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Cultură

Paul Virilio

Aunque en diferentes momentos históricos, y empaquetado dentro de temas distintos, el teorizador cultural Paul Virilio lleva 30 años repitiendo esencialmente lo mismo una y otra vez. Puede que sea conveniente que todo el mundo, no sólo los franceses y...

Aunque en diferentes momentos históricos, y empaquetado dentro de temas distintos, el teorizador cultural Paul Virilio lleva 30 años repitiendo esencialmente lo mismo una y otra vez. Puede que sea conveniente que todo el mundo, no sólo los franceses y los estudiantes universitarios, empiece a escuchar lo que Virilio dice. A Virilio le interesan las revelaciones. Él mismo es como un profeta del Apocalipsis. Pese a ser un devoto católico, no hay en su trabajo juicios morales. Virilio se dedica más a la observación y el análisis de banalidades; “evidencias”, como él las llama. Su cita más conocida dice, “La invención del barco fue también la invención del hundimiento”, y ésta es probable que sea la explicación más concisa y elocuente posible del concepto de causalidad, una que puede aplicarse prácticamente a todo. Virilio expande esto hasta lo que bien podría ser su mensaje principal; que es, parafraseándole, que todo hallazgo tecnológico lleva en sí mismo su propio defecto y que el culto a la velocidad y la aceleración que la tecnología ha engendrado será la muerte de todos nosotros. Tras la 2º Guerra Mundial, Virilio trabajó con Matisse y Braque haciendo vitrales; en los 60, asociado con Claude Parent, revolucionó el campo de la arquitectura con su concepto de arquitectura oblicua, y en los 70 conoció a los nombres más importantes entonces dentro del campo del pensamiento teórico: Gilles Deleuze, Félix Guattari y Michel Foucault. Su libro “La velocidad y la política”, publicado en 1977, marcó el nacimiento de su concepto de la dromología, la lógica de la velocidad. Ha sido editor de Georges Perec y Jean Baudrillard, es amigo de Chris Marker y Peter Sloterdijk… y ahora también nuestro. No hace mucho Virilio nos recogía en la estación de tren de La Rochelle, Francia, llevándonos después al acuario local, donde hicimos la entrevista. Más que eso, lo que Virilio hizo fue darnos herramientas para entender el mundo moderno y explicarnos por qué, a pesar de que un desastre total es inevitable, él sigue siendo un optimista. Vice: La gente le conoce como el teórico del desastre. ¿Cree que tal vez esté usted obsesionado con él?
Paul Virilio: En absoluto. Míralo así: yo era amigo de George Perec, un niño del Holocausto. Sus padres murieron en un campo de concentración. Una vez, estando con él, me dije a mí mismo: “Yo no soy un niño del Holocausto. Mis padres no están muertos. No soy judío. Pero soy un niño de la guerra total”. Vive en mí del mismo modo que él no puede olvidar el Holocausto. Somos hijos de la misma guerra. No podemos ser racistas y decir que él tiene permiso para estar obsesionado y yo no. Usted presenció bombardeos aéreos en Nantes…
Los bombardeos fueron un fenómeno complejo y pervertido. No pueden comprenderse los movimientos colaboracionistas y de resistencia franceses si no se entiende previamente el periodo de ocupación. Estar bajo ocupación es estar en una situación de absoluta perversidad. Vives al lado de tu enemigo y son tus aliados quienes te matan. Yo tenía 10 años en 1942. Tuve que comprender que la gente que tenía al lado era mi enemiga, y los que me estaban bombardeando eran mis amigos. Yo fui niño de la guerra total, de la guerra relámpago, de la guerra rápida: el blitzkrieg. ¿Se escondían en sótanos durante los bombardeos?
Al contrario, salíamos a campo abierto. Nos daba miedo que un derrumbamiento nos dejara enterrados vivos en el sótano. Era habitual oír los gritos de las personas atrapadas en las bodegas, ahogándose porque las cañerías del agua habían reventado. Mi padre nos dijo que no lo hiciéramos. En vez de eso, salíamos fuera y nos tumbábamos en el suelo. Y aun así, usted sufre de claustrofobia, ¿verdad?
