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Cultură

Reseñas de tres fanzines que llevaban un mes en nuestros escritorios

Ahora los de la limpieza nos odian un poco menos.

DEHAVILLAND: CLIFT, #1

Lo más cerca que he estado nunca de los Furries fue un invierno en el que mi novia no se molestó en depilarse el vello corporal en seis meses. El colectivo que hace este zine se ha metido en el tema considerablemente más, consagrando la totalidad de este número a eso de correrse (o no, tíos, vosotros mismos) disfrazándose de animales de peluche. Algunos de los artículos están verdaderamente bien paridos. En la visión general que hace de la escena, Eduard de Vicente expone una teoría plausible de sus raíces en el tribalismo y el teatro. Es académico sin provocarte ganas de clavarte un lápiz en el ojo por puro aburrimiento. Aspirantes a nocilleros, ¡tomad nota! El artículo gonzo de Dashiell Fernández sobre ir a una fiesta Furry en un piso de Barcelona me hizo reír, y esto es algo que últimamente no me pasa hasta la quinta cerveza. Eso sí, he de hacer constar que el diseño es tan feo que me llevó dos cervezas ponerme en el necesario marco mental para leerlo. No sé si se hizo expresamente o no para que se pareciese a un programa de MNCARS de 2005, pero sea como sea, es una mierda.

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PAUL GEDDIS

FUEGO #3

Os juro que no puedo acordarme de lo que quería escribir sobre este. Sé que cuando lo cogí el otro día, me inspiró un buen número de reflexiones sobre la naturaleza de la espiritualidad en una sociedad secular del siglo XXI y etc. Pero anoche me emborraché y ahora lo mejor que puedo hacer es escribir un párrafo roñoso sobre lo guay que es que un montón de gente estupenda como Peter Sutherland, Miguel Figueroa, barriobajero y Rachel de Joode hayan participado, lo cual probablemente ya sabíais de todas formas.

Y que esa cosa amarilla en zigzag en el lomo está bien.

JULIA IGLESIAS

CHUCK NORRIS: Historias cortas de hombres sin dinero, cobardes y calvos

Maldita sea, qué jodido es tener que levantar el dedo para que los demás se den cuenta de que aún estás vivo. Si no eres productivo, no existes; si no te mueves no llamas la atención; cuando la gente te mira ve la pared que hay detrás, si te quedas quietecito mejor porque así no molestas y tu cadáver, que se reconocerá como tal porque no levanta el dedo, ya se quitará de ahí cuando alguien necesite una silla. Malditos seáis, vosotros, todos, los sin dinero, los calvos, los cobardes. Seguro que hasta sois creyentes y practicantes, y muy probablemente obesos de los que dan asco. Algunos habréis sido presidentes de vuestra comunidad de vecinos y aprovechado para pintar el rellano de un horroroso color salmón. Vuestras existencias son misérrimas.

Las existencias de los que hacen el fanzine Chuck Norris no. No las de ellos. Los del Chuck tienen dinero a espuertas, lucen frondosas cabelleras, se enfrentan a los mayores peligros con una sonrisa en los labios y sin dejar de hacerse una manola, y eyaculan copiosamente en el rostro de la muerte. En el fanzine Chuck Norris todos son esbeltos, creen en sí mismos y lo que practican cada noche hasta altas horas de la madrugada no es de vuestra incumbencia. Los del fanzine Chuck Norris volaron por los aires el rellano de su comunidad. Ellos viven existencias plenas. Y son observadores. Y compasivos, como todo buen héroe debe ser. Con ternura pero sin olvidar nunca los cojones. Nunca.

En su último especial, los del Chuck describen con compasión, pero con acerados huevos, aquello que de vosotros han observado. Lo que vosotros mismos no queréis ver. Historias cortas de hombres sin dinero, cobardes y calvos. La gente que no despunta. Los tipos que ya hacen con sobrevivir a duras penas. El cargante alivio cómico a las aventuras del héroe. Aquellos que pegan sablazos porque si no, no comen. Los que pegan pósters en la pared para ocultar las manchas de humedad. Los que no sobreviven a los accidentes. Los que cenan salchichas baratas y pan bimbo. Los que levantan el dedo para señalar que aún viven.

Los del fanzine Chuck Norris no levantan el dedo. Alzan al cielo el cipote enhiesto, y en su punta reverbera el sol del amanecer con brillo cegador.

JESS BURTON