo guerras en esa región mediante talleres y programas de tutoría, y ha sido mentor de fotógrafos jóvenes en todo el Sudeste de Asia. Ah, y también es autor de nueve libros, entre ellos el aclamado Requiem, una colección de imágenes de fotógrafos fallecidos durante la guerra de Vietnam.

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Hace poco tuve ocasión de compartir un porro con Tim y hablar del tiempo que pasó cubriendo la guerra de Vietnam, lo que ha hecho en el mundo desde entonces y la inminente muerte del fotoperiodismo.

Helicópteros llegando para evacuar heridos después de que un convoy sufriera una emboscada de camino a prestar auxilio en el campo de las Fuerzas Especiales de Duc Co.

VICE: ¿Supiste siempre que querías ser fotógrafo?

Tim Page: No tenía ni idea. Cuando finalmente dejé Europa, lo que yo planeaba era estar en Australia para las Navidades de 1962. Llegué nada menos que a Lahore, al oeste de Pakistán. Después de dejar Inglaterra por Europa trabajé en una fábrica de cervezas de Heineken y en una de chicles. Trabajé de ayuda de cámara, de sous-chef, y también contrabandeé hachís en la región del Khyber, en Pakistán. Cuando dejé Europa tenía 15 libras para llevarme conmigo a Australia.

¡¿Quince libras de hachís?!

No, 15 libras de dinero en efectivo. Vendimos sangre en Grecia; también fui extra en una película en Bombay. Poco a poco fui vendiendo todo lo que tenía. Al final sólo tenía la ropa que llevaba y otra para mudarme. Todo lo demás lo vendí: las cámaras, la ropa, incluso todo nuestro juego de cubiertos de plástico… Vendí mi furgoneta Kombi a un grupo de maleantes sikhs. Eso me permitió volar a Tailandia atravesando Birmania. En Birmania pasé un mes de locos. Cuando por fin llegué a Tailandia vendí píldoras de aceite de hígado de bacalao, bombillas para linternas, relojes baratos y enciclopedias, y di clases de inglés. Solíamos subir a Laos y comprar diez cartones de cigarrillos negros estilo francés, que se vendían por un dólar el cartón, y después volvíamos a Bangkok y los vendíamos por un dólar el paquete. El segundo día que estuve en Laos me topé con unos americanos que me dijeron que US Aid estaba contratando a terceros en el país para que dirigieran los equipos en Laos.

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Tropas coreanas encuentran a unos aldeanos aterrorizados ocultándose de un ataque con helicópteros en Bong Son, Vietnam, junio de 1966

¿Esto fue antes de que empezara la guerra?

Estaba empezando a arrancar. América estaba probablemente perdiendo uno o dos aviones a la semana. Conseguí un trabajo en el Departamento de Agricultura por 160 pavos a la semana arrancando plantas de la selva para transplantarlas en los jardines del complejo residencial americano. Me ayudaba un equipo de currantes de Laos. Cuando llegábamos a donde teníamos que cavar cargaban un bong hecho de bambú y nos quedábamos sentados fumando antes de ponernos a trabajar. Después empecé a hacer stringing (transportar película y copias de un lado a otro, llevar película para ser revelada, etc.) para United Press International. Para entonces la guerra ya había empezado a coger fuerza.

En una ocasión [la radio] se había quemado, así que para hacer llegar una historia tuve que ir en mi moto hasta el cruce del río. Yo tenía las fotos y un colega las copias. Alquilamos un pequeño bote, desembarcamos la moto en el otro lado de Tailandia y condujimos hasta la base aérea de Udorn. Dos días más tarde, el jefe del buró de Saigón llegó para hacer su visita anual y dijo, "Eh, chaval, ¿quieres un trabajo?" Veinticuatro horas más tarde recibía en mi madriguera un telegrama azul donde se me ofrecían 90 dólares a la semana por irme directamente a Saigón. Llegué con todos mis bártulos, la moto atada delante de la portezuela del piloto delante de la primera fila de asientos de un DC-4 de Air Laos. ¡Bajé la moto por la escalerilla y ya estaba en Vietnam!

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¿Cuánto tiempo estuviste en Saigón antes de dirigirte al campo de operaciones?

