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Cultură

Los chicos-tortuga

Un estudio -inédito hasta la fecha- de la anatomía mutante de estos apestosos animalejos.

Fotos de Maggie Lee
Partes de este texto son una contribución del Profesor H.R. Hepburn de Nelspruit, Sudáfrica

Motorman, el debut literario de David Ohle en 1972 –que no vamos a intentar resumir porque has de creer en nuestra palabra y leerlo–, es una de las pocas novelas que pueden describirse de forma honesta como completamente originales. Nada menos que Gordon Lish mencionó el libro como uno de sus favoritos. David desapareció por completo del panorama literario poco después de su publicación, tardando 32 años en publicar otra novela. Hasta no hace mucho, Motorman, descatalogado, sólo se podía obtener en forma de fotocopias distribuidas de forma clandestina entre su culto de devotos seguidores. La historia que sigue, hasta la fecha inédita, es una investigación de la anatomía mutante de los chicos-tortuga, y la acompañan, como parecía más adecuado, unas fotos de la disección de una tortuga.

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Leer ciertos libros y panfletos trajo a la mente del profesor recuerdos de Angel Ozalo, el primer chico-tortuga, nacido en Islandia, que había tenido una destacable carrera exponiéndose a sí mismo en foros y simposios médicos (a cambio de dinero, por supuesto). Tenía su base de operaciones en St. Thomas, y era bien conocido entre los círculos de la Royal Society a causa de sus tres piernas. Muchos habían querido amputar su pierna de más para las colecciones de sus museos, pero él sabía de su valor espectacular y se había negado. La pierna adicional era una evaginación del sacro, y carecía de sensibilidad. La rodilla estaba soldada y no la podía doblar, pero sí ponerla debajo de su muslo izquierdo y enroscarla como hacen los flamencos cuando duermen. La mayoría de especies de flamenco que conocía el profesor se apoyaban de todos modos sobre su pata izquierda, y así Angel se movía con aparente agilidad, libre de lastre.

El profesor escribió un breve poema conmemorativo dedicado a Angel:

Chico tortuga, oh, chico tortuga,
Surgido de aguas termales,
Sólo 18 pulgadas de altura.
Piernas asombrosas, sin rótulas
Que raspar o articulaciones. Toca tus tambores, chico,
Toca tus tambores,
Tu flauta y tu zampoña.
Rey Dodo, después de todo.

Una noche, el profesor ofreció una erudita charla acerca de un chico tortuga con cabeza de pájaro que había capturado en Sumatra. Tuvo que sacarlo de la isla de tapadillo porque carecía de dispensa y se negaba a pagar tasas. No reparó en gastos en cuanto al retrete del chico, e importó crema de aceite de tortuga de dos cabezas para lubricar su bolsa testicular.

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El chico estaba en su primera aparición en plena floración, y vestía una falda a cuadros. Ese día no hubo necesidad de ropa interior ya que mostraba, a unos pocos elegidos, su nueva vagina en anillo-O. En los viejos tiempos, las vaginas de los chicos tortuga eran sistemas muy poco desarrollados, pero con los recientes avances en restauración vaginal en anillo-O, un chico podía alcanzar el orgasmo simplemente insertando un lápiz. Si un chico es especialmente activo, puede en ocasiones sufrir una obturación, pero el anillo-O no tarda en restaurarse gracias a un descongestionante vaginal secretado por la probóscide del chico, usado en procesos de descongestión y como cara salsa especial en todos los restaurantes locales.

El profesor, en ocasiones, daba una pequeña charla a los niños que se congregaban alrededor. “Niños, lo primero que tenéis que saber es que no hay que excitar al chico-tortuga antes de la matanza. Esto puede provocar sangrado de los poros y darle al cuerpo una apariencia sanguinolenta. El equipo mínimo que utilizo es una sierra de 30 cm. para la carne de la cabeza, una o dos espátulas Bell de 10 cm., un yugo o camal limpio, un garfio o un gancho y un polispasto. Sacrificad al chico inmediatamente después de aturdirle; esto ayuda a un buen sangrado. Escaldar también es divertido si lo hacéis bien, pero tenéis que preparar el escaldado antes de matar al chico. Yo recomiendo la caja para escaldar Long Semado, pero es aceptable una cuba Bario, o incluso un viejo barril servirá para el propósito”.

