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Música

Millones de pijos no pueden estar equivocados

San Miguel Music: Un pingüino en mi ascensor ofrecen hoy su tradicional concierto de Navidad.

En materia musical, hace tiempo que sólo sigo las recomendaciones de mis amigos más pijos. No los fresas mexicanos ni los ultrafashion suecos. Los pijos de verdad, impecables con sus naúticos marrones, vaquero recto, pelazo con raya al lado, cinturón étnico, camisa de puños (y cuello) blancos, ciervo bordado y abrigo de moto de quinientos euros. Te pongas como te pongas, si un pijo no parece un señor mayor listo para ir de caza o a una capea en la sierra ya no es un pijo, es otra cosa. Los pijos de verdad son esos prescriptores de la música cantada en castellano que valoraron mucho antes que el resto el talento de grupos como Hombres G o Los Nikis y no pisan ningún pub que no pinche al menos un tema de Un pingüino en mi ascensor antes de cerrar.

A diferencia de esas leyendas vivas de los ochenta que reaparecen tras años agazapadas, los pingüinos nunca se fueron. Nacieron en la infravalorada segunda mitad de la década de las hombreras y desde entonces han seguido activos como el bifidus y celebrando cada Navidad sobre el escenario. Esta noche ofrecen de nuevo su esperado y tradicional recital navideño y quizá entre los villancicos se cuelen clásicos como El Sendero Luminoso (me persigue sin reposo) o sus versiones de I wanna be sedated (“Yo secuestré a Natasha”), Cheers (“encomendarte a San Miguel…”), Voyage voyage (“Foie gras, foie gras”) o Tosta Rica (“con fotos de Michael Jackson, Tosta Rica y nada más”).  Rechaza imitaciones. Modestia Aparte intentaron plagiarles el timbre vocal, pero incluso eso es inimitable en Un pingüino en mi ascensor. Todos los pijos lo saben. Y los fans de Mamá Ladilla también.

Escucha Foie gras