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Cultură

Por qué dejé de fumar hierba

Sabéis que estamos totalmente a favor del consumo de marihuana, pero ya era hora de saber qué piensan lo demás, los que ya no aguantan dar ni una caladita más. Estas son sus historias de nuestros compañeros de Estados Unidos.
Ilustraciones de Nicholas Gazin

Sabéis que estamos totalmente a favor del consumo de marihuana, pero con la despenalización y la legalización causando revuelo en EE.UU., no sería descabellado creer que todo el mundo se está volviendo evangelista de la hierba. Sin embargo, todavía son muchos los que no se arrodillan ante el altar de la marihuana. Para algunos, la hierba es el recuerdo de su pasado como delincuentes menores. Para otros, fumar les arrebata la cordura y los deja paranoicos y llorando en posición fetal. Estamos muy acostumbrados a hablar con personas que creen que fumando pueden impedir que se derritan los polos o resolver el conflicto entre Israel y Palestina. Por eso creímos que ya era hora de saber qué piensan lo demás, los que ya no aguantan dar ni una caladita más.

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Estas son las historias de nuestros compañeros de Estados Unidos.

Ataques psicóticos

Cuando salí de la universidad, empecé a fumar mucha marihuana y otro tipo de drogas psicodélicas. Fumaba todos los días y me sentía muy bien. Hasta que un día empezaron a pasarme cosas muy raras. De pronto empecé a tener reacciones muy intensas a la marihuana. La primera vez que pasó fue en un concierto de Phish en Merriweather Post Pavilion. Estaba con mis amigos, fumando y escuchando a Phish tocar "Reba". De repente, parecía que el mundo entero se me echaba encima. El cielo se volvió negro y me desmayé.

Pese a que la experiencia fue horrible, no estaba dispuesto a dejar la mota. Me volvió a pasar cuando fui al Jazz Fest en Nueva Orleans unos meses más tarde. Volví a sentir lo mismo con la primera fumada (por suerte tenía donde sentarme y no me desmayé). También empecé a sufrir alucinaciones. Mi novia iba a pasar a recogerme al concierto pero llegó unos minutos tarde. Lo primero que pensé fue que no había llegado por me la estaba pegando con otro tío. Después estaba convencido de que había muerto y salí corriendo del festival para ir a buscar su cadáver. Como yo no estaba cuando vino por mí, se puso a buscarme por toda la ciudad. Me encontró horas después, vagando por Bourbon Street y completamente ido.

Estoy casi seguro de que el hecho de haber pasado tantos años tomando otras drogas psicodélicas tuvo parte de culpa. La marihuana arruinó tantos momentos de mi vida que ya no vale la pena arriesgarme. Si quiero relajarme, me conformo con unas cervezas.

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Compañeros raros

Dejé de fumar después de una noche muy extraña cuando tenía 19 años. Básicamente, estuve fumando varias horas con un indigente que tocaba la armónica en una casa abandonada y sin electricidad. Mi amigo y yo conocimos a este tipo cuando estábamos tocando en la calle para reunir un poco de dinero. Como éramos un par de fumetas hippies, no nos pareció raro acompañarlo a un edificio abandonado y fumar un rato. Pero a eso de las 2 o las 3 de la madrugada, mi amigo, que tocaba el yembe, se fue porque tenía que llevar a su casa a otro de nuestros amigos. Me quedé solo con mi nuevo amigo en aquel edificio en ruinas. El vagabundo parecía un mago y, si se hubiera puesto en pie, estoy seguro de que habría medido casi dos metros. Además, usaba una rama enorme como bastón.

Estaba a punto de amanecer y yo estaba muy colocado. No estoy seguro de qué pasó después. No sé si Gandalf sacó un cuchillo, me dijo que quería fabricar un cuchillo o me contó la historia de todas las personas que acuchilló cuando estuvo en Vietnam. En cualquier caso, de repente pensé que aquel veterano quería abrirme y sacarme los órganos para jugar con ellos como si fuera un pez. Al final llegó mi amigo y me llevó a casa de sus padres. Me dejó dormir en la habitación de invitados de casa de sus padres. Desde entonces no he vuelto a fumar. Ser hippie es muy peligroso.

Antojos descontrolados

Cuando estaba en la universidad, me encantaba beber entre semana. El problema era ir a clase con la resaca. Hasta que me di cuenta que fumar marihuana era igual de divertido y me evitaba el dolor de cabeza a la mañana siguiente.

