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Elecciones 2016

Mariano Rajoy y la Campos: olor a Alcanfor, a pis y a ajo

Mariano Rajoy le devolvió al programa de María Teresa Campos ese halo decrépito que tanto echábamos de menos.

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Hasta hace unas semanas, "¡Qué tiempo tan feliz!" era el sitio al que iban los artistas cuando sentían el aliento de la muerte en el cogote y querían despedirse de su público y su gente. Hablando en plata: al programa de la Campos uno iba a palmarla. No enumeraré todos los casos célebres de personajes que poco después de visitar a la presentadora andaluza pasaron a mejor vida, porque son muchos y podríamos herir sensibilidades, pero es notorio y vox populi que este espacio de fin de semana de Telecinco se había convertido en la antesala del tanatorio. Si estabas pachucho y sentías que había llegado tu hora, era tan fácil como llamar a la presentadora y ofrecerte:

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–Hola, María Teresa, ¿qué tal estás?… Mira, ¿te acuerdas que me dijiste hace ya tiempo de venir al programa? Pues este fin de semana me va bien.

–Ah, ¡qué alegría! Déjame consultar la agenda. A ver, este fin de semana tenemos la escaleta ya completa. Podemos hacerlo para dentro de tres sábados.

–Entiendo, María Teresa, pero a mí me vendría mejor cuanto antes. Ya sé que te aviso sin tiempo y así como muy de sopetón, pero lo suyo sería hacerlo este fin de semana.

–Es que este fin de semana lo tenemos todo serrado, me sabe mal.

–Mira, no quiero parecer pesado, pero es este o ninguno.

–Pues me sabe mal, pero es que este sábado viene Bustamante y el domingo tenemos a José María Íñigo.

–Dile a Bustamante que lo cambie, él ya tendrá tiempo de volver. Quedamos este sábado, entonces.

Si algo nos gustaba de "¡Qué tiempo tan feliz!" era la decrepitud de sus contenidos, el perfume a piel vieja, la sensación de que todo pendía de un hilo. Y por supuesto el gran aliciente era descubrir quién visitaba el programa y hacer las pertinentes porras y cábalas en casa. Quizás os puede sonar todo demasiado negro, cínico y deshumanizado, y en parte es así, pero en el contexto de un domingo por la tarde de invierno, ese chute de decadencia suponía un plus importante para ver el programa y sobrellevar la bajona con mucha más dignidad de lo que es habitual.

Entonces aparecieron los políticos. Como si fuera un grupo de hienas en busca de nuevas presas, los cuatro principales candidatos a las elecciones del 20-D vieron en el espectador de "¡QTTF!" un nicho de mercado interesante: el público de más de 60 años, todo un caramelito. A la caza y captura del voto pensionista, pues, todos han desfilado por el programa con el disfraz de corderito bien dispuesto y arreglado, vendiendo su mejor cara y dirigiéndose sin ningún disimulo al target de las amas de casa.

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Y los muy bastardos se han cargado el programa. Han convertido el habitual desfile de momias, la inigualable exposición de personajes al borde del precipicio, en un programa de tarde cualquiera, con entrevistas serviciales y un tono serio que provoca mareos y arcadas. Del programa de terror hemos pasado al magacín amable. Y no pienso perdonárselo. De hecho, veníamos de la histórica aparición de Camilo Sesto, uno de los highlights de la historia de "¡QTTF!", de ahí que la sensación de malestar y contrariedad sea aún mayor.

