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En casa de Lucio Urtubia, el buen ladrón

El anarquista que dio su merecido a los bancos cuando aún no se hablaba de crisis.

Hace unos años viví en Bellevile, uno de los barrios más populares de París, y descubrí que entre mis vecinos se encontraba uno de mis héroes de juventud: Lucio Urtubia, una de las figuras claves del anarquismo. Urtubia es un albañil y militante anarquista nacido en Navarra que casi llevó a la quiebra al City Bank a finales de los setenta a través de la falsificación de cheques de viaje. Participó en un gran número de actos contra el sistema capitalista que supusieron que se dictaran en su contra cinco órdenes internacionales de búsqueda, incluida una de la CIA. Decidí volver a visitarle. Los últimos acontecimientos y el pulso actual de este país bien merecían una charla con él. El Espacio Louise Michel es su domicilio y un centro para la promoción cultural y libertaria. La puerta está abierta de par en par y al fondo escucho la voz de Lucio invitándome a entrar.

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VICE: Da gusto la calma que se respira siempre en tu casa. Muchos se pegarían por un lugar así.

Lucio Urtubia: No me lo merezco. Soy riquísimo, hostia. Venimos al mundo desnudos y nos iremos sin nada porque no nos merecemos nada. Podemos ser buenos administradores, pero solo eso. Yo he sido un muerto de hambre. Lo único que puedo decir es que he tenido mucha suerte en mi vida y continuo teniéndola. Con ochenta y tres años estoy recibiendo lo inesperado. Pero es una suerte. Cuando es suerte, no te pertenece. Yo no soy creyente pero parece como si algo estuviese detrás.

Cuando hablo contigo nunca citas autores ni frase. No eres un anarquista de dogma.

Para mí, un individuo es lo que es por lo que hace. Las frases y discursos los hacen mejor los curas y los políticos. El mundo entero tiene que tener el corazón abierto, las puertas de sus casa abiertas y hacer lo que pueda. Tampoco hay que ser idiota. No porque uno sea generoso, tiene que darlo todo. En España se dice “todos los pobres somos generosos”,  pero los pobres no tienen nada para dar. Esa es la historia. Se trata de dar, de ayudar, de solidaridad.

¿Cómo ves actualmente a Francia, el país en el que vives?

Francia se ha comportado siempre muy mal. Han sido reaccionarios, se han comportado muy mal con sus colonias y continúan cometiendo toda clase de barbaridades en nombre de la libertad y los derechos humanos. Pero al mismo tiempo, también quiero mucho a este país, como quiero a España o a Navarra. La crítica es necesaria en el amor. Cuando uno quiere, critica. A mí me gustaría que Francia, España, Navarra o el País Vasco fuesen países más revolucionarios.

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Dices que uno debe revelarse, pero hay aspectos en los que estamos castrados. Supongo que para pagar la electricidad de este piso tendrás que tener cuenta o tarjeta de crédito.

No tengo tarjeta porque no sé servirme. Es mi mujer la que me arregla todo. Reducir todo a detalles como tener o no tarjeta es peligroso. Hace tiempo estuve con Jean Marc Rouillan, el responsable de acción directa. Se ha pasado 28 años en la cárcel. Es muy amigo mío, le tengo mucho cariño, pero me tiene hasta la coronilla con sus tonterías de hablar siempre de “lucha armada”. No necesitamos que nadie nos sermonee con lo que debemos o no de hacer. Llegado el momento, cada uno deberá actuar como estime. Ante todo hay que ser inteligente hoy en día.

Parece que en un sistema democrático la palabra “violencia” está desterrada. Paradójicamente, la política implica siempre una determinada violencia

Porque cuando hablamos de política nos referimos a algo que nos apasiona y la pasión es eso. Es paradójico porque tenemos una libertad a medias. Muchas veces no tenemos la fuerza o el coraje para hacer lo pequeño y nos quejamos de estar limitados para dar pasos más grandes.

¿Cuáles son esas pequeñas acciones?

