Me pasé toda la noche en los autobuses nocturnos de Barcelona

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Me pasé toda la noche en los autobuses nocturnos de Barcelona

Del centro a los barrios pijos, pasando por la Zona Franca, Mercabarna y acabando viendo el amanecer en Castelldefells.

Siempre tuve una relación especial por los autobuses urbanos aunque en realidad no tengo muy claro por qué. En mi ciudad natal (Zaragoza) el único transporte público que había (antes de que volviera el tranvía), era el autobús y puedo decir que un alto porcentaje de mi niñez y adolescencia las pasé en un autobús rojo y ruidoso camino de casa de mis abuelos o del entrenamiento de baloncesto cuando era un crío, y hacia alguna zona de marcha, la universidad o la casa de alguna novieta cuando ya era un poco más mayor.

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Precisamente por eso, amo y odio un poco a los autobuses. Por un lado me traen bastantes buenos recuerdos, pero por otro no me gusta cómo huelen, los conductores suelen ir demasiado deprisa, haciéndote rebotar por dentro como si fueras un saco de patatas y siempre hace o mucho frío o mucho calor. Además soy bastante alto y la mínima separación que siempre hay entre los asientos me hace sufrir los primeros síntomas del síndrome de la clase turista si paso más de cinco minutos sentado en uno de ellos.

Pero si lo miro desde un punto de vista más de interés sociológico, el autobús urbano es probablemente la mejor forma de conocer una ciudad, a ella (sus edificios, sus calles) y sobre todo a sus habitantes. No hay mejor lugar que el autobús para pillar la auténtica esencia de la gente que vive en un lugar. No solo por lo que se ve al pasar por las ventanas, frente a las que desfilan las personas y los vecindarios, sino también por lo que pasa dentro: las personas que suben, los idiomas que hablan o la temática de sus conversaciones.

Por eso decidí invertir una noche de viernes de hace unas semanas en comprobar esta teoría y hacer mi habitual viaje al fin de la noche de los viernes montado en los autobuses nocturnos de Barcelona (los Nit Bus) para ver lo que los barceloneses tenían que contarme. La idea era recorrer la ciudad buscando sus contrastes, del pijo Pedralbes a las interminables avenidas llenas de naves de la Zona Franca, pasando por el Fórum y atravesando varias veces el centro recogiendo a los derrotados miembros de las razas nocturnas.

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20:30 h

Como existía la posibilidad de quedarme dormido en el asiento, de que me robasen y de que me quedara tirado en algún barrio desconocido, decidí antes de comenzar mi aventura meterme un poco de energía al cuerpo.

Después de engullir un durum de falafel (muy picante), un buen plato de patatas fritas y una cocacola, dirigí mis pasos por primera vez a una parada. Salí más céntrico imposible, desde la Plaza de Cataluña, cerca de donde los Swaggers van a lucir palmito y a usar gratis el Wi-Fi de la tienda del difunto Steve Jobs.

De entre todos los buses que pasan por Plaza de Cataluña [que para los Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB) es como una especie de "kilómetro cero" por el pasan decenas de líneas],decidí tomar el H16. No era una decisión sencilla ni fácil, ya que abandonaría la comodidad edulcorada del centro para internarme en las interminables avenidas de la Zona Franca de Barna, donde la Seat impone su ley y no vive ni Dios.

Supongo que es un autobús que pilla mucha peña que trabaja por la zona, pero ¿quién se subiría a un bus camino a una zona semiindustrial un viernes a las 9 de la noche?

En este primer viaje en autobús ya se establecieron algunas de las normas que valdrían para todos mis demás desplazamientos de aquella noche: no muchos pasajeros, mucha gente mayor, velocidades punta bastante elevadas y suspensión en muy mal estado (con jodidas consecuencias para mi culo).

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Pues eso, a mi primer bus, al que subí "con la maleta llena de ilusiones" como se ve en la foto que encabeza este artículo, se subieron unas cuantas señoras mayores y peña que apuesto a que aquella noche no iba a salir, volviendo a casa medio sobada y mirando sus móviles con apatía y un punto de desesperación. Como si en la luminosa pantallita fuera a aparecer de repente alguna receta para cambiar su vida.

Me agobié un poco pensando en que quizá mi noche sería un auténtico rollo y me puse a comunicarle mis temores a mi novia vía Whatsapp. Entonces fue cuando a Krishna le dio por enviarme a un par de chavales que podrían encajar en el estereotipo de "tete", con todos los respetos que se merezcan. Los chavales eran bastante críos y se sentaron al fondo del bus, unas tres filas detrás de mí. A los pocos segundos escuché el célebre sonido de alerta de móvil que imita a un silbido. ¿Cuánto nos gusta ese sonido a todos verdad? Sobre todo si suena cien veces en cinco minutos.