Oh, sí. Las bombas caían cerca y las explosiones nos cubrían de arena y polvo, pero preferíamos morir a la luz del sol que palmarla en un sótano. Los bombardeos son un fenómeno cósmico. No tienes la sensación de que sea una persona en concreto la que te está haciendo eso; es como el Apocalipsis, o una terrible tormenta, o la erupción del Vesuvio. De joven pude ver muestras de miedo colectivo. El miedo a nivel personal es algo fácil a lo que enfrentarse cuando eres joven. O respondes o huyes. Es una cuestión de coraje individual. Pero cuando tus padres están aterrorizados y tus abuelas lloran y a tu alrededor la gente grita, entonces, vaya, ser valiente no es posible. Mucha gente ve sólo el lado negativo de sus teorías. Yo veo en ellas una gran carga positiva: Por ejemplo, el hecho de que esté interesado en los accidentes por ser el epítome de la absoluta sorpresa.
Por supuesto. Existen los accidentes felices: el amor a primera vista, ganar la lotería… Aristóteles dijo “El tiempo es el accidente de los accidentes”. El tiempo es lo que existe, y el accidente es lo que sucede. Tienes la sustancia, algo material que existe, como una montaña. Y luego tienes el suceso: el terremoto. Yo no estudio los desastres, sino los accidentes. La ruptura. La sustancia es necesaria y absoluta, los accidentes son relativos y contingentes. ¿Cómo nos las arreglaríamos para analizar el progreso técnico de hoy sin analizar sus accidentes? ¿Le da el mismo sentido al concepto de “accidente” que otros filósofos modernos al de “suceso” o “acontecimiento”?
Sí, excepto que para mí un accidente es un suceso de la velocidad. Nuestros accidentes están relacionados con la aceleración de la historia y de la realidad. Los franceses fueron ocupados por los nazis por sorpresa. No reaccionaron bien porque no comprendieron la velocidad del suceso. La velocidad les superó. Los acontecimientos de hoy, como el hundimiento del mercado de valores, son accidentes de la velocidad. Llamo a éstos “accidentes integrales”, ya que originan otros accidentes. En el mundo de hoy se da una amplificación de acontecimientos puros pasados. Hoy, la historia es totalmente accidental. Toma como ejemplo el 9/11. No es un suceso, es un accidente. Pero lo consideramos tan importante como los sucesos y acontecimientos del ayer. Es como una declaración de guerra pero sin guerra. ¿Está usted en contra del progreso?
No. Nunca he creído que tengamos que volver al pasado. Pero, ¿por qué los aspectos positivos del progreso son reemplazados por su propaganda? La propaganda era una herramienta utilizada por los nazis pero también por los futuristas. Fíjate en los futuristas italianos. Eran aliados de los fascistas. Incluso Marinetti. Yo me enfrento a la propaganda del progreso, y esta propaganda lleva el nombre de la aceleración sin límite. Esperaba que me hablara usted de su metáfora del barco hundido…
Ah, sí, por supuesto. Es sólo que llevo repitiéndola desde siempre. Es muy sencilla, pero es universal.
Inventar un avión no sólo implica inventar la colisión sino también la avería. El motor a reacción es una cosa asombrosa, pero es sensible a los pájaros, a las cenizas volcánicas…. Y así pasas del avión que puede volar increíblemente rápido al avión que no puede volar en absoluto. Ya sea por tener miedo a la amenaza terrorista, o por el volcán y ser demasiado arriesgado, o algo nuevo que surja mañana, no es posible innovar sin crear algún peligro. Es algo tan obvio que estar obligado a repetirlo muestra hasta qué punto estamos alienados por la propaganda del progreso. Imagino que a menudo tiene que oír cosas como “Pese a todo, señor Virilio, el progreso es algo bueno”. ¿No es algo que le fastidie?
Sí, es muy irritante. Quienes dicen eso son víctimas de la propaganda. El progreso ha reemplazado a Dios. Nietzsche habló de la muerte de Dios; yo creo que, de hecho, Dios fue reemplazado por el progreso. En mi opinión, la tecnología debe apreciarse como el arte. Nadie le diría a un experto en arte que no puede preferir la abstracción al expresionismo. Amar es elegir. Y, hoy, esto lo estamos perdiendo. Amar se ha convertido en obligación. El progreso tiene todos los defectos del totalitarismo. ¿Posee usted muchos útiles tecnológicos?
