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Cultură

Los primeros flirteos con el alcohol

Preguntamos a gente cómo fueron los primeros sorbitos de alcohol, los inicios del flirteo con el líquido de oro.

Abrir la puerta del terror. Con la primera botella descorchado o la primera lata abierta se accede a algo más que a un recipiente con alcohol: es un camino de no retorno, es ese niño que se adentra en el océano subido a una pequeña barca, alejándose poco a poco para perderse para siempre. ¿Las edades? 12, 13 o 14 años. Allí se suceden los primeros sorbos. Algunos tardan unos años más pero también hay quienes lo hacen incluso antes. Estos tragos primigenios e inocentes no tienen por qué desembocar en enormes borracheras ni aceras estampadas de vómito. El primer trago es delicado, brillante, hermoso. Bueno, no siempre.

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Contacté con algunos amigos y conocidos para que me contaran su historia.

Mi propia experiencia (que no sea dicho)

Creo que fue durante las vacaciones de Navidad cuando hacía octavo o primero de BUP (o sea, 2º o 3º de ESO, creo). Estábamos mi mejor amigo y yo en casa de mis padres (ellos se habían ido de vacaciones) sin saber muy bien qué hacer. En mi casa había un minibar (realmente era un armario normal) que a veces abríamos y ojeábamos y anhelábamos, a través de él, el mundo adulto. Ese día decidimos dar un paso más. Ahí había varias botellas pero una nos llamó más la atención que las otras, pues parecía más niño-friendly. Se trataba de una botella de ese licor dulzón llamado Melody, de crema catalana. El dibujo de la etiqueta nos pareció mucho más saludable que la del ron Negrita —donde aparece una negra— o la etiqueta sobria, adulta y sofisticada de la botella de Cointreau que había al lado. Al echar un trago nos dimos cuenta de que era mucho mejor que comer crema catalana (manjar que de hecho SIEMPRE he detestado) y no era nada fuerte. Si esto de beber consistía en algo parecido estábamos destinados a ser unos auténticos perdedores en la vida. Le dimos unos tragos más al asunto y luego nos largamos a casa de mi colega (que vivía muy cerca) quién aseguraba que tenía una botella de vodka. Nos estábamos viniendo arriba.

Él también estaba solo en casa ese invierno. Nos cogimos unos vasos y los llenamos con un poco de su vodka. Recuerdo perfectamente el armario de dónde sacó la botella; estaba en la cocina y tenía como unas rejillas horizontales de madera. Dentro había varias botellas. Pensé que era un buen sitio donde guardar alcohol. Servimos el vodka en los vasos y luego le echamos un poco de agua porque la cosa resultó ser un poco fuerte. No lo sabíamos pero en ese momento estábamos sirviéndonos nuestro primer cubata. Nos entró hambre y devoramos una bandeja de esas de jamón de york. Nos quedamos un rato dormidos en el sofá y a las pocas horas me largué a mi casa con una sensación extraña. "Adiós, tío" y me largué. Nada especial, pero fue algo íntimo y bonito.

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A partir de este momento, cada vez que nos encontrábamos solos en casa de nuestros respectivos padres siempre le metíamos un sorbito a mi Melody o a su vodka para acompañar las partidas de Warhammer 40.000 o Bloodbowl. Al final conseguimos terminarnos las botellas y cuando esto sucedió tampoco fue un drama, simplemente dejamos de beber. En casa nadie preguntó nada acerca de esas botellas que cada vez estaban más vacías. El miedo, el horror. La vida.

Javi

La primera vez que bebí fue en Poble Nou. Fui con los amigos del instituto a un bar que se llamaba Moloko. Era de jevis, había calaveras colgando del techo, un futbolín, mucha mierda por todos lados y un camarero con la camiseta de Mago de Oz. El marco perfecto para beber.

Pedimos un combinado de un litro que se llamaba TGV. Una fórmula mágica compuesta por Tequila, Ginebra y Vodka aderezada con refresco de naranja o de limón. Nos juntamos por parejas y compartimos un litro. Nos los bebimos con cañitas, a la carrera. ¡A ver quién gana! Luego nos fumamos unos pitis y tiramos el humo en los brebajes. ¡Así sube más! Íbamos a tope, fin de exámenes, cachondos como perras, así que nos pillamos dos seguidos. Me metí un litro de TGV en ¿30 minutos? Probablemente salí de aquel lugar entonando el himno del Barça, algo que todo adolescente borracho hace alguna vez en la vida. TOOOOT EL CAMP.

Luego nos fuimos a bailar y a tocar culos de pavas con toda la cebolla a una famosa disco light del lugar. Ponían Smash Mouth, Los Fresones Rebeldes y luego el "The Bells" de Jeff Mills, y nos parecía LO MÁS NORMAL del mundo. Veías a la peña bailando con chupetes en la boca a las siete de la tarde: Y NO PASABA NADA. Así era Barcelona entonces: pantalones de campana, greñas rubio platino y camisetas de Colocón Total. También molaba ver a las feas de tu clase pillar cacho con cualquier cosa que tenían a mano. ¡Qué promiscuidad, qué tiempos tan felices!