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“Una vez el chico está fuera de combate y bien desangrado ya está preparado para la cuba de escaldado; de ahí se pasa a colgarle de un gancho sobre una plataforma de evisceración. Aflojad el vergajo pero no cortéis la glándula grande –que contiene orina– y retiradlo por la parte superior del hueso de la cadera. Separad el paquete intestinal aplicando una ligera presión mientras cortáis el tejido que lo sujeta. Después, cuidadosamente, “bajad la cremallera” del chico-tortuga y haced un pequeño corte justo debajo del vergajo, teniendo cuidado de no pinchar los intestinos, y después deslizad la mano dentro del cuerpo, con dos dedos sobre parte menos afilada del cuchillo mientras cortáis. Esto evita que se rajen las tripas accidentalmente. Pelad el cuerpo muy lentamente y dejad que las tripas caigan, intactas, a través de la raja que estáis haciendo. Guiadlas con las manos dentro del cubo y estad preparados para que de repente salten fuera de la cavidad hacia vosotros. Liberad el hígado y, eso sí, no lo dejéis blando por apretarlo. Pasad los dedos por detrás y empujadlo hacia delante. Vigilad bien que el hígado no se caiga al suelo cuando lo saquéis. Aseguraos de sacar la vesícula biliar intacta, teniendo cuidado de que no derrame bilis sobre el hígado. Dejad los pulmones con las vísceras para hacer sopa. Lavad la cavidad del cuerpo con agua limpia y fría antes de retirar la cabeza”. Un día, Guntima, un chico-tortuga, acudió al profesor con un problema: “Tras un largo día de trabajo apesto como un pelador de ostras”, dijo. “La gente gritaba hoy en el tranvía, ‘Oh, Dios, ¿qué es esa fetidez?’”

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Guntima abrió una pizca las piernas y emanó una cierta tristeza bermellón. Hablaba de una vida desesperadamente carente de realización, lo cual no era en absoluto sorprendente. El profesor largó su letanía estándar sobre la vagina. “Guntima, debes entender la naturaleza de la vagina”, dijo. “Es un emisor químico con un amplio abanico de opciones. Si quieres puedes amplificar el olor, pero en tu caso yo no recomendaría esto. Como sistema emisor de comunicación, tratamos con la dinámica del área de superficie. Cuanto más pequeña la vagina, menor es la reserva de bienes odoríferos. A mayor tamaño del órgano, mayor es la concentración. Deberías ir por el camino opuesto y optar por lo pequeño. Lo pequeño es mejor y apesta menos”.

Guntima suspiró, “¿Por qué no la rellena de cemento y problema resuelto?”

Tras una noche de sueño intermitente y un ligero desayuno a base de durián y café, el profesor se dirigió al museo. La Sala de la Adipocera cobijaba un ejemplo de conversión de un cadáver en adipocera en el transcurso de 21 años. Había sido recuperado del camposanto de Shoreditch en 1831. A su lado había un tableau vivant: un maravilloso alargamiento nodular de la próstata, una gangrena de pie, una mielopatía sifilítica, una magnífica escrófula rellena de semillas de mijo.

En otra sala había excelentes especímenes de hipospadias y una bien formada duplicación peneal. En el muro del fondo de la sala había otro tableau vivant con una colonia de chicos con Tay-Sachs, un megacolon tóxico con dilatación colónica y gangrena con necrosis hemorrágica, algunos pulmones hiperinsuflados e atelectásicos y unos cuantos esclerodermas de Marfan.

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Después, en una exposición especial, había media docena de minamatas mostrando locura, parálisis y coma, algunas buenas fiebres de Ébola, un fresco Chikungunya procedente de Filipinas, un lanzador de pollos y un carnicero porcino de Arkansas de los de toda la vida.

El profesor se dirigió a su público en la sala de asambleas del museo, diciendo, “Acabo de terminar mi ensayo sobre la de-evolución de los chicos-tortuga, y estoy bastante satisfecho de mí mismo”. Dio una serie de ejemplos para ilustrar este por qué: “Nelson Nulgo: una honesta puta con las características generales de la enfermedad, incluyendo, sin limitarse a estas: pérdida de sensibilidad en los terminales nerviosos, vasos sanguíneos, ligamentos y tejidos de la piel destruidos, huesos erosionados, llagas, úlceras y costras”.

Y luego están Alfred y Ocam Twill, hermanos, chicos-tortuga de grado medio, el padre un borracho deficiente mental, la madre parece que también deficiente mental. Estos chicos eran sementales en una granja de crianza birmana, donde la administración les privó de sus propias habitaciones y todas sus pertenencias, incluso de sus identidades”.

“Y tenemos a Misty Fogget, de-evolución en grado bajo, historia familiar entremezclada por ambos lados parentales, locura, epilepsia, consunción, neuralgia, escrófula y sordomudez. Bien conocida en la clínica por sus ventosidades vaginales”.

“Finalmente, no nos olvidemos de Gretchen Brat. Era enano y mudo, fruto de una relación incestuosa entre su madre y el abuelo de su madre. la madre era una inmigrante alemana con exceso de trabajo y malnutrida, con rasgos cretinoides. El padre era deficiente mental. Ambos eran tísicos y zurdos. Un hermano suyo era inteligente pero murió de consunción. A Gretchen le encanta expulsar ventosidades vaginales y con regularidad rocía a sus compañeros con fluido genital a modo de espray”.

