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Michael Moore ya no tiene gracia, hemos visto su nuevo docu

"¿Qué invadimos ahora?" es más de lo mismo. Anti-capitalismo de manual, tópicos, algún chiste muy bueno y un revolucionario ya algo cascado.

Hubo un tiempo en el que Michael Moore era la hostia. No había quién le tosiera. Era un kamikaze armado con una cámara de vídeo, que le buscaba las vueltas al sistema capitalista, le tocaba los huevos a los presidentes de las grandes compañías y le metía el dedo en la nariz a los gobernantes de los países más ricos. Y mientras les hacía putadas, lo grababa todo e iba armando una tesis que resultaba creíble, un discurso rotundo y un mensaje que llegaba bien clarito a través de las pantallas de cine: chicos, estos son los malos, yo os los descubro y entre todos vamos a acabar con ellos. "A las barricadas, joder", daban ganas de gritar tras salir de ver Roger & Me o Bowling for Columbine.

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Es como un señor mayor jugando a ser niño, vistiéndose con ropas de chaval y drogándose como un loco en una discoteca

Cómo nos gustaba ver a Charlton Heston puteado y bien puteado, quedando como un viejo facha amante de las armas. O a Marylin Manson hablando sobre rock, violencia y adolescencia de una manera tan pedagógica como creíble. O enterarnos de cómo el Gobierno de EE.UU. había ayudado a la familia de Bin Landen a amasar una fortuna y controlar todo un holding de empresas internacionales, antes de que el saudí financiara el 11-S.

También nos parecía muy entrañable esa oronda figura que se convertía en un inquisidor moderno, con sus pantalones anchos, las gorras y las zapatillas de deporte, que entraba en las oficinas bancarias a pedir créditos o que se colaba en una fábrica para parar las cadenas de montaje.

Pero eso eran otros tiempos y Michael Moore se ha hecho mayor. La primera imagen de ¿Qué invadimos ahora? nos muestra a un héroe envejecido, pero no la estilo crepuscular de los pistoleros en los western de Eastwood que asumen su decadencia. No, él se resiste al paso de los años y mantiene el espíritu juvenil y ese aire de niño malo que le convirtió en icono del anti-capitalismo. Pero es que esa imagen ya no cuela.

Es como un señor mayor jugando a ser niño, vistiéndose con ropas de chaval y drogándose como un loco en una discoteca. Es una cuestión de credibilidad, justo lo que antes tenía para dar y repartir el provocador showman de Flint (Michigan).

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¿Qué invadimos ahora? mantiene intacto el esquema de las películas -y de los best-sellers literarios, ojo- que convirtieron en estrella a Moore. Narración en primera persona, entrevistas (en las que sale el entrevistado tanto como el entrevistador), algún golpe de efecto (por ejemplo, una pillada a un presidente de un país), imágenes de archivo, alguna infografía explicativa y el montaje vertiginoso en cuanto a ritmo y también en cuanto a cantidad de dobles y triples interpretaciones a las que se presta.

Moore, en lugar de contar lo puteados que estamos, hablar de los recortes, los bancos malos y el paro, de cómo nos gobierna Merkel con mano de hierro, se queda con que los italianos paran dos horas para comer

Antes sonaba bastante convincente, ahora, tiene un tufillo a manipulación, a darnos las cosas tan masticadas que solo tenemos que abrir la boca para tragar y que nos llegue al estómago (o al corazón). La premisa, en este caso, es que Michael Moore hace la maleta, coge la bandera de EE.UU. y viaja a Europa para ver qué puede encontrar en el Viejo Continente y llevárselo a su país. Cosas buenas que a ellos, defensores de la Humanidad, les hacen falta.

Y, oh, sorpresa, solo encuentra un buen puñado de tópicos. Moore, en lugar de contar lo puteados que estamos, hablar de los recortes, los bancos malos y el paro, de cómo nos gobierna Merkel con mano de hierro, se queda con que los italianos paran dos horas para comer, los colegios franceses tienen cocinas muy limpias, en Eslovenia la universidad en gratis y no tienen W en el abecedario, en Noruega no hay celdas en las cárceles o en Finlandia los chavales no hacen exámenes tipo test. Ah, y en Alemania llevan muy bien la memoria histórica, estudian el nazismo para que no se vuelva a repetir y erigen monumentos a las víctimas del Holocausto. Mientras que en EE.UU. intentan sepultar su pasado como comerciantes de esclavos y a los negros se les sigue puteando, sin ningún tipo de memoria histórica.

Bueno, está bien, muy curioso suponemos a ojos de un tipo que, como ya hemos dicho, ha nacido en Flint (Michigan).

Todo muy pillado por los pelos o, mejor dicho, peinado con suavidad, sin profundizar en las raíces de la cuestión y quedándose en la postal más tópica y turística. ¿Los italianos follan más porque tienen luego cinco meses de baja por maternidad? ¿Al follar más son más felices? ¿Todos los franceses son unos gourmets de los quesos? Bueno, Mr. Moore si con eso se ha quedado de su viaje por Europa, es más bien poco.

Un documental airado, con el tono de Roger & Me sobre los europeos del siglo XXI hubiera dado mucho más de sí y se hubiera convertido en un testimonio histórico de la mierda de principio de siglo que, al menos en términos económicos, nos ha tocado vivir. La culpa quizá la tuvo el Festival de Cannes, que el encumbró con una Palma de Oro por Fahrenheit 9/11 y, a partir de ahí, el follonero se convirtió en auteur con licencia para bombardearnos con chistes. O al menos eso es lo que piensa él.