Ser policía en Acapulco, una de las cinco ciudades más peligrosas del mundo

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Ser policía en Acapulco, una de las cinco ciudades más peligrosas del mundo

La ciudad está plagada de narcotráfico, prostitución infantil, asesinatos, tiroteos, ejecuciones y ajustes de cuentas a plena luz del día.

A los 15 años, Jared recibió una propuesta para hacer un trío homosexual. La oferta se la hizo un hombre que pasaba los 60 años a él y a su amigo Rey Hernández. El sexagenario era calvo, obeso, de tez blanca y barba rala. Se quedó varios minutos mirándolos fijamente y sonriendo mientras bebía a sorbos un café junto a otro hombre de su misma edad. No era uno de esos gringos o canadienses pedófilos de bronceado naranja que acechan por la zona en busca de niños, sino un acapulqueño del barrio del Teconche, situado detrás del Zócalo y tristemente célebre por la sórdida explotación sexual infantil que se desarrolla impune dentro de su rectángulo copado de árboles y salpicado de puestos de artesanía, en los que se venden tarros de cerámica en forma de tetas descomunales y penes chorreando esperma.

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En 1996, Jared estaba cursando el primer año de instituto y era común entre los estudiantes irse a "las maquinitas" del Zócalo cuando las clases se suspendían. Los jóvenes se agrupaban en El Espacial, un local de videojuegos repleto de adolescentes que no llegaban a la mayoría de edad. Era el Acapulco esplendoroso, el Acapulco del CICI; de las hordas de jóvenes turistas y de los autobuses urbanos, los preferidos por Jared y Rey Hernández, con Molotov, La Ley y Jaguares a todo volumen volando sobre la Avenida Costera Miguel Alemán. Esa mañana, los dos amigos se quedaron en la puerta del Espacial para ver pasar muchachas y probar suerte con algún ligue.

Pero ambos notaron la forma insistente en que el viejo gordo y sudado los miraba. Estaban sentados frente a uno de los árboles más frondosos del Zócalo, cuando el hombre se acercó a ellos. "¡Buenos días, chavos! ¿Ustedes vienen mucho al Espacial?". Su tono era amable y educado. Dijo llamarse René y tener un videojuego en su casa que puso enseguida a su disposición. Pero la charla fue tomando otro cariz: "Ustedes se ven muy guapos. Me gustaría invitarlos a tomar una copa, o un refresco en mi casa. Ahí pueden jugar un rato. Tengo una Nintendo. Les voy a hablar honestamente, me gustaría hacer un trío con ustedes. Me gustan mucho".

Jared sintió que se le detenía la sangre. Las palabras de su padre tronaron como alarmas en su mente: "No quiero que te saltes las clases, porque te puede pasar algo". Ambos adolescentes se levantaron asustados y se refugiaron en El Espacial. El viejo les pidió que "no se lo tomaran a mal", pero los chicos lo dejaron con la palabra en la boca. Ya dentro del Espacial, le contaron lo sucedido a los demás amigos, quienes no dudaron en empezar a bromear sobre ello: "¡Ahora los dos se dedican a hacer de chaperos!" Desde ese momento Jared y Rey Hernández no volvieron al Zócalo, pero otros de sus amigos sí, y terminaron metiéndose con canadienses que llegaban en grupos de tres o cuatro hombres.

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Dos décadas después de aquel episodio de acoso sexual, Jared recorre la Costera Miguel Alemán en su coche patrulla y vistiendo su impecable uniforme de policía de tráfico. Es licenciado en derecho por la Universidad Autónoma de Guerrero y lleva el pelo cortado casi al rape por los lados; es moreno, fornido, de palabras claras y ojos amables. Con resignación, reconoce que hay nuevas generaciones de niños un promedio de dos mil, según la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina que son explotados sexualmente o se prostituyen a voluntad en Acapulco, donde sus autoridades siempre han visto el problema de forma permisiva.

Cuenta el oficial que donde llevan a lavar sus vehículos, un lugar llamado Río del Camarón, hay muchos hombres de entre 35 y 40 años que fueron víctimas de canadienses pedófilos; "Ellos sí caían", dice. "¿Por qué? Porque les ofrecían comida o un poco de dinero, y ellos tan felices. No tenían otro ingreso y era su forma de ganar algo. El comercio sexual infantil en Acapulco ha cambiado poco y los niños del malecón son los más vulnerables", señala.

Ahora, con 35 años, Jared es responsable, durante nueve horas al día, de uno de los ocho sectores en los cuales está dividido Acapulco. Hace 15 años comenzó su carrera policial después de que rozara con la punta de los dedos su debut como futbolista profesional con el Atlas, equipo que lo llevó a su cantera en Guadalajara tras verlo jugar en los campos del crucero de Acayaco, en la carretera que va a Puerto Marqués. Jared recuerda con emoción y tristeza: "Me quedé un año allá, en Guadalajara, pero no lo hice por dinero. Lo que me da más rabia es que llegaron otros con padrinos, juniors con dinero, y esos sí se quedaron. Eran los tiempos de Erubey Cabuto, mi ídolo como portero".