Creo que diez días, antes de que me enviaran al centro del país, al paso de Mang Yang, donde había sido emboscado un campo de las Fuerzas Especiales. Mandaron un grupo de reconocimiento fuertemente pertrechado con camiones, ametralladoras, jeeps y otras cosas. Estuve allí tres días. Ayudé a los soldados a recoger americanos y mercenarios a los que habían matado. Acabamos bajo un tiroteo realmente fuerte del Viet Cong, que estaban escondidos entre la maleza. No recuerdo haber hecho muchas fotos buenas ese día. Yo no tenía ni idea de lo que estaba pasando, era una situación delirante.

¿Cómo fue tu primera vez bajo el fuego?

De locos. Yo no tenía ni idea de nada de aquello, no sabía cómo funcionan las cosas militares. Estaba muy verde. Llevaba en el país diez días, no tenía ni una mancha en el uniforme y mis botas todavía estaban pulidas. Todo el mundo gritaba en lenguaje militar.

Sabiendo lo que sé ahora, Charlie [el Viet Cong] sabía exactamente quiénes éramos, lo que estábamos haciendo y a dónde íbamos. Matar periodistas no era su política; los medios les estaban haciendo el trabajo de desmoralizar a la población americana. De hecho, había un tipo que trabajaba para el New York Times y el Time, era el jefe del buró vietnamita y de alguna manera se las arreglaba para liberar a los corresponsales que eran capturados. Después de la guerra resultó que era un coronel del Viet Cong, el espía de mayor rango que tenían.

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Un helicóptero se lleva al príncipe Norodom Ranariddh de una manifestación política durante las elecciones con apoyo de la ONU en Camboya en 1993.

¿Fue una estrategia correcta? ¿Trabajaban los medios a favor del Viet Cong?

Puedo decirte sin dudarlo que la cobertura tuvo influencia en la opinión pública. Toda foto de guerra es una fotografía antibélica. Creo que fue la primera y última guerra de la que se ha informado de forma totalmente abierta. Era la primera guerra por televisión, la primera guerra en color. Fue la primera con radio en directo y la primera vez que tus fotos eran transmitidas virtualmente al mismo tiempo que se hacían. No del todo, pero sí en 24 horas. Nunca ha vuelto a darse esa clase de cobertura instantánea de un conflicto. No estoy diciendo que la fotografía detuviera la guerra de Vietnam, pero sí contribuyó a cambiar la opinión del público. Pareció ejercer un efecto progresivo en la psique americana en un momento en el que virtualmente cualquier pueblo pequeño tenía a alguien que había vuelto en un ataúd. Obligó a que llegara a su fin, o ayudó a que lo hiciera.

Dejaste Vietnam en 1967 y volviste en 1968. ¿En qué trabajaste durante ese tiempo?

Fotografié la Guerra de los 6 días. Estaba asignado en el lado árabe, así que pasé seis semanas en el Líbano y Jordania. Fue todo bastante extraño. Después pasé casi dos meses y medio en Saint Tropez, Francia, metido en un enorme happening de ácido. Pusieron una obra de Picasso en una gran marquesina y se trajeron a un grupo inglés de fusión, Soft Machine, para que tocara. Me metí hasta el fondo en aquel extraño teatro. Los Soft Machine deambulaban por ahí con una botella de ácido Sandoz, ofreciéndole a la gente… Se te iba la cabeza. Fue mi forma de liberar tensiones después de seis semanas de guerra. Después volví a Nueva York, donde empecé a cubrir el rock'n'roll y acabé arrestado junto a los Doors en New Haven, Connecticut.

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Un airado Jim Morrison a punto de ser llevado a rastras a medio concierto en New Haven, Connecticut. Estaba cantando "The End".

Eso fue cuando te encerraron con Jim Morrison. ¿Cómo fue aquello?