El último en aparecer, anteayer, fue Mariano Rajoy. De los cuatro líderes ha sido el único que nos ha permitido reconciliarnos más intensamente con la esencia del programa. El reencuentro parcial con el olor a Alcanfor, a pis, a humedad y a ajo, el tono demodé de las expresiones y los gestos, las reminiscencias de una televisión de otra época, la sublimación de lo rancio. Orfebrería de la caspa. Del programa me fascinaron y perturbaron unas cuantas cosas que creo muy conveniente recuperar en esta crónica:

La entrevista se había grabado antes de tener noticias del atentado en la embajada española en Kabul. Y el PP ¡decidió emitirla! Y así es como se obró otra obra maestra del absurdo y la gilipollez. Hacia el final pudimos asistir a un diálogo de locos: un par de preguntas sobre el terrorismo de la Campos y un par de respuestas de manual sin ninguna alusión a Kabul. Una idea rocambolesca, demencial, en la que se conseguía dar otra vuelta de tuerca al ridículo protagonizado por el propio Rajoy el día anterior. Y quizás más importante: constatar que Rajoy en diferido es aún más torpe que en directo.

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María Teresa Campos no se tomó ninguna molestia en prepararse la entrevista. La señora se chupó el programa de Bertín Osborne de arriba abajo, tomó nota de las preguntas más obvias y se hizo el cuestionario en cinco minutos. Un trabajo fácil y limpio. Y claro, salió lo que salió: las mismas respuestas, idénticas, y la misma sensación de limpieza de bajos pactada. Aunque quizás lo peor no es que le preguntara lo mismo, sino que Rajoy respondiera exactamente igual que con Osborne, sin cambiar una sola palabra de su discurso. Por ejemplo: Campos le preguntó por su rutina deportiva sabiendo perfectamente que el líder del PP le diría que hace elíptica a las 6:55 de la mañana. Lo ha contado dos millones de veces. Cualquier otro político se hubiera revelado ante semejante demostración de pereza, dejadez y holgazanería periodística:

–Le gusta hacer deporte, ¿no es así, presidente?

–Pues mire usted, no. Odio moverme. Tengo una elíptica en Moncloa que no he tocado ni una sola vez en mi vida. Me levanto a las 8 de la mañana y el único ejercicio físico que practico son las collejas a Juanito.

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Rajoy estaba tan o más sorprendido que el espectador por el trato cortesano de la Campos. De acuerdo que "¡QTTF!" no debería ser una plaza complicada para un político, pero el propio presidente parecía contrariado por la facilidad del trámite, como si en el fondo creyera que se acercaba algún tipo de emboscada para contrarrestar: Torito en tanga sacándolo a bailar una conga, Carlos Ferrando contando sus clásicas anécdotas con celebrities en Cuba o Túnez o, qué se yo, Terelu Campos jugando a ser periodista preguntándole por cosas serias. Nuestro gozo en un pozo: no hubo el menor margen para la sorpresa, y el presidente salió de rositas dándole recuerdos a la familia de la presentadora.

El candidato popular, a diferencia de Rivera o Iglesias, que como mínimo tuvieron el gesto de tararear las canciones que cantaron en su honor, se pasó por el forro de los caprichos cualquier concesión a la galería. Salieron Los Supersingles a interpretar una canción de Nino Bravo y Rajoy se los miró con esa cara que todos sabemos, la cara Rajoy, como de alienígena en plena fase de adaptación al cuerpo humano. El grupo erre que erre y él a lo suyo, en su planeta, como si esa guerra no fuera con él. Tuve la vaga sensación de que si en vez de subir al escenario Los Supersingles lo hubieran hecho Sepultura, Whitehouse, Death Grips o Napalm Death el hombre hubiera puesto el mismo careto.

El hit. A Rajoy se le pueden discutir cien mil cosas, pero todos estaremos de acuerdo en que es una máquina perfecta de hacer hits. Singles rotundos. Canciones que lo petan en todos los clubs de España. El sábado también nos regaló uno. Refiriéndose al Debate Decisivo de Atresmedia soltó su nuevo himno revientapistas: "Ahí no tenía que estar Pedro Sánchez". A María Teresa le costó entenderlo, pero en casa ya estábamos coreando el estribillo como si no hubiera mañana. Gracias por todo, Mariano.