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Gracias a su aventura futbolísitca, conoció a una persona que le ayudó a entrar en la policía de tráfico. Jared estaba a un año de concluir la licenciatura en derecho cuando su novia le dio la noticia de que pronto sería padre. Tuvo que abandonar el despacho en el que hacía prácticas profesionales, y se incorporó a la academia de policía. Durante tres meses y medio el joven pasante de abogado recibió adiestramiento que combinó con la universidad: "yo entraba a sociales a las cinco de la tarde y pedía permiso las dos primeras horas, así que saliendo me iba para la escuela a terminar mis últimas tres clases. Cuando terminé la academia, en la universidad me dieron la oportunidad de recuperar las materias que perdí. Me evaluaron con exámenes y los pasé. Terminé la licenciatura junto con mi esposa. Ella también es abogada. Juntos acabamos la carrera y fuimos padres". Juntos, Jared y toda su familia han vivido el declive de Acapulco.

Acapulco de Juárez es una de las cinco ciudades más peligrosas del mundo. De 2013 a 2014, el puerto se colocó en tercer lugar, por detrás de San Pedro Sula, Honduras y Caracas. Tiene una escalofriante tasa de 54,5 homicidios por cada cien mil habitantes, lo que se traduce en al menos tres asesinatos diarios de 2011 a 2015; este periodo estuvo plagado de tiroteos y ajustes de cuentas a plena luz del día.

Jared recuerda el punto de inflexión en este municipio costero de 810.699 habitantes. El 27 de enero de 2006, cuatro sicarios del Cártel de Sinaloa fueron abatidos tras un enfrentamiento con policías municipales en la colonia La Garita. "Yo acababa de pasar por la avenida Farallón. Tenía 10 minutos de que había ido a entregar mi unidad. Llegando a la delegación, por radio empezaron a decir que no saliéramos de ahí porque había un tiroteo muy fuerte". El infierno estaba por venir para los acapulqueños.

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Tres meses después del enfrentamiento, el 20 de abril, las cabezas de dos policías que habían participado en aquel enfrentamiento fueron clavadas en la verja de la Secretaría de Administración y Finanzas, cuya oficina se encuentra precisamente en la colonia Garita. Una de esas cabezas pertenecía al comandante del Grupo Relámpago de la Secretaría de Protección y Vialidad, Mario Núñez Magaña.

El 30 de junio de ese mismo año, otras dos cabezas fueron depositadas en la barda de la misma oficina de gobierno. Desde entonces, las masacres no han parado.

Pese al peligro que representa vestir un uniforme de policía el que sea en Acapulco, ni Jared ni sus 400 compañeros agentes de tráfico portan armas de fuego. Desde abril de 2014, la administración del exgobernador Ángel Aguirre Rivero ordenó al ejército retirar el armamento. Para al veterano policía esto implica extremar precauciones: "Por alguna razón, el gobierno cree que es mejor que no estemos armados. Así que pues, solo nos queda ir con mucho cuidado. Si vemos gente armada, pues nada más estar al pendiente porque, ¿qué podemos hacer? Como mucho, les podría tirar la radio".

La muerte en Acapulco es cosa común y Jared asegura que no hay familia en el puerto exenta de duelo. Que no hay amigos o conocidos que no hayan experimentado la muerte, la violencia, la falta de un ser querido. En el Acapulco bestial no hay edad y los niños son los más vulnerables. Cuenta Jared:

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"Un compañero de la escuela de mi hijo con quien se llevaba bien, un niñito sonriente de ocho años en ese entonces, lo mandó su madre a las tortillas y ya no regresó. Al día siguiente le dejaron a la madre el cuerpo despedazado del niño frente a la puerta de su piso. Son muchas cosas que suceden y no salen a la luz pública. Yo creo que la gente que tiene problemas, ya toma como pretexto el narco. Por ejemplo, yo estoy molesto contigo, te mato y yo sé que las autoridades no van a hacer nada. ¿A quién le van a echar la culpa? Al narco".

Jared también ha sentido ese profundo dolor en el cuerpo el día en que fue portador de malas noticias después de reconocer los rostros destrozados a palazos de un primo y un amigo suyos, ambos socios en un negocio de fletes y mudanzas. Los jóvenes habían desaparecido una noche antes y no los encontraban. Tras horas de búsqueda en hospitales, Jared terminó en el SEMEFO (Servicio Médico Forense). El médico encargado le dijo que le habían llegado dos cuerpos y le enseñó las fotografías de personas desfiguradas y reventadas a golpes. Jared no los reconoció enseguida, hasta que en una de las fotos pudo ver algo del rostro de su amigo Abel, compañero del instituto. Pidió pasar a la morgue y no tuvo más dudas:

"Los mataron a golpes en la cabeza, con unos palos. Los encontraron frente al poblado del 30. Está como a 20 minutos de aquí. Los encontraron amarrados de pies y manos. Imagínate llevar la noticia a la familia. Cuando llegué a mi casa, hablé con mi tía y también llegué llorando. Al fin y al cabo eran familia. Mi tía se quería matar, se quería tirar por las escaleras, desesperada por su hijo. Fue una experiencia muy cruel, solamente por robarles la camioneta".

