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Esta es nuestra opinión de la nueva película sobre Steve Jobs

Danny Boyle y Aaron Sorkin retratan al creador de Apple.

Un fotograma de la película. Imagen cortesía de la productora.

Aaron Sorkin es la hostia. Así de claro. Un guionista que es capaz de que sus textos marquen el estilo de un director. Que se vea más su firma que la del que decide planos, encuadres y dirige actores. Por eso es la hostia. Y también porque ha patentado un tipo de secuencia: la de las personas que van hablando a toda velocidad, mientras atraviesan salas, abren puertas, las cierran y cambian saludos con la gente hasta que, de repente, se paran y siguen hablando sin parar. Así se las gasta Sorkin desde los tiempos de El Ala Oeste de la Casa Blanca hasta la última película que hemos visto con su firma, el biopic sobre Steve Jobs, que se estrena el próximo 1 de enero.

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Para los que no somos usuarios de Apple es muy difícil entender la fascinación que el tío que creó esta multimillonaria compañía en un garaje -junto con su ex amigo Steve Wozniak- produce entre los fans de la manzana mordida. Que en la película queda claro que no es un homenaje a Alan Turing, ni a la forma en la que murió, pero que podía haberlo sido, porque Jobs era fan del matemático británico. El hombre que inventó el ordenador y que acabó castigado por la doble moral de su época, que no le toleró su homosexualidad. Salvo en este punto, por lo visto se sentía muy identificado en todo con descifrador de de los códigos de la máquina de encriptación nazi Enigma.

Éste es uno de los detalles de la vida de Jobs, que falleció en 2011, que nos revela Danny Boyle en su película, porque la firma el inglés, pero en realidad es un film que respira el aroma de Sorkin en cada una de sus secuencias. Todas ellas rodadas en interiores y en los minutos previos a la presentación de tres productos claves en su vida: introducción, nudo y desenlace. En estos tres bloques asistimos a su decadencia (el fracaso del primer Mac), a su despegue (su vuelta a Apple, de donde le habían largado, tras una hábil jugada empresarial) y su consagración, a finales de los noventa, con el lanzamiento del iMac. A los fans de Jobs todo esto les tiene que sonar, pero para los que somos novatos en estas lides resulta apasionante.

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¿Cómo consiguen Sorkin y Boyle hacer una biografía y que en realidad no lo parezca? ¿Que sus personajes hablen de cosas técnicas, resultados económicos y consejos de administración y que todo parezca ligero y apasionante? Pues por esa capacidad que tiene el guionista para convertir en épico un telediario (The Newsroom) o el negocio del fútbol americano (Moneyball). Mientras nos deja claro que Jobs era una persona con bastantes claros y muchos oscuros en su vida. Que no era un genio en nada, pero controlaba todo. Que era capaz de traspasar su férrea (cabezona) personalidad a un ordenador, para que nadie pudiera abrirlo ni alterar su composición. Que no dudaba en pagar a skinheads para que aparecieran en un spot de Apple, solo porque su aspecto le convenía al anuncio o que no quiso saber nada (o muy poco) de su hija hasta que ésta no comenzó a ir a la Universidad. Ni si quiera la reconoció. Y que rabió toda su vida por no ser portada de la revista 'Time' en 1984. Eso sí, luego se hinchó a aparecer en la primera página de la prestigiosa publicación.

En el filme, Steve Jobs aparece como un hombre huraño, caprichoso, algo manipulador, arisco, egocéntrico y algunos adjetivos más de connotaciones negativas. Entre ellos podría entrar directamente el de cabrón. Pero también se presenta como perfeccionista y visionario, una dualidad que no esconden en ningún momento ni director, ni guionista. Porque retratan a un tipo que es capaz de rehacerse a sí mismo, reinventarse y conseguir que todos (o muchos) nos adaptemos a su forma de pensar. Si no hay ranuras en el ordenador, os jodéis, que es porque lo he dicho yo. En el retrato de este personaje casi shakesperiano tiene mucho que ver Michael Fassbender, el actor que es capaz de hacer creíble cualquier personaje que caiga en sus manos, desde un adicto al sexo -un salido perdido- hasta un androide que se enfrenta a alienígenas en un planeta remoto.

Michael Stuhlbarg, Michael Fassbender y Kate Winslet. Imagen cortesía de la productora

Y por último está Danny Boyle, un director que logra convertir en algo entretenido casi todo lo que toca. Si fue capaz de engancharnos con la aventura inmóvil de James Franco en 127 horas, acelera el pulso con las conversaciones en despachos, trastiendas de teatros y salas de congresos. Aunque su estilo visual aparece más calmado, se permite alguna de las suyas, como esas transiciones entre los diferentes capítulos, o sobreimpresionar imágenes dentro de secuencias. Pero no está tan espídico como lo descubrimos en Trainspotting o Tumba abierta. Por cierto, estamos deseando ver qué hace con las nuevas aventuras de Renton y la panda de yonquis más zumbados de Edimburgo. Mientras tanto, con Steve Jobs se va a hinchar a recoger premios.