FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

Los 10 culebrones de nuestra vida

Hijos abandonados, reencuentros dramáticos, amores imposibles, adulterios, luchas de poder, usurpaciones de identidad, hijos bastardos...

Captura de pantalla de Pasión de Gavilanes.

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que no teníamos DVD, Internet ni televisión por cable. Ni webs de descarga, ni Torrents ni blogs ni nada que se le parezca. Por no tener no teníamos ni idea de lo que era HBO. Y no pasó nada, seguimos adelante con nuestras vidas, no se paralizó el mundo. Hoy en día ocurre que hay momentos en que, ante toda la efusividad, excitación y jolgorio que despiertan las series de televisión entre la gente, pienso en esos días en que sabíamos y consumíamos menos pero éramos infinitamente más soportables en el trato diario. Ahora no hay quien nos aguante. Nos las damos de finos y exquisitos, teorizamos sobre todo y nos pasamos todo el santo día hablando de episodios, temporadas, spoilers y demás parafernalia de la vida cultural moderna como si no hubiera mañana. Nos va la vida en ello: verlo todo, si es cuanto antes mejor que mejor, y darle vueltas sin respiro, como si el devenir del mundo dependiera de quién tiene una tesis más consistente sobre el final de temporada de la serie de moda. Antes, en cambio, ni íbamos de listos ni íbamos de sibaritas porque no teníamos opción para ello: lo que emitían nuestras cadenas era lo que podíamos ver. Y no había más. O lo tomabas o lo dejabas. Y así es cómo las telenovelas sudamericanas, sobre todo las facturadas en Venezuela, México y Perú –posteriormente llegarían con fuerza las colombianas–, se postularon como uno de los fenómenos televisivos más rentables de todos los tiempos.

Publicidad

A mediados de los 80 el culebrón se convirtió en el gran chollo para TVE: los compraba a un precio irrisorio y no solo generaban una audiencia monumental, sino que además, al tratarse de seriales de larga duración, con una media de 130 capítulos por referencia, la rentabilización del producto era absoluta. La telenovela, con su ecuación inquebrantable de temas recurrentes –hijos abandonados, reencuentros dramáticos, amores imposibles entre chicas pobres y hombres ricos, adulterios, luchas de poder, usurpaciones de identidad, hijos bastardos…–, estética kitsch e interpretaciones sin el menor sentido de la mesura, se hizo realmente fuerte en los hogares españoles de los 80 y los 90, introdujo nuevos hábitos de consumo, educó a toda una industria aún muy verde en nuestro país y generó un culto, seguimiento y entrega masiva que hoy tiene su equivalente en algunas series norteamericanas. Hoy les rendimos nuestro particular homenaje rescatando del olvido diez títulos que, para bien o para mal, por motivos de muy diversa índole, acabaron pasando a la historia del género.

Los ricos también lloran (1979)

Se estrenó seis años tarde y a nadie pareció importarle: las madres y abuelas españolas cayeron rendidas al embrujo del culebrón, el primero con todas las de la ley que llegó a nuestros televisores, y ya nada volvió a ser lo mismo. Que le jodan a la siesta. Codazos en el sofá, barreños de pipas y silencio sepulcral configuraron el mapa de las tardes de los 80 en millones de hogares patrios. La culpa fue de este dramón mexicano, en permanente revisión a lo largo de los años en forma de nuevos culebrones, que sentaría las bases de la fórmula más explotada en el género: la historia de un amor imposible con la lucha de clases, el clásico encontronazo entre chica pobre y niño rico, como trasfondo social. Quién sabe si de no haber tenido tanto éxito ahora las tardes televisivas estarían gobernadas por programas de libros, documentales de denuncia o productos de la HBO.