No tengo coche y ahora tampoco televisor. Contribuí a lanzar internet, allá por aquellos tiempos heroicos. Pero, hoy, no tengo ni ordenador ni teléfono móvil. En casa tengo un teléfono fijo perfectamente normal, agua corriente, gas y electricidad. A veces escucho la radio. Hablemos un poco más del peligro inherente a la velocidad.
La de “Cuanto más rápido, mejor” es una afirmación falsa. Cuanto más rápido vas, más riesgos corres. Yo antes tenía un Jaguar. Una vez lo conduje a más de 200 kilómetros por hora con Claude Parent. Él poseía un modelo E, el mío era un modelo S. La velocidad física te congela. Cuanto más rápido vas, a mayor distancia tienes que enfocar la vista. También pierdes visión lateral. Estás fascinado. Casi a ciegas, parcialmente; como los caballos con anteojeras.
¿Por qué la mayoría de animales tienen los ojos a los lados? Hay muy pocos que los tengan en la parte frontal de la cabeza, como nosotros. Eso es porque el auténtico peligro suele venir desde los lados o desde atrás. La velocidad reduce el ángulo de visión, como una pantalla. Una vez dijo que “escoger la resistencia no significa oponerse a las nuevas tecnologías, sino rechazar colaborar”.
Sí, eso es obvio. Y también sostiene que resistirse forma parte de la naturaleza humana. Así pues, ¿qué debería hacer yo? ¿Arrojar mi MacBook por la ventana?
No es una cuestión que se dirija a seres humanos a título individual sino de desarrollo político, económico y ambiental. Churchill dijo: “Un optimista es una persona que ve una oportunidad detrás de cada calamidad”. ¿Qué opina de los comentarios de Karl-Heinz Stockhausen sobre el 9/11? “La mayor obra de arte creada en todo el universo”.
Peter Sloterdijk me contó que Stockhausen había renegado de ese comentario poco después de hacerlo. Puede que le malinterpretasen. No lo sé. Yo no considero las catástrofes como arte. La técnica es arte. Cierto. Ars, en latín, es equivalente al technê griego.
Entonces estamos de acuerdo. Hay armas que lo son porque se han utilizado como tales. Por ejemplo, si cojo esta botella y te mato con ella, es un arma por destinación, mientras que si utilizo una pistola, la pistola es un arma por función. Su función es matar. En el 9/11, los terroristas se apropiaron de un avance tecnológico convirtiendo un avión civil en una bomba, matándose a sí mismos en el proceso. Un arma por destinación. Y una perversión total. Lo de la botella sería menos perverso, pero no dejaría de ser un crimen. La botella seguirá siendo una botella, aunque te haya matado. Y el avión seguirá siendo un avión aunque haya matado a más de 3.000 personas. Stockhausen fue un gran músico, pero no creo que su comentario tuviera una gran profundidad filosófica, si es que eso era lo que pretendía. ¿Qué puede hacerse para prevenir tales perversiones?
Bueno, yo no denuncio el hecho de que la tecnología se emplee para hacer el mal. Por prevención podrían prohibirse los aviones, porque pueden utilizarse como armas. Y prohibir también las botellas. Y tacones altos como los que llevas. Hoy el hombre es perfectamente capaz de destruir a toda la Humanidad. Hans Jonas, en El imperativo de la responsabilidad, aboga por un cambio ético radical. Supongo que usted está de acuerdo con él.
Sí, lo estoy. Pero no estoy de acuerdo con el principio de la prevención. El principio de la prevención es el cache-sexe del imperativo de la responsabilidad. Una máscara que favorece la propaganda del progreso. “Vamos a extremar las precauciones”. No es ahí donde reside el problema. El problema reside en la responsabilidad, a su más alto nivel. No hay “medidas de precaución” que puedan llevarse a ese nivel. Para el hombre sigue siendo difícil contemplar su propia muerte. ¿Cree usted que es capaz de contemplar la muerte de la Humanidad al completo más allá de las representaciones de Hollywood?
