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La nueva plaga de internet: el culto al contenido viral negativo

«Un asesino te matará, un ladrón te robará, pero nunca sabes qué puede pasarte con un MENTIROSO». Frases como esta se extienden por las redes sociales y dicen mucho de nuestra generación.

«Si te amaran como dicen que te aman, no te tratarían como lo hacen. A veces las palabras mienten».

«Si el pasado te llama, deja que salte el contestador. No tiene nada nuevo que decirte».

«Un asesino te matará, un ladrón te robará, pero nunca sabes qué puede pasarte con un MENTIROSO».

«Dulce como la miel, duro como el mármol. Hazme daño una vez y te volverá duplicado».

Probablemente los has visto. Esos extraños cuasimemes de Facebook con mensajes pasivo-agresivos inspiradores y pseudofilosóficos sobre fotos de puestas de sol o parejas riendo bajo la lluvia. Resulta difícil saber con certeza cuándo empezaste a verlos. ¿Los colgaba alguien que iba al colegio contigo pero que se ha cambiado el apellido? ¿La ex de tu primo, que te pidió amistad después de que os presentaran brevemente en un funeral? En cualquier caso, si tu experiencia ha sido mínimamente parecida a la mía, ahora no puedes escapar de ellos.

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Todos esos estados, JPEG y demás muestras de descontento en formato digital son síntomas de una nueva retórica paranoide, un discurso delirante de dimensiones mastodónticas que ha cautivado a medio mundo. Te toparás con estas proclamas en Facebook o en tu timeline de Twitter, como la nota de un psicópata escrita en un Post-it, apestando tu cuenta de Instagram como un cadáver en la última fila de un autobús. Son horrendos y estúpidos, adolecen de histerismo y resultan inquietantemente banales, pero me siento totalmente fascinado por ellos.

Ni siquiera estoy seguro de cómo empecé con esta locura. Quizá fue durante algún ataque de aburrimiento, mientras curioseaba con hastío los perfiles de mis antiguos compañeros de clase; o tal vez fuera la vez que me sorprendí husmeando en las páginas de Facebook de personas que habían sido procesadas por delitos de violencia; o puede que ocurriera mientras ojeaba el perfil de Twitter de Sarah Harding, "la persona más normal de la Tierra". Aunque quizá sea porque están absolutamente en todas partes y son inevitables para todo aquel que pase simplemente diez minutos al día conectado a alguna red social.

Este fenómeno de la negatividad para compartir todavía debe ser bautizado. No es un formato de contenido que utilizan los publicistas de los grandes medios de comunicación ni un activo susceptible de ser monetizado, pero es un elemento omnipresente y reconocible al instante. Y la gran mayoría de las imágenes de esta pandemia de autoseriedad tienen un vínculo común: el hecho de ser citas trascendentales cuyo autor se desconoce; palabras de sabiduría salidas de la nada; consignas a las que nunca nadie se ha aferrado.

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Sabéis a lo que me refiero, ¿no? Cosas de este estilo:

La popularidad y el alcance de estos mensajes parece trascender la del contenido viral de cualquier marca. Puedes gastarte cientos de miles de euros contratando a los mejores deportistas o productores de música electrónica para vender tu producto, pero un JPEG con el mensaje «Todo el mundo sabe amar, pero muy pocos saben seguir enamorados de alguien para siempre» puede tener el doble de poder de atracción sin necesidad de cadenas de emails o reuniones de estrategias de marketing.

Pese a su naturaleza enervante, estas publicaciones lograron atraparme rápidamente, obligándome a pasar horas buscando en la red las páginas responsables de su difusión, leyendo perogrulladas en cadena. Las páginas tienen títulos como: «Antes soltera que engañada, cornuda y despreciada»; «Minion Jokes» (180.000 Me gusta); «Si me quieres en tu vida, busca la forma de incluirme en ella. Yo ya no lo intento más». No son ejemplos especialmente representativos. Hay tantas y con tantos seguidores que resulta casi imposible encontrar el origen de la «marca».

Después de pasar varias noches inmerso de lleno en sus extraños códigos, vi que estas páginas pueden presentarse de varias formas distintas. La categoría más común la constituyen las páginas sentimentales, románticos y empalagosos, como «Te Amodoro». Un millón de personas siguen esta página.

En apariencia, estas páginas promueven un concepto arcaico del romanticismo con el que parecen identificarse personas que se involucraron en relaciones largas a una edad muy temprana y están deseosas de restregárselo en la cara al resto de los desgraciados solteros, con sus vacuas aplicaciones de citas y sus ETS irritantes. El contenido de estos sitios es la clásica morralla manida de postal de Hallmark, con bebés acurrucados, imágenes de manos agarradas en tono sepia, mujeres con vestidos sentadas junto a piscinas de roca natural o bancos de parque en otoño.

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Es decir, algo así:

Lo que resulta realmente interesante es que, bajo esa sensiblería inicial, subyace cierto tono agresivo y desagradable que se centra principalmente en los que se dedican a engañar y destrozar parejas. Entre todo el elenco de declaraciones idílicas, encontramos perlas como «Es horrible darse cuenta de que has dado de lado a otras personas por alguien que te ha hecho perder el tiempo», o «Tu novia es preciosa y fiel. ¿Qué necesidad tienes de buscar otras chicas? Es como descartar un diamante para quedarte con una piedra».

