Me tiré tres noches intentando dormir en casas de desconocidos

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Cultură

Me tiré tres noches intentando dormir en casas de desconocidos

Quisimos poner a prueba a Barcelona haciéndonos pasar por un chaval perdido en busca de un lugar para pasar la noche.

Barcelona, como estamos comprobando últimamente, es una ciudad más oscura de lo que parece. Una distopia cyberpunk, una Gotham de baratillo, quizá con más colores pero con la misma mala leche para según qué. Dejando a un lado las comisarías y los negociados mafiosos, uno se pregunta si así en general nos hemos vuelto todos unas ratas desconfiadas como los vecinos de Hill Valley cuando Biff Tannen es rico y poderoso o si embebidos del espíritu colaborativo de nuestro tiempo, el del coachsurfer, el del que folla en Tinder y el del que pone su piso en AirBnB, podemos ir de hospitalarios. Si en Barcelona, al fin y al cabo, la gente es maja o no.

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¿Qué pasaría, por ejemplo, si un guiri o un viajero o alguien que intenta buscarse la vida en la ciudad se quedara una noche más colgado que un chorizo? ¿Qué pasaría si intentara que alguien le dejase hospedarse en su casa? Bueno, pues quise poner a prueba a Barcelona y a mí mismo haciéndome pasar por un chaval perdido que no ha tenido más remedio que ponerse a pedir alojamiento llamando a puertas de desconocidos. La milonga que conté es sencilla: soy de Tarragona y mañana a primera hora tengo una entrevista de trabajo; me tenía que alojar en casa de un cabronazo que no da señales de vida y no tengo a dónde ir; tengo además el dinero justo para coger mañana el tren de vuelta o sea que no puedo meterme en un albergue. A partir de ahí, a esperar reacciones. Viene a ser, como dice mi tía que es comercial, una prospección de ventas. O como dice mi abuela y otras voces autorizadas, una gilipollez y un fracaso anunciado. En caso de respuesta positiva les cuento la verdad a las nobles almas que me acogen pero, eso sí, tengo que quedarme a dormir igualmente y hablar con ellos un rato para que me cuenten sus razones.

Serían tres barrios distintos, a ser posible con mucha casa unifamiliar para evitar el filtro de los interfonos y poder hablar cara a cara con mi posible anfitrión. También porque meterse en una escalera de vecinos da más mal rollo. Para ahorrarme tiempo llamo solo donde veo luz.

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Barrio de la Barceloneta

Temperatura agradable y cielo despejado
Puertas llamadas: 3
Conversaciones: 1

La primera noche estaba cagado de nervios por lo que elegí un barrio en el que creyera que me iba a sentir cómodo; de clases populares y que tuviera un cierto ambientillo: bares y gente joven que no se escandalizara demasiado por una situación como la mía. Intuía que la Barceloneta, a pie de playa, con sus guiris, sus cuartos de piso que empujan a la vida en la calle y sus familias curtidas por la vida de barrio, era una buena opción. Y joder si lo fue. Me metí en una calle al azar y piqué a dos puertas sin respuesta. Pero a la tercera, va y abre un chaval y me deja entrar sin más comentario que un "pareces simpático". Tan sencillo como eso: tres puertas, menos de cinco minutos y la extraña sensación de que había sido muy fácil, quizá demasiado fácil.

El chaval se llama Martin y es un francés de 19 años que lleva ya un tiempo trabajando en Barcelona. Se acaba de trasladar hace apenas una semana a este piso minúsculo, aunque es vecino del barrio desde unos meses atrás, y lleva una vida apacible y algo solitaria. Me invita a fumar y a beber vino con una tranquilidad pasmosa, incluso cuando le digo que en realidad estoy escribiendo un artículo. Ahora es cuando me entra a mí la desconfianza por lo bien que está yendo todo, masacrados como estamos por el cine de terror barato y los giros de guión lamentables. ¿Y si es un criminal que me está drogando con el vino para robarme el hígado? Pero, en fin, me cuenta que le gusta mucho leer, que le encanta El Principito, me enseña fotos de sus hermanos y como por las cosas del fumar tengo más hambre que el perro de un ciego, me saca pan, jamón y queso. Y entonces me siento fatal por haber dudado del pobre hombre.

