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Marca España

Actué para unos narcos gallegos y viví para contarlo (primera parte)

Es como si te dicen que te metas en una jaula con un tigre que está amaestrado y no hace nada. Ya. Pero es un tigre.

Es un día cualquiera por la mañana. Estoy en el estudio del programa de televisión en el que trabajo y suena el teléfono. Es mi representante. "De puta madre, debe de haberme salido un curro guay o no me estaría llamando en horario de programa", pienso. También podía haber pensado que un curro guay se había ido a la mierda y que por eso sonaba el teléfono, pero me gusta ser positivo. Y había hecho bien en serlo. Más o menos.

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Me dice que le han llamado para que actúe en una boda, para que haga un monólogo durante la sobremesa. No me gusta actuar en bodas, mi repre lo sabe, y no sé a qué viene esa llamada. Antes de que yo alegue este argumento, ella, mi representante, me lo adelanta: "Les he dicho que no actúas en bodas y me han respondido "¿pero no actúa, o no actúa?".

Pazos de los narcos gallegos. Todas las fotos de Xoán Riveiro

¿Qué clase de pregunta es esa en la que te hacen elegir entre la misma cosa y la misma cosa?, pensaréis. Yo la entendí enseguida. La pregunta era si yo no actuaba en bodas bajo ningún concepto, o si se podría hacer una excepción a cambio de una cierta cantidad de dinero extra.

¿Sabéis aquello de que todo el mundo tiene un precio? Bien, ese día yo descubrí que yo tenía el mío. Lo que no descubrí, fue que ese estilo de negociación tan sutil, era una pista de lo que pasaría a más tarde.

El triple de mi caché

Pensé unos segundos en la oferta y terminé pidiéndole a mi repre que se columpiara un poquito, que pidiese el doble o el triple de mi caché y que si aceptaban, tampoco me iba a morir por soltar unos chistecitos durante un rato a unos cuantos borrachos eufóricos, señoras emocionadas, niños correteando y viejos mirándome con cara de no entender nada. Todo eso a cambio de recibir más pasta de la que había recibido en mi vida por trabajar un ratito. Y así lo hizo ella.

Al rato me llamó de vuelta y me dijo que habían aceptado, pero que además lo habían hecho sin dudarlo un segundo. Casi con desprecio. Que, al decirles el precio de mi actuación, su tono era el de "¿Y para esa mierda de dinero me haces tener dos conversaciones telefónicas y esperar media hora? Te habría pagado el doble por resolverlo en una sola llamada."

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Al decirles el precio de mi actuación, su tono era el de "¿Y para esa mierda de dinero me haces tener dos conversaciones telefónicas y esperar media hora?"

Pero esto no era lo más sorprendente. Normalmente, cuando te piden que actúes en bodas u otras celebraciones, suelen ser los novios o los organizadores los que lo hacen, porque quieren que su boda, cuarenta cumpleaños, o décimo aniversario, sea el mejor en el que hayan estado sus invitados jamás. Pero esta vez no. Esta vez era una invitada la que llamaba. Y mi actuación era su regalo de boda a los novios que, por lo visto, eran muy fans.

Yo que no estoy acostumbrado a codearme con la élite y que dar doscientos euros de regalo ya me parece una ida de olla, no entendía quién se podía gastar tanta pasta en un regalo. Y menos en un regalo que dura un cuarto de hora. Así que la pregunta era obvia, ¿quién se casaba? ¿En la boda de quién me iba a meter?

Una boda para la nieta del mayor narco de la historia de nuestro país

La boda se iba a celebrar en un pazo de las Rías Baixas, cerca de Vilagarcía de Arousa y Cambados. Así que tanto mi repre como yo iniciamos una investigación tirando de conocidos de la zona, gente con la que habíamos trabajado, para intentar obtener una respuesta a esa pregunta. Lo bueno de los sitios pequeños es que todo se sabe, aunque a veces todos aseguren no saber, y en pocos días ya teníamos la respuesta: la boda era de la nieta del que seguramente haya sido el mayor narcotraficante de la historia de nuestro país. Me quedé catacroquer. Hemos visto demasiadas películas de mafiosos como para que una situación así no te bombardee la cabeza con situaciones que parecen accidentes, pero que en realidad no lo son.