La verdad es que el conductor llevaba el fútbol a tope, estaba jugando la Selección, pero aún así pude escuchar bastante bien la conversación de los chavales, que no tenía desperdicio.

"Un pico se lo doy yo a todos, dice la Tamara, nen", dijo el primero de los chicos. "No me jodas, nen", le contestó el otro entre compulsivas carcajadas de los dos que amenazaron por sacar de su matrix telefónica a varios pasajeros. Mientras, atravesábamos el barrio del Eixample a toda velocidad, con bruscos frenazos debidos a semáforos y paradas (y quizá a la discreta actuación de España frente a Ucrania que se escuchaba por la radio).

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El autobús llegó en seguida a la Plaza de España, en la que se subieron bastantes latinos. El mood del autobús continuó bastante parecido a pesar del aumento de pasajeros. Una manta de sueño caliente y pesada cubría los cerebros de todo el mundo mientras los chavales del fondo se leían el uno al otro los mensajes que les pasaban sus amigas que tenían nombres como Sara, Nerea o Jessica.

Mientras, yo iba tomando alguna nota para después poder redactar estas líneas. De repente, al levantar la vista, vi unos ojos clavados en mí. Un hombre muy maquillado que seguramente se acababa de subir me estaba mirando muy fijamente y sonreía demasiado. No me resultó extraño ya que confieso que tengo una especie de imán que atrae a los zumbados, pero no esperaba encontrarme a uno tan pronto. Me empeñé bastante en no volver a cruzar la mirada con él para ver si encontraba una presa mejor.

"¡Madre mía esa chica!", gritó de repente uno de los canis detrás de mí a una chica que esperaba que el bus parara para bajar. "Creía que mujeres así existían en sueños, pero no en la realidad", le dijo el otro. "Si me diera el Whatsapp me haría el hombre más feliz del mundo", el otro. La chica se bajó finalmente y uno de los dos dijo "Pues tampoco era para tanto, ¿no? Jajajaja".

Las paradas continuaban y cada vez el autobús tenía menos pasajeros. Me dejó en la última parada y se fue a cocheras. El paisaje era más o menos este.

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22:30

Caminé un rato por la Zona Franca pero la cosa no prometía mucho. Quizá no era la primera vez que estaba en este barrio, pero no lo conocía en absoluto. Había algunas viviendas por aquí y por allá, pero sobre todo había solares vacíos, naves industriales, concesionarios de coches cerrados y personas que paseaban por ahí entre sombras.

Tenía que encontrar la forma de volver al centro, pero el bus en el que había llegado hasta allí ya no funcionaba así que tuve que esperar al primer bus nocturno de la noche.

Lo peor con los buses nocturnos es perder la paciencia. Por norma, cuando llegas a una parada el bus nocturno siempre se acaba de ir y (al menos aquí en Barcelona) suele pasar otro en unos 20 minutos. Pero los minutos pasan muy despacio y esto es España. Personalmente yo siempre pierdo la esperanza de que el autobús nocturno llegue. Cada vez que pasa un taxi me enfrento a un enorme dilema moral entre si cogerlo y olvidarme de la espera, que presumo infructuosa, a costa de gastarme una buena pila de euros, o seguir confiando en el servicio municipal.

El bus en concreto era el N1. Perfecto para empezar, ¿no?. Tardó muchísimo, pero aquella noche me veía obligado a esperar por motivos obvios. Si el autobús nunca hubiera llegado este reportaje hubiera sido muy diferente. Pero llegó, me subí y algo olía muy mal allí dentro. El olor parecía provenir de un grupo determinado de tres pasajeros de cabellos polvorientos que vete a saber de dónde venían. El ambiente del autobús era bastante festivo, de todos modos, mucho más que en el viaje de vuelta. Esto se debía sobre todo a un animado grupo de empleados de TMB que salían de trabajar (luego pasaría por el garaje a donde los autobuses van a dormir).

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El viaje transcurrió hasta el centro sin mayores contratiempos, aunque tuvo un toque casi Lyncheano cuando en una parada perdida de la mano de Dios, entre naves industriales, el bus paró y se subieron un matrimonio de unos 60 años. Él con traje y corbata y ella con un colorido vestido y tacones. ¿De qué extraña logia venía aquella gente?

