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Cultură

La guía VICE de Siria. Parte 1

Algunos de los temas más importantes para empezar a entender las complejidades del conflicto en Siria.

Ilustraciones de Mike Taylor

Hemos confeccionado esta guía con la intención de condensar los hechos extraídos de las miles de páginas de libros de consulta, biografías, textos religiosos, informes de primera mano, reportajes y otras fuentes de información que hemos consultado para realizar nuestro número Especial Siria, que pronto tendréis en vuestras manos. Podríamos haber incluido varias docenas de entradas más, pero, en nuestra opinión, los temas tratados aquí abajo son los más importantes a la hora de empezar a entender las complejidades del conflicto.

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HAFEZ AL-ASSAD

Hafez al-Assad, el padre del actual presidente Bashar al-Assad, es la figura más importante en la corta historia de Siria como nación independiente. Hafez moldeó prácticamente cada aspecto de la moderna vida siria, lo cual no es sorprendente dado que gobernó el país con mano de hierro durante décadas: desde 1970 hasta su muerte en 2000.

Hafez procedía de un largo linaje de hombres poderosos. Respetado por los habitantes de su aldea por su fuerza, valor y puntería, su abuelo Suleiman recibió el apodo de “al-Wahhish” (“El salvaje”), el cual al parecer le encajaba tan bien que decidió adoptarlo como apellido. Su hijo, Ali Suleiman, heredó muchas de las fieras características del padre, cimentando la reputación de su linaje entre las tribus alauíes de las montañas. En 1927, por recomendación de algunos ancianos de su aldea, cambió su apellido por el más distinguido al-Assad, que significa “el león”.

Según explica la espléndida biografía Assad: Struggle for Middle East, de Patrick Seale, Hafez nació en Qardaha, cuando aquella aldea al noroeste “consistía en unas cien casas de barro y piedra basta al final de un camino de tierra. No había mezquita ni iglesia, ni tiendas o cafés, y tampoco caminos pavimentados”. Poca gente en la región sabía leer, pero Hafez tuvo suerte y se pudo colar en una cercana escuela colonial francesa. A los 16 años se unió al partido panarabista secular Ba’ath, no tardando en convertirse en un valioso militante distribuyendo panfletos, albergando reuniones secretas en su casa y luchando contra la policía y grupos rivales.

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En 1963 Hafez tuvo un papel determinante en un golpe de estado que llevó al poder al partido Ba’ath. Tres años más tarde contribuyó a orquestar una toma de poder aún más sangrienta que dio como resultado su designación como ministro de defensa. Y cuatro años después llevó a cabo otro golpe de estado, encaramándose a la presidencia; un puesto que ocuparía durante el resto de su vida.

Hafez, líder tan intransigente como hábil, se las arregló para evitar el destino de anteriores mandamases sirios socavando a sus competidores y tratando de forma brutal a opositores. Centralizó el sistema político del país, cambió la constitución y se alió con la Unión Soviética. Presentándole su propia propaganda como un hombre del pueblo, impulsó la modernización de las infraestructuras sirias suprimiendo al mismo tiempo cualquier tipo de disensión. En el poceso expandió el alcance de las fuerzas de seguridad sirias y creó alrededor de sí mismo un culto a la personalidad de corte soviético, afirmando su presencia en todo el país en forma de miles de estatuas, pósters y retratos. En 1982 ordenó la matanza de miles de suníes en la cuarta mayor ciudad del país, Hama, y al año siguiente aplastó un intento de golpe de estado comandado por su hermano menor, Rifaat.

En un mundo justo, Hafez habría recibido castigo por la mano de hierro con que rigió el país durante décadas mucho antes de su muerte. En vez de eso, falleció de forma relativamente tranquila en 2000 de un ataque al corazón.

