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Cultură

Sangre, sado, necrofilia y otras perversiones de Balagueró

Esta semana, Jaume Balagueró inaugura el Festival de Sitges con la cuarta entrega de [REC]. Nosotros recuperamos el fanzine de cine fantástico, terror y otras atrocidades que publicaba hace ya 20 años.

“El mayor enemigo de la creatividad es el buen gusto”, con esta frase de Pablo Picasso comenzaba la singladura de uno de los fanzines nacionales más recordados. El título daba la pauta de lo que el lector se iba a encontrar en sus páginas: Zineshock: Revista de cine oscuro y brutal ¿El responsable? Jaume Balagueró, antes de triunfar en el mundo del cine con películas como Los sin nombre, Frágiles, Mientras duermes o la saga [REC], cuya cuarta entrega va a inaugurar el Festival de Sitges.

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Incluso antes de ponerse tras las cámaras con sus cortometrajes y mostrar al mundo su oscuro universo, el cineasta popularizó este impreso que hoy en día es considerado como una joya dentro los círculos de culto. Sólo lanzó seis números, pero fue suficiente para encumbrarse a los altares de este tipo de lectura tan popular a finales de los 80 y principios de los 90.

Entonces no existía el fácil acceso a Internet y estos fanzines emergieron como un fenómeno identitario dentro de la cultura local y nacional que congregaron a un sector de seguidores con hambre de conocimientos ajenos a los medios oficiales. Se trataba de publicaciones especializadas en diversos géneros donde tenían cabida todo tipo de textos relacionados, generalmente, con el cine de culto y de serie B, los cómics y la música.

Eran un producto editorial rudimentario y artesanal, elaborado con páginas fotocopiadas y grapadas en las que desaparecía la figura de un intermediario a la hora de difundirlas, lo que permitía una inmediatez carente de cualquier tipo de censura. Supuso así una vía de escape cultural con la capacidad suficiente para satisfacer un tipo de necesidades e intereses comunes que entonces no estaban al alcance de todos los públicos. Esta alternativa editorial se generó a través de otras publicaciones extranjeras como Video Watchdog, Psychotronic Video o Fangoria, cuyo reflejo en España se proyectó en fanzines como 2000 maniacos, Tenebrae, Arrebato, Mono Gráfico, Burp o Subterfuge.

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Balagueró, con el único apoyo de Alberto Lesan, lanzó el primer número de Zineshock durante el verano del 91 a un módico precio de 300 pesetas, con un formato muy rudimentario, característica tradicional de aquellos textos apilados en forma de cuadernillo cutre en blanco y negro. Desde aquellas páginas se promulgaban textos acerca de los clásicos del cine oscuro y maldito, donde lo bizarro y lo escabroso acaparaban el protagonismo mediante impúdicas disecciones de géneros archimalditos como el mondo, mondo trasho, el canibalismo o acercarse sin pudor al resbaladizo contexto del 'snuff' o lo inmoral de un despiadado voyerismo sádico que se promulgó como un género fantasma y clandestino.

Aquel fanzine incluía todo lo que todo amante de este universo pustoloso y sangriento querría para sus pesadillas. Desde los académicos iniciadores de algunas de estas muestras de torturas y descuartizamientos como Gualtiero Jacopetti, Ruggero Deodato, Sergio Martino, Joe D’Amato o Umberto Lenzi, repasos con todo lujo de detalles del porno nazi o la imprescindible vertiente más canalla de la factoría Troma de Lloyd Kaufman. Zineshock se convirtió en un referente y arquetipo de publicación donde el desmadre violento e inhumano saciaba la apetencia por lo morboso y lo indebido, fraguando su reputación con extensos reportajes sobre zoofilia, circo de freaks, la colección de Mr. Phillips de malformaciones fetales…

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Era un pozo sin fondo. Tan pronto elaboraban una aproximación metódica al infragénero del gonzo y el sado extremo como a monografías sobre vidas de asesinos en serie de la crónica negra y sus adaptaciones a la gran pantalla o se cascaban estudios en profundidad a Lucio Fulci, Hershell Gordon Lewis, Henenloter, Peter Jackson o el ‘cinema of transgression’ de Nick Zedd y Richard Kern.

Sin embargo, uno de los temas que abordaron con más regularidad y especial atención fue el entonces emergente 'ultra-gore' alemán que promovió el revolucionario Jörg Buttgereit y su tratamiento sin escrúpulos sobre la necrofilia, que dio como consecuencia una sucesión de cineastas que siguieron la senda de esa supurante e incómoda directriz; Steve Aquilina, Christoph Schligensief u Olaff Ittenbach y Geral Kargl. Desde esa raigambre de la descomposición y obsesiones, de vicios estéticos compartidos por el arte del horror surrealista y macabro fotografiado por Joel Peter Witkin nació el primer cortometraje de Balagueró, Alicia, y también Aftermath, de Cerdá, o Retrats, de Marcel.lí Antúnez y Miquel Aixalá, otras piezas catalanas de nuevo cuño de principios de los 90 y que comulgaban abiertamente con ese cine insano.

El director acaudaló premios y prestigio, forjando una carrera desde esa reputación de mentalidad extravagante que asumía el contexto de su fanzine para infundiría en sus primeros cortometrajes y primeras películas, integrándolas como influencias y tipología de cine abyecto escudriñado desde los insondables confines de la psique más retorcida. Zineshock coincide también, de forma simbólica, con la aparición de los filmes españoles inscritos en el ‘fantastique’ y que desembocaría en una resurrección del género de terror con la llegada de su ‘ópera prima’ Los sin nombre.

Tan solo fueron seis números, pero en poco menos de un año, la plantilla de colaboradores se fue incrementando a la vez que el número de páginas y la calidad de la edición y el diseño. De allí salieron colaboradores del calibre de David Andrés, Jordi de Miguel, Salva González o el mítico Dr. Calamar, pecadores del intelecto que profanaron con sus devociones compartidas los más maquiavélicos límites de lo grotesco, investigando los híbridos y títulos indefinibles que encontraron argumentos de análisis en la saga Faces of Dead, reportajes sobre cine convencional delimitado únicamente a contabilizar las secuencias en las que se castra a alguien en pantalla o más de una reverencia por el film Street Trash, de Jim Muro.

Seis números que definieron el carácter libertino de un modelo de fanzine que consagró los inicios de un director de éxito con personalidad propia y que, además, entregó al fan y lector una indigestión sangrienta y sórdida solo tolerable por estómagos muy curtidos. Casi un cuarto de siglo después, toda esa escatología, perversiones sexuales, misterios de la carne y lo orgánico y litros de hemoglobina son añorados y configuran un mito dentro de este tipo de publicaciones.