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La nueva política vasca es cosa de chavales

Charlamos con cuatro jóvenes alcaldes de Bildu.

Ah, el “problema vasco”. Como el del déficit de folleteo parece entrar poco a poco en vías de solución (quizá gracias, en parte, a los gags sobre ello del programa Vaya Semanita), hablaremos del “otro problema”. Ése del que tan a menudo la gente dice estar cansada y cree tener una opinión formada pero que sería incapaz de resumir en 2 minutos con un mínimo de rigor, más allá de bravatas de tertulia matutina. Ese tremendo berenjenal mediático en el que los periodistas no pueden (o no quieren) apartarse un micromilímetro de la terminología oficial que corresponda por temor a ser corridos a collejas hasta la salida de emergencia. Ese pozo inagotable de campañas de intoxicación con ejemplos recientes y tan pasados de rosca como los reencuadres fotográficos de diarios como El Mundo o La Razón acotando las letras E, T y A de cualquier pancarta, ya formen parte de palabras como macETA, pirulETA o la gacETA. En fin, hemos ido a charlar con cuatro chavales navarros: Garazi, Oier, Peio y Unai. Todos ellos alcaldes de sus respectivos pueblos desde el 22 de mayo. Su caso es especial porque son cuatro de los alcaldes más jóvenes del país y porque no supieron si podrían presentarse a las elecciones hasta dos semanas antes. Son miembros de Bildu, la coalición independentista fundada oficialmente en abril, ilegalizada en mayo por el Tribunal Supremo (al considerarla “dirigida” por ETA) y avalada en el último minuto por el Tribunal Constitucional. Un poco de historia, anda. Durante décadas, los partidos de la llamada “izquierda abertzale” han sido considerados por el estado español como el brazo político de ETA y, como tal, condenados o perseguidos policial y judicialmente. El conflicto armado aún no cerrado en el País Vasco—ETA declaró el año pasado un alto el fuego en un comunicado a la BBC, pero no se ha disuelto—se puede resumir en frías y terribles cifras: desde su fundación en 1958 (en plena dictadura franquista), ETA ha matado más de 800 personas, ha provocado cientos de heridos y ha causado miles de millones en pérdidas económicas; la acción de la policía o de grupos parapoliciales (como el GAL) ha causado más de 400 muertos; unas 10.000 personas han denunciado torturas; y otras 9.000 han sido encarceladas acusadas de pertenecer a ETA o a organizaciones de la izquierda abertzale. En el 2002, PSOE y PP, pactaron una nueva Ley de Partidos que de facto ilegalizaba todos los partidos de la izquierda abertzale. Muchos dirigentes de la histórica Batasuna (y todas sus posteriores marcas electorales) acabaron entre rejas y su presencia institucional empezó a caer en picado. Con pocos meses de diferencia, los EE.UU. y la Unión Europea incluyeron a esas mismas formaciones en sus listas oficiales de organizaciones terroristas. El independentismo vasco parecía, pues, destinado al ostracismo, a la inanición política. Pero, hará un par años, algo pasó. Una nueva estrategia política que rechazaba expresamente la violencia de ETA cuajó en la coalición Bildu [“reunirse” en euskera]. Eso sí, el concepto legal de “listas contaminadas”, según el cual todo aquel que hubiese estado relacionado con partidos ilegalizados no podía presentarse a las elecciones, inhabilitaba a cerca de 50.000 personas. Así que a Bildu no le quedó otra que echar mano de candidatos jóvenes e inexpertos. Y se alzó como la segunda fuerza en votos, la primera en número de concejales. Mientras el gobierno mastica la sentencia del Tribunal Constitucional con rictus nervioso y el PP se tira de los pelos porque “ETA ha vuelto a las instituciones y a manejar dinero público”, estos alcaldes post adolescentes (algunos de ellos viven aún en casa de los viejos) van haciéndose al nuevo cargo convencidos de estar protagonizando “una nueva era de esperanza para Euskal Herria”. Nota: Días antes enviar esto a imprenta, dos de los entrevistados se vieron envueltos en sendos marrones judiciales. Oier ha tenido que declarar ante la Audiencia Nacional por unas banderolas exhibidas en las fiestas de su pueblo que reclamaban el acercamiento de los presos vascos a sus lugares de origen. Garazi quizá también deba hacerlo a causa de una pantomima organizada por jóvenes del pueblo en la que parodiaban a la Guardia Civil, a La Falange y al Rey.

