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Elecciones 2016

Los 10 momentos que te perdiste de #7DElDebateDecisivo

David Broc corta en 10 trozos el debate de ayer.

Son las 21.45 h. Mariano Rajoy agarra un puñado de gusanitos de maíz y se los mete en la boca. Le pega un trago a la botella de cerveza, le arrea un collejón a su hijo, por aquello del folclore, se reclina en el sofá chaise longue, se agarra la nuca con las manos y exclama: "soy Dios". Al fondo, en la macro pantalla del televisor que preside el salón, aparecen los cuatro participantes de "7D: El Debate Decisivo" posando para los fotógrafos. Está a punto de empezar la velada más importante de la campaña electoral y el presidente del Gobierno vegeta por su casa con lo puesto: pijama de franela, gato en el regazo y un flyer de Domino's Pizza. "El gran derrotado, dicen. Esos sí que no tienen ni puta idea, Juanito, y no Manolo Lama".

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— #ARCONADA (@Ibarzabal_)diciembre 7, 2015

Al grupo Atresmedia le dio un ataque de grandeur y convirtió el debate de ayer en una final anticipada de la Champions. La previa estaba tan excitada y era tan grandilocuente que provocaba llorera: conexiones con grupos de militantes de los partidos, Albert Castillón metido a reportero, seguimiento con pantalla partida de la llegada de los candidatos, tertulia de calentamiento y photocall más concurrido que cualquier preestreno en Los Ángeles. Me parece bien que se le quisiera dar empaque e importancia a la retransmisión. Y que una empresa defienda y venda así su producto. Pero llevaban tantos días dando la paliza, nos habían hinchado tanto la cabeza con el tema, que las expectativas creadas por ellos mismos no se correspondieron ni de lejos con los resultados obtenidos. Más o menos como cuando anunciaron a bombo y platillo que tenían los derechos de la Champions y a las primeras de cambio metieron a Guti de comentarista.

La Sala del Tiempo. Si no viste el debate te jodes, porque lo de La Sala del Tiempo es oro puro, indiscutiblemente el mejor aspecto de un programa especial que se las prometía muy felices y acabó contrariándose a sí mismo: toda la libertad de movimientos que permitía el formato derivó en rigidez de unos e hiperactividad de otros, pero sobre todo provocó la pérdida de atención del espectador, que andaba más pendiente de verlos moverse que de escucharlos hablar. Y de vez en cuando, conexiones con La Sala del Tiempo, que dicho así suena muy rimbombante y futurista pero que no era otra cosa que un rincón para cronometrar los turnos de palabra. Imagina la reunión de contenidos del equipo encargado del debate. Uno de los capos, pletórico de ideas tras una salida matinal de running, llega a la sala de juntas y lo suelta: "¿Y si diseñamos una sala especial, así en plan 2001: Una odisea en el espacio, y metemos a cuatro becarios trajeados con un crono para controlar los tiempos?".

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— Manuel Pino (@ManuePino)diciembre 7, 2015

Albert Rivera quemó más calorías en dos horas de debate que muchos maratonianos en cuatro horas de carrera. De haberse puesto un pulsómetro con GPS, los datos obtenidos al final de la batalla hubieran atemorizado hasta al doctor de un equipo ciclista en una etapa con final al sprint. A los cinco minutos de contienda ya nos habíamos olvidado por completo de los otros tres candidatos: era tan exagerado el nerviosismo de Rivera, se movía de forma tan compulsiva, que era imposible reparar en otra cosa. Fascinación, obsesión, hipnosis: llamadlo como queráis, pero ayer sí hubiera pagado un pastón por disponer de una cámara personalizada que siguiera única y exclusivamente las andanzas del político catalán. En tan solo diez minutos ya había dejado para la posteridad miles de gifs que no tardaron en circular por las redes sociales y que evidenciaron que, en materia de cachondeo animado, Rivera es el nuevo Vincent Vega.

Es un milagro que con el look que llevaba y las meteduras de pata que cometió a lo largo del debate, Pablo Iglesias saliera vivo de la contienda. Incluso ganador, para muchos de sus votantes. Ya será menos. El líder de Podemos estuvo torpe eligiendo camisa – de primero de estilista: si eres de sobaquera activa, siempre colores oscuros y telas transpirables–, pero mucho más torpe aún en la batería de cagadas con la que amenizó la noche. Hoy te dirán que lo de confundir PriceWaterHouseCoopers por House Water Watch Cooper era un gag estudiado, un gazapo irónico. Que le malinterpretamos cuando se refirió al referéndum de autonomía en Andalucía como un referéndum de autodeterminación. Y que si bien la cita de Churchill que puso como encabezamiento de un argumento no era de Churchill, seguro que la hizo suya en algún momento. Algo se les ocurrirá. Pero lo que no podrán matizar, maquillar o corregir ni con cien campañas de lavado de imagen es lo que dijo de "8 apellidos catalanes". El drama no es solo que recomendara su visionado como primera medida para solucionar el conflicto catalán: ¡el drama es que le encanta la puta película!

