La olvidada ciudad subterránea de Madrid

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La olvidada ciudad subterránea de Madrid

Tras la II Guerra Mundial y frente a posibles ataques aéreos, un futuro alcalde de Madrid de origen vasco proyectó una urbe bajo tierra con galerías comerciales.

La guerra había terminado hacía nueve años y Madrid aún estaba semidestruida. Edificios que ya no existían, calles en proceso de derribo, barrios arrasados, iglesias quemadas. Sin embargo, algunos arquitectos e ingenieros, pretendiendo que era posible aunar modernidad con dictadura, presentaron proyectos que vistos con los ojos de hoy, en su aterradora distopía, resultan patafísicos y surrealistas. Viviríamos a decenas de metros bajo tierra, pero podríamos hacer nuestras compras y disfrutar de un ocio moderno y elegante. Esta sería la ciudad del futuro.

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Uno de estos fue un ingeniero de caminos llamado Juan de Arespacochaga y Felipe, quien en 1948 presentó un proyecto para la creación de una ciudad subterránea en pleno centro de Madrid, justo bajo la Gran Vía (entonces llamada Gran Vía de José Antonio) y la Plaza del Callao. En ese lugar, a muchos metros bajo el suelo, existiría una gran subavenida. Sería solamente el principio de algo mucho más ambicioso. Muchas subavenidas conectadas entre sí. Una verdadera ciudadela. Sobre los escombros de la guerra se levantaría la fachada de una nueva ciudad: "Es pues indiscutible que en casi todas las grandes urbes se llega a ese punto en que la habitación subterránea llega a ser rentable -afirma en el proyecto- y, por ello, en los edificios de zonas como las ya citadas, es corriente la habitación de dos o tres plantas bajo el nivel de calzada, aunque las necesidades de cimentación puedan no exigir tales excavaciones. Esta expansión hacia abajo está solamente restringida por una razón de explotación: la evacuación de residuos".

Viviríamos a decenas de metros bajo tierra, disfrutando de un ocio moderno y elegante.

Juan de Arespacochaga solo veía ventajas en su sueño arquitectónico: "Esto, junto a la anterior circunstancia, abunda en la necesidad de calzadas inferiores, a las que hay que dotar, si están proyectadas para el tránsito de peatones, de comercios, restaurantes, bares, locales de esparcimiento, servicios, accesos a los edificios colindantes cuyas plantas inferiores están ya habilitadas y fácil concurrencia a los medios de comunicación subterráneos ya existentes". Según él, la vida en el subsuelo sería excitante y llena de arte, una policromía hermosísima. Arte en estado puro: «Se ofrecerá al usuario la policromía de los escaparates de las tiendas de Subavenida […]. Se dotaría a la urbe de un pasaje cómodo y agradable que, en lo que respecta a su ornamentación, ha sido previsto con verdadero alarde de lujo».

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Comercios, restaurantes, bares, locales de esparcimiento, servicios, accesos a los edificios colindantes cuyas plantas inferiores están ya habilitadas y fácil concurrencia a los medios de comunicación subterráneos.

En su proyecto aparecían los fantasmas de la guerra, los sonidos de los bombarderos, la muerte en la superficie. Sus sugerencias son aterradoras. Entre los usos de la ciudad subterránea estaría la «defensa en caso de ataques a la urbe", que defiende así: "En momentos de tan poca estabilidad y con las armas que se afilan, valga el eufemismo, desde buena parte de las naciones del Globo, el argumento tiene una fuerza decisiva en pro de la tesis expuesta, aunque sea de desear que nunca fuera preciso utilizar las obras preconizadas para tales fines".

Juan de Arespacochaga y Felipe proyectó la ciudad subterránea de Madrid. En 1976 fue nombrado alcalde, defendió a Pinochet y enseñó los dientes al movimiento vecinal.

En 1976 fue nombrado alcalde de Madrid (el primer y, posiblemente, último alcalde ¡vasco! de Madrid) y procurador en Cortes; más tarde, fue senador por designación real. Su cargo como alcalde terminó en 1978. Dimitió rodeado de polémica: defendió a Pinochet y enseñó los dientes al entonces creciente movimiento vecinal. Sin embargo, durante décadas, su idea de crear una ciudad subterránea en pleno centro de Madrid fue recuperada por muchos aspirantes a regidores de la capital de uno y otro signo político. Y también, cada cierto tiempo, se ha vuelto a exponer el miedo a una gigantesca destrucción llegada desde el cielo.

Blade Runner en Barcelona

En Barcelona sucedió algo parecido. El proyecto verniano de una ciudad subterránea ha ido apareciendo y desapareciendo cada cierto tiempo como propuesta de sus pretendientes a alcalde. Este fue el caso de la célebre Avenida de la Luz, una calle subterránea en pleno centro de Barcelona inaugurada en 1940, una de las primeras galerías comerciales modernas de Barcelona y la primera subterránea en toda Europa. Su impulsor, al igual que en el proyecto de Madrid, fue un afín al régimen, Jaume Sabaté Quixal, antiguo cónsul en Tailandia y hombre fuerte del franquismo. Estaba situada bajo la calle Pelayo, muy cerca de la Plaza de Catalunya.

Entre los usos de la ciudad subterránea estaría la "defensa en caso de ataques a la urbe".

El ambiente que generaba debía ser fantasmagórico. Estaba iluminada por 216 tubos de neón de 40 watios y los comercios y diseño arquitectónico debían parecerse a Blade Runner o Subway. Aunque el proyecto venía de mucho antes (finales de los años veinte), el hecho de que se abriese al público inmediatamente después de la guerra era una señal inequívoca de que el franquismo quería dar una imagen de normalidad. Desapareció en 1990, tapiada, a oscuras (aunque una conocida tienda de perfumes está instalada en una parte de ella). Sin embargo, la Avenida de la Luz formaba parte de un proyecto mucho más ambicioso, una verdadera ciudad subterránea que, similar a la madrileña, discurriría bajo las calles del mismo centro. El titánico proyecto había sido aprobado en 1955 y su prolongación formaría una ciudadela interior que se llamaría la Ciudad de la luz. La ciudad del futuro.