A ver, no es que esperase que me pegasen un tiro entre ceja y ceja si hacía un chiste de mierda o me metiesen en una lancha planeadora diez kilómetros mar adentro y me tirasen al agua si vacilaba a la suegra. Pero tienes claro que vas a actuar para gente peligrosa. Es como si te dicen que te metas en una jaula con un tigre que está amaestrado y no hace nada. Ya. Pero es un tigre. Pensaba en que si por casualidad llegaba a oídos de algún periodista local, podía haber escrito un artículo que, a poco sensacionalista que fuese, me podría hacer perder bastante curro (ahora entendéis que escriba con seudónimo, ¿verdad?).

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Yo sólo iba a hacer mi trabajo y ni siquiera iba a cobrar de los narcos, no podían acusarme de recibir dinero "manchado de sangre", a mí me iba a pagar una señora que se dedicaba al negocio de las bebidas, según dijo, y era un momento en el que convenía más ser crédulo que suspicaz. Sabíamos lo que sabíamos y ya no queríamos saber más. Pero aún así, no hay duda de lo políticamente correctos que somos todos con respecto a lo que deben hacer los demás y yo apestaba a lapidación popular. Joder, si a Kate Moss le rescindieron un contrato por meterse una raya, ¿qué no me iban a hacer a mí por actuar para el tío que trajo la raya de Kate Moss de Colombia a Europa, entre otras muchas, y encima sin ser nadie respetado? Nadie iba a tener remordimientos de conciencia por crucificarme.

Tienes claro que vas a actuar para gente peligrosa. Es como si te dicen que te metas en una jaula con un tigre que está amaestrado y no hace nada. Ya. Pero es un tigre.

Pero, por otro lado, también pensaba que cancelar el momento estrella de la boda de la nieta del mayor capo de la droga de España, a sólo un par de días de celebrarse no era la mejor idea. Lo mismo recibía una "visita" en mi próxima visita a las Rías Baixas. Igual me flipé pensando eso, pero ya os digo, he visto demasiadas películas de mafiosos. He crecido cerca de ellos y he conocido casos de gente que se había "suicidado" rociándose con gasolina y prendiéndose fuego en un monte. Gente con cuatro coches en el garaje. Gente que no tenía pinta de estar deprimida y querer morir. También he visto como un negocio ardía y nadie denunciaba a nadie, ni se quejaba, ni reclamaba al seguro. Simplemente se encogía de hombros. Y lo mejor, les seguía yendo bien. Entonces, flipado o no, decidí ir, ser discreto y qué fuese lo que dios quisiese.

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Llegó el día de la boda. En el fondo agradecía bastante saber donde me metía para no hacer ningún comentario que pudiese sentar mal. En las bodas muchos ponen al límite su estómago, su hígado y también su nariz. Aunque esta parte del banquete no salga en el menú, todos la hemos visto. Mejor no hacer bromas con eso. Haría humor blanco. Pero no lo llamaría blanco, no fuese a ser que se entendiera mal. Humor inocuo, eso es lo que iba a hacer. Si es que se puede. Que cada vez hay más susceptibilidades absurdas y uno puede ofender a algún colectivo hasta hablando de ponerse mechas. Metí en la maleta mi repertorio más inocente y me fui para Barajas. Mi tour manager me recogió con su furgoneta en el aeropuerto de Santiago y nos fuimos para "el bolo". Tanto él como yo íbamos haciendo bromas sobre qué nos encontraríamos, "¿te imaginas que la Guardia Civil tiene una prevista una redada y acabamos debajo de una mesa en medio de un tiroteo? ¡No me disparéis, soy humorista!". Riéndonos de los tópicos para relajar el ambiente. Y falta que iba a hacer.