Fue una de esas cosas en plan… JESÚS, esto no puede estar pasando. Estoy sentado en una celda con todas esas personas sentadas alrededor: mi novia, que trabajaba para la revista LIFE; un corresponsal de otra revista; Morrison; dos o tres borrachos… Era… ¡Qué estamos haciendo aquí! ¡Esto no es ni un guion de cine! Él estaba cabreado porque la policía le había rociado con gas después de que algún novio se quejara de que su novia se la había estado chupando a Jim detrás del escenario. Irrumpieron en su camerino y le gasearon justo antes de que tuviera que salir a actuar. Él llevaba un colocón de miedo, obviamente, pero que te gaseen con mace es jodido, es mucho peor que el gas lacrimógeno. Íbamos fatal, porque cuando nos metieron en el furgón nos dimos cuenta de que llevábamos encima un montón de drogas y nos comimos todos los porros y todo lo demás. Para cuando llegamos a la cárcel íbamos voladísimos. A Jim le dejaron salir bastante pronto, supongo que se encontraron con un abogado de los gordos. Nunca le volví a ver. La historia tuvo seis páginas en LIFE. Luego LIFE perdió los negativos, eso fue lo peor de todo aquello.

¿Y después vuelta a Vietnam para Mini-Tet?

Mini-Tet fue muy costoso para los medios; perdimos a ocho personas en una semana. El enemigo había demostrado al mundo que podía hacer saltar por los aires cualquier cosa, ocupar la embajada americana, tomar los distritos de las capitales de provincia y, básicamente, bloquearlo todo. Como fotógrafo no te podías equivocar; tenías prácticamente garantizado que ibas a ver acción donde quiera que fueses y que las imágenes serían vendibles.

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Una víctima de una trampa oculta siendo evacuada por los Marines del grupo operativo recién llegado a los campos al sur de Da Nang, Vietnam, en septiembre de 1965.

En tu libro Page After Page escribiste acerca de una noche en 1965 en que estabas en un puesto de avanzada con un grupo de las Fuerzas Especiales. Fuisteis invadidos en mitad de la noche y tú, personalmente, tuviste que combatir. ¿Dónde está la línea entre combatiente y observador?

Cuando se llega a una situación así, en el calor de la batalla el enemigo no tiene tiempo para diferenciar entre alguien con una camiseta negra y una cámara y un tío de las Fuerzas Especiales que está sentado a tu lado. No va a ver la diferencia. Esa clase de situación fue… No tuve elección. En el calor de la batalla nada tiene sentido, lo único que piensas es No quiero estar aquí, pero por desgracia no puedes apretar un botón y desaparecer. Bueno, sí que puedes, pero a eso se le llama estar muerto.

Cuando llegué me dieron un arma y varios cargadores, y me dijeron que si las cosas se ponían feas estaría con la mierda hasta el cuello como todos los demás. Y lo estuve. Supongo que el hecho de ser fotógrafo te ayuda a saber dónde tienes que apuntar. Le di a un tipo tres veces en el pecho, justo donde se supone que tienes que atinar. No llevaba chaleco antibalas.

No siento nada al respecto. Fue una noche realmente mala. No tuve elección. No había alternativa. No puedes hacer que el reloj vaya hacia atrás, no puedes cambiar la historia. He encendido el suficiente incienso por él, he meditado sobre aquello. Nunca he tenido que volver a usar un arma.

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Otra cosa de la que hablas en tu libro es de un reloj Rolex que se perdía cada vez que te alcanzaban; en una ocasión lo recuperaste dos años más tarde. ¿Aún tienes ese Rolex?

No. Lo tiene una prostituta de Manchester. En los 70 estaba fotografiando a un grupo de rock, los Happy Mondays. Fuimos al Hacienda y me puse muy bolinga. Me fui con esa prostituta y al final se marchó con el Rolex.

Una monja pasa al lado del cadáver de un soldado del ejército norvietnamita tras un intento frustrado de abrir brecha en un campo de prisioneros de guerra que derivó en una masacre en el cercano campo de refugiados de Dong Lach, 1969.

En Vietnam fuiste herido en varias ocasiones. ¿Qué daños recibiste?

Recibí un disparo en cuatro ocasiones, además de sobrevivir a un choque en una moto, un tren descarrilado y un accidente de coche el día después de Navidad en el que un vehículo atravesó una valla de alambre de espino y me abrió la parte superior de la cabeza. Mi última herida fue a causa de una mina en la frontera entre Vietnam y Camboya. Salí volando justo después de bajar del helicóptero. No recuerdo mucho. Lo recuerdo como una experiencia de otro mundo. Me había hecho saltar por los aires y tenía problemas para funcionar pero no sabía realmente lo que había sucedido. Volví como pude al helicóptero, cambié las lentes de mi cámara e hice unas cuantas fotos más; después de eso no recuerdo gran cosa, me desperté en la camilla de un hospital, a punto de que se me llevaran a cirugía. La operación duró diez horas, y no sé cuántas más pasaran hasta que recobré la consciencia, pero sentía un dolor increíble en el pene porque me habían insertado un catéter. Creo que eso fue más doloroso que lo que me había pasado en la cabeza.

