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Salud

Una semana bebiendo leche materna

Me puse a investigar sobre el mercado negro de leche materna y sus presuntos efectos beneficiosos en casos de quimioterapia, mientras desayunaba todos los días un vasito.
Mujer bebiendo leche materna

Existe un mercado negro alrededor del consumo de leche materna entre personas adultas que en los últimos años ha dado lugar a situaciones surrealistas. Por un lado, numerosas mujeres con leche a raudales se sacan un dinerillo extra con la venta de su excedente, especialmente en países como Estados Unidos, donde la compra-venta de leche está a la orden del día. Y, por el otro, un buen número de personas adultas que hace años que dejaron atrás la lactancia consumen este líquido de los dioses por numerosos motivos: ya sea para paliar los efectos de la quimioterapia –pese a que no existe ninguna evidencia científica de sus propiedades–, o para ganar fortaleza y vitalidad, pues la leche materna, aseguran sus defensores, es altamente nutritiva e incluso mejora nuestra piel y regula nuestro sistema hormonal. Y está buenísima, dicen.

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Para comprobar si efectivamente estamos ante la fuente de la eterna juventud que siempre hemos estado buscando, me dispuse a tomarla durante una semana y comprobar si es cierto todo lo que dicen de ella, al tiempo que investigaba sobre ese mercado negro generado alrededor de su consume. Para ello, lo primero que hice fue ponerme en manos de mi amiga Marina.

La ventosa del sacaleches se acopla al pezón, se pulsa el botón y un ruido infernal, mecánico y a la vez animal, retumba en el despacho en el que estamos encerradas. He venido a mediodía al trabajo de Marina, madre de una niña de dos años a la que está empezando a destetar. Tras la puerta del despacho, se oye el ruido habitual de una agencia de publicidad a la hora de comer: gente entrando y saliendo, microondas funcionando a todo trapo, risas.

El pezón de Marina es succionado una y otra vez por el sacaleches. En el fondo del recipiente de la máquina, comienza a almacenarse muy lentamente un fondillo de leche. Al cabo de unos quince minutos el vasito está casi lleno. Marina detiene la máquina y deja el vaso sobre la mesa. Lo observo con curiosidad. Tiene el aspecto de un vaso de leche muy desnatada. Siento cierta culpabilidad, como si estuviese robando algo que no me corresponde, a pesar de que Marina me ha insistido en que tiene leche de sobra.

Su objetivo es ir cortando paulatinamente con la lactancia. Este experimento al que se ha prestado es, según sus propias palabras, "una ceremonia de despedida que no hace daño a nadie, ¿no?". Creo que en ese '¿no?' final de Marina se esconde cierta inseguridad y algo de miedo a que a la gente le parezca una asquerosidad, algo contra natura, como aquella vez que conté un parto natural que había visto en directo y se armó la de Dios.

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Antes de iniciar el experimento de tomar leche materna durante una semana, he querido hacer un repaso de las diversas situaciones históricas, literarias o cinematográficas en las que un adulto ha tomado leche humana. Se dice que cuando el obispo de Chalon visitó Cîteaux, el joven San Bernardo, que aún era sencillamente un monje jovenzuelo llamado Bernardo, recibió por parte del abad el encargo de predicar. Estaba muy nervioso porque no debía ser muy apañado con la oratoria y temía defraudar al obispo, así que pasó la noche rezando. En sueños se le apareció la Virgen, que le dio el don de la elocuencia al ponerle en la boca leche de su pecho. De hecho, hay multitud de imágenes pictóricas en las que se muestra ese momento: el joven San Bernardo arrodillado y la Virgen proyectando un chorro de leche que hace un arco para caer en la boca de un monje arrodillado.

También en el cuadro de Caravaggio, "Cimon y Pero", se muestra cómo Pero da de mamar a su padre, que ha sido condenado a la muerte por hambre. En el final de "Las Uvas de la Ira", de Steinbeck, hay un momento muy impactante en que la hija mayor de la familia protagonista, a la que se le ha muerto su bebé recién nacido, ofrece leche de su pecho a un hombre al borde de la muerte por inanición. Una escena que fue suprimida en la adaptación cinematográfica de John Ford, en 1940.

Y después está la relación erótica con la idea de una teta que echa leche. El componente sensual, animal, salvaje, que se muestra en "La teta y la luna", de Bigas Luna, por ejemplo. Creo que casi cada vez que una amiga ha tenido un bebé, le he preguntado al padre si había probado la leche del pecho de su pareja, y la respuesta siempre ha sido afirmativa. Muchas veces, este amamantamiento adulto se lleva a cabo de forma puntual, por simple curiosidad, pero cuando la práctica se convierte en fetiche, recibe el nombre de lactafilia.

