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Cultură

Me hice miembro de la Falange

No fue tan difícil como me imaginaba.

El otro día estaba tirada en la cama, ojeando la prensa (¿se puede ojear en laptop?) y de repente me puse a gritar. “¡Coño! Este puto país parece una charcutería, llena de chorizos, paletos, rescates que sacan hígados y desechos presidenciales con frenillo” La sangre se me subió a la cabeza. “¡Nos vamos a la mierda señores!” Y a la falta de un Apocalipsis para acabar con todo, no hay nadie que nos pueda sacar de ésta. Necesitaba soluciones. El 15M, aunque algunas “perroflautas” son muy monas, no era para mí. Tengo un cuerpo delicado y me cansa subir las manos todo el rato, descartado. Y luego de repente llegó el día de la Hispanidad.  Fui al desfile, y entre tanta cabra, chaleco y banderita, me acordé de que la marca España aún tiene unos defensores: La Falange. Quizás justo lo que necesita España en este momento es una ideología anticuada, homófoba y racista. Pero a ver, ¿aún existen? Y ya puestos, ¿me aceptarían en sus filas si  les dijera que soy bollera e hija de inmigrantes? Da igual pensé, lo voy a intentar.

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Tras un rastreo por Internet descubrí entonces que no solo siguen alzando el brazo derecho, sino que hay varias Falanges. Esta vez decidí probar suerte con La Falange de las Jons. Tras hablar con una de las Jefas Provinciales llamada Camino, (‘me llamo Camino, cariño’) quedaron en llamarme en dos días para concertar una cita. Pasados los dos días y al no recibir respuesta, decidí personarme en sus oficinas.

Primero llamé al telefonillo y como no abrían subí hasta la puerta. Varias cámaras de seguridad grababan mis pasos. Una voz joven y femenina me dijo que sus superiores no estaban y que bajo ningún concepto podía dejarme entrar. Pensaba que todo estaba perdido, pero como una lanza de suerte dirigida desde el arca de la Patria, al día siguiente el teléfono sonó. Para caerles bien, les solté un rollo muy actual sobre cuánto me preocupaba el nacionalismo catalán:

“Cataluña independiente, ejem… ¿Dónde vamos a llegar? Sinceramente, el barco se hunde y de nada servirá saltar al agua, los catalanes acabarán congelados hagan lo que hagan, como los del Titanic. Pensadlo bien, no es práctico y aunque Barcelona lo mole todo me salen ronchas solo de pensar en ir con pasaporte en ristre al Sónar o al Primavera Sound. ¿Y qué me decís de esos pobres futboleros? ¿Qué será de la liga sin un Barca-Madrid? Que no, que no y que no… Que hay que creer en el principio de independencia de los pueblos y bla bla bla pero… ¡Qué coño! Como dice mi abuela “Hay que barrer pa´ casa” y con la que está cayendo, hay que dejarse de crisis, paros, e independencias. Hay que preocuparse de lo que realmente importa: La Unidad de España.”

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¿A que deberían darme un trabajo en Intereconomía?

Misión cumplida, y al día siguiente de vuelta en sus oficinas. Fui recibida por un chico joven, tirando a pijo y tan tímido que le costaba mantenerme la mirada. Ante mis ojos una oficina vieja que me recordaba a las dependencias del colegio de monjas al que fui de pequeña: crucifijos, banderas falangistas, cuadros bajo una luces amarillentas y unas pintorescas figuras de cerámica que saludaban con la mano derecha levantada. En medio de esa estampa había un señor tan mayor y tan huesudo que podía confundirse con un muñeco del museo de cera. Le saludé dándole la mano temiendo que se desmontara en cualquier momento. El chico, llamémosle José Antonio, me condujo a otra dependencia, que parecía ser una sala de juntas con una gran mesa llena de pancartas que aún estaban pintando. Tras explicarle mi preocupación por la actitud de los catalanes, comenzó a hablarme de los ideales falangistas… Nada del otro mundo y todo recubierto de una capa de demagogia rancia que comenzaba a aburrirme, con frases como “Ser falangista es un modo de vida”, “Una cosa es ser gay, que unos lo son por vicio y otros de nacimiento, y otra bien distinta es el Orgullo Gay. ¿Acaso celebramos nosotros un día del Orgullo Hetero?” La verdad, es que el nivel de homofobia de estas declaraciones me sorprendió porque estaba esperando algo como “fuera maricones de mierda” o algo así.

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Aproveché entonces para preguntarle si había chicas activistas porque en las fotos que mostraban en Internet eran todos chicos y señores. Me dijo que haber había (se referiría a la tal Camino del teléfono que debía tener unos 80 años) pero que eran pocas. Le pregunté también por el tema violento que se asocia a la Falange, pero enseguida se desquitó diciendo que eso era mentira y que solo en algunos casos se había asociado a otras Falanges, en ningún caso la suya. Enseguida se justificó contándome que muchas personas de su entorno se sorprendían al saber que él era falangista, porque claro, era una persona de lo más normal. No dejaba de pensar que en todo momento me estaba tomando el pelo y que debajo de aquel niño de papá, se escondía un skinhead que guardaba un bate debajo de la mesa y que me lo estamparía en la cara si mi interpretación fallaba. No podía estar más equivocada. Las alarmas se dispararon cuando me mostró las últimas pegatinas que habían hecho.

Pero coño… ¿Qué era aquello? ¿Me había colado en un agujero espacial y acababa de aparecer en una asamblea del 15M? Pero la cosa siguió y casi ruedo escaleras abajo cuando me mostró orgulloso “Patria Sindicalistas”, el periódico que editan…

¿Republicana? ¿Falangistas republicanos? Mi cerebro comenzaba a cortocircuitarse.

Véase este detalle… Ni recortes, ni reyes ni banqueros… Vamos, que ya no entendía nada. No podía creer que consignas como estas fueran gritadas por falangistas hechos y derechos al igual que lo haría cualquier “perroflauta”…

Encantados conmigo y con mi futura afiliación, me dieron varias de su tarjetas y tras volver a estrechar la mano del señor muñeco de cera, salí de allí con una taquicardia, y con unos nuevos amigos dispuestos a decir cualquier chorrada con tal de que la gente les preste atención.