23:50

En Plaza de Cataluña cambié de bus y subí al N7. Todo el camino lo hice bastante solo y al llegar al final de línea me hice el sueco y el conductor dio la vuelta sin molestarme. Supongo que me tenía bien vigilado por el retrovisor.

Esta línea acaba en la línea del Fórum. Solo suelo visitar esta zona en la época del Primavera Sound. Un viernes normal, el ambiente en sus calles es fantásmagórico, los enormes edificios de apartamentos de lujo dejan las calles tan solitarias y tristes como los bloques de la Mina que se levantan a algo menos de un kilómetro de allí.

El paisaje que me encontré en la zona del Fórum

De vuelta al centro en el mismo bus, se subió un tío de unos 30 años pero con una expresión de derrota ante la vida bastante importante. Yo era el único pasajero a excepción de un súbdito de Pakistán que había subido en la primera parada. El tío se sentó justo detrás de mí y casi inmediatamente empezó a hablar por teléfono deduzco que con su novia. Abrí las orejas para intentar pillar alguna perla a pesar del estruendo del motor del autobús, pero la conversación era bastante anodina. De repente su interlocutora le pidió que la fuera a buscar a no sé dónde y él, con el mismo tono grisáceo que había utilizado hasta entonces dijo: "Oye, ¿y por qué no te recoge tu amigo el de los cafés? El otro día estaba triste y tú quedaste con él para alegrarlo. Que te devuelva el favor, ¿no? No, no, si estoy tranquilo. Venga, un beso". No fue el momento más cómodo de mis viajes.

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Conforme nos acercamos al centro se van subiendo chicos y chicas muy arreglados camino de discotecas, fiestas, bares… Algunos huelen extremadamente bien. Me pregunto por qué no pillan el metro que para aquí al lado en lugar del bus.

Este autobús cruza la ciudad en diagonal, desde el mar hasta el montañoso barrio de Pedralbes. Pero también pasa por el centro, donde los jóvenes son reemplazados por gente más mayor que salen del cine o de algún restaurante.

Por el camino hacia estos barrios tan pijos, pasamos por la zona de bares de la calle Santaló. Nunca he salido por aquí pero se ve a bastante gente. Muchas chicas rubias cuyos distinguidos pies nunca pisarán las discotecas del centro o quizá sí, no sé. Sarriá y Sant Gervasi un viernes por la noche son todo calles vacías, carteles de "Perros NO" y letreros luminosos de clínicas médicas privadas cerradas.

Llegó un momento en el que el trayecto se hizo muy monótono. El autobús dio la vuelta al llegar a una plaza oscura en algún punto del barrio de Sarriá y comenzamos a bajar hacia el centro de nuevo. Entonces, mientras intentaba no dormirme, pasó una cosa bastante extraña. El bus se paró delante del Hotel Bonanova o algo así y se subieron como veinte personas de origen chino, todos muy felices y parlanchines, que prácticamente ocuparon todos los asientos, me rodearon, ignorándome de la forma en la que solo un grupo de chinos (quizá algo borrachos) puede hacer. Hasta ahí digamos que la situación era graciosa, pero se tornó extraña cuando todo el grupo decidió bajarse unos cinco minutos después, antes de llegar a ninguna parte, en una zona residencial muy pija. El bus vuelve a quedarse todo lo silencioso que permite su motor.

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1:35

Habiendo superado ya la barrera psicológica de la 1 de la madrugada, ya no sabía qué me esperaba. Hasta ahora mi viaje había sido tranquilo y no tenía pinta de cambiar, pero estaba tomando cada vez un aire más onírico conforme se hacía tarde. Supongo que estaba relacionado con estar despierto hasta tan tarde sin beber alcohol y haber cruzado la ciudad ya varias veces dentro de unas enormes cajas con ruedas iluminadas por dentro. Hacía ya cuatro horas que había empezado esta broma y la verdad es que necesitaba un amigo.

Para una de las partes de las que más esperaba de mi noche, conseguí que se acercara a la Plaza Cataluña un compañero de Vice, Rubén Moldes, que ya me había acompañado alguna otra vez en otros viajes nocturnos por la ciudad.

Por primera vez en mucho rato, bajé del autobús. Las piernas me vibraban. Mientras esperaba a Rubén conseguí unos donetes en una tienda. Tuve que buscarlos bastante. Me supieron como la cosa más sabrosa del planeta.

Sobre las 2:30 llegó Rubén con unas cervezas que iban muy bien con los dulces redondeados. Para entonces la gente por la calle ya iba bastante jodida.

