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Cultură

Muéstrale un poco de respeto a tu camarero

Ser camarero es una de las profesiones más jodidas que hay, así que no lo empeores.
Ilustraciones Marta Altieri

Permanecer en un bar viendo cómo los camareros son tratados se me antoja una experiencia quebradiza. La comida y la música, por buenas que sean, se tiñen de un sabor amargo. No consigo ignorar su dolor. Pendiente de cada latigazo que reciben, procuro aplacar su calvario sacando lo más dulce que llevo dentro, escarbando hasta lo más hondo de mi contraído esófago en busca de algún caramelo rancio que regalarles. Lo que me queda pegado de la cabalgata de Reyes Magos no suele ser suficiente para equilibrar semejante cantidad de desprecio. Necesito ayuda, colaboración.

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Sé que hay lugares horribles llenos de trabajadores sucios e insolentes. Desconozco qué les ha llevado a ser como son. De lo que no hay duda es de que a nadie le sienta bien una nueva dosis de veneno. Una actitud altiva y castigadora no hace sino envilecer el flujo de lo cotidiano. El miedo a salir a la calle me crece sin cesar en la barriga como una mata de sandía.

Estos sitios destinados al ocio parecen estar hasta arriba de déspotas afrancesados. Como si cierto tipo de gente estuviese deseando entrar para aflojarse durante un rato el corsé de la convención y pagar el escozor de las correas con la primera persona que tenga la mala fortuna de brindarle su atención. Llevan escrito en la frente que el cliente siempre lleva la razón y salivan por una oportunidad para demostrarlo. ¿No puede llevarla la otra parte? ¿En serio? ¿Pagar otorga la razón? Quien inventó este lema tramposo sólo pretendía sacarnos el dinero a cambio de hacernos sentir más listos.

Puede suceder en otro tipo de negocio o por teléfono. Esta peñita no necesita verte la cara para hablarte como a un retrasado con las manos de trapo, como si los retrasados con las manos de trapo no merecieran también respeto. Aun así me inspiran una pena especial los bares, con ese ruido y esas horas, con los empleados tan cansados. En este escenario queda resumido a mis ojos lo más florido de nuestra categoría.

Es sencillo para este colectivo fustigador caer en el complaciente truco de contar sólo las relaciones personales como si fuesen las únicas que nos definen. Cualquiera se muestra considerado frente a su jefe o sus adorados sobrinos y se concibe como alguien responsable, movido por sentimientos que no van más allá del miedo y la conexión sanguínea. Nada de esto se sostiene si no te brota blandura cuando no tienes nada que perder salvo unos minutos de vida o un cubata un poco más cargado. Si tratas mal al camarero eres otro hijo de puta enseñando a sus descendientes a convertirse en más hijos de puta. Como si no hubiera bastantes.

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No es cuestión sólo de enseñar a los niños que si arman jaleo el encargado los encierra en el cuarto de la limpieza. Ni de hacerse el simpático para evitar que te escupan en la comida, cosa que ocurre realmente en multitud de establecimientos y no de forma azarosa. Quiero decir que cuando una chica descuelga el teléfono en una pizzería y un señor le hace un pedido con desdén la probabilidad de recibir un gapo bajo el pepperoni es mayor. Pepperoni al gapo. Pero no es ésa la problemática de este reclamo. La alegría de un camarero es un fin que no necesita justificación.

Si no eres capaz de hacerlo por ellos, al menos hazlo por mí. Intenta seguir mis suplicantes consejos y no rompas más mi pobre corazón. Estás pegando justo, entiéndelo. Si quiebras poco más mi pobre corazón me harás mil pedazos. Quiérelo.

Sé paciente

Incluso ante un lío de comandas, ante tu mesa vacía y olvidada. Incluso si se han equivocado con las bebidas, con los platos. La coordinación resulta difícil. Cultiva esta paciencia incluso siendo el único cliente del bar. Si tienes algo que reclamar, muéstrate cordial y tolerante. No hay forma de que te vaya peor así.