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Su tristeza se contagia cuando recuerda el momento en que prepararon los cuerpos en la agencia funeraria: "Le toqué la cabeza a mi primo aquí (encima de la sien derecha), y se me hundió el dedo hasta acá (ángulo de la mandíbula). Les dejaron el cráneo como huevo de tortuga. A mi primo lo dejaron hinchado, gordo; él era delgado y barbón, así como usted. Tenía 23 años".

Jared y su mujer, por respeto a su familia, cancelaron los planes de boda religiosa que iban a celebrar un par de meses después. Han pasado siete años y el matrimonio no ha vuelto a tocar el tema. Y es que vivir en Acapulco significa tener recordatorios constantes de la fragilidad de una paz cada vez más ausente, socavada por una guerra que asesina a plena luz del día a metros de gendarmes y soldados que, según ellos, tienen "blindado" el puerto.

Hay miedo. Jared no lo oculta. Han matado a muchos de sus compañeros y dice que no puede poner la mano en el fuego por nadie: "Yo no ando en nada. Yo de mi trabajo a mi casa y como le digo a mi hijo, aunque comamos frijoles, pero son frijoles honestos. Nunca voy andar en ninguna actitud, que tú vayas a pensar que hago algo malo. Siempre se lo repito, siempre se lo digo. Si me llega a pasar algo será por mala suerte, pero jamás porque ande en algo malo".

Las propuestas del narco a los policías de tráfico son muchas. Jared las ha recibido. Dice que le han llegado a decir "mira, yo trabajo para fulano. ¿No te gustaría venirte para acá? Nada más para informar…". Pero el abogado/policía tiene otras prioridades: "Yo les digo, 'Mira, brother, ni me toques el tema. Yo soy rico comiendo mis frijolitos. No me interesa. Yo quiero salir a las seis, siete, jugar a fútbol, regresar con mi familia y estar en paz'".

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Se cuida, incluso cuida sus amistades porque "uno nunca sabe en qué están metidas las personas". Jared afirma haber conocido a buenos compañeros que nunca estuvieron relacionados con el narco y que fueron asesinados por estar con las personas equivocadas en el momento equivocado. "A ocho compañeros los levantaron en Puerto Marqués; aparecieron al día siguiente despedazados al lado del Sam's Club. Los dejaron en dos camionetas. Eso te duele porque tú estás en una corporación y te sientes mal porque son compañeros con los que has convivido, has conversado, has jugado a fútbol. De esos ocho, yo me llevaba muy bien con dos y te lo puedo decir, ellos no andaban en nada".

En los acapulqueños como Jared se ha levantado otro tipo de conciencia, propia de las personas que han vivido un conflicto armado durante años. No salen de noche, no hablan con desconocidos, miden los tiempos de desplazamiento de un lugar a otro porque si de día es peligroso, de noche la muerte se empodera con los grupos de sicarios que salen de casas de seguridad con sus cuernos de chivo y rifles AR-15, a matarse unos con otros.

Jared protege a su familia de esto y de otros infiernos que existen en Acapulco. Es su centro, su fuerza para trabajar de lunes a domingo. Los fines de semana trabaja como camillero en un hospital a hora y media del puerto. No deja solo a su hijo y lo lleva a sus entrenamientos con la misma disciplina con la que lo lleva a la escuela. "Escuela y deporte, Gallardo, no hay otra". Jared sabe que la paz que ha logrado mantener en su familia, incluso en la tercera ciudad más violenta del mundo, requiere disciplina:

"Hay muchas personas que se dejan llevar por el dinero, porque les dan un coche y un arma. ¿Qué gano yo? ¿Poner en riesgo a mi familia por una estupidez? No vale la pena. Por ganar unos pesos más, no, no vale la pena. Yo quiero ver a mi familia y a mis hijos crecer y ayudarles hasta donde yo pueda en su crecimiento.

Un día a la semana, la familia al completo se reúne y Jared recarga energías: "Estamos más unidos. Los jueves por lo general llevo carne a casa de mi suegra, una comida para que todos nos juntemos, el jueves familiar, o algo. Así estamos más unidos… de que puro estar pensando en problemáticas, leyendo el periódico, que ahora ¿cuántos muertos? Ahora 10, ahora 8, ahora 15. Digo, sí, esta canijo, pero tenemos que seguir viviendo".

@ManuGallardo77