Siendo cristiano, he de decir que participo de lo que San Pablo llamó “una esperanza contra toda esperanza”. Significa que, en cierto sentido, veo esperanza más allá de la amenaza del Apocalipsis. No pone fin a la Humanidad. Es posible, pero no seguro. En lo más profundo del pozo, hay esperanza. Nos aproximamos al pozo de la ignorancia. ¿Podría explicar esto?
Temo otro accidente: el accidente del conocimiento. En primer lugar, de la sustancia, los objetos físicos, el entorno. En segundo lugar, las distancias; el mundo es demasiado pequeño. Y tercero, el mayor riesgo, es el del nihilismo, el de perder conocimiento, el coma de las ciencias por alcanzar el muro del tiempo. ¿Es a esto a lo que se refiere usted con el “accidente del pensamiento”?
Sí, la ubicuidad, la instantaneidad. El presidente de Goldman Sachs dijo: “Yo hago el trabajo de Dios”. Eso es peor que el nihilismo. En las películas americanas de los 70 abundaban las catástrofes. Hoy estamos más interesados en las películas apocalípticas.
Sí, es algo gótico. Retrotrae a tiempos medievales, o al Gran Miedo al inicio de la Revolución Francesa. En los 70, el público estaba más interesado en las catástrofes locales.
La aventura del Poseidón, El coloso en llamas, incluso Titanic. Las he visto todas. Y en todas se toca el tema de la ansiedad del progreso. Titanic se ha convertido en el ejemplo perfecto, pero La aventura del Poseidón se hizo antes. El Poseidón es un enorme barco que vuelca. Queda flotando al revés, convirtiéndose su interior en una especie de paisaje cabeza abajo en el que los supervivientes han de encontrar formas de moverse. Cuando llegan a la parte superior, golpean el “techo” hasta abrir un boquete en el casco por el que poder salir. Es una película interesante porque se responsabiliza de la catástrofe al vehículo. También está Aeropuerto. Básicamente tienes barcos, rascacielos, helicópteros, aviones… Objetos masivos, de enorme tamaño.
Estos objetos fueron superados hace largo tiempo por la virtualización. La amenaza, en aquellas películas de los 70, provenía de viejos objetos tecnológicos. Del espacio virtual no tememos nada, salvo tal vez hacernos adictos. ¿Y qué hay de los recientes taquillazos apocalípticos, de películas como El día de mañana o 2012?
América ya no es el Nuevo Mundo. Con la globalización, ya no será el Nuevo Mundo nunca más. El mundo se ha convertido en un planeta que cualquiera puede descubrir al instante. América es sólo una parte, nada más. De ahí la timidez de Obama en asuntos relacionados con la política externa. El imperialismo americano está cambiando, incluso en lo militar. Eso es algo que puede verse en la reducción del número de cabezas nucleares y en el hecho de que haya abandonado la carrera espacial. América ha perdido la mentalidad de “vayamos hacia el Oeste” de los días de las viejas fronteras. Y creo que esto es algo que películas como esas estaban ya anunciando. Al menos, así es como yo las veo. Hay también cierta obsesión con las catástrofes entre los medios de comunicación. Estamos siempre esperando a que ocurra la próxima.
Nos abocamos a otra era de gran terror. Nos asustan las cosas que no comprendemos y no podemos ser valientes frente al miedo colectivo, frente al pánico. ¿Qué opina de la fiebre entre los medios por el Gran Colisionador de Hadrones?