Di por favor y gracias

No importa si es el restaurante más caro del mundo. Si tú te diriges a ellos como pidiendo humildemente un favor quien te atienda estará más cerca de actuar como si te estuviera haciendo de verdad un favor. Los favores no se hacen por dinero. Se hacen por amor. Y cuando te mueve el amor siempre te salen mejor las cosas. Docenas de pandillas educadas se han llevado a la boca McFlurrys gigantes servidos por estas manos. Se reían de lo grandes que eran, no se podían ni manejar. Cuando te duele tanto el cuerpo una palabra bonita entre la marabunta actúa como una pomada milagrosa.

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Nadie obedece con más esmero y diligencia porque le metan miedo y prisa. Muy por el contrario, la mayoría de la gente se pone nerviosa y cumple torpemente con su cometido cuando se siente presionada. Por no hablar de la amenaza del gapo, más próxima que nunca.

Ten empatía

Piensa qué día es, qué hora. Tú estás en un sitio tomándote un refresco y hay una persona sirviéndote. Puede que sea domingo por la mañana y que anoche durmiese poco. Puede que tenga un primo en el hospital. Tal vez lleve horas ahí metido sin que le haya dado tiempo de comer ni de ducharse, que tu mesa sea la última del día y se esté muriendo por cambiarse y salir corriendo hacia su propio cumpleaños.

No dejes de considerar que el mundo de la restauración está plagado de primeras jornadas, de sustituciones y que desde dentro cuesta un horror acostumbrarse.

Obsérvale cuando piense que nadie le está mirando.

Este punto es uno de los más importantes. Observar su postura, sus gestos, su estado físico, te va a proporcionar valiosas claves para entender cuál es su situación real. Muchos camareros te miran simpáticos y eficientes y se van zumbando. En el momento exacto en que se giran para alejarse y cumplir tus órdenes podrás apreciar sonrisas cordiales que se desvanecen, espaldas erguidas que se desploman, poses pizpiretas que se diluyen en un dolorido estiramiento. ¿Está sudando a chorros? No le toques los cojones.

Nunca hagas como si no existiese

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Es una escena clásica que un camarero esté intentando recoger los platos, alcanzándolos con dificultad mientras los comensales le ignoran por completo como si fuese una mosca que no se acaba de ir. Siguen hablando con un gesto de leve incomodidad, haciéndole sentir molesto e inútil. Su sudor se multiplica a raudales.

A casi nadie se le ocurre echar un cable recopilando servilletas y cubiertos. No te pido que seas un agonías y hagas su trabajo, pero mírale a la cara y acércale tu vaso vacío.

No le cuentes tu vida

Es frecuente encontrarse con clientes que pecan de lo contrario. Si el carismático barman no es oficialmente tu amigo te recomiendo que no creas que lo es. No le entretengas con tus anécdotas, no te enzarces. No podéis mantener una conversación a nivel íntimo porque si él no está de acuerdo contigo será raro que te enteres. Que no te contradiga nunca y te ría las gracias no significa que le encante tu estilo. Fíjate en sus ojos. Pasa mucho porque es fácil colarse. Yo misma he flaqueado en este punto a veces y he reconocido al instante esa mirada de cordial premura. El otro no quiere cortarte para no hacerte sentir incómodo. Déjale ir cuanto antes.

No pienses que todo esto es medio en broma

Recuerda que esto va en serio, que cada vez que te muestras altivo ante unindefenso camarero estás tratando mal a tu hastiado padre, a tu mejor amigo que se está perdiendo una fiesta. Tal vez a ti con peor suerte, unas décimas de fiebre, un montón de frío y las manos quemadas de limpiar aluminio con lejía. Me estás tratando mal a mí en una versión joven, perdida y cansada. Son días duros, colega, ten piedad.

Sé amable, sé tú el bálsamo que proporcione a estos exhaustos trabajadores un respiro capaz de inyectarles ganas de seguir viviendo un ratito más. Este sector está abrasado de la ruin naturaleza humana. Tú puedes ayudar a cambiar esa nefasta concepción antropológica. Conviértete en el cliente favorito de todos los lugares a los que entres. Contagia a tus amigos. Los clientes favoritos son muy queridos. Se llevan las mejores raciones, las mejores sonrisas, las más sinceras. También los mejores precios. Pero jamás un gapo. Eso jamás.