Cosas que se aprenden trabajando en una sauna gay de Madrid

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Cosas que se aprenden trabajando en una sauna gay de Madrid

Clientes pesados y peleas entre chaperos son lo peor del oficio, en el que se ve a mucha gente (a veces padres de familia) follar todo el rato.

Ser empleado de sauna gay no es el chollo del siglo. No hace falta ser muy listo para darse cuenta. Pero Edu* está contento y no en cualquier curro uno tiene la posibilidad de encontrarse al odioso vecino durmiendo la mona con un chicle pegado en la oreja o a tu ex profesor de matemáticas haciendo el ridículo persiguiendo a jovencitos. Los empleados de las saunas gays además, son menos propensos a dar entrevistas que Mariano Rajoy en la época de Luis Bárcenas. Un paseo por el centro de Madrid se salda con varias negativas y una expulsión en términos no muy amables. Digo yo que si fuera un policía no me dejaría arrastrar hasta la calle como un saco de patatas.

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Hasta que aparece Edu, de 23 años, edad correcta, trabajador de una sauna del centro de Madrid. Una clásica, vamos. Como me conozco el percal, le pido directamente si puede quedar conmigo a su salida en una calle cercana. Como el Watergate pero en versión chanclas y toallita, para quienes no lo sepan los dos elementos principales del mundo de la sauna gay, nos reunimos casi de madrugada bajo la luz de una farola.

Edu tiene un cuerpo musculado y unos ojos bonitos. A pesar de que tiene un trabajo sórdido, él no lo ve así: "No me pagan bien pero no me pagarían bien en ninguna parte. 800 euros al mes por ocho horas cinco días a la semana es más de lo que ganan muchos amigos míos trabajando en sitios mucho peores". ¿Y se cumplen los horarios convenidos? Sin respuesta. ¿Es el sueño de su vida? Masculla. "Me gusta el mundo de la hostelería pero este trabajo lo veo más para cuando eres joven". Y sí, su madre sabe a lo que se dedica y no le parece mal. Peor sería que fuera un vago.

Edu es de origen sudamericano aunque lleva desde niño en España y a veces parece que le cuesta que le salgan las palabras. Por una parte cuenta cosas sórdidas, por la otra insiste en que está contento con su trabajo y que se siente agradecido por tenerlo. Lo peor: "Los clientes que se ponen pesados". Aunque si se pone a darle vueltas, las peleas entre chaperos pueden ser aún más desagradables: "Cuando llega uno nuevo si es guapo se lía", dice sonriendo. Y si le roba un cliente habitual a otro, se lía aún más: "Son muy celosos con estos temas. Hay clientes que pagan muy bien y perderlos puede generar mucho barullo".

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Confiesa, después de un rato, que él comenzó como chapero y así es como conoció el mundillo. Dice que se ganaba la vida mejor que ahora pero que no le valía la pena. "Muchas peleas con los otros chicos y algunos clientes me daban asco", zanja. Vio un anuncio diciendo que necesitaban un camarero y decidió dar el salto: "Comencé limpiando". Al principio no tenía contrato pero no le da mucha importancia: "Es lo normal en todas partes. Al cabo de un año ya me lo hicieron", dice como si fuera una proeza.

La gran pregunta: ¿No le da asco limpiar el semen de los demás? "Si solo fuera el semen…", masculla a su manera. "Es trabajo. Te acabas acostumbrando. Al final no te das ni cuenta". Por la sauna pasa mucha gente, sobre todo los fines de semana cuando se abarrota. Y sí, se encuentra de vez en cuando a gente conocida. "Algunos casados y con hijos". Pero él calla, porque esa es parte de tu trabajo. "A veces me da vergüenza cuando luego me los encuentro por el barrio". Y algunos, tan machitos, luego resulta que no lo son tanto. "Con la crisis muchos heteros se han metido a chaperos", reflexiona.

Él no es hetero y tiene novio. Su novio trabaja en un lugar parecido y, como él, comenzó siendo prostituto. Hay algo peor que las peleas entre chaperos y los clientes pesados. "Hay gente que te mira raro por decirlo. Antes era más abierto con este tema pero me di cuenta de que algunos chicos no me llamaban más cuando les decía a lo que me dedicaba". Su novio también se ha reconvertido y ahora trabaja en un "club de sexo" pero como camarero. ¿Y le quedan ganas de tener sexo con él después de pasarse todo el día después de ver a gente follando sin parar? Masculla. "No es lo mismo. Yo veo a la gente follar y es como si no lo viera. Estoy a mi trabajo".

Aunque a veces, es inevitable, no puede evitar echar un ojo: "Es que ves cada cosa. A mí ya no me sorprende nada". Lo peor, porque aun falta algo peor, "es la gente que hace el tonto con las botellas y tenemos que meterla en un taxi para el hospital con el culo reventado por un botellín de cerveza". No pasa mucho, pero pasa. "Después están las bromas, algunas pueden ser peligrosas". Gordos que se despiertan rodeados de heces, pipiolos a los que utilizan como cenicero. "La gente se pasa mucho".

A Edu le da miedo hablar de drogas y eso que le prometo y vuelvo a prometer que no diré su nombre real y que tampoco aparecerá el de la sauna en que trabaja. "Si de verdad prohibiéramos las drogas no tendríamos negocio, eso está claro". ¿Y hay reparto de beneficios? "De eso yo no sé nada", contesta un poco asustado. Tiene prisa. Le pregunto por su futuro: "De momento estoy bien como estoy y mi novio también tiene trabajo. Más adelante me gustaría vivir más al sur, no me gusta el frío de Madrid. Supongo que algún día me cansaré de una ciudad tan grande". Y si tuviera que valorar su trabajo del uno al diez. "Siete". Muchos pondrían una nota más baja.