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Peio Etxabide

Unai Lako

PEIO ETXABIDE
22 años, Alcalde de Lesaka. “Llegas el primer día al ayuntamiento y te sientes raro, casi no sabes qué hacer”, reconoce este veinteañero al que la política le llegó in extremis. “No esperaba meterme en esto, la verdad”, señala antes de recordarme de nuevo que mucha gente de su municipio no pudo presentarse a las elecciones. Quién le iba a decir al candidato del Partido Nacionalista Vasco (PNV), partido que había gobernado Lesaka ininterrumpidamente durante 20 años, que iba a ser desalojado del Ayuntamiento por un chaval que hasta entonces había trabajado dos años en la construcción y cuatro años cortando árboles en el monte. Peio asume que habrá vecinos que piensen “Este tío que viene de cortar troncos, ¿qué coño hace ahora de alcalde?”. Pero tampoco parece que le afecte mucho: “Nosotros tenemos otra forma de entender la política, queremos que la gente tome parte, que las decisiones no se tomen entre cuatro”. Me cuenta que desde que llegó al despacho lleva unos horarios maratonianos. “Entro a las 9 de la mañana y trabajo hasta muy tarde. Quiero que la gente sepa que estoy aquí, por si me quieren preguntar algo”. UNAI LAKO
27 años, Alcalde de Agoitz “El día de elecciones tenía un arsenal—de bebida—preparado. Pero no quise salir hasta que no se contó la última papeleta. Nos juntamos 300 personas para celebrarlo”. Unai, periodista de profesión, estrenó despacho el 13 de junio. Es el primer alcalde no-de-derechas en las 2 últimas décadas de la historia de su pueblo. Los cambios más immediatos se han materializado en las mismas oficinas del ayuntamiento: unas marcas en la pared desvelan que, donde antes había un cuadro, ahora hay uno más pequeño. El antiguo marco acogía un retrato del rey Juan Carlos. “Le pediré a algún artista del pueblo que haga otra cosa”. Antes de ser alcalde, Lako trabajó en la radio, y se le nota. “Desde los medios se ha tratado de asustar a la gente con el que-viene-el-lobo. Una señora incluso me vino a preguntar si íbamos a quitar la cabalgata de los reyes”. “Nuestro principal objetivo es abrir el Consistorio a la gente. Antes nadie se enteraba de lo que pasaba aquí dentro. Ahora vamos a informar de todo”, proclama sacando pecho. Cuando salimos a la calle, no para de saludar a vecinos. Propongo echar un café en el primer bar. “No, mejor vamos a otro lado”, me dice. Una patrulla de la Guardia Civil está en la puerta del bar y tampoco quiere tentar a la suerte.

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Oier Eizmen

Garazi Urrestarazu

OIER EIZMEN
22 años, Alcalde de Leitza “Hace poco fue el sexto aniversario del gaztetxe de aquí al lado”, me cuenta Oier, que viene de visitar una obra. Son las 16 h y su jornada como alcalde ha empezado hace media hora. “Soy técnico en una empresa de ventiladores. Me gusta mi trabajo, así que no lo voy a dejar. Entro a las 7 de la mañana, vuelvo a casa a las 2 y media, como algo, descanso un poco y a las 3 y media ya estoy en el Ayuntamiento”. Le pregunto si tiene constancia de ser el alcalde más joven de todo el estado. “Mira, La Razón publicó un artículo diciendo que un alcalde del PP de Pontevedra era el alcalde español más joven con 22 años. Yo accedí al cargo a los dos días de cumplir los 22, así que fui elegido con 21. Pero claro, yo no soy español. En eso han acertado”. Oier sigue viviendo en casa de sus padres y la vena política le viene de tradición: “Esta tierra es muy política y Leitza es un pueblo, digamos, muy movido”. Tiene razón. Este pueblo tiene graves heridas de guerra: atentados (el concejal de UPN, José Javier Múgica, murió por una bomba colocada en su vehículo hace 10 años), numerosas detenciones y denuncias de tortura y una relación siempre tensa entre Guardia Civil y vecinos. Ahora, según Oier, toca gestionar un tiempo diferente: “Hay cien personas de mi pueblo que no han podido ir en las listas. Nosotros esperamos generar espacios verdaderamente democráticos”. GARAZI URRESTARAZU
24 años, Alcaldesa de Altsasu “Fíjate, son las 7 de la tarde de un viernes y sigo en el Ayuntamiento en vez de echar unas birras”. Esta licenciada en Educación Especial ha cambiado los libros por el despacho del Consistorio. “Los otros concejales tienen 24, 27 y 32 años. Hubo polémica cuando presentamos la lista, algunos dijeron «¿A dónde van estos gaztetxeros?». Yo siempre respondo: ‘dejadnos trabajar’”. Antes de coger la makila [bastón que se entrega a alguien cuando asume un cargo político], Garazi había estudiado en la Universidad de Eskoriatza, Álava. En las horas libres, lleva el día a día típico de los jóvenes nacionalistas vascos: asamblea por aquí, mani por allá. También le gusta “la juerga, como a cualquier joven” pero dice que ahora debe asumir el hecho de que es una “alcaldesa 24 horas”. Las peticiones no paran y poder pillar a la alcaldesa echando una cerveza es una tentación irrefrenable para un conciudadano que considera que su txabola de madera para pastorear es el edificio más importante del municipio.