Así que empecé a fumar maría todas las noches con mis compañeros de habitación. Todo era perfecto hasta que conseguí trabajo en una pastelería pija. Al salir, me llevaba una bolsa con unos 50 euros en bollería que me repetía a mí mismo que compartiría con mis amigos o me comería a lo largo de la semana. Pero claro, eso nunca pasó. Lo que hacía era fumar y comerme tantos croissants, napolitanas o rebanadas de pan rústico que me cupieran. Era asqueroso.

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Después de un tiempo tuve que dejar de fumar porque comer tanta bollería hacía que me hinchara y a veces tenía pesadillas con cosas dulces. Y peor aún, cuando estaba en clase tenía que salir al baño constantemente a cagar. Así que dejé de fumar porque esos ataques de hambre estaban causando estragos en mi colon.

Crimen y castigo

Cuando estaba en la universidad fumaba y vendía mucha hierba. Tiene sentido, ¿no? Si vas a ser un porrero, también puedes dedicarte a venderla, ya que estás. No era Nino Brown ni nada por el estilo. Compraba un 250 gramos a la semana y usaba lo que sacaba para pagar la mía. La guardaba en un discreto maletín negro.

Todo iba bien, hasta que me descubrieron.

Iba en coche con mis amigos pero nos detuvieron porque se notaba que iban bastante colocados. El policía dijo que teníamos pinta "sospechosa" y trajo un puto perro entrenado para detectar drogas. Esa vez llevaba más de 20 gramos en el maletín y el perro lo detectó.

Tuve suerte porque en el estado de Vermont, si llevas menos de 50 gramos y eres menor de 21 años, no se te considera traficante ante los ojos de la ley. Por eso no me metieron en la cárcel. Solo tuve que ir un programa de rehabilitación, donde me hacían análisis de drogas con regularidad y debía asistir a sesiones con un psicólogo.

Mi primer psicólogo era una mierda, pero el seguro lo hizo bastante bien y gracias a él dejé de fumar. Antes de conocerlo, estaba seguro de que, tan pronto como me hubieran hecho el análisis, volvería a fumar. Pero me dijo la verdad y me hizo reflexionar: la única forma de averiguar si mi vida podía mejorar sin la marihuana era dejando el vicio un tiempo para comparar la diferencia.

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Después, cuando terminó el programa de rehabilitación, me di cuenta de que cada vez que fumaba me sentía insatisfecho, angustiado y paranoico. Fumar no me dejaba pensar con claridad y eso me llevaba a tomar malas decisiones. Cuando dejé de hacerlo, mi vida mejoró. Mis calificaciones también mejoraron y por fin supe qué quería hacer con mi vida. Que a mí me haya afectado fumar maría no quiere decir que le pase lo mismo a todo el mundo. Ya llevo casi diez años sin fumar y no me arrepiento.

Al borde de la locura

Estoy casi seguro de que el ácido arruinó mis colocones de maría. Una vez tuve un viaje espantoso que cambió mi forma de ver el mundo para siempre. Le pedí a mis padres que me prestaran la casa junto al lago y me quedé ahí con un amigo. La casa es un pequeño lugar idílico, pero me trajo recuerdos muy tristes que había olvidado. Quizá fue porque está repleta de jaulas para pájaros y baratijas de mi madre. Después de fumar, verlas me hizo sentir distante y muy, muy triste. El sentimiento era tan profundo que ni siquiera lo puedo describir con palabras. Me sentía como un niño, pero de una forma muy negativa. Sentía que no tenía control sobre mis decisiones o mi destino. El viaje me traumatizó tanto que me mudé a la otra punta del país para tratar de olvidar lo que había pasado.

Por desgracia, desde esa vez, cada vez que fumo marihuana, vuelvo a tener ese sentimiento intenso y aterrador. Una calada basta para que sufra algo similar a un ataque de pánico. Es como si mis pensamientos se descontrolaran y no hubiera forma de apaciguarlos. Todo lo que pienso se pervierte, incluso las cosas que me hacen sentir bien. Me pregunto a mí mismo: "¿Por qué mis amigos están conmigo? ¿Se están aprovechando?" Es tan abrumador que hace imposible la convivencia con otras personas. Imagina que te ocurre eso mientras estás fumando en un parque con tus amigos y que terminas hablando solo, en posición fetal. No, gracias, yo paso.

Todas las ilustraciones por Nick Gazin. Si quieres ver más ilustraciones de Nick, visita su página de Instagram.