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El número rarito

Los pechos opiáceos de Afganistán

Alimentarse del seno de una yonqui puede ser letal y es la imagen más desesperanzadora que uno se pueda imaginar

Copyright UN Photo/UNODC/Zalmai

Siendo un cínico cabrón, podrías decir que Afganistán es un enorme laboratorio de heroína que, además, también es una nación soberana. Este país produce el 90% del opio de todo el mundo; las familias cultivan campos de amapola en zonas rurales como la provincia de Farah, y los yonquis se inyectan a plena luz del día en las calles de Kabul. Hay al menos 200 mil usuarios en una población de 30 millones de personas; el único lugar con más yonquis per cápita es Irán. Una de las estadísticas que todo mundo parece ignorar es que las víctimas más vulnerables de esta epidemia de narcóticos en Afganistán son las mujeres, muchas de las cuales sufren en silencio bajo una nube de opio. Se estima que en 2007 había unas cien mil mujeres adictas en el país, muchas de ellas pertenecientes al millón de viudas y refugiadas que acababan de regresar. Dadas las tradiciones conservadoras del islam, que confinan a las mujeres a sus casas y estigmatizan el abuso de drogas, cien mil es un número muy por debajo de la realidad. Todavía peor: sólo el diez por ciento de las mujeres afganas tiene acceso al escaso tratamiento contra la adicción disponible en el país. Los dealers buscan mujeres de la misma forma que lo hacen en otros lugares. Nazif M. Shahrani, profesor de Estudios de Euroasia Central en la Universidad de Indiana, dice: “Hay personas que la venden y fomentan su uso entre las mujeres. Incluso se les llega a proporcionar de forma gra­tuita. Cuando se enganchan, estas mujeres tienen que salir a buscar dinero, incluso a robar, para mantener su adicción”.
Por supuesto, la adicción no destruye sólo las vidas de estas mujeres. El aumento en los índices de adicción tendrá un fuerte impacto en la siguiente generación, la cual está siendo criada por madres adictas. Un estudio de 2010, dirigido por el Departamento de Estado de Estados Unidos, encontró que en 31 de cada 42 hogares donde vivían adictos adultos había indicios de que los niños estaban siendo expuestos a las drogas. Hay vídeos del remoto corredor de Wakhán que muestran fami­lias amontonadas en chozas, pasándose la pipa del sueño. Cuando sus hijos lloran por el hambre o el frío, las madres les echan el humo en la cara o les frotan polvo de opio en los labios para tranquilizarlos; estas prácticas, antes reservadas a grupos étnicos como los wakhi, son ahora un fenómeno generalizado por la falta de médicos en la región, consecuencia de las gue­rras recientes. Además, alimentarse del seno de una yonqui puede ser letal; básicamente, la imagen más desesperanzadora que uno se pueda imaginar.