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Cultură

Insulté a una manzana durante semanas para ver si se pudría más rápido

Según un mito muy extendido, un puñado de arroz se pudre en solo unos días si le insultas por las malas vibraciones de la violencia verbal. Yo decidí comprobarlo en una pobre e inocente manzana.
Hannah Ewens
London, GB

Una escritora de new-age realizando el experimento de la manzana. Foto vía Daniellelaporte.com

¿Te consideras new-age? ¿Llevas colgantes con piedras de cuarzo rosa? ¿Te has planteado seriamente hacer un curso de reiki? En caso afirmativo, probablemente hayas oído hablar del Dr. Masaru Emoto, el científico japonés que logró que un puñado de arroz se pudriera solo con soltarle unos cuantos tacos cada día. Al cabo de un tiempo, el arroz víctima de su violencia verbal empezó a descomponerse.

Sin embargo, la verdadera protagonista de su experimento era el agua. Emoto afirma que este líquido está estrechamente ligado a nuestra conciencia individual y colectiva, teoría que desarrolla en los volúmenes I, II y III de su serie de libros Agua, en la que figuran títulos como El verdadero poder del agua, La vida secreta del agua y otros ocho en cuyo epígrafe está la palabra "agua".

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En uno de sus estudios, Emoto puso agua en 10 placas de Petri congeladas y asignó a cada una de ellas un tipo de vibración, buena o mala. A diario, Emoto le decía cosas agradables al "agua buena" y se dedicaba a insultar a la "mala". Curiosamente, al cabo del tiempo, el agua mala produjo cristales de formas poco estéticas. Para verificar los resultados de su estudio, Emoto realizó el mismo experimento pidiendo a un grupo de colaboradores de Tokio que transmitieran sus pensamientos a unos recipientes con agua en California. Los resultados fueron exactamente los mismos.

Emoto siguió estudiando el fenómeno de diversas formas y finalmente llegó a la conclusión de que nuestras vibraciones —los pensamientos, las palabras, las intenciones y los sonidos— pueden afectar a la estructura molecular del agua. Aquí podéis ver a Emoto hablar sobre su experimento:

¿Qué lección sacamos de todo esto? Pues que si esto es lo que las malas vibraciones pueden hacerle al agua, imaginaos lo que le harán al cuerpo humano, compuesto de H2O en un 60 por ciento.

La teoría me resulta muy seductora. La escuela de pensamiento new-age en cierto modo es comparable con una especie de religión moderna para gente joven con dificultades para asumir compromisos, como yo misma. Leo mi horóscopo todas las semanas y achaco mis cambios de humor y mi paranoia al movimiento de los planetas. He visto todos los capítulos de Spirit Science, una serie de animación en la que se explican los fundamentos de la filosofía new-age. Estoy preparada para y receptiva ante cualquier mierda capaz de dar un sentido a mi existencia más elevado que el de ser un simple trozo de carne destinado a morir. No soy nada. necesito orientación.

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Pero dicen que hay que ver para creer, y si tengo que creer la teoría de Emoto de que las vibraciones son poder, necesito hechos sólidos sobre los que sustentar mi creencia, así que decidí realizar el experimento para observar los resultados de primera mano.

Buscando por internet, encontré un experimento similar al de Emoto: el de la manzana y los 25 días. Básicamente consiste en poner a parir media manzana y decirle un montón de cosas bonitas a la otra mitad durante 25 días. Al final de ese periodo, si la cosa ha salido bien, la mitad insultada debería estar más podrida y llena de moho que la que ha recibido todo tu amor. Lo ha probado mucha gente que afirma que funciona, así que me decidí a comprar una manzana, la partí en dos mitades exactas y puse cada una en un tarro con una etiqueta, para saber adónde tenía que enviar cada tipo de energía mental.

Antes de encerrar los trozos de manzana en sus celdas de vidrio, pensé que sería buena idea echar unas cuantas vibraciones en su interior, para que fueran haciendo efecto. Mandé muchos besos a la media manzana del amor y le expresé mis mejores deseos.

Proseguí mi experimento altamente científico soltándole un grito de rabia tan fuerte a la otra mitad que creo que incluso le eché alguna que otra salivilla. A continuación cerré los dos tarros y los dejé en un lado de la mesa de mi departamento.

Primera semana

Para acelerar el proceso, le leí a la media manzana del odio unos cuantos comentarios crueles de la página de Facebook de VICE. "Panda de hipters de mierda, ojalá un día de estos os despertéis muertos", le grité. Juraría que vi a la pobre fruta estremecerse.

