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Cultură

Así es la vida de un agente encubierto del FBI

Bob Hammer se pasó 26 años engatusando a delincuentes para que revelen sus planes más sórdidos y tenderles una trampa.

Bob Hamer en una operación para infiltrarse en una red de tráfico de cocaína. Su amigo, a la derecha, fue arrestado horas después. Foto de Bob Hamer.

El trabajo de agente encubierto es, posiblemente, uno de los más peligrosos y aterradores al que una persona se pueda dedicar. Te dejan solo en los lugares más hostiles para infiltrarte en las organizaciones criminales más violentas y paranoicas, sometido a la inmensa presión de tener que extraer información sin acabar brutalmente asesinado. Sin olvidar el turbio trasfondo ético en el que te mueves constantemente: esa delgada línea entre engatusar a delincuentes para que revelen sus planes más sórdidos y tenderles una trampa.

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Eso fue precisamente lo que Bob Hamer estuvo haciendo durante 26 años para el FBI. Tal como relata en su sitio web, ayudado de varios disfraces logró «hacerse pasar por narcotraficante, asesino a sueldo, ladrón de casas, pedófilo, jugador degenerado, traficante internacional de armas y delincuente de guante blanco» y ha participado en todo tipo de operaciones para destapar organizaciones, desde la mafia al grupo de defensa de la pedofilia North American Man/Boy Love Association (NAMBLA).

La primera vez que hablé con Bob Hamer fue con motivo de un artículo sobre el papel de Corea del Norte en el tráfico internacional de droga en el que estaba trabajando. Su último caso fue la Operación Smoking Dragon, una operación secreta que se saldó con el desmantelamiento de una célula de contrabandistas chinos que se dedicaban a introducir armas y tabaco ilegal en los EUA. En un determinado momento durante aquella operación, Hamer recibió una propuesta para ayudar a crear una fábrica de metanfetamina en Corea del Norte.

Desde que se jubiló, Hamer se ha mantenido ocupado escribiendo libros, como los que publicó en colaboración con Oliver North. Su aspecto quizá no es el que uno esperaría de alguien que se ha infiltrado en el núcleo de los cárteles de la droga, las redes de pedofilia y las operaciones de contrabando de armas. Habla con un agradable acento del medio Oeste más próximo a Fargo que a Asuntos sucios, es un cristiano devoto y, en general, una tipo muy afable.

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Lo telefoneé para hablar sobre los viejos tiempos.

VICE: ¿Cómo empezaste a trabajar como agente encubierto para el FBI?

Bob Hamer: Buscaba algo emocionante. Durante mi formación en la academia del FBI, conocí a un par de instructores que habían realizado algunos trabajos como infiltrados y me pareció interesante y emocionante. Así que, una vez que me gradué, busqué la forma de entrar. Todo giraba en torno al individualismo: yo lo busqué, yo haría las entrevistas y, además, me gustaba la idea de trabajar haciéndome pasar por quien no era.

¿Cómo empieza uno a infiltrarse en una organización y a trabajar para conseguir contactos?

Varía en función de cada encargo. En la mayoría, tenía un informante que me presentaba. Por lo general era alguien que cumplía sentencia y colaboraba con nosotros para atenuar la condena. Esa forma era mucho más sencilla que tener que infiltrarme por mi cuenta, sin presentaciones.

¿Cómo te metías en el papel?

Como agente infiltrado, tienes que ser capaz de ver la cara bondadosa de una persona para sentir cierta atracción por ella. Los delincuentes huelen el miedo y el odio. Saben cuándo realmente no aceptas su estilo de vida. Además, de algún modo tienes que ser capaz de entenderlos, ya sea un pedófilo o un traficante de drogas o armas.

¿Qué opinas del aspecto ético del trabajo de un agente encubierto? A veces ha habido acusaciones de que se había tendido una trampa a los criminales, sobre todo en los casos de terrorismo, para inducirles a delinquir. ¿Consideras que es un problema?

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Para mí las operaciones encubiertas son la mejor herramienta de investigación con la que resolver un caso, porque un agente infiltrado posee suficientes conocimientos jurídicos como para saber cómo abordar mejor un caso. Poco puede hacer en su defensa un tipo que me entrega en mano las armas o la droga, o al que se oye decir en una grabación que quiere ver a alguien muerto.

Entonces, ¿nunca has tenido la sensación de estar animando a alguien a hacer algo?

En mi caso, no. Quizá le ha ocurrido a otros, pero yo siempre he intentado ofrecerles una salida, de algún modo. Un ejemplo: en la operación Smoking Dragon había una mujer y en más de una ocasión le dije, «¿Por qué no te ganas la vida trabajando? Si pusieras el mismo interés que le pones a esto, te ganarías bien la vida». «No, no, no. No quiero hacer eso. Gano más dinero con esto», respondió. Yo creo que un buen agente infiltrado siempre va a dar a esta gente la posibilidad de echarse atrás, porque son los primeros interesados en que no se les acuse de haber incitado a delinquir.

¿Cómo lograste infiltrarte en NAMBLA?

