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Me fui de cruising por Madrid

Nos recorrimos algunos de los lugares de cruising más conocidos de la capital.
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Dogging, swinging, cruising… Son algunas palabras que a todos nos suenan pero que muchos no saben bien en qué se diferencian o en qué consisten realmente, dónde se practican o qué tipo de gente está metida en ellas.

Hoy nos ocuparemos del cruising, que básicamente se trata de tener sexo con un desconocido en un lugar público. Desde aseos de centros comerciales hasta parques y discotecas. Y para comprenderlo bien, decidí irme de cruising por Madrid.

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Buscando en Google es muy fácil encontrar estos lugares, hay páginas web enteras dedicadas a ello y hasta en el mismísimo Google Maps salen marcadas casi todas las zonas. Entre ellas una de las más siniestras es sin duda el cementerio de la Almudena.

Con estas cómodas herramientas preparé mi itinerario. En principio descarté el cementerio y decidí comenzar en el centro comercial de mi barrio, Parquesur. Los motivos para empezar por ahí fueron fundamentalmente dos. Lo primero es que según las páginas de internet, en los baños todos los días hay liada una bastante importante y por otro lado, joder, me hacía ilusión porque es mi barrio.

Con el móvil en el bolsillo delantero del pantalón y los auriculares conectados y sacados por la manga de la chaqueta, podía hacer fotos apretando el botón del manos libres sacrifiqué la calidad en aras de la eficacia (me sentía como el 007 del vicio) entré al baño y me encerré en un individual, subiéndome a la tapa y observando por arriba.

En la gran mayoría de los baños públicos, basta con pasar allí unos minutos para darte cuenta de que algo se cuece. En los aseos y parques hay un rollo diferente a los clubs. Suele ser gente de 40 para arriba. Gays, heteros que buscan morbo o gente casada que se han criado y educado en un sistema en donde la idea de tener hijos y formar una familia se antepone a cualquier deseo o necesidad y recurren a estos lugares para desquitarse fácilmente.

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Había pasado media hora y allí no pasaba nada, pero entonces entró un señor de unos 60 años que no dudó en sacársela y empezar a meneársela. Cada vez que entraba alguien, se la guardaba. Un bucle fálico, hipnótico cuanto menos. Entonces miró para atrás y me vio.

El tío no se preguntó por qué estaba ahí asomado como una gárgola. Debió pensar que ese era mi rollo.Me dijo que "si quería ir al otro sitio" y yo le dije que sí. Así que me hizo señas para que le siguiera. Se terminó metiendo en un Corte Inglés. Llegamos al baño, pequeño y vacío,y nada mas entrar se la sacó, con un movimiento tan natural como el que mira la hora. Entonces decidí que ya había ido demasiado lejos con el tío y abandoné el lugar como alma que lleva el diablo para volver a mi anterior posición, que olía a ambientador de naranja y en el hilo musical sonaba Luis Cobos. No dejaban de entrar personas. Podías distinguir fácilmente quién buscaba tema cuando alguien violaba la regla universal de dejar un urinario de pared vacío entre persona y persona.

Mi segunda parada fue el parque del Retiro. La estatua del Ángel caído hace de guardián en la zona de jardines donde el ajetreo comienza dos horas antes de cerrar el parque. Es la única zona del Retiro donde las farolas no funcionan. ¿Casualidad? No. Cuando entras y los ojos se acostumbran a la oscuridad, te das cuenta de que estás en la fiesta del onanismo. En los bancos y arbustos hay gente pajeándose sin tregua. Un señor paseando al perro que parecía despistado, no dudó en sentarse y sacársela. Junto a el, un hombre extraño que parecía que se había sacado un condón del bolsillo.

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En la última vuelta que me di vi a varias personas follando en arbustos y aproximadamente trece o catorce personas rondando por la zona tocándose el paquete.

Imposible hacer fotos con tan poca luz.

Mi siguiente parada fue un bar en la zona de Malasaña que seguro que le suena a mucha gente de Madrid por sus fantásticos flyers que suelen amontonarse por el suelo de la calle Fuencarral. Es un fetish bar, hacen fiestas diferentes cada día. Naked only, yeguas y sementales, fist, hard sex… Cuando llegué allí la puerta estaba cerrada, pero sin pensármelo dos veces llamé al timbre.