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Al llegar a los 70 años, al profesor se le hicieron desagradables sus propias manchas de Bateman, esas asimétricas, irregulares lesiones púrpuras que afectan a los ancianos. Su piel parecía delgada y arrugada. Justo acababa de sanar de un penfigoide bulloso que le produjo ampollas entre los pliegues de sus ingles. Al menos eso había sido una mejora respecto a su último episodio de forúnculos pustulares, que continuamente supuraban. También tenía un severo prolapso rectal que había hecho que su recto saliera hacia fuera; en vez de una agradable cavidad cónica, como se supone que tiene que ser, el recto salía de su ano como un dedo rojo oscuro. A uno de los chicos-tortuga del profesor le gustaba desmesuradamente chupar de él cuando se le permitía. también se acompañaba de una frecuente sensación de necesidad de defecar. No obstante, los síntomas incluían asimismo estreñimiento, plenitud rectal, paso de mucosidad a través del recto y hemorragias rectales.

Cuando el profesor vivió en la parte sur de África, se encontró con la idea Afrikaans de mors dood, que significaba “muy seriamente muerto”. Una mosca tan reducida a pulpa sobre la mesa de la cocina que haya que rascar para eliminar el paté de mosca está mors dood. Una mosca a la que das un golpe en el aire y cae muerta al suelo está simplemente dood. Es una forma de vida o de no vida que permea África como la ilimitada nube de fuego de carbón que amoraja el continente. No hay ladrones silenciosos en África, sólo chicos-tortuga con cuchillos, destornilladores y pistolas que encuentran mucho más sencillo matar al ocupante dormido de una casa cuando el chico quiere una lata de setas de la cocina. Las víctimas de robo muertas no pueden identificarles. A juzgar por su tasa de reproducción, la de los chicos-tortuga es algo más rápidos que la de los conejos o los cobayas.

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Y es esto lo que explica la confusión del profesor cuando un día halló un chico-tortuga aparentemente muerto en el jardín del edificio de su laboratorio. Las malditas campanas de la iglesia habían empezado a sonar a las 16:50, convocando al profesor en su casa a la primera de la que vendría a ser una serie de rondas de arrack. Fue escaleras abajo con uno de sus colegas. En el camino hacia sus vehículos se fijaron en un jardín de flores.

 “Ay, Señor”, dijo el profesor, “otro maldito chico-tortuga muerto en el jardín. Pero quizá sólo está borracho”.

“No, no está borracho”, dijo su colega. “¡está eintik mors dood!” Sus ojos están abiertos, pero las pupilas han rodado dentro de sus órbitas”.

Llegaron varios policías uniformados y tendieron un precinto a rayas rojas y blancas –del tipo que se emplea para cercar escenas de crímenes– y simularon saber lo que estaban haciendo. El profesor y su colega se marcharon, preocupados por los horribles daños que ese chico-tortuga muerto había provocado a las flores de Barleria y Clivia y a las matas de Hypoestes.

A la mañana siguiente el cadáver ya no estaba, y las flores y matas sólo habían sufrido pequeñas contusiones. Aun así, podía verse entre ellas la depresión que había dejado el cuerpo.

El profesor habló con el tipo de seguridad, que la noche anterior había sido uno de los que más se habían festoneado con el precinto de seguridad.

“¿Qué pasó ayer con ese chico-tortuga muerto?”

“Profesor, siento mucho, mucho informarle que sólo estaba en un coma alcohólico. Demasiado arrack”.

“¿Qué hicisteis con él?”

“Lo llevamos de vuelta a su lugar en los campos y jardines. Y hoy tendrá un lekker babelaas, una gran resaca”.

El profesor dijo, “Lo que me deja perplejo es que sus rodillas estaban dobladas. Pensé que si estás muerto y tumbado de espaldas, probablemente habrías relajado las rodillas para estar más cómodo. Además, no había picotazos de moscas ni gusanos que yo pudiera ver”.

“Bueno, profesor, debería saber que en lo tocante a los bancos genéticos de avance lento, hasta las moscas son retrasadas”.

“Sí, supongo que tienes razón. Recuerdo que hace unos años encontramos un chico-tortuga en la cantera cuya cadáver ya apestaba y no se veía ni una mosca. Luego está el que encontré al fondo de las escaleras, cerca del ascensor, dood a más no poder. Estaba patas arriba, con las rodillas dobladas como si estuviera intentando una genuflexión aerea. Por alguna razón falló ese efecto. Prácticamente lo único que pudimos hacer fue taparnos las fosas nasales y cazar las moscas. Si eso falla, asumimos sueño, coma alcohólico u olvido, pero no la muerte”.