Cada uno tiene que resolver sus problemas y no hay que esperar nada de nadie. Qué ideal más magnífico aquel que espera que la iglesia nos solucione los problemas o los politicuchos de turno. ¿Quién te va a ayudar? Nadie. En este mundo, cada cosa te la tienes que ganar tú por huevos. Para ganártelo tienes que demostrar que eres capaz. Hay gente que, aunque les des lo que quieran, nunca harán nada. La vida es así. En cambio, hay otros que con poco son capaces de hacer bastante. Yo no estoy en contra de la riqueza. Lo que yo estoy en contra es de la mala utilización de las riquezas. Hay gente que es capaz. A mi no me pertenece nada ni de lo que hecho ni de lo que soy ni de nada.

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Sin embargo, parece que reina un miedo general a la hora de pasar a la acción.

Cuando haces una cosa mal, la pagas. La gente ha llegado a un estado en el que todo el mundo sabe muchísimo. Hace sesenta años que hablamos y hablamos. Hay gente que el único cambio o revolución que ha llevado a cabo es el de estar constantemente asqueados. Lo que hay que hacer es pasar de todo lo que hemos aprendido a la práctica. Por poco que se haga, siempre será necesario. La gente tiene que perder el respeto a quien no lo merece. Mi suerte desde joven fue la pobreza. Esta me enseñó a perder ese falso respeto rápidamente. Eso sí, siempre con inteligencia. Yo he estado poco tiempo en unas diez cárceles entre España y aquí. Hay que morder cuando uno puede morder y actuar con cabeza.  Cuando empecé a hacer ciertas cosas si me hubiesen salido mal no hubiese continuado quizá. Lo malo es cuando empiezas a hacer algo y te sale mal. Puede ser tu ruina, Te desestimula. Pero te repito que yo he tenido mucha suerte.

¿Cuál ha sido uno de esos momentos de suerte desproporcionada?

En una ocasión, la extrema derecha había quemado aquí una pequeña imprenta que unos jóvenes habían montado. Se llamaban Edit71 y un día me llamaron para que les consiguiese una puerta blindada. Antes Francia era riquísima y sacabas todo lo que querías. A la gente le sobraba. Mientras que en España había un clavo roñoso y lo enderezabas. Por aquel entonces, yo trabajaba en una obra y había localizado en el segundo subsuelo una puerta de hierro con el mango corto perfecta. Volví a las cinco de la mañana y la saqué sudando como pude. Al ir a meterla en la camioneta, no podía. De pronto, silenciosamente el coche de la policía se para y hay un policía que me pregunta que qué estoy haciendo. Yo estaba vestido de obrero y un segundo policía me suelta: “¡ya podría haberte puesto tu patrón alguien para ayudarte!”. Hace falta ser idiota. Al final los dos policías me ayudaron a cargar una puerta robada para una imprenta anarquista.

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¿Qué falsificarías ahora?

Lo que se pudiese. Mi secreto ha sido saber rodearme siempre de gente que sabía hacer cada parte específica del trabajo. Yo no soy foto-grabador, dibujante o nada parecido. Soy albañil, pero me las arreglaba para conseguir los materiales y que me hiciesen cada encargo como quería. Sabía que tenía que comprar mil traveller's check o doscientos y luego estos debían ser iguales a los que falsificábamos. O lo mismo para los pasaportes. No obstante, un documento falsificado aunque esté todo lo bien que quieras, siempre tendrá fallos. Una falsificación sirve para engañar, para robar, para alquilar, para hacer mil cosas. Pueden ser muy útiles pero nunca serán como el original. Tienes que buscar siempre el que menos fallos tenga y, en definitiva, hacer lo que puedas.

¿De qué te sientes más orgulloso? ¿De qué te arrepientes?

Arrepentirme de nada. Si tuviese que empezar mi vida volvería a hacer lo mismo que he hecho. Una cosa es ser anarquista en petit comité y otra es enfrentarte a un juez de la aplicación de pena del terrorismo y decir: “sí señor, soy anarquista, porque creo en la anarquía”.

La última vez que hablamos estabas escribiendo un libro sobre ‘la Utopía’.

Sí creo que lo publicaré dentro de poco. Habla de mi vida, de la gente que conozco cada día. Escribo para no olvidar nada de lo que me va pasando. La utopia es hacer lo que puedes con lo que se considera que no se puede. No hay nada imposible.