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Cultură

Pablo Iglesias vuelve a “El Hormiguero”: segundas partes nunca fueron buenas

La consigna era intentar que no se notase que a Pablo Motos le cae muy mal el líder de podemos.

Vídeo vía Antena3

Ayer por la mañana una consigna se fue repitiendo sistemáticamente en la reunión de equipo de "El Hormiguero": "chicos, por favor, esto es importante, a ver si podéis prestar atención: que no se note que odiamos al coletas, ¿de acuerdo? No tengo ningunas ganas de aguantar a los putos tuiteros toda la noche". Pablo Motos venía escarmentado de la última aparición de Pablo Iglesias en su programa a inicios de noviembre del año pasado, en plena campaña electoral previa a la jornada del 20 de diciembre. Aquella entrevista subida de tono y equivocadamente incisiva incendió Twitter y puso de acuerdo a casi todo el mundo: parecía claro que al presentador le gustaba bastante más Albert Rivera que el líder de Podemos, y así quedó reflejado en el trato diferencial entre uno y otro.

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Así que ahora tocaba disimular. Quedar bien. Maquillar la agresividad de aquel cara a cara. Contener a las fieras, aplacar el runrún de las redes. Como diciendo: hoy toca hacer de poli bueno por mucho que me repatee. Sonrisa Profidén, golpecitos en la espalda y aquí no ha pasado nada. Ahora te regalo un cuaderno de los secretos para que juegues a los espías, luego te pregunto por el smoking que llevabas en la gala de los Goya y un poco más tarde recupero el gag de la podadora que nos quedó pendiente hace unos meses para que nadie diga que censuramos y te puedas despachar a gusto contra todos.

Pero el traspié de Motos ayer en "El Hormiguero" no vino motivado por los regalitos y el buen rollo que transmitían las preguntas, sino por el hecho de que el presentador no domina el término medio. O se pasa de punzante o se pasa de coleguita. O se pasa de sincero o se pasa de impostado. O confunde preguntas con ataques o deja ir las cuestiones conflictivas sin mirar y tapándose la cara, como el niño miedica que enciende un petardo y lo deja caer a toda velocidad sin tan siquiera haber prendido la mecha. El 'ay, ay, ay, que no me pase nada'. Y la sensación final es que el remedio acaba siendo mucho peor que la enfermedad.

Motos preguntó por Errejón, sí. Y por Cataluña. Y por el posible pacto con el PSOE. Y por la posibilidad de unas elecciones anticipadas. Y por Panamá. Más o menos sobrevoló todos los temas susceptibles de ser planteados. Pero la cosa se quedó ahí: Iglesias, que salió al plató con mucha más pachorra que hace unos meses, que aceptó entrar al trapo del tono jocoso y juvenil desde el primer minuto, que nos regaló la imagen de Rivera y Sánchez tapados con una mantita viendo el programa, y que era consciente de la contención y el freno de mano puesto de Motos en según qué temas, se paseó por la casa de las hormigas como Pablo por su casa. Incluso se permitió el lujo de vacilar a los dos muñecos de trapo en cada una de sus respuestas. El otro Pablo, por su parte, en tierra de nadie: si en noviembre se pasó de revoluciones, ayer se pasó de frenada.

El otro gran inconveniente de la noche fue que nos sonaba demasiado todo lo que estábamos viendo. En realidad lo de ayer en "El Hormiguero" fue una película ya muy vista y manida, con un guión prácticamente calcado a la anterior comparecencia de Iglesias en el programa y con un final tan predecible que podríamos haberlo dejado escrito antes tan siquiera de empezar. La visita de Iglesias tuvo mucho de déjà vu y nos llevó de vuelta a esos días de ridículo y esperpento que vivimos hace unos meses en televisión, cuando la plana mayor de políticos españoles convirtió la pequeña pantalla en su base de operaciones de campaña.

Para que quedara constancia de que aquella primera vez no fue tan atropellada ni tendenciosa como se insinuó en las redes sociales, Motos quiso decir 'aquí estoy yo' y recuperó ese árbol de cartón piedra lleno de ramas temáticas que su invitado debía podar siguiendo sus preferencias ideológicas. En noviembre el gag quedó cortado de forma abrupta justo cuando Iglesias se disponía a enviar al otro barrio a la monarquía o las SICAVS. Así que ayer tocaba enmendar el error de timing y dejarle claro a todo el mundo que en el programa de Antena 3 no se censura.

Nos lo creemos, seguro que sí. Pero no es lo mismo plantear ese juego inofensivo justo a punto de arrancar la campaña electoral que hacerlo cuando el pueblo ya ha votado y lo que se busca es un pacto de gobierno. Es igual: Iglesias dejó el árbol más pelado que una rata y todos contentos. Los efectos terapéuticos del jijijaja. Buen rollito, cachondeo generalizado y una última pirueta para rematar la noche: convertir al político en percusionista de una orquesta que interpreta versiones de la banda sonora de "Juego de tronos". Los guionistas de televisión son perezosos por naturaleza, y esto es una prueba evidente: "¿que viene Pablo Iglesias? Pues nada, hombre, hagamos algo relacionado con "Juego de tronos", que es algo totalmente nuevo, original e inédito".

Da igual que el diputado haya manifestado públicamente su fanatismo por otras series. O que tenga más inquietudes y gustos populares que "Juego de tronos". El cliché es la serie de HBO y al cliché que vamos, así solventamos un gag de diez minutos sin apenas pestañear. Y nada: el pobre tipo tuvo que verse metido en medio de una banda aporreando el bombo para seguir el ritmo de la interpretación del tema central de la serie. En plena campaña lo entiendo, a fin de cuentas hay que recolectar votos; pero en pleno proceso de pactos y negociaciones, cuando el pescado está ya vendido, servidor no hubiera dudado en rechazar amablemente tan delirante y ridícula invitación. "Oye mira, Motos, casi mejor sales tú a hacer el payaso con esta orquesta, ¿vale?".