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Las inyecciones de heces son lo nuevo en tratamientos médicos caseros

Durante los dos últimos años se han llevado a cabo proyectos en los que investigadores se aplicaban enemas con las heces de personas sanas; quienes lo han probado aseguran que esta práctica alivia de forma inmediata los síntomas de dolencias como la...

El Helicobacter Pylori, una bacteria que puede encontrarse en el estómago. Foto vía Wikimedia Commons

Jeff Leach es antropólogo y fundador de American Gut y del Human Food Project, dos iniciativas destinadas a profundizar en el conocimiento de nuestra fauna intestinal. Desde el día en que a su hija le diagnosticaron diabetes del tipo 1, hace ya diez años, Leach está embarcado en una cruzada para enmendar cualquiera que sea el mal microbiano que involuntariamente causó al permitirle nacer en un entorno carente de bacterias y otros microorganismos.

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A finales del mes pasado, la investigación de Leach tomó un giro extraño y controvertido cuando anunció que iba a reemplazar los microbios que poblaban su intestino con los de los cazadores-recolectores tanzanos con los que convivía. Según la entrada de su blog del 30 de septiembre, para ello se introdujo por el ano una perilla succionadora que contenía las heces de un hombre del pueblo hadza.

Según nos explicó Leach, los cazadores-recolectores tienen un vínculo con el mundo que les rodea similar al que nosotros manteníamos hasta hace poco: sus hijos nacen en un entorno no aséptico y son amamantados durante largos periodos de tiempo. Los hombres se cubren el cuerpo con la sangre, las heces y el contenido del estómago de otros animales y no se han atiborrado de fármacos del mundo moderno. Se les podría considerar el Arca de Noé del mundo de los microbios”.

Durante los dos últimos años se han llevado a cabo proyectos similares en los que los investigadores se aplicaban enemas con las heces de personas sanas; quienes lo han probado aseguran que esta práctica alivia de forma inmediata los síntomas de dolencias como la colitis ulcerativa o el síndrome del colon irritable.

Algunos, sin embargo, cuestionan la salubridad de estos tratamientos. El antropólogo y desmitificador de teorías pseudocientíficas John Hawks tachó de “craso error” el experimento de Leach. El 2 de octubre, Jack A. Gilbert, quien una vez trabajó con Leach, publicó un documento en el que advertía de que el poco rigor de estos experimentos y de la prensa que los divulga podrían incitar a la práctica de procedimientos de riesgo o desaconsejables.

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Mientras que improvisados científicos siguen explorando las posibilidades de este campo, se están obteniendo grandes avances en la medicina convencional. Recientemente, un artículo del New York Times informaba de que el Hospital General de Massachusetts había desarrollado una pastilla que aliviaba los dolorosos síntomas causados por la infección de la bacteria Clostridium difficile. El fármaco contiene heces humanas, si bien esta forma de tragar excremento resulta mucho más cómoda y sencilla que con los trasplantes fecales.

Todos estos tratamientos están destinados a favorecer la proliferación de una población bacteriana “buena” que acabe por eliminar a los malos, en este caso la bacteria Clostridium difficile. En otras palabras, las bacterias no hacen desaparecer una enfermedad, y meterse heces por detrás tampoco es la panacea.

“Creo que este asunto se ha abordado desde una perspectiva mágica: ¡Si me hago un trasplante fecal, desaparecerá mi enfermedad de Crohn!”, afirma la doctora Elizabeth Hohmann, quien ha contribuido al desarrollo del fármaco de heces. Si bien es cierto que los trasplantes fecales tienen una base científica, el experimento de Leach parecía peligroso, añade la doctora. “Para mí, coger el excremento de un bosquimano e inyectártelo en el culo no tiene mucho sentido desde el punto de vista médico, y mucho menos si la persona que lo hace está sana. Yo no lo recomendaría en absoluto”.

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Hohmann aduce que el problema de esta práctica es que no se dispone de suficiente información sobre sus posibles riesgos o beneficios. “Se plantean preguntas como ‘¿Hace falta repetir el procedimiento? ¿Cuántas veces? ¿Cuál es la dosis mínima?’”.

Leach era plenamente consciente de los riesgos de su experimento y trató de llevarlo a cabo de la forma más segura posible, teniendo en cuenta que se estaba metiendo excremento de un extraño por el culo en medio de Tanzania.

“Llevamos al donante [de heces] a un pequeño hospital, donde se le hizo la prueba del VIH. El riesgo lo corría al no saber si hospedaba algún parásito”, dijo Leach. “Existen muchos parásitos dañinos, pero también los hay que podrían beneficiar a mi sistema inmune”.

Durante las seis semanas posteriores al trasplante, Leach tomó muestras de sus heces, sangre y orina para llevar un seguimiento de su evolución. Aunque no mostró signos de haber contraído ninguna enfermedad, había perdido 7,5 kilos sin modificar su dieta. Cuando hablamos con él, se encontraba con buen estado de ánimo.

“Estoy convencido de que el tratamiento con trasplantes fecales acabará popularizándose”, afirmó. “Antes no se hablaba de la marihuana y ahora está muy aceptada”.

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