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Cultură

Búnkeres secretos y contratos sexuales: los secuestros más extraños y aterradores

El secuestro no es muy común en Suecia, pero cuando pasa, suele pasar de formas realmente extrañas y grotescas.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Suecia

Los secuestros no son muy comunes en Suecia, pero cuando ocurren, son muy jodidos. Tanto que el síndrome de Estocolmo, un fenómeno peculiar por el que los rehenes desarrollan sentimientos de afecto hacia sus captores, fue nombrado así por una toma de rehenes que tuvo lugar en Estocolmo en la década de los 70.

El último secuestro cometido en Suecia se hizo público en septiembre de 2015. La tarde del 18 de septiembre, Martin Trenneborg, de 37 años, entró en una comisaría de policía en el centro de Estocolmo acompañado de una mujer de unos 30 años de edad. Después de hablar brevemente con la recepcionista, la pareja se sentó en la sala de espera. Dos horas más tarde, la mujer fue trasladada a una sala de interrogatorios. El hombre se quedó en su asiento. A continuación, cuatro policías salieron y lo detuvieron, lo cual marcó el clímax de una noticia inquietante que la prensa llamó "El Fritzl sueco". La cadena de eventos incluye un búnker a prueba de sonido, fresas con sedantes y un contrato sexual, del que hablaremos más tarde.

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El 23 de febrero de este año, un tribunal sueco condenó a Trenneborg a diez años de cárcel por secuestro. Desde esta noticia, varios expertos en criminología han declarado que este caso es uno de los más perturbadores de la historia penal sueca. En reconocimiento a este hito alarmante, hicimos una breve recopilación de los secuestros suecos más sonados.

La hija Gevalia

El primer caso de secuestro moderno en Suecia ocurrió en 1963, hasta donde sabemos. Ann-Marie Engwall, la hija de siete años de edad de Jacob Engwall, el director de Gevalia (la empresa más importante de café de Europa en aquella época) fue secuestrada en camino a la escuela. Los secuestradores, un hombre y una mujer que se mantuvieron en el anonimato, dijeron que iban a llevarla a hacer un viaje escolar que la niña se había perdido.

Para pasar el rato mientras esperaban el rescate (una suma de alrededor de 1.500 €, que al parecer necesitaban para financiar su propia agencia de detectives privados), los secuestradores llevaron a Ann-Marie a un zoológico interactivo y a una cafetería. Tan pronto como recogieron el rescate, los secuestradores subieron a Ann-Marie a un taxi para mandarla con sus padres. Como no quería ir sola, y no entendía que estaba secuestrada, pidió llorando a los secuestradores que fueran con ella.

Los Engwall llamó a la policía en cuanto llegó su hija. Los secuestradores se entregaron ese mismo día. Sin embargo, la vida les fue bastante bien después de aquello. Una vez que cumplieron su pena, se casaron y tuvieron una trayectoria exitosa en algunas organizaciones gubernamentales.

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La chica en la caja

El secuestro de la deportista olímpica ecuestre Ulrika Bidegård tuvo lugar en 1993. El carpintero sueco Lars Nilsson, que trabajó en la renovación de la casa de la familia Bidegård, la atacó frente a la casa de sus padres en Bélgica. La ató, la amordazó, y la sedó con disolvente de pintura. Bidegård cayó por las escaleras cuando su secuestrador la intentaba subir a su apartamento en Bruselas y se le reventó el labio. Una vez en el piso, le vendó los ojos, le puso unos auriculares con supresión de ruido y la sentó en el interior de un baño portátil de madera. Durante los cuatro días que estuvo encerrada, recibió poca comida y poca agua.

La policía belga localizó a Nilsson después de que este hubiera usado la tarjeta de crédito de Bidegård para retirar dinero. Dos días después, la policía hizo una redada en su piso, lo detuvieron y liberaron a Bidegård de su prisión de madera.

Un día después de la detención de Nilsson, llegó una carta cerrada a la finca Bidegård con una fotografía de Ulrika dentro de la caja y la exigencia del pago de 500.000 dólares de rescate. Durante la investigación, las personas cercanas a Nilsson lo describieron como una hombre amable y sensato, sin tendencias delictivas.

El caso Westerberg

En 2002, un hombre se hizo pasar por un repartidor de flores y secuestró a Erik Westerberg, hijo de un famoso empresario, en su propia casa en Estocolmo. Westerberg figuraba entre los primeros nombres de una lista de jóvenes ricos publicada en un periódico ese mismo año. Westerberg también estuvo encerrado en una caja y luego fue trasladado a una casa de campo en una isla a las afueras de Estocolmo, donde fue encadenado a una cama.

Los secuestradores exigieron que se depositara un millón de euros en efectivo bajo un puente en las afueras de París. El padre de Westerberg entregó el dinero personalmente. Poco después, los secuestradores liberaron a Erik, entregándole un paquete de tabaco y unas cerillas. Las autoridades suecas lo encontraron después de que se hubiera fumado el tercer cigarrillo. Una vez confirmada su identidad, la policía sueca notificó su hallazgo a las autoridades de Francia, quienes poco después detuvieron a los dos cómplices que recibieron el rescate.

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La caja en la que estuvo Fabian Bengtsson. Foto cortesía de la policía sueca

Otra persona, otra caja

La caja es un tema recurrente en los secuestros cometidos en Suecia. En la mañana del 3 de febrero de 2005, Fabian Bengtsson fue hallado en un parque de Gotemburgo, después de ser liberado por sus secuestradores tras 17 días retenido. "Camina, eres libre, no mires hacia atrás" fue lo último que dijeron los secuestradores antes de dejarlo ir.

