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Cultură

Mi padre era miembro de una secta gnóstica

Y resulta que soy una ‘hija de la luz’

Cuando era pequeña mis padres me llevaban por Navidad, Semana Santa y otras fechas señaladas a unas aburridísimas reuniones llenas de matrimonios sin hijos. Yo no me enteraba muy bien de qué iba todo aquello pero lo odiaba porque era como ir a misa y tener que aguantar otro monólogo infumable sobre lo malo e imperfecto que era el ser humano. Monólogo que, entonces, yo ni siquiera entendía. Con la única diferencia de que, al final, en vez de hostias y vino había pastelitos y zumo de melocotón. Ahora sé que aquellas reuniones no eran ningún club del libro ni —a pesar de los arcángeles, magos negros y princesas blancas de los que allí se hablaba— un grupo de juego de rol sino una especie de día de puertas abiertas de la secta a la que mi padre pertenecía. La gnosis, secta para unos, religión para otros y (pseudo)filosofía para sus miembros, sigue las enseñanzas de Samael Aun Weor (nombre artístico), un colombiano que en los años cincuenta se autoproclamó profeta cuando, como sacado de un testimonio de El diario de Patricia, el Genio de Marte se encarnó en él (sea lo que sea que eso signifique).

Lo cierto es que la gnosis es una mezcla de religiones y plagios a otros autores igual de pirados.  Como los budistas, los gnósticos creen en la reencarnación y conciben cada “nueva vida”, a la vez, como un castigo y una prueba, donde se pagan las malas acciones de vidas anteriores y donde se tiene una nueva oportunidad de “actuar bien” para pasar al siguiente nivel. O sea, que la existencia es una especie de videojuego interminable en el que tienes que ir pasándote pantallas. Pero, el dogma central de esta secta gira en torno a la sexualidad. No es ninguna novedad que desde sectas y religiones se estigmatice la homosexualidad, la masturbación o cualquier otra forma de sexo por el sexo pero, es que, los gnósticos le dan una vuelta de tuerca inverosímil al género con lo que ellos llaman “alquimia sexual” y la práctica de “la castidad científica”. Samael Aun Weor lo explica así en El matrimonio perfecto, piedra angular de la magia sexual gnóstica: “El semen es el campo de batalla, en el semen luchan a muerte los ángeles y los demonios. Es absurdo derramar seis o siete millones de espermatozoides cuando solo se necesita uno para crear. Un solo espermatozoide se escapa fácilmente de las glándulas sexuales sin necesidad de derramar el semen. Si derramamos el semen se apagará el fuego y entraremos en el reino de las tinieblas”. Vamos, que se pueden mantener relaciones sexuales pero censuradas, sin eyaculación ni orgasmo, quitándoles toda la gracia; como unos macarrones sin queso, un huevo sin sal, una hamburguesa sin ketchup, una playa sin mar. Además que, para la reproducción, la doctrina es, en sí misma, una contradicción que considera que, de esta manera, nacen “los hijos de la luz”, los “elegidos” que de verdad tienen que venir al mundo.

Aunque se declaraba ateo yo notaba que, en una gran contradicción, mi padre era un hombre terriblemente espiritual. Pasaba largas horas al día meditando en una habitación oscura que olía a incienso quemado y leía libros con extraños títulos como Sí, hay infierno… sí, hay diablo… sí, hay karma. A veces, de las puertas cerradas de su estudio amateur de grabación se filtraban las canciones que le cantaba al “maestro” Samael, al que se refería como padre y al que le pedía ayuda para no “ceder en la batalla”. Aunque a mí, en mi infancia, lo que más me llamaba la atención era que en nochevieja rechazara tomar las uvas con todos nosotros y se quedara sentado en un rincón observándonos desde la que ahora interpreto que era la soledad de su aislamiento, a medio desaparecer, en su eterno silencio. Crecí pensando que, con la diferencia de más de diez años que nos separan a mi hermana y a mí, yo debía de ser la sorpresa fruto de algún condón roto. Ahora descubro que no, que lo que soy es un milagro sectario, hija del líquido preseminal. Y lo primero que me pregunto en los tiempos que corren es si tal hazaña cuenta para el currículum.