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BASHAR AL-ASSAD

Bashar al-Assad nació en Damasco en 1965, cinco años antes de que su padre llegara hasta la cima del partido Ba’ath. Bashar, tercero de cinco hijos, tuvo una infancia “normal”, durante la que jugó frecuentemente al fútbol y al ping pong con su padre. Las expectativas depositadas en Bashar no eran muchas, sobre todo porque se daba por sentado que sería su hermano mayor Bassel quien heredaría la presidencia de su padre cuando éste falleciera. Bassel –carismático, seguro de sí mismo y bueno en los deportes– era la elección natural como sucesor; Bashar era tímido y no le interesaba gobernar. Se graduó en 1982 e ingresó en el ejército en calidad de médico, antes de irse a Londres para estudiar oftalmología en el London’s Western Eye Hospital.

La vida de Bashar cambió para siempre en 1994, cuando Bassel murió en un accidente de circulación. Inmediatamente después del funeral, Bashar, el heredero forzoso, inició su preparación para la presidencia. Se unió a la academia militar y empezó a trabajar en el gabinete de su fallecido hermano.

Hafez murió el 10 de junio de 2000, y Bashar asumió la presidencia a la temprana edad de 34 años; tan joven, de hecho, que el parlamento tuvo que rebajar la edad mínima para que pudiera “optar” al puesto. Se llevó a cabo una farsa disfrazada de elecciones, seguidas en 2007 de otras donde fue “reelegido”.

Si la historia del hijo menos capacitado tomando posesión del imperio os suena familiar, eso es porque es el argumento de El padrino, sólo que Bashar tiene más de Fredo que de Michael. Gente de dentro del régimen le contó al Financial Times que Bashar es inseguro y proclive a los cambios de humor. Su tío Rifaat, que abandonó el país tras su fallido golpe de estado en 1983, dijo a la BBC que Bashar “acata lo que decide el régimen en su nombre”. Bashar podría haber sido un buen médico, pero como dictador era a la vez brutal y dado a divagar; una combinación letal. En palabras del antiguo vicepresidente sirio Abdul Halim Khaddam, “Hablas de algún tema con él por la mañana y luego alguien le dice otra cosa y él cambia de opinión”.

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Sea cual sea la combinación de decisiones erróneas y mala suerte que le ha llevado hasta aquí, Bashar se está quedando en un rincón, cubierto de sangre. Hay quienes dicen que se niega a dejar el cargo por temor a que su clan alauí sea masacrado por los rebeldes. “El presidente sirio Assad ha adoptado estatus de paria”, rezaba un titular del Washington Post el verano pasado. Un adecuado epitafio para un hombre que no pidió gobernar ni ser el responsable de provocar una revolución, pero no parece querer o ser capaz de hacer algo al respecto.

Viendo el trascurso de su vida pasada, parece de locos que este tipo de aspecto bobalicón –y que, por cierto, hizo el juramento hipocrático– pudiera acabar siendo mencionado a la par que sátrapas como Muammar Gaddafi, Saddam Hussein y Kim Jong-Il. Es probable que de vez en cuando se pregunte: “Pero hostias… ¿qué estoy haciendo? Si yo quería ser oftalmólogo y follar inglesas”.

LIBERTADES CIVILES Y LA LEY DE EMERGENCIA

Como ya habréis adivinado, Siria nunca ha sido exactamente un bastión de la libertad o los derechos humanos. En la era colonial, el gobierno francés tenía como rutina ejecutar aldeanos sin un juicio justo, y dejaba expuestos los cadáveres de los “bandidos” en la plaza central de Damasco. Tras la 2ª Guerra Mundial, Adib Shishakli, un jefe militar que dirigía el país, disolvió todos los partidos políticos de la oposición, prohibió los periódicos e inició una persecución de las minorías étnicas. En 1963, el Ba’ath se alzó con el poder y declaró un estado de emergencia que otorgaba plenos poderes a las fuerzas de seguridad del país; la “ley de emergencia” fue revocada en abril de 2011, irónicamente justo cuando empezaba la verdadera crisis.