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Me piré pronto con todo el castañote, llegué a mi barrio y departí con mi amigo Guillermo las bellas sensaciones de estar borracho por primera vez. No recuerdo por qué pero los dos nos quitamos la camiseta (¿?). Luego llegué casa, me comí una pizza con mi familia, me quedé un rato viendo la tele y me fui a la cama con una borrachera muy bien llevada (las sigo llevando igual de bien: bebo, bebo y BEBO y no caigo JAMÁS) y sabiendo que había dado un paso importante en mi carrera por convertirme en un hombre.

Juanjo

Pues supongo que tenía unos 15 años. No lo recuerdo bien, pero la pista me la da el que todavía no podía entrar en los bares de marcha porque me pedían el carnet. Joder, tenía que hacer maravillas para entrar y una vez dentro estaba acojonado en un rincón por si me pillaban.

El caso, vamos con la historia. Era una soleada tarde de sábado, era verano, uno de esos veranos de Zaragoza en los que el sol pega tan fuerte que si te da mucho rato el pelo directamente se te incendia. Había quedado con una peña que conocía de la piscina. Eran un poco mayores que yo, tendrían unos 17 o así. Ya ves, me parecían mayores y sabios cuando eran unos críos de mierda.

Claro, todo se explica porque yo era un pringado total. Es cierto que ya entonces sentía cierta atracción por el lado oscuro, pero ni siquiera tenía muy claro qué coño era eso de "el lado oscuro". Había escuchado una vez un disco de Iron Maiden, no sé cuál.

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Así que cuando aquellos chavales "mayores" me propusieron ir a un decadente bar de barrio en el que unos señores vendían alcohol de garrafón a menores, no dudé lo más mínimo. El sitio se llamaba algo así como "El Rincón de los Vikingos" y servían cócteles en vasos de plástico de litro. Mezclas de cosas siempre muy dulces: Licor 43 con piña, vodka con naranja, batida de coco con nosequé e historias así. Los jovencitos zaragozanos acudíamos allí como abejas a la miel. No recuerdo qué fue lo que bebí, pero sí que recuerdo claramente su efecto.

No sé con quién estoy hablando pero, ¿recuerdas tu primer orgasmo? Por primera vez tu sistema nervioso se enfrenta a una sensación intensísima que nunca antes había probado. Los primeros orgasmos son los mejores. Pues en mi primera borrachera mi cuerpo se enfrentó a su primer narcótico fuerte y recuerdo que se me durmió toda la boca, como si hubiera ido al dentista. Me mareé muchísimo y al final de la noche (en torno a las 10 de la noche o así) tenía la cara roja y un hipo como el de los borrachos de tebeo. Tuve que montar un buen teatro al llegar a casa para que mis padres no notasen nada. Por suerte aquella semana había algún reportaje potente en Informe Semanal y no se fijaron mucho en cómo me tambaleaba. Fue genial.

Amaia

Recuerdo que en mi pueblo, cuando eran fiestas, buscábamos un garaje, trastero o cobertizo para reunirnos los amigos de más o menos la misma edad. Lo decorábamos, llevábamos algún radio cassette para escuchar música y comprábamos litros y litros de refrescos, gusanitos y guarrerías. Durante las fiestas estábamos allí metidos como monos enjaulados.

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Un año, cuando tendría 13 años, no sé quién tuvo la idea de comprar alcohol. Lo compramos y lo escondimos porque el local era el garaje de la casa de los padres de un amigo. Ese año casi todos nos emborrachamos y algunos acabaron vomitando. Yo bailé durante horas las canciones del verano y me gustó mucho la sensación de evasión de todo y de todos, no existía nada más que yo, mi mareo y la música.

Los años sucesivos el local se volvió cada vez más oscuro. Buscábamos lugares ajenos a padres, llevábamos siempre un colchón (para hacer un espacio íntimo), mucho alcohol, gente desconocida, pasamos de las canciones del verano y de Ska-P al techno, etcétera (ya me entiendes).

