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La muerte de Excalibur y la España cerril

Un año después del sacrificio preventivo del perro de Teresa Rodríguez, los animalistas le recuerdan con una concentración en Callao.

"Vaya pollo está montando esa gente por un puto perro". El comentario de mi vecino de barra ante el telediario que sonaba a todo volumen en el bar era inequívocamente representativo de lo que pensaba, en aquel momento, una parte nada desdeñable de la sociedad española. Me dieron ganas de decirle algo. De explicarle que, para la mayoría de los que vivimos con un perro, el animal es uno más de la familia. También de cogerle de la solapa y abofetearlo al más puro estilo Terence Hill. Pero hubiera sido inútil: hay gente a la que presuponerle un mínima capacidad de empatía es como pedirle peras al olmo: simplemente está por encima de sus posibilidades. Terminé mi café y salí de allí.

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Ha pasado un año de aquello. En plena crisis del ébola, con la única infectada española, Teresa Romero, ingresada en el hospital de Leganés y su marido, Javier Limón, en observación, un grupo de defensores de los derechos de los animales se plantó en la puerta de la vivienda de ambos para tratar de evitar que la policía entrase y se llevase a Excalibur, el perro de la pareja, para acabar con su vida siguiendo la orden expresa de la Consejería de Sanidad.

Cuando llegaron los agentes -una treintena de ellos-, el perro ladraba en el balcón, aterrorizado y confuso. A las pocas horas era sacrificado e incinerado, pese a que no existía ninguna evidencia de que estuviera infectado con el virus o supusiera amenaza alguna para la seguridad de la población. De nada sirvió el consejo de varias asociaciones veterinarias de todo el mundo, que recomendaron la cuarentena frente a la eutanasia. Muerto el perro, se acabó la rabia. No así el ébola, pero por si acaso mejor matar en salud, debieron pensar algunos.

Este jueves, centenares de manifestantes convocados por el Partido Animalista ( PACMA) se concentraron en la madrileña plaza de Callao y en otras 17 ciudades españoles para recordar a Excalibur. Entre ellos, los propios Teresa y Javier, que tratan de recomponer su vida después de una experiencia traumática por la que todavía les siguen señalando por la calle.

Una muerte "evitable"

"Ha sido un acto de apoyo y recuerdo", explica Laura Duarte, portavoz del PACMA, a Vice. "Han venido unas 200 o 300 personas, muchas de ellas acompañadas de sus perros, y ha sido muy emotivo". La concentración coincidía, además, con la petición por parte del propio PACMA de que se derogue el plan de contingencia en caso de ébola, a la que acompañó un informe de un médico especialista en medicina preventiva. "El informe certifica, de nuevo, que la muerte de Excalibur era evitable", cuenta Duarte. "Lo peor de todo es que hasta ahora nadie ha dado explicaciones a Teresa y a Javier. Ni siquiera una disculpa por lo que les hicieron. Es algo que pasó sin pena ni gloria y de lo que ya nadie habla. Por eso queremos que los responsables de la muerte de Excalibur paguen por ello y que una situación así no se vuelva a repetir".

"Lo peor de todo es que hasta ahora nadie ha dado explicaciones a Teresa y a Javier. Ni siquiera una disculpa por lo que les hicieron"

La España que mató a Excalibur y se mofó de los que lo defendieron es la misma que sostiene que un toro no sufre cuando es torturado en una plaza o lanceado por decenas de garrulos. Esa misma que se pide otro solysombra en el bar mientras insulta a los que sienten empatía por otros animales y los defienden. La misma que compra un cachorro de raza a un criador sin escrúpulos para luego abandonarlo en una gasolinera tras darse cuenta de que tener un animal en casa es una gran responsabilidad. Incluso la misma que amenaza con pegarte un tiro en la sien si osas pasear por un coto de caza con tus perros, pues éstos nos son más que una mera herramienta para sus propias cacerías.

Hacer que esa España cambie de mentalidad y se dé cuenta de que los animales también tienen derechos es más difícil que extraer de la roca la legendaria espada del rey Arturo que dio nombre al perro de Javier y Teresa. La España cerril, de la que sigue costando desprenderse, pero que afortunadamente cada vez es más vieja, rancia y caduca.