FYI.

This story is over 5 years old.

Fotos

That’s Las Vegas!

Todo parece posible en Sin City, “la ciudad del pecado”, un oasis para adultos en medio del desierto estadunidense.

Las Vegas es modernidad, nostalgia y también cierta decrepitud. Todo parece posible en Sin City, “la ciudad del pecado”, un oasis para adultos en medio del desierto estadunidense.

Las Vegas tiene un poder dominante sobre las personas, ya sea negativo o positivo. Ben Sanderson, el protagonista de Leaving Las Vegas, película por la que Nicholas Cage ganó un Oscar, lo sabía bien: divorciado y arruinado, decidió ir ahí para “beber hasta morir”. Y lo logró. Porque Sin City es la ciudad donde todo es posible, donde nadie te juzgará por nada. Basta con proponerte algo y hacerlo. Eso sí, cometer un crimen no es una opción. La policía es real y las leyes también. Sin embargo, no todo resulta tan negro y la posibilidad opuesta es factible: hacerte millonario, encontrar el amor o realizar aquello que la moral te impide. Las Vegas da para todo y mucho más. Eso es algo que comprendes incluso antes de que el avión aterrice. Desde la ventanilla, te chocan las dimensiones de esta ciudad artificial construida en medio del desierto. Si llegas de noche, se observan las luces a varios kilómetros y la emoción empieza a correr por tus venas, como si estuvieras aproximándote al mayor parque de atracciones para adultos del mundo. De día, crees llegar a una isla en medio de la nada, lo que te produce igual sensación de vértigo. That’s Las Vegas! Entretenimiento en estado puro, ofrecido en forma de casino, gran hotel, espectáculo musical o club de strippers. Mentiras y verdades hechas a base de cemento y cristal, con arquitectura de vanguardia y el kistch más rabioso. Un lugar donde es posible ganar mucho dinero y perderlo al mismo tiempo; conseguir chicas, tener sexo fácil, casarte en diez minutos y hacerlo como se te antoje.

Publicidad

Vivir Las Vegas, de día o de noche, es recorrer sus calles y contemplar estupefacto a los increíbles personajes que deambulan por ellas: turistas desaforados, imitadores de las más variopintas celebrities, buscavidas de todo pelaje. Sin embargo, en paralelo, una actividad igual de frenética se cuece bajo el techo de los lujosos hoteles. Y es que no hace falta salir de ellos para divertirse. Casinos, restaurantes, spas, bares, tiendas, teatros, museos de arte, estudios para tatuarse… y hasta clases para ser la perfecta stripper. Todo está calculado a la perfección. Las entradas a los hoteles te conducen directamente al casino de los mismos, astuta estrategia de los dueños para estimularte las neuronas hacia un solo objetivo: gastar. Es fácil perderse tratando de encontrar el lobby para hacer el check in en el laberinto del sonido de las maquinitas tragamonedas y los gritos de los jugadores que se expresan sin vergüenza cuando ganan. Te das cuenta que en ese microcosmos todo funciona las 24 horas: tomar un café, comer una hamburguesa, beber, beber y beber… pero siempre con la tentación de los símbolos del dinero. Cualquier cosa que pueda adquirirse en metálico o con tarjeta está a tu alcance dentro de un hotel. Ya se sabe, todo es posible en Las Vegas. Lo es también llegar hasta allí enamorado, casarte es de lo más fácil. ¡Puedes hacerlo sin salir de tu hotel!

Cuando visitas las más célebres capillas de Sin City, sus responsables no se sorprenden de que hables español. Al fin y al cabo, desde hace bastantes años se ha apreciado un significativo aumento en las bodas entre los turistas de países de habla hispana, ya que los votos sellados en la ciudad estadunidense son válidos en cualquier país y claro, el hecho de celebrar una boda inusual supone un aliciente. Casarse vestido de Elvis y de Marilyn oficiada por un pseudopastor idéntico al “Rey del  Rock” es algo a lo que muchos padres conservadores se opondrían. Pero la posibilidad de mostrar a tus amigos el video del enlace, con toda la parafernalia kitsch, las luces y la música, mientras ese falso Elvis canta Love me tender y te recita los votos matrimoniales, no tiene precio; o sí, depende de tu bolsillo.

Publicidad

Si un día la cruda te obliga a buscar algo que te devuelva las ganas de vivir puedes visitar los parajes naturales de una belleza inimaginable que rodean la ciudad, como el Gran Cañón o el Valle del Fuego. Y luego puedes regresar por otra dosis de desenfreno.

What happens in Vegas stays in Vegas. O dicho de otro modo, haz lo que te dé la gana y luego, si te he visto, no me acuerdo. Hay que reconocer que como lema para una ciudad cuyo objetivo es hacer dinero con unos visitantes adultos que se divierten como niños, no está nada mal. El eslogan por el que es mundialmente conocida la ciudad no deja de tener su encanto. Es, sin duda alguna, multiuso. Funciona para todo y, más que nada, para todos: acomplejados, arriesgados, vencedores, famosos y gente con o sin suerte. Estar en la ciudad es como tener una especie de tarjeta inmoral para que la imaginación se descuelgue (menos matar). Desde el punto de vista psicológico, Las Vegas se convierte en salvoconducto para quienes tienen la tentación de pecar o de traspasar los valores “morales” de la sociedad. Es el destino habitual para portarse mal y obtener el perdón inmediato. Se suele pensar, erróneamente, que allí no existe la culpa y se vive todo en alta intensidad. Es muy común la siguiente historia: te gusta la esposa de tu jefe. Y tú a ella. ¿El plan ideal? Irse a Las Vegas. Bastan cuatro días para liberar el deseo y vivir el desenfreno a tope. Todo vale. Eso sí: al regresar, se acabó. Se quedó en Las Vegas. Perfecto.

Publicidad

Haz clic en los números para ver más fotografías