Publicidad

Topacio (1985)

Lo mejor de los culebrones sudamericanos siempre ha sido la absoluta falta de vergüenza y pudor de sus guionistas para cerrar melones argumentales. Uno de los más épicos lo vivimos en "Topacio", cuando tras más de cien episodios haciéndonos a la idea que su protagonista es ciega un buen día ésta recupera la vista gracias a una operación milagrosa. Y se quedaron tan anchos. Son licencias que nunca le permitiríamos a David Simon o Damon Lindelof, pero que en el formato de telenovela encajaban sin el menor reparo o atisbo de discusión o polémica. "Topacio", que supone uno de los dramones más agotadores y exigentes de los 80, fue una de las incursiones más exitosas de Telecinco en el género y uno de los hits indiscutibles de la golden era del culebrón venezolano, con toda probabilidad la variante geográfica que más esfuerzos volcó en la factura e interpretación de sus productos.

Cristal (1986)

Si "Los ricos también lloran" sería al culebrón lo que "Twin Peaks" a las series norteamericanas contemporáneas, por su carácter pionero y referencial, está claro que "Cristal" es nuestro particular "Perdidos". La telenovela con la que reventaron los medidores de audiencia, por entonces inexistentes como los conocemos en la actualidad, con la que se forjó un boom comercial de tintes épicos y con el que se consiguió fidelizar a la audiencia hasta límites exagerados: ella fue la culpable de que a las 4 de la tarde las calles españolas estuvieran desiertas. Y al igual que "Perdidos" convirtió a sus protagonistas en iconos pop de la época: Carlos Mata, eterno Luis Alfredo, uno de los primeros fuckers del género, tenía que quitarse de encima a sus groupies a machetazos; y Jeanette Rodríguez, en el papel de Cristal, le robó de un plumazo todo el protagonismo a las actrices españolas de la época.

Publicidad

Cadenas de amargura (1991)

Inédita en España en su momento, "Cadenas de amargura", que en 2008 vivió una suerte de remake llamado "En nombre del amor", este sí emitido aquí, primero en La1 y luego en Nova, consiguió trascender fronteras gracias a uno de los personajes más carismáticos y terroríficos de todos los tiempos: la señora Evangelina, la solterona amargada e hija de su madre que se empeña en hacerle la vida imposible a Cecilia, su sobrina. Y lo consigue, vaya si lo consigue. La serie se convirtió en un fenómeno de masas gracias única y exclusivamente a este personaje demoníaco, la quintaesencia de la solterona tocapelotas que ni vive ni deja vivir y el ejemplo más fehaciente de que los culebrones más recordados y celebrados son aquellos que tuvieron en sus filas a un villano de alto voltaje.

María la del barrio (1995)

Lo más cerca que ha estado nunca el culebrón mexicano del thriller psicológico y del terror de posesiones infernales. El mérito de "María la del barrio", aquello que ha hecho que la serie haya perdurado en nuestra memoria a pesar del transcurso de los años, no es su enrevesado argumento, que contiene todos los ingredientes clásicos del género –amores obsesivos, lucha de clases sociales, envidias, hijos abandonados, ansias de poder, avaricia…–, ni tan siquiera su protagonista, una Thalía que ya por entonces se había convertido en reina de la telenovela, sino el personaje de Soraya Montenegro, una de las mayores hijas de puta de la historia de la televisión. Lo que se conoce como una show stealer de manual, la actriz Itatí Cantoral convertía cada aparición de Soraya en un torbellino de rabia, violencia verbal, gritos histéricos y agresividad demoníaca. A su lado, la niña de "El exorcista" parece Heidi. Para la historia, la que probablemente sea la escena más memorable de los seriales sudamericanos de los 90: su arrebato de furia, a grito de 'Maldita lisiada', contra una pobre chica paralítica.

Publicidad

La usurpadora (1998)

Uno de los temas universales del culebrón, la usurpación de identidad, aquí aparece desarrollado en su máxima expresión, no como un complemento argumental efectista para alargar tramas, no, sino como punto de partida y eje neurálgico para construir todo el relato. Cada capítulo que pasa la bola se va haciendo más grande y la sensación de tomadura de pelo de los guionistas hacia el espectador alcanza cotas difíciles de superar. Cuando juegas con la figura del doble y los equívocos de personalidad que se derivan del intercambio de situaciones corres el riesgo de caer en errores y contradicciones de todo tipo, a cual más bochornosa, pero lo que acontece en "La usurpadora", que ya desde el título quiere agenciarse la corona de este subsubgénero, se lleva la palma y el premio gordo. Uno de los primeros títulos importantes de la segunda etapa de oro del culebrón mexicano y uno de los más rotundos porros made in México que se recuerdan.