Estas páginas parecen regodearse avergonzando a los infieles. Se enorgullecen de su tolerancia cero frente al adulterio; ese parece ser el vínculo que las une a todas, hasta el punto de que todas esas personas imaginarias que engañan a sus parejas se han convertido en una especie de chivo expiatorio colectivo, una bête noir intangible contra la que arremeten los románticos honrados y agraviados.

Si bien es cierto que el adulterio no es digno de elogio, estos grupos hablan de los que lo practican como si se tratase de la peor escoria infrahumana, de la misma forma en que los pueblos del Nuevo Mundo veían a las solteras o a las mujeres que tenían hijos fuera del matrimonio. Como si fueran brujas, personas mezquinas y desalmadas; una mezcla entre Monty Burns y el hombre gato de Greenock. Cualquiera que, presa de los efectos del alcohol, se haya dado un revolcón en un festival o haya recibido un mensaje subido de tono es susceptible de entrar en el saco de «zorras y cabrones desconsiderados» y ser víctima del escarnio de los miles de individuos que comparten esas publicaciones.

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Pero los solteros tampoco se libran: son considerados despojos patéticos o monstruos incapaces de amar. Este tipo de mensajes no cree en otro tipo de relación que no sea la que resulta de encontrar a la persona adecuada y nunca, jamás, separarse de ella, porque el amor es siempre a primera vista y dura para toda la eternidad.

La segunda categoría de publicaciones no tiene tanto que ver con las relaciones románticas como con la interacción con tu entorno social. Encontrarás multitud de ejemplos en «Spirit Science» (7,6 millones de seguidores). Aunque la página está dedicada, principalmente, a temas raros relacionados con la ciencia, se aprecia una línea de pensamiento inesperada en declaraciones como: «A veces hay que tirar la toalla con la gente, no porque no te importe, sino porque no les importa a ellos», y: «Algunas personas son como las nubes: cuando desaparecen, el día es mejor».

Este tipo de mensajes perpetúan un concepto bastante peligroso: que tu grupo de amistades no se compone de personas con las que compartes ciertos intereses y otros amigos, sino que constituye una compleja red de desgraciados con los que has de tratar con mucho tacto si no quieres acabar muerto, personas que representan los peores tipos de personalidad que pueblan el mundo: mentirosos, falsos, embaucadores, chivatos, folloneros, detractores, cabrones y rompesueños. Todos ellos son condenados a la oscuridad junto con los infieles.

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Uno podría encontrar cierta faceta divertida en todo esto, un ejercicio de catarsis, una forma de machacar a la gente que nos hace la vida imposible. Pero ese lenguaje que vemos en los mensajes no solo se manifiesta en forma de imágenes estúpidas, sino que también se ha extendido a nuestra forma de expresarnos en la red. He perdido la cuenta de las veces que he visto a conocidos y excompañeros de escuela publicar estados como: «Hay días en los que descubres quiénes son tus verdaderos amigos», «¡Es bueno saber con quién puedes contar y con quién no!», o el más flagrante «Zorra asquerosa».

No se puede extraer nada muy positivo de todo esto; resulta muy negativo, vergonzante, molesto y jodidamente deprimente que la expresión humana –al menos en ciertos sectores de la sociedad- haya quedado reducida a un sinfín de frases cargadas de amargura.

Y lo que resulta aun más penoso es que se haya acabado aceptando esa visión del mundo, que no se perciba como un comportamiento con tintes sociópatas o siquiera un poco anormal. Que sea normal actuar como si todo el mundo tuviera secretos que ocultar; que tus amigos podrían volverse contra ti en cualquier momento; que se perciban nuestros deseos sexuales como algo malvado y a la gente que decide estar soltera como patética; y que todos seamos tan importantes que corremos el riesgo de ser víctimas de complejas conspiraciones contra nuestra persona. Como si todos fuésemos concursantes de un Gran Hermano.

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Pero yo no creo que las personas que comparten ese tipo de publicaciones sean inherentemente patéticas, malas o estúpidas. Simplemente creo que son víctimas de una nueva forma de captación de seguidores: la viralidad negativa. Un método para generar tráfico que usa nuestros miedos como moneda de cambio, en lugar de apelar a la risa o a imágenes y conceptos novedosos.

Los seres humanos somos criaturas frágiles que tratamos de transitar por una historia cuyo final desconocemos. Ya no existen las brujas, el reclutamiento forzoso, el infierno ni las amenazas nucleares inminentes. En 2015 hay un miedo que eclipsa a todos los demás: el rechazo. Nos aterra morir solos más que cualquier otra cosa, y esas trampas de clics juegan con eso. Sorprenden a la gente en sus momentos bajos, en plena ruptura, o cuando sus amigos les han fallado y les ofrecen solidaridad disfrazada de palabras agresivas. Hacer clic en Me gusta en una de estas fotos puede no parecer un acto de violencia, pero estamos contribuyendo a alimentar una mentalidad en la que parecemos estar sumiéndonos.

El ser humano es falible, y es muy probable que quienes publiquen, compartan o indiquen su agrado por este tipo de mensajes también hayan sido culpables de los mismos pecados que condenan en algún momento de sus vidas. Afortunadamente, cuando nos demos cuenta de que al fin y al cabo estamos todos igual de perdidos, asustados y jodidos, dejaremos atrás esas proclamas, confinándolas al cementerio de la red de redes.

@thugclive

Traducción por Mario Abad.