Llegamos al pazo donde se celebraba el convite ya de noche. Estaba cercado por muros de piedra generosos en altura y grosor, propios de la época, pero también propios de quién desea mucha privacidad. Como si todo el monte que había alrededor no fuera suficiente. Toda la finca estaba rodeada de seguridad privada. Ahora sí que empezaba a estar en una peli. Y americana. Ahora sí que pensaba que tal vez no me estuviese flipando con todos los mitos rodados sobre la Cosa Nostra . Nos dejaron pasar y entramos, la furgoneta de mi tour manager era el vehículo más destartalado en el que me he desplazado jamás. Perfectamente, podría ser el transporte de Ryanair para llevar a los pasajeros de la terminal al avión. Una vez dentro, en el aparcamiento, sólo se veían Porsches, Mercedes de los caros, -ya sé que todos son caros… pues, dentro de eso, los más caros-, y algún Ferrari o coche rojo muy bajito y con sólo dos plazas, que tampoco soy un experto.

Dábamos el cante. Dábamos el cante por pobres. Y, efectivamente, la sensación de estar en una peli se hacía mayor. Y no podías evitar que una tensión extraña te recorriera el cuerpo. No era tanto por miedo, sino por la sensación de entrar a un entorno desconocido. Del que has oído hablar mucho, pero del que realmente no sabes nada. Aparcamos y dejamos el coche abierto porque ¿quién se iba a colar en una fortaleza perdida en la nada a robar semejante mierda? Nos hacía gracia ejercer la prepotencia desde nuestra pobreza. Entramos al Pazo. Allí nos recibió el dueño y su señora. Formaban un matrimonio ya mayor y ambos tenían una excelente conversación. Y también supongo que ambos pensaban que en dónde cojones se habían metido acogiendo a aquellos inquilinos. No sé si lo habían hecho a sabiendo de quienes eran o no, pero me imagino que tampoco habrían tenido ganas de enfrentarse al momento de decirles a los contrayentes, "hemos descubierto que sois narcos y tenéis que buscar otro garito para vuestra fiestecita".

Dejamos el coche abierto porque ¿quién se iba a colar en una fortaleza perdida en la nada a robar semejante mierda? Nos hacía gracia ejercer la prepotencia desde nuestra pobreza.

La boda se celebraba en un cenador parapetado por grandes galerías de cristal y con un techo del que colgaban telas enormes y lámparas de cristalitos, un lujo hortera muy del gusto de los mafiosos italianos. Joder, de nuevo las pelis y de nuevo el "¿dónde cojones nos hemos metido?" Estaba instalado en los jardines del recinto, anexo al edificio central. Mi actuación iba a ser una sorpresa para los recién casados y el resto de invitados y nadie debía verme hasta el momento del show, de ahí que nos dirigiésemos al interior del pazo y no al cenador. Alguien del servicio hizo llamar a la invitada que me había contratado para que nos presentasen y que me explicase en qué momento debía aparecer. Apareció una mujer joven, muy simpática y la conversación que mantuvimos también fue curiosa. Ella me explicó que había pensado en mí porque "¿a esta gente qué le regalas, si tienen de todo, y todo mejor que lo que tú le puedas comprar?". Me hizo gracia el "ESTA GENTE". En teoría, esta mujer no sabía que yo era consciente de para quién iba a actuar, pero hablaba de ello como si fuese evidente. Lo que os decía al principio, cuando os hablaba de cómo se gestiona la información en los sitios pequeños: nadie sabe nada, pero todos saben todo. Acordamos que un camarero vendría a avisarme cinco minutos antes de que sirviesen el café para que estuviese listo y volvió al banquete. Y llegó el momento de la actuación.

Le aquí la segunda parte