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Así es currar como

Muerte y mugre: así es trabajar en un matadero fraudulento en Holanda

Una cadena de despiece, compañeros portugueses que son adictos al crack y un viaje que parece conducirme directamente al infierno.

Imagen vía.

Año 2000. Verano en Alicante. Es más agobiante el aburrimiento que el calor húmedo. Tras un par de años trabajando con empresas de trabajo temporal decido tomar la vía radical y buscar empleo fuera de España. Siempre está ese rumor de que si te vas fuera vas a poder ahorrar dinero porque se gana más y las condiciones son otras, una mentalidad abierta de la verdadera Europa. Mentira. Tomo el periódico 'Información', me voy directo a los anuncios clasificados y entre las ofertas sexuales de todo tipo, talla, estatura y modalidad veo un anuncio donde se ofrece trabajo en Holanda. Una cadena de despiece de carne ofrece puestos de trabajo bien remunerados, ayudan con el alojamiento y vehículo para desplazarse. No me lo pienso y llamo.

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El contacto telefónico con la persona en España es raro. No parece tener idea de cómo hacerlo, ni qué preguntas hacer. De lo que más recuerdo es el especial hincapié en la libertad holandesa, vamos, los porros. Me cita al día siguiente en un bar en Benidorm, por si la cosa parecía poco rara. El acceso al bar no es fácil ya que está en una zona alejada del centro. Aquí estoy al borde de dar la vuelta por miedo a involucrarme en a saber qué trama de corrupción.

No recuerdo el nombre de la persona que me atendió, pero creo que era Andy, sí, se presentó con su apodo de mierda. Cadena de oro, peinado de actor porno que intenta disimular calvicie sin éxito, cara de niño con gesto de putero, camisa floreada abierta por el pechito mostrando cuatro caracoles de pelo, zapatos marineros con calcetines blancos. Eterno soltero. Andy coge mi currículum y le da una pasada por encima. Me cuenta que allí hay muchos españoles que salieron de aquí y ahora viven de puta madre. Me confirma que tendré alojamiento gratuito, comida y compartiré vehículo con otros compañeros. Cerramos trato con un apretón de manos. Me dice que esta semana me mandará el billete de avión y confirmará la fecha de salida. Una vez estemos allí nos explicarán todo. Así de rápido fue y yo tan contento.

Cuatro días después, Andy me llama por teléfono diciendo que la cosa se ha acelerado y hace falta que nos plantemos allí urgente. Yo no tengo problemas y pregunto por el procedimiento. Al parecer la urgencia lo complica todo ya que no puede sacar billetes de avión con tan poco tiempo y que no queda más remedio que viajar en bus. No pasa nada, siempre quiero poner lo mejor de mí y acepto. Mañana a las 6.00 de la mañana en la estación de autobuses de Alicante. Allí estará su hermano para darnos los billetes y presentar al resto de empleados. Por la noche me aseguro de no dejarme nada fuera de la maleta porque tengo la idea de empezar una nueva vida fuera de España. Así que guardo cuatro calzoncillos, seis pares de calcetines, dos pantalones, cinco camisetas y 250 CDs. En la estación de autobuses me encuentro al hermano que no me acuerdo ni cómo se llama pero que tenía mucha prisa, ni siquiera me presentó al resto de la tropa, simplemente se dedicó a señalar su posición en el hall de la estación de autobuses. Se marcha corriendo, no sin antes desearnos buen viaje, viaje que dura dos días. Me despido de mi padre y de mi mejor amigo Edu y me dirijo al autobús. Aprovecho para presentarme a los compañeros. Ninguno de ellos está tan ilusionado como yo con este viaje:

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Carlos. Es de Alcoy y tiene serios problemas con la bebida. Asegura haber quemado dos motores de coche, dos matrimonios, innumerables peleas sin motivo aparente. Tiene cara de mala hostia y está plenamente decidido a cambiar en este viaje, lo promete por sus dos hijas.

Luis y Alberto. La extraña pareja. Creo que son evangelistas por algún comentario en defensa de la Biblia. Luis es el cerebro. Es bajito y sus brazos parecen muy pequeños en comparación al torso, mirada perdida y nariz de loro. Alberto claramente es el músculo, es alto, fibroso, unicejo y con cara de imbécil. Los dos visten de chándal. José. Libertino, viene con idea de "quemar Holanda". Parece encontrar complicidad con todo y eso hace desconfiar al resto de la manada. En concreto a Carlos se le atravesó desde el minuto uno. Se retoca la barba constantemente y se engomina el pelo a escondidas. Lleva un termo con licor café para hacer el viaje más ameno. Javier. Es la segunda vez que viaja a Holanda a trabajar. Javier sí viene por los porros. Es el único que habla inglés y parece un tío medianamente culto. Apenas habla durante el viaje. Fuera de la extraña pareja es la persona con la que mejor me entendía. Para él todas las mujeres están "rotas".