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La ley de emergencia de Siria dictaba que los ciudadanos podían ser arrestados, retenidos, juzgados y sentenciados sin un proceso formal o acceso a un abogado. Esto sigue sucediendo hoy. Se celebran elecciones, pero como un simple formalismo.

La libertad de reunión figura como un derecho en la Constitución, pero el Ministerio del Interior tiene que aprobar cualquier encuentro de más de cinco personas. Antes de la revolución solían aprobarse las protestas contra Israel, mientras que aquellas pro-Islam, pro-kurdas y en contra del gobierno eran rápidamente disueltas. El año pasado, a medida que se extendían las manifestaciones, las fuerzas de seguridad recibieron luz verde para dispersar a los participantes disparando a los ciudadanos y dejándolos morir en las calles.

LA PRIMAVERA DE DAMASCO

No se suponía que fuera a desarrollarse así. En 2000, cuando Bashar llegó al poder, los sirios tenían esperanzas de que el nuevo presidente, educado en Occidente, se dispondría a desmantelar el estamento policial. Ciudadanos orgullosos se reunían en sus hogares para hablar de posibles reformas en un movimiento que se dio en llamar Primavera de Damasco. Un grupo de intelectuales firmó el “Manifiesto del 99”, en el que se reclamaba el fin de la ley marcial y la liberación de los presos políticos. Bashar hasta les dio un motivo para la esperanza clausurando la prisión de Mezzeh, famosa por el trato brutal que allí se deparaba a los reclusos. Esa esperanza no duró mucho.

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En agosto de 2001 el régimen adoptó duras medidas contra los reformistas, deteniendo a los miembros destacados de los grupos de discusión que había estado tolerando con las acusaciones de “querer cambiar la Constitución mediante métodos ilegales” e “incitar a las luchas sectarias y raciales”.

Occidente confía, por supuesto, en que una vez Assad sea derrocado, los rebeldes instituyan una sociedad democrática donde la ciudadanía pueda vivir con libertad; sin embargo, la presencia de yihadistas luchando junto al Ejército de Liberación Siria indica que el país podría, potencialmente, reemplazar el autoritarismo secular por la opresión teocrática si no se está al tanto de los extremismos religiosos.

RUSIA

Rusia es el más antiguo y poderoso aliado de Siria, y el ruso es de los pocos gobiernos amigos que le quedan a Assad fuera de sus dominios. Rusia ha bloqueado todas las resoluciones de la ONU condenando el régimen sirio y puesto veto (en ocasiones junto a China) a cualquier propuesta de sanción a un gobierno que asesina a su propio pueblo.

La relación de conveniencia entre Damasco y Moscú se rmonta a la Guerra Fría. En los años 50, el líder soviético Nikita Kruschev envió a Siria más de 200 millones de dólares en ayudas como movimiento de la partida de ajedrez neocolonial que se estaba jugando entre las naciones árabes. La alianza Unión Soviética-Siria se fortaleció tras el exitoso golpe de estado de Hafez en 1970. Los soviéticos enviaron cargamentos de armas para contrarrestar la influencia israelí, y el amor de Siria por las pistolas, aviones y misiles rusos no ha disminuido con el tiempo. En 2011 Rusia vendió armas a Siria por un valor de mil millones de dólares; a partir de ahí, nadie sabe dónde puede estar el límite.

En materia geopolítica, más importantes que el comercio de armas son las instalaciones navales rusas en Tartus. Hafez dio permiso a los soviéticos para que establecieran allí una base en 1971, y lleva siendo un crucial puerto de operaciones desde entonces. También es el único puerto militar ruso que sigue en activo más allá del territorio de la antigua Unión Soviética. Visto a través de la lente de la realpolitik de Putin y compañía, mantener a Bashar en el poder tiene todo el sentido. No sólo es uno de sus principales compradores de armamento sino que, más importante, les da un lugar donde reabastecer sus submarinos nucleares.

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