Me abrió la puerta un señor de casi dos metros con mas fibra en su cuerpo que un paquete de All Bran y vestido únicamente con un mandil de cuero. Me indicó que si quería entrar, me tenía que desnudar completamente. Así que entré, dejé mis cosas en un ropero y de la misma forma en la que vine al mundo, entré en la zona de bar. Hoy tocaba "naked only". Yo me tomé una cerveza, pero había un señor de unos 60 años que parecía Hulk Hogan, albino, que se estaba tomando una taza de té.

En el cuarto oscuro no había nadie a aquella hora, pero la pared del exterior estaba amenizada con la proyección de un vídeo de unos espartanos que follaban delante de un croma que soltaba imágenes aparentemente aleatorias. Un volcán, un gimnasio, una carretera con un atasco, una mesa con un desayuno, un desfile militar, unos vestuarios… David Lynch deja huella hasta donde menos te lo esperas.

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Los baños del intercambiador de autobuses de Plaza Elíptica en el barrio de Usera parece que son un lugar excelente para pillar cacho. Hay dos zonas, una pequeña y una más amplia. Estuve media hora frente al espejo, lavando y secándome las manos mientras una persona me observaba desde dentro del aseo individual con la puerta entornada.

De vez en cuando se asomaba y me enseñaba su artilugio. Había otro tío en los urinarios de pared que también me la enseñaba. Este último era un señor peculiar, de unos 45 años, que tenía los auriculares puestos sonando She Wolf de Shakira a todo trapo. Un tercer hombre apareció, se puso a lavarse las manos, me miró y también se puso a tocarse el paquete. Se percató del hombre que estaba en el baño individual y no dudó en entrar con él y cerrar la puerta. Me metí en el baño de al lado y me subí a la taza a echar un ojo.

Al salir, el hombre que alegremente escuchaba a Shakira, estaba apuntando algo en la pared. Al irse me acerqué y comprobé que era un teléfono con un mensaje sutil.

Mi última parada fue increíble. Cerca de la calle Valverde hay un sex shop cuyo cartel anuncia una zona cruising lo que me resultaba perfecto en este momento de mi vida.

Al entrar lo primero que se ve es la zona del bar, muy bien decorado. También hay una zona de venta de juguetes, revistas gratuitas y películas. Había una sala oscura, con una entrada con tiras de plástico negras, como las de un matadero, donde la gente estaba impaciente por entrar. Yo no iba a ser menos, claro estaba.

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Decidí atravesar esa puerta misteriosa y ¿qué me encontré? Pues al principio ni puta idea, porque estaba terriblemente oscuro. Al avanzar casi a ciegas vi un pasillo estrecho que continuaba unos 10 metros con varias puertas a cada lado. Cuando llegué hasta lo que parecía el final, me di cuenta de que estaba en un laberinto oscuro. Había un hombre apoyado en la pared que me brindó las palabras "dame tu leche", bien.

Miré dentro de una cabina y me encontré con un hombre haciéndose unas rayas mientras otro se la estaba comiendo. Se respiraba un ambiente de salud y bienestar a cada paso que dabas. Busqué una cabina vacía y me metí. Cada pared tenía varios agujeros, glory holes, vaya.

Por uno de los agujeros una cara me observaba. Por el otro, un brazo se movía intentando agarrarme. Era como en la noche de los muertos vivientes. En el tercer agujero no había nada, pero en un abrir y cerrar de ojos, alguien había colocado ahí su polla.

Estuve un rato desconcertado observando la situación, mientras alguien intentaba abrir mi puerta. Al abrir la cabina un hombre me estaba esperando, el de la leche. Pero yo decidí atravesar el laberinto e irme porque la sensación de claustrofobia era bastante alta e ir esquivando penes no me lo puso nada fácil.

Y así terminó mi experiencia con el cruising. Un mundo oscuro, confuso y lleno hasta los topes de hombres solitarios.