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Le pregunto por sus razones, también cuando le expliqué la verdad. Le dio igual la historia que le conté porque al fin y al cabo ya había decidido fiarse de mí. "No abriría a todo el mundo, pero tú me has parecido majo", y ese es el quid de la cuestión: cualquier cuento le importa un comino. Lo que le ha importado es mi cara. "No le tengo miedo a la gente", me dice, y lo atribuyo a su juventud y a que aún no se ha encontrado con mucho hijo de puta. Hasta que me explica las aventuras que ha pasado en Barcelona por sus pintas. "Ya me ha parado varias veces la policía". Y me cuenta que un día en el metro dos secretas le hicieron bajar y le interrogaron. Cuando le dejaron ir, volvió sobre sus pasos para preguntarle a la poli la razón por la que le habían detenido. Ni corta ni perezosa la agente respondió: "porque tienes cara de rumano".

Tras tres horas de charla y de darnos el Facebook, Martin se va a su habitación y yo me duermo en el sofá-cama sintiéndome mal por haber dudado de un mártir de Barcelona como él.

Barrio de Horta

Frío de cojones y llueve a cántaros
Puertas llamadas: 10
Conversaciones: 8

El barrio de Horta era un pueblo hace algo más de un siglo y conserva ese rollo aún hoy. Quizá por eso me enfrento a mi segunda noche con optimismo, a pesar de que hace una noche de perros. Tengo claro, eso sí, que no va a ser tan fácil como la vez anterior. La primera señora que me atiende me escucha con atención, porque es de maleducados no escuchar a alguien que te pide un favor, pero con mucha educación y gracia, me dice que allí son muchos y no tienen sitio. La siguiente señora que me atiende me escucha con menos atención y me dice que no puede porque "no están sus tutores". O sea que o hay demasiada gente o hay demasiada poca.

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Cuando los goterones empiezan a calarme ya dramáticamente una pareja de sesentones con aspecto de intelectuales me abren en pijama y batín y me envían a la parroquia del barrio, donde seguro que hasta me dan de cenar. No es mala idea pero la gracia es dormir en casa ajena, o sea que sigo picando. La siguiente es una chica joven que cuida de su pobre abuela, que no entendería por qué su nieta mete a un barbudo en su casa a las diez de la noche. Me indica sin embargo que en el portal siguiente viven unos chavales de nuestra edad y que quizá tengo suerte.

Efectivamente me abre allí una chica que para mi sorpresa está embarazada. Antes incluso de pedirle nada estoy a punto de disculparme y seguir mi camino para ahorrarle el marrón, pero en realidad, y a pesar de su azoramiento, veo que con mil dudas quiere dejarme entrar. Avisa a su pareja, que está en el piso de arriba, y entre los dos me someten a un pequeño interrogatorio casi de protocolo. Él me pregunta el nombre de mi amigo y dónde hemos quedado y me salen dos respuestas de mierda muy poco creíbles. Probablemente piense que soy el peor mentiroso del planeta pero a pesar de todo, qué remedio, me dejan entrar.

Son Cris y Adrià, antropóloga y mecánico. Ella trabaja con gente al borde de la exclusión social en el barrio de Sant Roc de Badalona, por lo que se le hace difícil reconocer que si mi físico "hubiese sido de otra manera" no me habría dejado entrar. Afirman que la edad ha sido importante, que si hubiera tenido cincuenta años la cosa habría sido diferente. Ella dice que el embarazo no le hacía sufrir especialmente.A mi favor, a parte de las pintas, la lluvia a cántaros y la historia de la entrevista de trabajo en estos tiempos que corren.

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Me ofrecen una cerveza y charlamos un rato antes de irme a la cama. Como somos de la misma edad y Barcelona es un puto pañuelo endogámico, la conversación acaba derivando en la cantidad de amigos en común que tenemos. Así si quedaba rastro de desconfianza me voy a la cama seguro de que hoy dormiremos todos tranquilos.

Barrios del Putget y Vallcarca

Frío. Frío ártico.
Puertas llamadas: 17
Conversaciones: 11

Me dirijo para acabar la cosa ésta a un barrio donde la renta media es algo más alta que en los dos anteriores. No tengo cojones de irme a la avenida Pearson porque para que me abra una chacha filipina o un doberman prefiero no hacer el viaje, pero quiero picar puertas de gente de todo tipo y en el Putget sé que algo nuevo podré rascar.