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Iglesias feliz en el estreno de "8 apellidos catalanes". Imagen vía

El líder del PSOE se comportó como esos jugadores de fútbol que juegan bien los dos primeros meses de competición y luego desaparecen el resto de la temporada. Ayer empezó firme y decidido, aupado por la adrenalina del momento y por la necesidad de salir al campo con una táctica ultraofensiva para marcar cuanto antes y remontar una eliminatoria muy complicada. El problema es que en el minuto 20 ya le habían metido tres goles y el pase a semifinales era inviable. En ciertos momentos daba hasta pena: en sus intentos por atizar fuerte a Soraya Sáenz de Santamaría y al PP descuidó la defensa y aquello se convirtió en un coladero. Iglesias y Rivera, que saben de sus debilidades como rival y se ceban con él cuando necesitan caldear el debate, camparon a sus anchas por las bandas y le pegaron un repasito de mucho cuidado. En la segunda parte, y en plena sangría de goles, Sánchez tiró de clásicos a la desesperada y ordenó a su defensa central que se pusiera de delantero centro: las alusiones rabiosas a Venezuela y Grecia como resumen de la poca inventiva y creatividad del candidato socialista.

Si un miembro del PSOE se hubiera infiltrado en el grupo de asesores de Soraya Sáenz de Santamaría, en el debate de ayer se podía haber liado una muy gorda. La vicepresidenta tenía sus intervenciones tan preparadas que incluso las llevaba memorizadas. Como cuando en el instituto te empollabas del tirón lecciones enteras de historia y a los diez minutos de acabar el examen no recordabas un solo dato. Si esta semana a alguien con acceso a los guiones de Soraya sobre temas económicos o sociales le hubiera dado por añadir de forma aleatoria conceptos como "Benítez mira el Twitter", "Toño Sanchís", "Siempre smile, cero dramas" o "Che che, la papela del camión", no me cabe la menor duda que la representante del PP los hubiera soltado en directo. De carrerilla, sin tan siquiera darse cuenta de lo que estaba saliendo de su boca. "En el Partido Popular creemos que hay que mejorar los servicios sanitarios para que no se repita lo del viernes con Toño Sanchís…". Y así todo el rato. Hasta este extremo llegó el papel autómata y teledirigido de Soraya, que tuvo el buen criterio de dejar que los pitbulls se despedazaran entre ellos mientras ella no se manchaba las manos. Cada minuto sin hablar eran cien votos más para Rajoy.

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Un aplauso desde aquí a Vicente Vallés, uno de los dos moderadores. ¿Un periodista político que no sufre ansias de protagonismo?¿Un periodista que se limitó a presentar los bloques temáticos y marcar las normas del debate?¿Cómo?¿Mande? Y es que una de las partes más positivas y celebradas del debate fue el grado de contención al que se vio sometida Ana Pastor. Qué descanso, qué paz, qué tranquilidad. Saber que no había opción de repregunta, que no podía cortar a nadie, que no podía avasallar al invitado, te dejaba con una sonrisa en la cara. Y el placer era doble cuando comprobabas que ella se lo estaba haciendo encima, que se moría de ganas de contrarrestar los argumentos de unos y otros pero no podía. Como cuando un grupo de gente inmoviliza al típico borracho pesado que lleva rato importunando a los clientes de un bar o los vecinos de una plaza.

El momento decisivo del debate ídem: el speech final. Muy flojo Sánchez, que a esas horas ya pensaba en la Champions del año que viene. Mejor Rivera, no tanto por el discursito final como por el hecho de haber seguido los consejos de sus asesores en la segunda pausa publicitaria: "Albert, aún te vemos nervioso, macho. Limítate a hablar de Artur Mas y ya verás cómo se te pasa". Y sí sí, se le pasó. Soraya también llevaba memorizado el speech, como todo lo demás, así que el guión siguió el orden previsto: discursito institucional y vayamos tirando que don Mariano me debe una y bien gorda. Por suerte, Pablo Iglesias se había reservado el último cartucho para ese minuto final. Un arrebato de épica barata, un tono emo de spot publicitario argentino, que no hubiera colado ni en las escenas eliminadas de "Friday Night Lights", pero que seguro consiguió arañar algún voto para la causa.

Entonces, ¿quién coño ganó? Se preguntará el ciudadano que ayer por la noche prefirió ir al cine, al teatro o al prostíbulo del pueblo. Pues si me preguntan diré que ayer solo hubo dos ganadores: el primero, rotundo, Atresmedia, que tuvo el acierto de convertir un producto tan plomizo como un debate electoral en un show que todo el mundo quería ver y comentar; y el segundo, en contra del tópico, Mariano Rajoy, que sin hacer absolutamente nada superó con comodidad uno de los grandes escollos de la campaña e incluso diría que se llevó algún voto para la saca. Será poco democrático, sí, y hoy escucharemos a los miembros de los otros partidos decir que el presidente fue el gran perdedor, pero que queréis que os diga: lo de ganar votos desde el sofá de casa, con unos ganchitos y una cervecita, a mí me parece una victoria de primer orden.