Yo soy Betty, la fea (1999)

Esta versión hardcore de "El patito feo", a medio camino entre el porno amateur de los 90 y los manuales de autoayuda, es el culebrón más visto y emitido de todos los tiempos. Y lo que es aún más revelador: en esta época actual de hipersensibilidad con los spoilers entre los aficionados a las series, "Yo soy Betty, la fea" luchaba contra el hándicap de que todos, incluso hasta el tonto del pueblo, ya sabíamos que, en realidad, Betty era mucho más agraciada de lo que su imagen indicaba. Sabíamos el final, oye. Lo mejor de este culebrón de romanticismo bobalicón, presuntamente un alegato contra los estereotipos de belleza y una crítica a la superficialidad, era la perversión de su concepto: contratar a una actriz guapa y afearla de la peor forma posible –con ese pelo también podía haberse llamado Yo soy Betty, la fea y la sucia– para hacer más notorio el cambio de imagen, cuando lo suyo hubiera sido hacer todo lo contrario y reforzar así su discursito moral. Telecinco facturó su propia adaptación, pero les salió demasiado bien en comparación a la original: la fea española no tenía cara de asco, se duchaba con regularidad y caía más simpática.

Publicidad

Amarte así (Frijolito) (2005)

El gol que Telemundo le coló a TVE con "Amarte así (Frijolito)" es de los que marcan época. Enseñaron a su protagonista, un simpático niño de 7 años con cara de ingenuo, y la vendieron como una telenovela familiar, quizás sabedores que los códigos de regulación del horario infantil se habían estrechado y la cadena pública española iba con pies de plomo para confeccionar su parrilla de tarde. Y una vez comprada y estrenada se encontraron con un panorama casi apocalíptico: un niño con más pluma que una oca de Toulouse, una historia de violaciones, consumo de drogas, fornicadores empedernidos, malos hábitos, machismo desaforado e incluso secuestros, como el de su protagonista, un Frijolito, algo así como la versión mexicana del nuevo milenio de Joselito, convertido en viva imagen del culebrón más perverso de lo que llevamos de siglo XXI. Me río yo del neorrealismo italiano.

Pasión de gavilanes (2003)

El último gran fenómeno pop de los culebrones sudamericanos en España hasta la fecha, que emitió Antena 3 y llegó a cosechar cifras de audiencia por encima del 20%, datos que hoy en día provocarían ictus y cefaleas de euforia a los directivos de las cadenas. Abdominales perfilados, sombreros de cowboy, barbas de tres días, tejanos llenos de arena y polvo, greñas onduladas y camisetas de tirantes eran los ingredientes que componían su fórmula mágica. Sus creadores sabían qué tenían entre manos y, sobre todo, a quién iba destinado, básicamente público femenino ávido de cuerpos Danone con pinta de tipos malotes en busca de venganza. La historia, centrada en las idas y venidas, sentimentales y sexuales, de los tres hermanos Reyes, digamos que era lo de menos; bastaba con enseñar tableta y poner caras de macho seductor para engatusar a la audiencia. La misma cadena encargó un remake made in Spain, pero como sucede habitualmente éste se tomaba tan en serio a sí mismo que perdía toda la gracia.

Rubí (2004)

Uno de los últimos pelotazos de Televisa, "Rubí" es un claro intento de ruptura dentro del género: por una vez la protagonista no es la chica buena e indefensa a la que estamos acostumbrados, sino todo lo contrario, se trata de una mala pécora ambiciosa sin el menor escrúpulo que será capaz de cualquier cosa para llegar a su objetivo, que no es otro que trincar la pasta y vivir como una reina a costa de los hombres. Todo esto, además, presentado con un envoltorio estético bastante digno y con un interesante sentido de la moral que choca con los arquetipos de la telenovela mexicana por excelencia. El episodio final de la serie, que emitió Antena 3, obtuvo un 22.3% de share, un dato que hoy firmaría cualquier cadena con los ojos cerrados.