Carlos

El primer año que entré en el instituto, conocí a una pandilla de jevis unos cuantos años mayores que yo. Practicaban air guitar en los recreos, se intercambiaban la Metal Hammer y se sabían de memoria "La matanza caníbal de los garrulos lisérgicos". Vieron en mí y en mi colega Julián una presa fácil, porque teníamos una guitarra eléctrica, un walkman y además teníamos una piel impoluta y sin granos y relaciones con el género opuesto, algo no muy habitual en esa pandilla. Para impresionarnos, nos invitaron un viernes por la tarde a pasar por el Bar Berberecho de Santiago. En cuanto entramos nos pidieron una jarra de cerveza, dos pajitas y una bolsa de pipas para que viésemos lo que molaba eso de ser heavy. Impresionados en un primer momento por esos pósters llenos de calaveras, choppers y señoras en tetas, fuimos descubriendo que yendo petado de cuero, escuchando a Iron Maiden y poniéndose tibio a birras los viernes no era el camino correcto para morrear, que era lo que nosotros buscábamos con 13 años. A partir de ahí fue todo más fácil: un poquito de don simón, otro tanto de cocacola y al parque. Hasta hoy.

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Martín

Cuando yo era pequeño mi padre era alcohólico en terapia. Bueno, cuando yo era realmente pequeño, mi padre era un hombre entregado al trabajo y a la fiesta, un vividor. Más tarde, cuando llegaron los problemas, su forma de beber se complicó y tuvo que ser diagnosticado como tal (ese momento en el que se pone nombre a las cosas).

Como entenderéis, mis primeros tragos estuvieron muy condicionados por esta situación, además, mi primera experiencia tampoco fue extraordinaria. Nos juntábamos un grupo de cinco chavales de unos doce años y celebrábamos nuestros cumpleaños. Sin muchas ideas, lo único que hacíamos era beber cerveza y tirarnos a rodar por un campo.

En cambio, el primer trago que recuerdo como una las cosas especiales que me han pasado en la vida, es el de mi padre después de estar 20 años sin beber una sola gota de alcohol.

El tipo, mi padre, sabía que me había complicado algunos momentos de mi infancia y supo construir un momento especial para brindar conmigo, con alcohol, por primera vez en muchísimo tiempo, y además, conseguir hacerlo solo conmigo, sin que el resto de la mesa se enterara.

Durante mucho tiempo había tenido que pasar por cientos de brindis y celebraciones en los que solo él levantaba la copa con agua, él y los niños. En los restaurantes le servían el vino para que lo probara y tenía que retirar la copa. Muchos de los regalos que recibía para las fiestas eran botellas de alcohol que mi madre y yo nos bebíamos en nuestras comidas. De alguna manera yo bebía con furia delante de él, un poco, para que le doliera, recriminándole esa puta vergüenza que me tocó pasar de chaval.

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Pero ese día, sin saber yo que hacía 20 años que había dejado de beber, vi como mi padre se buscó la vida para encontrar el momento. Estábamos con toda la familia de mi madre celebrando algo, mantuvo su perfil bajo durante la comida y aprovechó el momento en el que alguien contaba algo gracioso para servirse un traguito de cava. Yo lo miré con la boca abierta, él vio que lo miraba, me sonrió, me ofreció su copa para hacer un brindis, brindamos y se bebió el cava de un golpe como si se tratara de una medicina. Nadie se enteró. Mi madre miró después de reojo y yo me volví a sentir como si tuviera cinco años, como si de nuevo mi padre fuera joven.

Su gesto y la complicidad de su mirada era algo que no había visto en mi vida, de hecho no lo he vuelto a ver jamás. He de reconocer que desde entonces y gracias a ese pequeño gesto, empecé a entender las cosas de otra manera.

Helena

Después de más de 15 años bebiendo me resulta difícil recordar la primera vez que lo hice conscientemente. No porque normalmente pierda la consciencia (que bueno, yo qué sé, pasados los 30, algún día una laguna cae, pero es normal ¿no?) sino porque en realidad una tiene el tejido neuronal del hipotálamo, o la amígdala, un poco atrofiados: memoria de pez, vaya, pero se ve que es hereditario.

Creo que fue algo que empezamos a hacer un día y que se convirtió en un ritual durante varios años, quizás desde los 12 o 13 hasta los 15. Recuerdo que juntábamos 500 pesetas cada uno para el bote, que rigurosamente entregábamos a Mª Jose, la hija de la del estanco (le llamábamos estanco pero vendían de todo: zapatillas, camisetas, revistas, chucherías, ropa, comida y VINO). Entonces ella y alguien más, que solía ser María (porque eran de la misma quinta e íntimas amigas), entraban en la tienda sin ser vistas cuando ya era tarde noche. Ahora que lo pienso no sé cómo lo hacían porque el estanco está en la calle mayor y siempre está llena de gente en las puertas de los bares. La cuestión es que lo hacían. Se colaban en el estanco, cogían los bricks de vino, las botellas de cocacola y los vasos de plástico de litro y dejaban el dinero en la caja. Mientras las demás las esperábamos en el parque de los "bancos coloraos", la explanada del polideportivo o en la fuente alta (cualquier sitio lo más apartado). Y ahí bebíamos calimocho sin hielo, comíamos pipas y fumábamos pitillos sintiendo que nos estábamos haciendo mayores.