3:03

Volví a subirme en el N1, pero esta vez en la otra dirección y acompañado. Entonces nuestro destino era Mercabarna, que es donde acababa ese autobús. Aquella madrugada había mercado de pescados. De camino se fue subiendo mucha gente que volvía de marcha y Rubén, que había estado currando hasta casi las dos y estaba algo envalentonado por las birras, comenzó a ligar con un par de chicas muy jóvenes. Se llaman Raquel y Aida (sin acento, ni diéresis, ni nada). "Tienes una cara de catalán que asustas", le suelta Aida a Rubén, sin que nos quedara muy claro qué quería decir exactamente con eso. Rubén es gallego.

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Raquel y Aida

Pronto se bajó todo el mundo salvo tres mujeres. Estaba claro que iban a Mercabarna ya que el autobús pronto se introdujo en una selva de chimeneas y naves industriales. Cualquiera que fuera a esa hora en ese autobús iba a trabajar.

De vez en cuando veíamos a alguien andando por aquellas calles desiertas. ¿Quién sería aquella gente? ¿Hacia dónde iban? Caminaban solos por enormes avenidas llenas de naves industriales a las 4 de la mañana.

Tras pasar una especie de puesto de control rutinario nos bajamos en Mercabarna.

El autor en Mercabarna

Ninguno de los dos había estado ahí nunca y no sabíamos qué podíamos hacer y qué no. Como teníamos un poco de frío y algo de hambre decidimos meternos en un enorme bar que vemos abierto. Nos pedimos café yo con un donut y él un pincho de tortilla que baña en Tabasco. En la tele del bar se sucedían éxito de Máxima FM: reggaetón, Enrique Iglesias y otras cosas realmente inclasificables.

Después de reponer fuerzas, decidimos entrar en el propio mercado de pescados. No sabíamos si podíamos, pero supongo que las normas a las 4 de la mañana no son igual de rígidas, yo que sé. Todo el mundo nos miraba porque no encajábamos ni de lejos en el estereotipo de tío que curra a las 4 de la mañana en un mercado al por mayor. Más bien parecíamos dos colgados que iban a robar algo. El caso es que entramos en una nave enorme en la que parecían estar a la venta todos los pescados del océano.

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Para entonces, la sensación de irrealidad era realmente aplastante, aunque íbamos un poco borrachos por las cervezas que había traído Rubén y eso ayudaba un poco. Pero no teníamos tampoco tiempo para filosofías. Si tu proyecto para una noche es pasar la noche recorriendo tu ciudad y alrededores en autobús no puedes pararte a pensar demasiado porque todo empieza a tambalearse. Así que nuestro siguiente movimiento fue salir de aquella nave que debía medir casi un kilómetro de largo y montarnos en el siguiente autobús que (con bastante alegría) vimos venir a lo lejos por la gran avenida que parte en dos Mercabarna.

El trayecto de vuelta (una vez más) a Plaza de Cataluña se nos pasó volando, curioso porque nos pegamos un buen rato allí metidos. Hicimos un poco el idiota.

5:09

Nada más llegar a "Barcelona" Rubén se retiró como un caballero medio dormido. Entonces comenzó mi último viaje. Quería acabar de la mejor manera posible, no tirado en un terraplén y entonces me subí al N16. Un autobús que todas las noches se dirige al sur de la ciudad, acabando en la playera localidad de Castelldefells. El sol salía sobre las 7 de la mañana y yo iba a estar allí para verlo. Pero la verdad es que después de toda la noche sentado en aquellos asientos de plástico, después de cientos de frenazos y acelerones, estaba bastante jodido.

De todos los que había pillado, aquél era sin duda el trayecto más largo y estoy seguro de que me habría dormido de no ser por tres borrachos que se subieron en Plaza de España. Eran alemanes y uno de ellos no se calló en todo el viaje. Y cuando digo que no se calló no es una figura retórica. Esa persona estuvo hablando literalmente sin parar durante más de una hora.

El amanecer desde el autobús

Un ciudadano pakistaní sentado detrás de mí se puso a canturrear algo también. Desde el principio pensé que estaba rezando e intenté concentrarme en su rezo y olvidarme de la interminable historia del alemán.

De vez en cuando se subía gente muy borracha que viajaba de un pueblo a otro. Verlos así yendo completamente sereno lo hacía todo un poco deprimente.

El alemán siguió hablando como si lo hubieran condenado a hablar eternamente. Una Sherezade de la madrugada.

Al fin el autobús llegó a su destino, el final de mi aventura. Me dejó como a un kilómetro de la playa. El sol salía entre unas pocas nubes. Mandé un mensaje a casa. "Estoy bien". La noche había acabado. Lo conseguí.