No hay tumba que pueda retener mi cuerpo

Este artículo pertenece al Photo Issue 2015

Mientras tomaba estas fotografías, me sentía incómoda con la idea de crear una serie de imágenes que pudieran representar los matices de las comunidades religiosas de los Apalaches. Me resultaba difícil trasladar el significado y el poder que ejerce la religión ante un publico urbano que lleva tiempo caracterizando a la población rural como simplista e ingenua.

En la zona central de los Apalaches, las iglesias hacen las veces de lugares de solidaridad que proporcionan cuidado, cariño y apoyo a los más necesitados. A menudo, se trata de espacios más allá de la fantasía y el espectáculo de la redención, lugares de encuentro para que los miembros de la comunidad se ayuden los unos a los otros. Las iglesias rurales, como lugares de fe personal, se movilizan rápidamente en momentos de crisis. Esto es algo especialmente importante en los Apalaches, donde tanto el gobierno local como el federal han estado robando y malversando dinero del fondo de emergencias durante casi un siglo.

Es aquí, en estas iglesias pequeñas rodeadas de las montañas Apalaches, donde me veo obligada a reflexionar sobre cómo las comunidades rurales han tenido que lidiar con el derrumbe de una monoeconomía basada en el carbón. Aquí es donde compartí momentos –como una forastera sin fe– con un grupo de personas devotas que se debaten con las mismas cuestiones de abundancia y decadencia que todos los demás. Y es aquí que juntos creamos un espacio que ofrece amparo ante la epidemia de la drogadicción que está mermando rápidamente a buena parte de la población local.

Mis experiencias en estas iglesias han hecho que entienda cuál es el valor de las creencias compartidas, de la comunidad y la fe. Y a pesar de que no me he hecho creyente, ni he encontrado la salvación ni he vuelto al rebaño, me he sentido enriquecida por el tiempo que he pasado con extraños que me han abrazado, me han tendido la mano, me han dicho que me querían y han compartido su comida conmigo en sus casas. Estos gestos de bondad y acogida –de comunidad– me han ayudado a combatir un permanente sentimiento de soledad y el velo de tristeza que me persigue. Me hicieron sentir aceptada y se preocuparon por mí de una manera sincera, a pesar de mis demonios, mis luchas internas y mis fracasos personales. Creo que también a ti te tratarían de la misma manera sin importar tu pasado o tu situación actual. Así que a pesar de que no creo que Cristo sea el salvador, me ha impactado el poder transformador de la fe y la profunda bondad de estas comunidades.