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Μodă

Me vestí como un cuadro durante la Semana de la Moda de Londres y engañé a todos

Me propuse un reto a mí misma antes de la Semana de la Moda de Londres: gastar 10 libras esterlinas (unos 13 euros) al día para comprar tres atuendos (uno para el viernes, otro para el lunes y el último para el martes) y ver si me rodeaban los...

La autora posando para las cámaras durante la Semana de la Moda de Londres.

Cualquier persona con calcetines y un smartphone puede ser bloguero de moda. Vístete, sácate una foto y publícala en Instagram, agrégale el hashtag #OODT (Outfit Of The Day: atuendo del día) para más claridad, después sube otra foto de tus uñas pintadas o de una botella de zumo de aloe y listo. ¡Lo lograste! ¡Prácticamente eres Tavi Gevinson!

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Si quieres más, también puedes hacer un videoblog donde muestres tu ropa nueva y regalar un lápiz de labios. Pronto tendrás ocho mil seguidores en Twitter y te pagarán un banner publicitario.

Sin embargo, esa es la parte sencilla de ser bloguera de moda porque solo tienes que sacarte fotos frente al espejo. Supongo que se vuelve más difícil cuando tienes que ser cuidadoso en el momento de difundir tu propia marca en blogs que no son tuyos. Por suerte, las personas que aman la moda son volubles. Al parecer, si no te vistes como un maniquí de tienda barata, es suficiente para que estas personas te miren rápidamente y asegurarse de que no estas haciendo una aberración, como usar una falda negra con zapatos azul marino. Si sigues esta lógica, no importa que te vistas como un completo idiota porque sin duda los blogueros de moda te van a prestar mucha atención.

Me propuse un reto a mí misma antes de la Semana de la Moda de Londres: gastar 10 libras esterlinas (unos 13 euros) al día para comprar tres atuendos (uno para el viernes, otro para el lunes y el último para el martes) y ver si me rodeaban los paparazis. Y así fue. La Semana de la Moda de Londres es la reunión más grande a la que asisten los blogueros de moda urbana del Reino Unido, por eso es mucho más probable que te saquen fotos solo por andar por ahí y pasear cerca del expendedor de bebidas.

En mi opinión, si yo (una chica de 22 años que utiliza accesorios del Señor de los Anillos y muñequeras viejas de festivales) lograba salir en un blog de moda, entonces cualquiera podría hacerlo.

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El viernes por la mañana, Henry —el fotógrafo— y yo partimos en busca de ropa. Resulta que los bazares de segunda mano de Shoreditch no son nada baratos. Nos gastamos el presupuesto completo de un día en una cazadora falsa del Liverpool, unos zapatos de tacón de New Look y un par de calcetines arrugados de hombre.

Pero nuestra suerte cambió cuando llegamos a Brick Lane, que está repleta de tiendas de autoservicio y licorerías. Los contenedores estaban llenos de ropa de oferta. Nunca había visto tantas gangas bajo un mismo techo. Habían esposas de plástico y productos importados para el cuidado íntimo. La apropiación cultural puede ser muy cara pero aquí costaba solo 50 peniques (64 céntimos de euro).

Después de comprar unas cosas plateadas brillantes y un rollo de piel sintética de color rosa y morado (que después iba a intentar convertir en “ropa”), ya casi no nos quedaba nada de dinero, entonces decidimos buscar cosas gratis. Por suerte, alguien había tirado unas gafas rotas rosa fosforito y un despertador medio escacharrado y nos los llevamos.

Nunca había tenido tan mala pinta como entonces, vestida con mi piel falsa, en el tejado de Henry y con el viento dándome en la cara. Parecía un Furby raro en una rave con luces ultravioletas.

Pero tenía trabajo que hacer, así que me pasé todo el viaje en metro hasta el centro de Londres imaginando que íbamos a la inauguración de un restaurante peruano (algo súper a la moda, según algunos de los blogs que había estado consultando) para inspirarme un poco más.

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Pasear por los arcos hacia el patio de Somerset House, donde se celebraba la cosa, fue exactamente como lo imaginé: nerviosos relaciones públicas ondeando carteles, turistas europeos asombrados y muchas personas bien vestidas fingiendo que estaban haciendo algo en su móvil y que solo levantaban la vista cuando se acercaba alguien con una cámara fotográfica profesional.

Cuando me acerqué, algunos fotógrafos comenzaron a preguntar: “¿Eres bloguera?”. “Sí”, mentí.

Algunos me preguntaron dónde había comprado mi ropa. Les dije que la mayor parte de mi atuendo era vintage de Vivienne Westwood (porque era la única diseñadora que conozco). Todos asintieron con entusiasmo y uno dijo: “Oh, sí, recuerdo esta bolsa. Tuvo mucho éxito ese año”.

Aunque sé que las revistas para mujeres siempre hablan demasiado sobre accesorios, nunca imaginé la reacción que causaría mi collar. Todos querían saber dónde lo había comprado y la mayoría parecían realmente sorprendidos cuando les decía que lo había hecho yo.