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En mi caso no se da ninguna de esas posibilidades. Quizás, si tuviese que elegir una de ellas, la situación más cercana sería la de San Bernardo, que necesitaba la leche como elixir de la oratoria. Mi experimento es investigar en el mundo del tráfico de leche materna, sus posibles aplicaciones en adultos y el fundamento médico de todo este asunto, mientras tomo cada mañana un vaso de leche materna de mi amiga Marina.

Me llevo a los labios el vaso de la leche de mi amiga con cierta aprensión. El líquido está tibio, ligeramente dulce, como una horchata muy aguada. La sensación no es muy distinta de la de beber una leche de avena o arroz, aunque cuando termino de bebérmela aprecio un regustillo animal. Miro a Marina, que me sonríe. Ella ha bebido su propia leche muchas veces, e incluso ha llegado a cocinar con ella. "Tengo tanta que no sé qué hacer. La niña no da abasto, y me da pena tirarla".

De hecho, el resto de la semana la pasaré tomando leche congelada que Marina ha ido guardando en estos últimos meses, y que me ha traído en una neverita portátil. Hay seis botes de cristal que contienen aproximadamente 50 ml de leche, cada uno etiquetado con la fecha de extracción.

Esta vez, por ser mi pérdida de virginidad lactante, he querido darme un homenaje y tomarla fresca, recién salida de la teta. El resto de los días, mi ritual matutino será siempre el mismo: levantarme con los ojos legañosos por el ruido de un taladro percutor, pegar la cabeza al suelo y maldecir muy fuerte para que me oigan desde las obras del piso de abajo, mear y poner a descongelar al baño María un bote de leche fabricada por el cuerpo de mi amiga Marina.

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Los primeros días la tomo sola, mirando por la ventana con aire soñador, como si estuviese bebiendo una pócima de eterna juventud que fuese a restablecerme todas las neuronas asesinadas a cañonazos por aquellos carnavales de los quince en los que nos dio por esnifar cloretilo. Entregada a la magia del placebo, los primeros días me siento con más energía, más lúcida y purificada. Mi habitual agotamiento después de dos horas de Pilates desaparece. Después hablo con una especialista en el tema y mi bienestar se evapora.

Alba Padró, asesora de lactancia, IBCLC (International Board Certified Lactation Consultant) y cofundadora de LactApp, asegura que los beneficios que se le atribuyen a la leche materna son ciertos, pero sólo para los lactantes. "Es cierto que a veces puede paliar los efectos de la quimioterapia –ojo, no curar– y que algunas personas en esta situación la compran para poder tomarla durante el tratamiento. Pero, respecto a los deportistas, que son otro sector que también se ha lanzado a la demanda de leche materna, hay un error de base importante. Es muy poco probable que tu sensación de mayor energía provenga de la leche". Mi gozo en un pozo. Alba Padró me explica que la leche humana es de las leches de los diferentes mamíferos que menos proteínas tiene, porque las crías humanas tienen un crecimiento muy lento, y esto hace que la leche no necesite tener tanta concentración de proteínas. "Por ponerte un ejemplo, la leche de una vaca, una liebre o incluso un ratón tiene muchísimos más nutrientes que la leche de una mujer", asegura.

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A pesar de haber perdido toda fe en las magníficas propiedades que la leche materna puede tener en mi organismo, sigo adelante con mi plan de tomar un vaso de leche materna cada mañana. Como la confianza en su condición de elixir celestial se ha ido mermando, también la manera de tomarla va cayendo poco a poco en la cutrez: el cuarto día ya la mezclo con el café y me la tomo a toda prisa, de un trago y quemándome la lengua porque llego tarde a mi cita con Marga Cáceres.

Marga acaba de pasar un año de quimioterapia para tratar un cáncer de mama –felizmente superado–, y, durante todo este tiempo, ha estado tomando una dosis diaria de 100 ml de leche materna. "Al principio, antes de empezar a tomar la leche, tenía unos efectos secundarios espantosos. Muchas náuseas, mucha descomposición… Todo esto desapareció cuando empecé con la leche materna. Quizás fue casualidad, no lo sé, pero el caso es que los efectos posteriores de la quimio no eran ni la mitad de malos que los del principio", explica Marga.

Cuando le pregunto dónde consiguió la leche, Marga se encoge de hombros y me hace un gesto de resignación, como queriendo decir "qué remedio". "Tenía una amiga que tenía una conocida que tenía leche para parar un tren –me confiesa–, así que empecé a comprársela a ella. La verdad es que, estando en la situación que estaba, no me planteé mucho si aquello estaba bien o mal. Ella me aseguró que tenía mucha leche y que no le venía mal el dinero, y a mí me vino de maravilla".

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Durante casi un año, Marga estuvo comprando de forma irregular (según el ritmo de sus ciclos de quimioterapia) leche materna a su proveedora, lo que, calculando los 15 euros que ésta le cobraba, y la media de 20 días al mes que solía tomar leche, le suponía más de 300 euros al mes. Al explicárselo a Alba, ella reconoce que el mercado libre de leche materna en España va en aumento: "en nuestro país es alegal (es decir, que no existe una regulación de la compra-venta de leche materna), pero en EEUU sí que se vende la leche materna, algunas veces a precios astronómicos. Pero hay un par de estudios que señalan que las leches vendidas por internet son peligrosas, pues suelen estar contaminadas de forma accidental de bacterias o incluso rebajadas con agua o leche de vaca. Cuando algo es alegal, el problema es que no hay una legislación específica que lo regule, cosa que crea todo tipo de irregularidades".

