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¿Pero realmente quiere Vladimir Putin invadir Crimea?

¿Deberíamos preocuparnos?

Un barco ruso en el puerto de Sebastopol. Foto vía Flickr. Esta historia es de VICE News, nuestro nuevo sitio web de noticias. Si quieres saber más, regístrate en vicenews.com.

Últimamente, en Ucrania se han vivido episodios de gran violenciainestabilidad y un sentimiento generalizado de “seguir adelante” pese a las circunstancias. Por eso, cuando Rusia anunció el miércoles que iba a realizar maniobras militares improvisadas justo al lado, muchos en Ucrania —y no solo en Ucrania— empezaron a preocuparse de verdad.

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Las susodichas maniobras son a gran escala, incluso para Rusia. En ellas participan 150.000 tropas, 90 aviones, 880 tanques y 1.200 piezas de armamento del Distrito Militar Occidental de Rusia. Estos ejercicios de preparación también contarán con la intervención del segundo ejército, las fuerzas aéreas, las fueras aerotransportadas y un avión de transporte militar de larga distancia. Desde Moscú juran que todo este movimiento no tiene nada que ver con los recientes disturbios en Ucrania y niegan las insinuaciones sobre una posible intervención en el país vecino. De verdad. Ni en la región ucraniana de Crimea, en concreto. Palabra.

Después de una escalada de caos que se ha cobrado decenas de muertes y cientos de heridos, el expresidente de Ucrania, Viktor Yanukóvich ha sido derrocado y se oculta en Rusia, según informaciones. Su residencia fue asaltada: vaciaron de botellas el mueble bar, se hicieron con su colección de porno y se burlaron de su restaurante con forma de galeón. Al fin de su régimen le ha seguido una situación de inestabilidad en gran parte del país, incluida la región de Crimea, una península que se adentra en el Mar Negro y está unida al continente por una estrecha franja de tierra. Es una región extraña que ha tenido —y tiene— gran importancia para Rusia por razones económicas, militares y psicológicas, particularmente por la existencia del magnífico puerto de Sebastopol, hogar de la flota rusa del Mar Negro.

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A primera vista, el puerto no parece tan magnífico. Los barcos atracados allí deben atravesar el minúsculo estrecho del Bósforo para acceder al Mediterráneo. Desde ahí, deben pasar por el estrecho de Gibraltar o el canal de Suez para, finalmente, llegar al océano. Pero para Rusia, este puerto es muy importante, o al menos lo es desde febrero. Durante siglos, los rusos han ansiado tener un puerto cuyas aguas no se helaran en invierno. Puede que Sebastopol no sea muy accesible desde… bueno, desde ninguna parte, pero es lo mejor que tienen.

Lo cierto es que Crimea es principalmente rusa. Sus vínculos con esta región se remontan a 1783, cuando los zares, en un intento de hacerse con un puerto de aguas cálidas, obtuvieron Crimea como fruto de un trueque. Tras aplastar al kanato que gobernaba la región, se anexionaron Crimea. En 1954 Khrushchev le hizo un favorcillo a Ucrania cediéndole Crimea. Sin embargo, la región se considera casi autónoma con respecto a Ucrania, mientras que los vínculos con Rusia son mucho mayores.

Así que, cuando las protestas del Euromaidán llegaron a Crimea, los observadores externos empezaron a preguntarse cuál sería la reacción de Rusia. Al saber que su respuesta era realizar maniobras militares en la frontera, muchos analistas llegaron a la conclusión —muy razonable, por otro lado— de que Rusia pretendía invadir y conquistar Crimea a saco, y devolver así la región al tierno abrazo de Madre Rusia.

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No tan rápido, dice William Varettoni. Es un analista de asuntos exteriores del Departamento de Estado de los EUA y un crack en todo lo referente a Ucrania. Hace tres años, Varettoni básicamente predijo la actual situación de Crimea en un artículo sobre la inestabilidad de la región.

Varettoni argumenta que Crimea ha sido y es mucho más inestable de lo que el resto del mundo cree. Además, asegura que, aunque Rusia está muy interesada en hincarle el diente a Crimea, no quiere hacerlo a lo bestia, con tanques y destrozándolo todo, ya que le gusta tal como está ahora.

A pesar de que en Crimea ondea la bandera ucraniana —bueno, al menos hasta que, el jueves, los edificios del gobierno fueron ocupados por hombres armados que izaron la bandera rusa—, la región no deja de ser un trocito de Rusia. Hay mayoría rusa. La televisión se emite en ruso. Los anuncios están en ruso. Cada día llegan empresarios rusos para cerrar complejas y probablemente ilegales operaciones financieras. A través de una sutil y sofisticada campaña de poder, Rusia ha conseguido mantener su influencia sobre Crimea todo este tiempo.

Por tanto, no existe razón alguna por la que Putin deba tomar medidas drásticas, sobre todo si con ello provocara una insurrección de pleno derecho a las puertas de su frontera y junto a una importante base naval. Además, si Rusia decide invadir Crimea sin más, el coste diplomático sería bestial. Una invasión directa supone el riesgo de que los ucranianos se alcen en armas para defender su país. Es más, incluso el pueblo de etnia rusa que vive en Crimea sale ganando al estar bajo el gobierno de Ucrania, relativamente laxo en comparación con la férrea mano de Rusia. La actitud de Putin frente a los levantamientos ciudadanos es de tolerancia cero, y los pesos pesados de la oligarquía rusa tienen carta blanca para hacer lo que les venga en gana.

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Algunos podrían argumentar que la guerra entre Rusia y Georgia de 2008 es una prueba de que la invasión rusa es inminente. Pero hay varias distinciones importantes que no hay que olvidar, como el hecho de que existen profundos vínculos sentimentales y psicológicos entre Ucrania y Rusia. A Rusia, sin embargo, se la trae bastante al pairo lo que sientan los georgianos.

En caso de que Moscú sintiera un ardiente deseo de invasión, podría hacerlo con fuerzas de paz. “Convencer a grupos de jóvenes de que hagan algo estúpido no es tan difícil”, nos cuenta Varettoni. Metiendo un poco de cizaña, Moscú podría subir fácilmente la temperatura de las protestas en Crimea y justificar así la entrada de tropas rusas para restaurar el orden y mantener la paz. Tocando las teclas adecuadas, como la protección de los derechos de las minorías, Rusia podría hacerse con el control de la situación. Esta opción, además, tiene otro atractivo a largo plazo, ya que Crimea sería aún más independiente de lo que es ahora. Esto dificultaría aún más a Ucrania la posibilidad de llegar a un consenso en política exterior y apartaría al país de Europa.

Por otro lado, Rusia podría establecer Crimea como territorio bloqueado. Este tipo de territorios emergen en plena guerra civil cuando se declara una tregua. La congelación de los conflictos bloquea las líneas de control donde se hubieran quedado, lo que a menudo acaba en la creación de una especie de país no legítimo y que existe a costa de su poderoso patrón.

Quizá estas repentinas maniobras son solo un preludio de la versión crimea del pacifismo extremo. O tal vez el asunto no trascienda. El año pasado, Rusia llevó a cabo seis maniobras militares por sorpresa. En la mayor de ellas, el julio pasado, participaron 160.000 tropas, unos 1.000 tanques, 130 aviones y 70 buques de guerra.

Los objetivos de unas maniobras militares pueden ser varios, pero es indudable que estas operaciones habrán puesto sobre aviso a los nuevos poderes de Ucrania. Quizá el único objetivo de Rusia sea dejar abiertas todas las opciones y hacer que el mundo entero lo sepa.

Es casi como sacar la pistola de la funda y quitar el seguro.