“La industria de la moda es muy extraña”, pensé cuando me regalaron una botella de “agua de belleza” que según parecía contenía colágeno y parecía uno de esos sprays corporales con brillantina. Me bebí un trago. La verdad es que no me hizo sentir más bella pero me dejó la boca llena de una especie de espuma.

Estaba satisfecha sobre cómo iba el primer día; la gente en realidad me tomaba en serio a pesar de que llevaba unos calcetines de cuadros a la altura de la rodilla y llevaba encima un despertador. Solo me habían sacado cinco o seis fotografías pero sabía que podía irme mejor.

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El lunes siguiente (no fui el sábado ni el domingo porque el fin de semana es para dormir y evitar el centro de Londres) no llevaba un atuendo tan llamativo, solo llevaba unas medias a la altura del muslo, unos shorts y una camiseta vieja de un equipo de fútbol.

Busqué en blogs algunos consejos para posar mejor y me sentía tan segura con mi nueva habilidad que no necesité recurrir a los accesorios que distinguen tradicionalmente a las reinas de la moda en internet, como por ejemplo los gorros con la bandera de Inglaterra. Lo único que tenía que hacer era inclinar la cabeza, sonreír tímidamente, relajarme y poner la mano donde me pareciera más provocativa.

Funcionó a la perfección desde el principio.

A estos dos les encantaron mis medias. Creo que no se dieron cuenta de las manchas a la altura del muslo.

Durante todo ese tiempo me sentí como si de verdad fuera parte de la realeza de los blogueros, aunque suene horrible. Este día se me acercaron el doble de personas —tal vez porque mi atuendo no era tan malo (he visto a personas que en serio se visten así en los barrios de Camberwell y Clapton)— y cuando volví al trabajo todos me dijeron que molaba, algo que nunca ocurre.

El último día estaba decidida a darlo todo. No más suéteres peludos modificados ni ropa deportiva. El martes estaba dedicado a la alta costura. Creí que usar un solo guante negro podía ser cool en el mundo de la moda pero después (cuando llegué a Somerset House) me di cuenta de que no lo era en ningún mundo.

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A Henry se le ocurrió que debía usar lápiz de labios negro. Pero ya no nos quedaba nada de presupuesto para comprar uno de Barry M, así que utilicé mi rímel de Collection 2000.

En mi última visita a los arcos, un publicista de una importante cadena de peluquerías me pidió que lo acompañara. Media hora después, mi experiencia VIP había terminado y salí con una bolsa de regalitos y un baño de color (muy raro) en el pelo.

Me sentía un poco mareada por el vino que me habían dado, por lo que me fui a dar un paseo.

Me quedó claro que el cabello de colores y las capas plateadas están muy de moda hoy en día. Los fotógrafos se me abalanzaron como si fueran freelancers alrededor de los bocadillos en una rueda de prensa.

En realidad, la única vez que tuve problemas fue cuando me preguntaron por mi blog. No podía pensar, así que evité sus preguntas y balbuceé cosas incomprensibles sobre cuentas falsas y cuestiones de publicidad. Al final solo les pedí que me etiquetaran con mi cuenta de Instagram.

Poco después, un hombre se me acercó mucho y me hizo una foto de la cara para que se vieran “más detalles”. También un chico que pasó vestido con una capa de cuero me gritó que era una “perra farsante”. Creo que eso no fue justo. La verdad, en este punto era todo menos una farsante; al menos 30 fotógrafos consideraron que mis atuendos de 10 libras eran dignos de salir en fotografías.

Pero hizo que me preguntara, ¿en realidad alguien creyó que mi ropa molaba o solo fingían que les gustaba? ¿El chico que pasó pavoneándose junto a mí estaba tratando de revelar mis mentiras?

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No sé la respuesta a esa pregunta. Lo único que sé es que esta experiencia fue demasiado autoindulgente. Aunque también fue muy divertida. Con razón tanta gente quiere experimentarla.

Claro, solo es un trabajo de mentira, una fachada para confirmar su autenticidad en Internet, para engañar a sus seguidores de Instagram y hacerles creer que a menudo recibes bolsas con regalitos, llenas de spray para el cabello y bolsos de mano de Givenchy o lo que sea que les parezca emocionante a las blogueras. Dicho esto, si te vuelves una celebridad en el mundo de los blogueros puedes conseguir un trabajo en publicidad, en marketing o como DJ y pagar tus noches de viernes al menos hasta que cumplas 25 años.

Desafortunadamente no es tan fácil como parece. Y tiene mucho sentido. Olvidé que tenía que hacer un blog para atraer a muchos fans y solo me concentré en perfeccionar mi pose para las fotos con la esperanza de que algún fotógrafo famoso me sacara una foto y me ayudara a subir en la jerarquía gracias a eso. Pero de todas las fotos que me sacaron, ninguna salió en los blogs que me había propuesto. Parece ser que los que llevan ocho años con sus sitios web y son famosos tienen alguna clase de política editorial para excluir a aquellos que evidentemente intentan probar suerte.

Entonces, ¿qué aprendí del mundo de los blogs de moda? Aprendí que es un pasatiempo más que no difiere del resto. Si te crees que eres la nueva sensación, serás capaz de ser quien tú quieras.

@hannahrosewens / henrygorse.tumblr.com