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Esclavos de Corea del Norte están construyendo la ciudad que albergará el Mundial de Qatar

Si quiere conseguir que el Mundial de 2022 sea un buen espectáculo, a Qatar le queda todavía mucho por hacer.

Si quiere conseguir que el Mundial de 2022 sea un buen espectáculo, a Qatar le queda todavía mucho por hacer. Será el país más pequeño –tanto por población como por extensión- en albergar una edición de este torneo, para lo cual necesita desesperadamente mejorar sus infraestructuras. Con el fin de poder absorber la cantidad de forofos que acudirán al acontecimiento, los mandatarios del emirato han iniciado la construcción de Ciudad Lusail, un proyecto urbano formado por ​complejos vacacionales en islas y ​centros comerciales de lujo​. El arte conceptual escogido para esta urbe se asemeja al de un centro residencial de jubilados estructurado en torno a un campo de golf, con la diferencia de que se encuentra en medio del desierto y está financiado por montañas y montañas de dinero procedente del petróleo y el gas natural.

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¿Qué es lo siguiente que tienes que hacer cuando se te encomienda un proyecto de esta envergadura? Pues conseguir esclavos de la era moderna. A estas alturas ya son bien conocidas las precarias condiciones en las que deben trabajar los obreros de los ultrarricos estados del Golfo –te puede interesar ​este artículo para VICE de Molly Crabapple​ al respecto-, pero lo que no era tan conocido es que los miles de obreros que están trabajando en Qatar son ​"esclavos patrocinados por el estado"​, según ha revelado recientemente el diario The Guardian.

Sí, al parecer la economía de Corea del Norte es tan patética que el régimen ha recurrido al comercio de seres humanos por divisas extranjeras. Según los datos del rotativo, Corea del Norte habría enviado hasta 3.000 trabajadores a Qatar, y quizá cerca de 65.000 a otros países, en total.

Este último dato concuerda con la realidad que VICE encontró en 2011 durante la grabación de un documental sobre los campos de trabajos forzados de Siberia. Muchos de sus trabajadores rondan los 40, tienen familias y se trasladan a versiones en miniatura de su tierra natal: se levantan al son de las mismas melodías en viviendas similares a las que ocupaban en Corea del Norte. Después de tres años, regresan a su país, donde los someten a un proceso de reintegración durante un mes, con el fin de ponerles al día de toda la propaganda del régimen que se han perdido.

A estas alturas, cualquiera que sienta un mínimo de preocupación por los derechos humanos se habrá dado cuenta de que ha sido una terrible idea dejar que este diminuto, autoritario y caluroso país albergara el Mundial. Al hecho de que Qatar está arrastrando a gente para trabajar en el proyecto contra su voluntad hay que añadirle que ​ni siquiera los propios jugadores quieren ir​ al emirato porque va a hacer un calor jodidamente insoportable. Ahí surge la pregunta de si realmente es necesario todo esto por un Mundial de fútbol.