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Cultură

“Pequeños Gigantes”, futuros delincuentes

Cómo destruir la vida de tu hijo en un par de horas con Jesús Vázquez.

Seguro que más de una vez os habéis preguntado viendo "Hermano Mayor" de dónde diablos sacan a los pimpollos que lo protagonizan. ¿A qué tipo de correccionales han ido para confeccionar el casting de cada temporada? No le deis más vueltas al coco: ayer encontramos la respuesta. La teníamos delante de nuestras narices, pero estábamos ciegos buscando donde no tocaba. Las estrellas de "Hermano Mayor" salen de un programa como "Pequeños Gigantes", que ayer estrenaba la segunda temporada en el prime time de Telecinco.

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Si no lo habéis visto, os explico rápido de qué va: es un talent show con niños supuestamente brillantes en diversas facetas artísticas, desde el baile a la canción, pasando por el humor o la comunicación. Un jurado de discutible prestigio, formado por Florentino Fernández, Mónica Naranjo y Marbelys Zamora, que hacen lo que pueden para pasar el cepillo sin que se note mucho su esfuerzo sobrehumano para soportar el duro trámite, se encargará de valorar cada una de las actuaciones.

Pero lo importante no es tanto el formato como lo que se esconde en su interior. Es este un producto demoníaco que se nutre de las esperanzas hinchadas de padres sin dos dedos de frente obsesionados con el triunfo de su prole. Sabéis perfectamente a qué me refiero: son esos padres que en los partidos de fútbol de su hijo se comportan como un aficionado del Estrella Roja o del Besiktas, los mismos que en la función de teatro de fin de curso se creen Calixto Bieito dirigiendo a sus críos antes de salir a escena, los mismos que visten a su niño de Michael Jackson y lo pasean por todo el barrio para que le haga el moonwalk hasta al panadero. "Pequeños Gigantes" sabe que hay todo un mundo de padres pelmazos ahí fuera, de señores y señoras que no han destacado absolutamente en nada y que se empeñan en que su hijo sí. 'Niño, serás una estrella de la canción'. 'Pero papá, a mí no me gusta cantar'… Y así todos los días.

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En el primer programa de la nueva temporada vimos a muchos niños y niñas con el talento justo para salir en la tele, o en todo caso en un espacio de estas características, pero sin ninguna posibilidad de triunfar en sus respectivas facetas. Son niños que bailan o cantan bien, por encima de la media, pero que jamás serán estrellas en lo suyo. Lo vemos todos en casa sin necesidad de ser cazatalentos o directores de escena. Todos menos sus padres, que no han dudado un segundo a la hora de meter a sus chavales en una vorágine a la que se le ven pocos beneficios a corto y medio plazo. Imposible ver la actuación de Antonio Damián, un niño vestido con pantalones cortos, americana y unas alas de mariposa, y no pensar en el día después, en el patio del colegio, en los matones de la clase, en los comentarios despectivos, en los traumas generados en el día a día a lo largo de todo el curso.

No sé si merece la pena. En 2015 los niños no perdonan: basta una actuación como la que hizo el pobre crío ayer para convertir tu rutina en una pesadilla y que te lo recuerden una y otra vez. Joder, es que encima el pobre ni tan siquiera pasó a la siguiente fase en las dos oportunidades que tuvo. ¿En qué pensaban sus padres llevándolo al programa?

Es por eso que veo en "Pequeños Gigantes" una suerte de fogueo y preparación por los futuros protagonistas de "Hermano Mayor", un generador infalible de frustraciones, traumas y sentimientos de culpa que tarde o temprano tienen que explotar por algún lado. Esa insistencia paterna o materna en el triunfo artístico de sus niños no puede salir gratis. De una u otra manera te tiene que acabar volviendo cual boomerang. La venganza es un plato que se sirve frío. Y siempre en la adolescencia.

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Ves a los padres en la grada, emocionados y convencidos del potencial de sus críos, y se te cae el mundo. Gente que ha confundido tener gracia con tener talento y que a partir de ahí se ha montado una película de fama, dinero y éxito en la que ellos son los guionistas y directores. Y cuando el niño no supera la fase eliminatoria ves la decepción y el hundimiento en sus caras. Otro revés para sus aspiraciones, que en la mayoría de casos son distintas que las de sus propios hijos, más preocupados por haber defraudado las expectativas de sus progenitores que por no seguir en el programa.

Ayer vimos a un niño rapero que va de gracioso. Que va demasiado de gracioso. Es aquello de que le han reído las gracias sistemáticamente y ya no hay freno posible. A ver cómo le dices que no tiene gracia. A unas cuantas niñas bailarinas, como tantas otras que hay por España y que no aspiran a nada serio. Simplemente bailan porque les gusta, no porque crean que tengan un talento especial o diferente. A un chaval que imitaba a Raphael y que con 12 años se declaraba fan de Los Brincos. Yo que sé, tú, quizás es cosa mía pero yo estaba convencido de que en 2015 los preadolescentes escuchan rap español, hacen skate y se pasan el día jugando a la Play.

Es indudable la responsabilidad de sus padres, a fin de cuentas cuando tienes esa edad imitas y te alimentas de lo que ves en casa, pero de la misma forma que hay padres cansinos empeñados en convertir a sus hijos en lo que no son, también hay niños que vienen así de fábrica, niños a los que realmente les gusta verse involucrados en toda esta dinámica.

Y es que ese es otro gran tema: este tipo de programas, como también sucedía en "Tú Sí Que Vales" o en "La Voz Kids", se nutren de una fauna muy habitual y solicitada en televisión. Son los niños adultos, esos críos repelentes que hablan, gesticulan y se comportan como señores, la antítesis de lo que podríamos entender como un comportamiento natural y lógico para un pobre chaval de 6 o 8 años. Es algo parecido a lo de meter animales en un plató: por alguna extraña razón los directores de programas consideran que es un recurso televisivo infalible que gusta y funciona. Y nosotros en casa tragando.

El niño adulto provoca rabia inmediata, pero no es lo más importante. Lo más importante es que el niño adulto genera auténtico miedo y pavor, porque nunca tendrás más clara la fisonomía del fracaso y el batacazo que cuando ves a alguno de estos pobres aspirantes actuando como si tuviera 45 años. El caso Joselito no es una anécdota, es mucho más que eso: un aviso para navegantes y una lección que conviene tener bien aprendida.