La estación de tren de Den Bosch (cuyo nombre oficial es 's-Hertogenbosch). Imagen vía.

Tras dos días larguísimos de viaje llegamos a Den Bosch. Un pueblo industrial muy cerca de la frontera con Bélgica. Nos recoge Paolo, un portugués con pinta de animal de carga. Nos da la mano y nos conduce a los vehículos que nos llevarán a nuestro nuevo hogar. Todos estamos emocionados. Durante el trayecto en coche desde la estación vemos un poco el pueblo, lleno de casitas pequeñas, preciosas, cuánto orden, cuánta limpieza. Las casas se pierden en la oscuridad de la zona industrial donde nos metemos. Un río que apesta nos acompaña hasta llegar a una enorme nave industrial que huele aún peor. Aparcamos y a mí la confusión ya me sale por las orejas. Pegado a la nave industrial hay un edificio de oficinas al que entramos por una puerta oscura.

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Mi nueva casa es un asco

Resulta ser nuestro nuevo hogar. El sitio apesta. Está completamente sucio, las habitaciones son grandes paneles de madera donde tienen literas de 3 camas. El salón es un trastero lleno de sofás recogidos de la basura. Un olor extraño flota en toda la 'casa'. Crack. Los portugueses consumen crack. Tirados en los sofás mugrientos mirando la tele, o cerca de la tele. Es difícil saber a dónde mira un adicto al crack. Cuando entro a la habitación me enseñan mi cama que parecía más una improvisada tumba en una cuneta. Me traen ropa de cama manchada de cosas de distintos colores y texturas, desde sangre, a una corrida pasando por mayonesa en el mejor de los casos. Por lo que me tiro durmiendo sobre mis maletas casi un mes entero. Imaginad un sitio para matar niños de San Ildefonso. Nos presentan al cocinero. Estefano. Tiene pinta de marinero. Pelo blanco y grasiento, pegado a la frente. Ojo de cristal. Un peto vaquero con el trapo de limpiar en el bolsillo trasero. Pose de señora mayor, insolente. Parecía un tío majo hasta que un día le pillé intentando abusar de uno de los portugueses. Josiño tenía retraso mental. Un tío de 39 años con el comportamiento de un niño de 11. Esto parecía poner cachondo a Estefano y estoy seguro que no era la primera vez, cuando abrí la puerta le lancé una patada con toda mi alma que para su fortuna solo llegó a peinarle la raja del culo blanco, fofo y estriado. Eso sí, no volvió a tocar a Josiño mientras yo estuviera cerca. Pobre Josiño.

Primer día de trabajo. Nos ponen un peto blanco, cofia blanca y guantes blancos. La seguridad y la limpieza son lo primero. Otro hermano de Andy nos acompaña para enseñarnos las instalaciones. No son instalaciones para nada sofisticadas, todo funciona a pulso. A mí me colocan a empujar los pinchos con piernas de cerdos ya que los rieles no están automatizados. Cada pincho pesa unos 90 kilos y yo los llegué a arrastrar de quince en quince y me puse como un toro. Dos cosas me quedaron marcadas del entorno laboral. La primera es que los adictos al crack trabajan con cuchillos muy afilados en la cadena de despiece, muy cerca unos de otros. Se masca la tragedia constantemente. Lo bueno es que van sedados, por lo que cuando se cortan ni gritan, ni montan un drama. Simplemente se tapan la herida y se van al encargado más cercano.

Lo segundo es la comunicación. Aquello era un crisol. Belgas, portugueses, españoles, italianos, jamaicanos, congoleños y un sin fin más. Por lo que se escogía un poco de cada idioma para poder comunicarse, de inglés nada de nada. En español se utilizaba "es posible" para todo, podría significar "mueve eso" o "buenos días" o "¿que tal tu hermana?". A veces pasaban cerca de ti y gritaban: "Heeee!!! ¿Es posible?". Y devolvía el saludo o lo que cojones signifique. Los encargados de la cadena eran tres holandeses muy hijos de puta. Se les veía constantemente cuchicheando sobre los empleados y riéndose de ellos. No dejaban pasar ninguna oportunidad para darte un par de gritos. Imagina a un holandés con papada, mofletes rojos, cara de medio día, de mala digestión, gritando: "He!!! He!!! Es posible!!! he!!!" y señalando quién sabe que. Un día me harté. Me saqué los guantes y fui directo a darle un par de guantazos porque estaba hasta los cojones. Me detuvo Donald, un jamaicano de dos metros con una cofia en la Barba. Me puso la mano en el hombro, me miró a los ojos y me dijo "no es posible".

La rutina laboral no era diferente a cualquier almacén normal y corriente, la principal diferencia era que todos acabamos manchados de sangre hasta las cejas. Todo terminó el día que uno de los portugueses amaneció muerto de sobredosis en el baño del edificio albergue. Así que ya sabéis: Di NO a las entrevistas de trabajo en bares perdidos de Benidorm y sobre todo, no comas chopped.