De hecho, muchas personas que compran leche materna, abrazando la idea de que es una especie de medicina milagrosa, se olvidan de que "ese milagroso elixir blanco que les salvará" es uno de los fluidos a través de los cuales pueden transmitirse determinadas enfermedades, como el VIH, la sífilis, la hepatitis o el virus linfotrófico de células T humanas. En mi caso, antes de empezar a tomar la leche de Marina, hablé claramente con ella de este punto, y me vi en la extraña situación de exigirle a mi querida amiga una prueba de su salud. Esto nos puso en una situación bastante extraña. De pronto le estaba pidiendo a una colega que me mostrase sus analíticas. De alguna manera, era como si estuviésemos a punto de follar sin condón.

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En el caso de la gente que compra leche a amigos de conocidos, o por internet, el tema sanitario es más complicado. En España existen bancos de leche legales que certifican que su leche está libre de enfermedades, bacterias y adulteraciones, pero el acceso a estos bancos está restringido únicamente a la alimentación de bebés. El resto de personas que, por una razón u otra, deseen comprar leche materna, deberán hacerlo por la vía alegal/ilegal, que no les puede garantizar la calidad y la pureza de su producto.

En Estados Unidos, donde impera el liberalismo económico más salvaje, las páginas de venta de leche proliferan por doquier, y algunas de ellas cuentan con un determinado número de pruebas y certificados que la vendedora debe presentar para poder vender su leche. Sumergirse en estas páginas de venta es entrar en una especie de mercado medieval en el que unas lozanas tenderas alaban a gritos las bondades de su producto.

"Produzco demasiada leche al día –dice una madre de Denver, Colorado–. Alimento con ella a mi bebé de tres meses y a mi niño de dos años, y aun así me sobra. No tomo drogas ni alcohol. Soy joven y estoy sana, como puede verse en mis análisis. Me gustaría poder vender a alguien que viva o pueda trasladarse a cualquier punto del metro de Denver. ABSTENERSE: Lactafílicos, fetichistas. No enviaré fotos, ni vídeos. Si no tienes un bebé y no puedes pagar vía Paypal, olvídate. No te daré mi leche".

Otras anunciantes ponen anuncios más breves, pero muestran fotos de sus rollizos bebés, vendiendo por todo lo alto la calidad nutritiva de su leche. En casi todos los anuncios recalcan su decisión de no vender leche a fetichistas de la lactancia. Algunas, incluso, se niegan a vender a cocineros o restaurantes. De vez en cuando, hurgando mucho en estas páginas, se encuentran anuncios más descriptivos e inquietantes, que parecen abiertos a más posibilidades. Una mujer del Estado de Washington dice lo siguiente en su inquietante anuncio:

"Tengo la leche más cremosa y dulce que puedas imaginar. Es muy nutritiva. Mi hijo mayor es muy alto, y el más pequeño va por el mismo camino. No podrás creer lo cremosa que es".

Sin embargo, a pesar de los peligros de ser estafado con una leche "muy cremosa", pero quizás falsa, o adulterada o incluso infectada con algún virus, el mercado negro del llamado "oro líquido" va en aumento. En algunos gimnasios ya se habla de ello como algo habitual, una nueva moda, una opción más, como comer tortillas de claras, arroz con pollo o batidos de proteínas. Según la especialista Alba Padró, "es posible que la leche materna permita, como mucho, una recuperación en sales minerales, pero no es nada que no pueda hacer un preparado específico para deportistas. Creo que es una moda, ideas sin ningún tipo de fundamento que de pronto empiezan a difundirse… Claro que es un superalimento, pero sólo para los bebés".

Mis dos últimos días de la semana tomando leche materna, siendo consciente de lo inocuo de mi tratamiento personal inventado, el reto ha perdido casi todo el sentido, así que cojo los dos botes de leche que me quedan, los caliento al baño María y les echo dos cucharadas de cacao. Salgo al balcón a tomarme mi Colacao materno. Por debajo de mi ventana, pasa un niño en chándal y batita de guardería, en un carrito empujado por su padre, mientras toma un enorme biberón. Alza los ojos y me ve. Por alguna razón extraña, no deja de mirarme, llegando incluso a incorporarse un poco en su sillita y girar el cuerpo para no perderme de vista. Frunzo el ceño, le miro interrogante, pero él sigue con la vista clavada en mi balcón. ¿Qué pasa con este niño? ¿Acaso huele que estoy tomando una droga destinada a él? Le sonrío un poco asustada y entro en casa.