A los responsables del Colisionador les han llegado recriminaciones por parte de los físicos americanos y del profesor Otto Rössler, el teórico del caos. Ambos les preguntaron: ¿qué os da derecho a correr el riesgo de crear un agujero negro? El debate da pie a una cuestión importante. ¿Dónde están los límites de la experimentación? Las ciencias no son magia; consisten, por naturaleza, en probar cosas. En el siglo XIX, si metías la pata en un experimento, tu laboratorio explotaba y salías de entre las ruinas tiznado de negro y con la ropa hecha harapos. Tu esposa decía, “Vaya, tu experimento no ha funcionado”, y ahí acababa todo. Cuando Oppenheimer pulsó el botón de disparo de Trinity [la primera prueba nuclear], ni él ni su equipo de científicos sabían hasta dónde llegaría la desintegración. Desconocían si el espacio mismo se desintegraría. El mismo Oppenheimer lo dijo: Puede que hayamos un cometido un pecado científico, corrimos un riesgo que ni siquiera llegámos a comprender. Y a la bomba le dieron el nombre de Trinity. Puedes ver las connotaciones religiosas. Bueno, lo cierto es que en el libro que actualmente estoy escribiendo sobre el Gran Colisionador de Hadrones, les ataco con fuerza. Debería haber previsto su respuesta, dado que se trata de una máquina que acelera las partículas para hacer que choquen. Pero, ¿cree que realmente hay riesgo?
Al hadrón lo llaman “la partícula de Dios”, ¿sabes? Y al acelerador lo llaman “la catedral”. Hace quince años usted dijo que quería escribir un libro titulado El accidente integral. También dijo que cualquiera podía escribir su propio 1984. Aún no ha escrito ese libro, pero, ¿quiso decir que la consecuencia de ese accidente integral sería el totalitarismo?
Sí, por supuesto. El totalitarismo de los totalitarismos. La pérdida de libertad. La democracia está amenazada en todas partes. Como usted ha escrito, nos enfrentamos a “la sincronización de las emociones colectivas que conduce a la administración del miedo”.
Exacto. La comunidad de emociones que reemplaza a la comunidad de intereses. Obtendríamos un comunismo de los afectos. Y eso sería espantoso. Esto remite al fenómeno del pánico, frente al cual no se puede enfrentar el valor individual. Nadie habla de las armas nucleares. Se nos habla de los residuos nucleares –que, por cierto, son un enorme problema porque algunos pueden permanecer activos 200.000 años. Cuando los enterramos, hemos de asegurarnos de que esto se recuerde. Imagina una enorme agujero en el que se han enterrado residuos nucleares. ¿Cómo puedes decirle a la gente que viva dentro de 200.000 años que allí hay sustancias peligrosas? Esto ya no es ciencia ficción. ¿Cómo comunicarse con esa gente? ¿Qué lenguaje usarán? Ni se ha empezado a considerar la extensión de la amenaza. Y lo mismo puede aplicarse a las armas nucleares. Están en todas partes. Cualquiera puede ponerles la mano encima. No se habla de esto, pero es evidente. La propaganda del progreso existe. Aquí hay censura. ¿Puedes ver la perversidad de la situación que estamos viviendo? No es complot contra la humanidad—es más complejo—pero el resultado es el mismo. ¿Qué opina de la tesis de Ray Kurzweil sobre la singularidad? Él sostiene que, en el año 2050, los humanos serán más técnicos que orgánicos.
La nueva era. Plantea la cuestión de la tercera bomba, como formuló Einstein. Einstein dijo que había tres bombas: la bomba atómica, la bomba de información y la bomba demográfica. Yo, sin embargo, creo que la tercera bomba será genética. A no mucho tardar, alguien planteará el tema de la selección humana. Nos arriesgamos al nacimiento del verdadero racismo. Existirán los hombres naturales, nacidos de la sangre y el esperma—¡desagradable!—y los otros, nacidos de la ingeniería genética. Suena a película de ciencia ficción. Gattaca, por ejemplo.
Por completo. La bomba genética, si explota, dividirá a la humanidad en dos. Los pre-humanos naturales y los artificiales pero superiores post-humanos. Recuerda los replicantes en aquella película… ¿Blade Runner?
Sí. Hay una gran escena: Harrison Ford está a punto de caer de un edificio y el replicante le sostiene en vilo. Harrison cree que va a dejarle caer, pero el replicante le iza y le deja en lugar seguro. El diálogo que sigue es monstruoso, y al mismo tiempo maravilloso. Sí. La voz sobreimpuesta de Ford dice algo como, “Puede que en esos últimos momentos amara la vida más que nunca. No sólo su vida… la de cualquiera… mi vida”.