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¿Cuánto tardaste en recuperarte?

En total unos ocho meses, probablemente, y después transcurrió un año hasta mi segunda sesión de cirugía reconstructiva. Me llevaron en avión al [centro médico militar] Walter Reed en Washington, donde estuve dos semanas –yo fui el primer civil en ser atendido allí– y después a un centro de rehabilitación en Nueva York, donde estuve ingresado cuatro meses. Hacia el final de esos cuatro meses empezaron a dejarme salir los fines de semana, y yo me fui a Woodstock.

¿Te fuiste a Woodstock estando todavía ingresado?

Sí, sólo por un día. Bueno, ni siquiera eso. Cogí tres canciones. Tenía un agujero en la cabeza donde había perdido un fragmento de cráneo e iba cojeando con dos muletas. No estaba en muy buena forma para cubrir un concierto de rock. Me sentía como si me fuera a morir [risas].

Muchos miembros de medios de comunicación no tuvieron tanta suerte. El ejemplo: a finales de año vas a empezar a filmar tu documental Lost Brothers, que detalla tu búsqueda de colegas perdidos. ¿Qué me puedes contar de eso?

La búsqueda realmente nunca se ha parado. Hice la primera película, Danger on the Edge of Town, en 1989-90. Creó más preguntas de las que respondía. En total, 37 personas de medios de comunicación desaparecieron en Camboya; 20 de ellas, incluyendo a mis amigos Sean Flynn y Dana Stone, en los meses de abril y mayo de 1970. Algunos de sus destinos nunca se han resuelto. Todos tuvieron finales muy malos. La búsqueda es para saber lo que les pasó, no para encontrar los restos. Después de más de 40 años, no es probable que eso suceda. Yo sólo quiero, o necesito, saber de sus destinos por mi propia paz mental. Su resolución cerraría el círculo que se creó con Requiem.

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Un hermano llora desesperado por la muerte de su hermana tras el ataque de un helicóptero de combate durante la ofensiva de Mini-Tet en mayo de 1968.

Un soldado americano herido siendo conducido a una zona de aterrizaje al norte de Saigón, marzo de 1966.

Es evidente que ha sido un viaje increíble. Dadas tus experiencias, ¿qué consejo les darías a quienes aspiran hoy a ser fotógrafos de guerra?

No lo hagáis. Hoy mismo, un poco más temprano, me senté a mirar las fotos que un colega hizo recientemente durante un viaje a El Cairo. En los 60 habría podido vender cinco o seis de esas fotos para su publicación a doble página y posiblemente una portada por 3.000 ó 4.000 pavos, además de recibir la asignación de otro encargo. Una de las agencias le ha pagado 250 euros y la EPA le ha pagado 25 euros por usar diez imágenes. Han salido en la primera página del New York Times y varios periódicos más. ¿Cómo puedes vivir con eso? Yo ahora no querría entrar en este juego.

También las guerras han cambiado. La verdad es que no debería decir esto, pero Vietnam fue divertido… fue una época divertida. Íbamos al campo de tiro, disparábamos M-60s desde las portezuelas de los helicópteros y ametralladoras dobles desde la parte delantera de lanchas, fumábamos opio excelente y podíamos conseguir cerveza fría. Era peligroso cuando recibías un puto tiro, te cagabas y te meabas encima, pero las recompensas eran bastante razonables. En términos de sitios donde librar una guerra, Vietnam fue un sitio estupendo. Si te fijas en Irak, es horrible. Afganistán es un sitio precioso pero horrible para librar una guerra. En Vietnam había buena comida y mujeres hermosas, [en Irak o Afganistán] no puedes ver a las mujeres ni conseguir una cerveza. Y Bosnia fue peor… Gente con nombres impronunciables en sitios de nombres impronunciables, frío hasta congelarte en invierno, caluroso de la hostia en verano y una comida de mierda.

Sigue a Bradley en Twitter: @HennyWilliams