Al principio la infiltración fue muy sencilla: pagué mi cuota de 35 dólares y ya estaba dentro. Tuve que investigar mucho para saber cómo era ser un «aficionado a los muchachos», como ellos se llaman. Cómo hablan, cómo actúan, cuáles son sus intereses y ese tipo de cosas.

Empecé a recibir emails suyos en los que me invitaban a participar en su programa de amistad por correspondencia, mediante el cual enviaban cartas y postales a los miembros de la asociación que estaban en prisión. Así que empecé a hacerlo, así como a escribir artículos para su revista, El Boletín. Pronto empezaron a verme como uno más de los suyos.

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Tuvo que pasar un año y medio para que me invitaran a una reunión en persona, porque eran todos muy paranoicos; el grupo más paranoico con el que he trabajado. Fui a mi primera reunión y un año después asistí a la segunda. Fue entonces cuando empezó todo. Pasó mucho tiempo hasta que logré que me aceptaran sin reservas.

¿Qué pasó en la segunda reunión?

Las cosas se pusieron más tensas que en la primera. Una hora después de llegar a Miami para acudir a la reunión, conocí a un individuo que trabajaba como auxiliar de vuelo y que empezó a explicarme –sin que se lo pidiera- que usaba los billetes que le daba su compañía para volar a Tailandia o a México y mantener relaciones con menores. «Algún día tenemos que irnos de viaje y hacerlo», dijo a continuación.

¿Cómo acabó la investigación?

El caso se resolvió con la condena de ocho miembros del núcleo del grupo. Dos de ellos eran miembros del comité directivo. Arrestamos a un doctor en psicología, un dentista, un ministro ordenado, tres profesores de educación especial, un entrenador físico y un obrero de la construcción.

¿Cómo logras adaptarte a tu realidad después de una operación como esa?

Aquel fue mi caso más complicado, aunque no desde el punto de vista de la seguridad. Lo cierto es que si hubieran intentado atacarme, podría habérmelas apañado solo. Creo que podría enfrentarme a diez miembros de NAMBLA y sobrevivir al encuentro.

Pero fue muy duro psicológica y emocionalmente. Además, estaba involucrado en NAMBLA y en la operación Smoking Dragon a la vez, así que dos o tres días después de que arrestáramos a los ocho miembros de la organización de pedófilos tuve que ponerme con las reuniones como infiltrado en la otra operación. No hubo tiempo de descompresión.

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Puede parecer una tontería, pero ocuparme con un caso de tráfico internacional de armas después de estar en contacto con pedófilos fue un ejercicio de catarsis. Solo tenía un teléfono para ambas operaciones, y cuando me llamaban, siempre bromeaba con que no sabía si me tocaba ser el amante de un niño de ocho años o un traficante de armas bien macho.

¿Cuál ha sido la misión más peligrosa que te ha asignado el FBI?

No quiero parecer simplista, pero todas las misiones son peligrosas, incluso los casos de delincuentes de guante blanco, porque son los que más temen acabar en prisión. He trabajado durante cinco años con bandas del centro sur de Los Ángeles; he ido solo, en una vieja furgoneta, a comprar una piedra de cocaína a una banda. Eso fue peligroso, también.

¿Cuál fue el momento en el que estuviste más cerca de ser descubierto?

Una vez entraron unos amigos en la recepción del hotel en la que estaba a punto de cerrar un negocio de heroína de medio millón de dólares. Momentos antes, el objetivo de nuestra investigación me dijo que su compañero tenía una pistola y que, «si algo va mal, tú serás el primero que matemos». Acto seguido, vi entrar en la recepción a una pareja amiga mía de Cincinnati, en Ohio, a varios miles de kilómetros de donde estábamos. Había convivido con ellos durante un semestre, en la universidad, y me reconocieron.

Como pude, hice señales a la mujer para decirle que no era momento de saludos y sonrisas. Por mis miradas, ella se dio cuenta de la situación (sabía que yo era un agente del FBI).

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¿Qué opinas del retrato que se hace en la tele y las películas de los policías secretos?

En Infiltrados se pasaron mucho, pero creo que DiCaprio hizo un buen trabajo mental y emocional y logró capturar lo que se siente cuando estás como agente encubierto.

Mi principal queja con las películas de Hollywood es que siempre representan el personaje del agente infiltrado como un mujeriego alcohólico, alguien que suele pasarse de la raya y actuar fuera de la ley. Por mi experiencia, los agentes más ejemplares son aquellos que tienen firmes principios religiosos, morales o familiares. Si estás intentando ocultar tu problema con el alcohol a tu jefe, o tus aventuras amorosas a tu mujer, tendrás problemas para centrarte en el papel que tienes que desempeñar.

¿Te ha costado adaptarte a la vida de civil?

Me aburro soberanamente. He escrito cinco libros, pero echo de menos los subidones de adrenalina. Echo de menos sentarme cara a cara con los tipos malos y convencerles de que soy tan malo como ellos o conseguir que me cuenten sus intenciones y que se vaya de la lengua. Eso es emoción en estado puro; es lo más difícil de superar: saber que ya no podré seguir haciéndolo.

Esta entrevista se ha editado y sintetizado para mayor claridad.

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Traducción por Mario Abad.