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Cada mañana, antes de sentarme a trabajar, canalizaba mi odio y mis vibraciones negativas hacia el tarro de los malos deseos, y todo mi amor hacia el otro. Como era de esperar, odiar no fue nada complicado: pensaba en notas de prensa que definían la nueva colección de un diseñador como "atrevida"; o me imaginaba a toda esa gente que, con el autobús lleno, ocupa el asiento del pasillo y pone la mochila en el de ventanilla. Que os jodan, capullos egoístas. Que os jodan a todos.

Lo de transmitir amor ya fue más complicado. "Estás como quieres", "¡Tú vales mucho!", "¡Ánimo, manzana!", etc. Me costó, pero lo hice cada día.

(Sé lo que estaréis pensando: "No continuaste con el experimento. Pensabas que con unas cuantas fotos te saldrías con la tuya pero realmente no hablaste a las medias manzanas todos los días, tramposa". Pero os prometo que lo hice, todos los días, excepto uno en que llegué tarde, me estresé y se me olvidó. Lo siento, todos cometemos errores).

Segunda semana

La media manzana del amor después de una semana

Llevábamos muy pocos días y ya teníamos malas noticias para Emoto. Por alguna razón, la mitad del odio estaba relativamente en buen estado y solo tenía una pequeña capa de moho verdoso en la superficie, mientras que la manzana del amor empezaba a tener una pinta asquerosa. Casi de un día para otro había sacado unos pelillos tan largos que casi tocaban la pared del tarro.

Decidí tomar cartas en el asunto: le enseñé a la manzana del odio fotos de los perfiles de mis ex y le leí unos cuantos comentarios de Facebook más. "Tienes pinta de ser una gilipollas de campeonato", rezaba uno. "Que te den, zorra de mierda", me deseaban en otro. Cosas muy feas.

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Tercera semana

Para la tercera semana, empezaba a ser complicado mirar la manzana del amor y que me salieran cosas bonitas que decirle, porque apestaba. Cada vez que la cogía, subía un tufillo agridulce vomitivo. Tenía un color marrón y los bordes cubiertos de moho blanco. El aspecto era realmente malévolo. Y ahí estaba la manzana del odio, aguantando, solo cubierta por una fina capa de viscosidad verde.

A esas alturas ya estaba aburrida y deseando que se acabara el experimento. Y los demás también lo estaban. La jefa nos dijo que había que tirar la manzana por motivos de higiene y salud, pero le dijimos que no, que había que seguir con el experimento hasta el final.

Y entonces, a mitad de semana, ocurrió esto:

La manzana del amor había creado su propio ambiente húmedo, como en un pequeño invernadero. El fenómeno me produjo cierta satisfacción. Lo que no sé es de dónde salía aquella condensación. ¿Una reacción húmeda y violenta a mis palabras impregnadas de positivismo?

Cuarta semana

La foto de arriba muestra la manzana del amor en su etapa final de metamorfosis. No tengo nada más que añadir. No puedo seguir ocultando mis sentimientos. Lo nuestro se ha acabado.

Por otro lado, mira cómo estaba la media manzana del odio. Rascando un poco la superficie, estaría casi como nueva:

Nuestra directora de Editorial en Europa dejó estas notas. Y tuvo suerte, porque el día que las leí coincidía justamente con el fin de este experimento.

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Ahora solo quedaba sacar las manzanas de los tarros y tirarlas a la basura.

Abrí el tarro del amor con cautela.

Había abierto las puertas de un mundo de odio. So todavía existían dudas sobre cuál de las dos mitades estaba más podrida, baste decir que después de oler aquel horrible tufo rancio no he vuelto a comer manzanas.

El hedor que salía del tarro del odio era menos intenso; desagradable, sí, pero no insoportable.

Me habría gustado que la teoría de Emoto hubiera funcionado. Me habría gustado ver la manzana del odio pudrirse y consumirse y poder dar un pequeño mordisco de la aún crujiente manzana del amor, nutrirme de su positividad, de su amor y de la luz que brotaban de cada una de sus células. Pero las cosas salieron de otra manera. Desde la segunda semana, ya quedó claro que no importaba si gritaba o soltaba piropos a las mitades de manzana: no había forma de evitar el proceso de descomposición.

Nota: sigo creyendo que la positividad es buena y la negatividad, mala. Para la sociedad, para nuestra salud mental y bienestar, para no acabar siendo una compañía insoportable. Pero los resultados del experimento no lo demostraron.

¿Qué hemos aprendido en estas cuatro semanas de experimento? Pues que los comentarios de odio que llegan a nuestra página de Facebook nos sirven de acicate, nos dan vida y evitan que nos salga menos moho del que nos saldría si no nos llegaran.

Puedes llamar zorra a Hannah en @hannahrosewens.

Traducción por Mario Abad.