En general la gente es maja, aparentan preocuparse por mí y me indican dónde está el albergue más cercano. Luego está ese señor que tarda un rato en abrirme, que me mira con ojos vidriosos y me viene a decir que le importa un carajo lo que me pase, por lo que, pienso yo, podría haberse quedado en el sofá y ahorrarme su cara de pomelo. Luego me acuerdo de la historia del asesino del Putget, un tío que mató a unas señoritas en un aparcamiento del barrio, y claro, entiendo mejor al tipo.

Media hora más tarde pico a una puerta que se me abre sola. Veo una tele encendida con Los Simpson y desde el sofá la voz de una chica joven me dice que pase. Mil escenas distintas se agolpan en mi cabeza pero fundamentalmente se me caen los huevos al suelo. Tras recogerlos asomo la cabeza prudentemente para que me vea. "No, mira… perdona…", le digo, y ella va y me suelta que pensaba que era su marido. Ya podía ser yo Ed Gein con un serrucho que ella pensaba que yo era el marido. Cuando le pido lo que venía a pedirle ya dándome por vencido, ella me dice que me espere si eso a que venga el marido en cuestión. Sigo mi camino porque no es plan.

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Algo después pico al interfono de una casita pareada y me preguntan quién soy. Le digo al hombre que me llamo Adrián y que quiero pedirle un favor. Sale entonces por la ventana un tipo con cara beatífica, repeinado y con gafas, tras el cual aparece su mujer, reacia a cualquier complicación. Les cuento con pena y viéndose en un aprieto moral me llama por mi nombre con suave voz de santo español y me pide que me espere. Al cabo de unos minutos aparece por la puerta con su chaquetón y la cartera y me dice que me acompaña a un hostal. Le doy las gracias y le digo que naturalmente no es necesario porque es todo un experimento. No parece entender mucho, pero en cualquier caso se excusa: "es que tengo siete niños durmiendo ahí dentro". Para que vayan criticando luego ustedes al Opus Dei…

Sigo caminando ya algo agotado por el frío mientras largo mis penas a los amiguetes en un grupo de Whatsapp. Llego así a Vallcarca, a una zona llena de casas de postín, en donde nadie me abre y los carteles anunciando perro son bastante explícitos.

A punto de rendirme paso por delante de una finca donde en la portería, cuidadín, está acabando una reunión de vecinos. A punto estoy de seguir caminando cuando mi amigo Jordi en el Whatsapp me conmina a que pregunte allí. Y qué demonios, así hago y allí me meto. Saludo desde el portal y me abre un señor al que le explico mi historia y quien con poca confianza me dice que bueno, que se lo cuente al resto de vecinos. Dentro se están metiendo el festín padre con canapés y vino, para celebrar que han acabado la reunión y no ha habido muertos. No son Mirador de Montepinar, están bien avenidos, y se lo están pasando tan bien que aunque mi presencia quizá les incomoda un poco no tienen apuro en ofrecerme entre risas una cama y un sofá. Pero ante todo me piden que me siente y que coma algo. Mientras tanto una pareja recuerda aquella vez que un argentino se quedó en su casa una semana entera, así en frío y picando al interfono, sin relación previa aparente, como yo pero a lo burro. Sale la idea de acompañarme al albergue pero como parece evidente que no hay problema en quedarme a dormir con esa pareja colmo de la hospitalidad les cuento la verdad y nos reímos entre todos. Una dice entonces que le ha dado mala espina que no haya querido un triste canapé; otra, la presidenta de la escalera, de unos setenta años, me dice que por ella me quedaba en su casa pero que a ver qué iban a decir los conocidos, de meter a un chaval de treinta y tantos a dormir con ella.

Recogemos las bandejas y los vasos de plástico y subimos al piso de Iluminada y Florentino, donde su hija Nuria, en pijama, no entiende nada de lo que está pasando. Así entre risas sus padres le quitan importancia: "pues nada, hija, que hoy duerme con nosotros". Es una familia católica practicante y parece que tienen bastante claro eso de la caridad cristiana. Al fin y al cabo si aquel argentino se tiró una semana con ellos, por una noche que pase yo…

Como conclusiones saco en primer lugar que tener una casa para dormir mola. Pero si no tienes casa, más te vale tener unas pintas decentes y como la mujer del César además de ser honesto, parecerlo. En cualquier caso, la historia ésta también sirve para darle una lección a los que pontificaban sobre la desconfianza de las personas de nuestro entorno y me auguraban noches al raso. Agradezco a Martin, a Cris, a Adrià, a Florentino, a Iluminada y a Nuria poder darle esta colleja de confianza, buena voluntad y amor a mis amigos agoreros.