Bengtsson, heredero de SIBA, una de las cadenas de electrodomésticos líderes en Escandinavia, fue atacado con gas lacrimógeno en su garaje, encerrado en la caja vacía de un televisor y llevado a una especie de cobertizo. Una vez allí, lo pasaron a otra caja de madera a prueba de sonido con un colchón en el interior. Los secuestradores pretendían extorsionar a la familia Bengtsson exigiéndoles la suma de cinco millones de euros.

Sin embargo, con el tiempo, los secuestradores se encariñaron de su rehén. Cuando no lo amenazaban con una pistola de fabricación casera o lo tenían amordazado con bolas de cinta adhesiva en la boca, le preparaban tortillas y le lavaban la ropa. Incluso bebían whisky y jugaban a cartas con él. Después de poco más de dos semanas, movidos por la compasión, los secuestradores liberaron a Bengtsson. Más tarde fueron detenidos por la policía gracias a las notas mentales que tomó Bengtsson durante su cautiverio, como a qué hora se oía pasar el camión de helados a la vuelta a la esquina y el tiempo que tardaban los secuestradores en ir a comprar comida al McDonald's.

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Malos estudiantes

En 2011, Alexander Åhman, otro hijo de un empresario adinerado, desapareció de su residencia de estudiantes en Uppsala unos días después de Navidad. Sus secuestradores eran sus propios compañeros de piso: un estudiante de psicología (su supuesto novio, estudiante de medicina) y otro de sus amigos. Uno de ellos le dio a Åhman una tarta con sedantes (el pastel tenía un sabor amargo, pero se lo comió de todos modos por educación), después lo ataron con cinta adhesiva, lo subieron a la parte trasera de una camioneta y condujeron más de 500 km hasta llegar al edificio abandonado de una escuela en la ciudad de Umeå.

Åhman estuvo encerrado una semana en un sótano oscuro, sin calefacción, con muy poca comida. La cerveza era su única fuente de alimento y dormía en un colchón muy fino. Como hacía mucho frío, Åhman encontró unos pañales en la habitación y se envolvió los pies con ellos para mantenerse caliente.

Cuatro días después, dos de los secuestradores fueron a las proximidades de Estocolmo. La pareja cogió el móvil de Åhman para enviarle mensajes a su familia haciéndose pasar por él. La familia rastreó el teléfono con la aplicación Find My iPhone y vieron que la señal se estaba desplazando hacia el norte por la carretera. La policía detuvo a los secuestradores gracias a la aplicación y rescató a Åhman dos días después.

La imagen de arriba es la copia de un contrato sexual que se halló en una carpeta llamada "Plan maestro" en el ordenador de Trenneborg. Apareció en los titulares por la crueldad de su contenido

El Fritzl sueco

En 2010, el doctor Martin Trenneborg construyó un cobertizo al lado de su casa de campo, en Knislinge, en el sur de Suecia. En su interior construyó un búnker insonorizado de cemento con dos puertas de seguridad equipadas con cerraduras electrónicas.

Cinco años después, en septiembre de 2015, Trenneborg llevó a una mujer a su piso de Estocolmo, a unos 500 km de Knislinge. La mujer estuvo allí aproximadamente dos horas, durante las que charlaron y tuvieron relaciones sexuales. Antes de despedirse, el médico la invitó a volver en dos días y ella aceptó. Esa misma noche, Trenneborg fue a Knislinge para prepararse.

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En su segunda cita, bebieron champán y él le dio de comer fresas con sedantes. Cuando la mujer se encontró bajo los efectos del sedante, Trenneborg le entregó un pañal para que ella misma se lo pusiera. Después la llevó en silla de ruedas hasta su coche y la sentó en el asiento del pasajero. El trayecto duró siete horas y cada hora Trenneborg le inyectaba una dosis de sedante. Lo único que recuerda la víctima después de comer las fresas es que despertó en el coche y con un monitor de frecuencia cardíaca conectado a su dedo.

Más tarde, la víctima despertó en el búnker de Trenneborg. El médico planeaba mantenerla encerrada durante años, obligándola a hacerle la comida, estar con él y tener relaciones sexuales sin protección dos o tres veces al día. Tomó muestras de su sangre y su vagina para ver si tenía enfermedades de transmisión sexual y le dio pastillas anticonceptivas. También dijo que estaba considerando secuestrar a otra mujer para que le hiciera compañía, probablemente su madre.

Cinco días después del secuestro, Trenneborg fue a Estocolmo para recoger algunas cosas del apartamento de la mujer y para ir a un concierto de U2. Cuando volvió a casa al día siguiente, se ofreció a llevarla de vuelta a Estocolmo para que escogiera algunas cosas que quisiera llevarse al búnker. Para entonces, la policía ya había dejado una nota en la puerta del apartamento de la mujer en la que decía que su familia la estaba buscando, aunque en la imagen, el cabello de la mujer era diferente.

Preocupado por que la policía anduviera tras él, obligó a su víctima a fingir que eran pareja. Dijo que no quería ir a la cárcel. Como ella se mostró obediente y no había tratado de escapar, él esperaba que no lo denunciara. La pareja llegó a la comisaría de policía en el centro de Estocolmo, y no fue hasta que la interrogaron a solas que pudo decirle a la policía lo que le había sucedido.

El 23 de febrero, Martin Trenneborg fue condenado a diez años de prisión por delito de secuestro. También tuvo que pagar a la mujer una compensación de 19.000 euros. Trenneborg admitió haberla secuestrado pero negó haberla violado y fue absuelto del cargo de violación.