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Cultură

Miedo, asco y cava en la Shopping Night de Barcelona

El consumismo te va a ir dejando seco hasta el 7 de enero, asúmelo.

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No descansarás hasta el 7 de enero. No te van a dejar. Black Friday para comprar productos cuyos precios han subido sospechosamente la semana anterior. Cyber Monday para recabar bragas color carne a cincuenta céntimos, con el bajón químico del fin de semana como un mono en la chepa. Intentas coger aire hasta las compras navideñas, la Visa parece haberse cepillado a la plantilla entera de los New York Giants, pero aquí solo cogen aire las vacas y los pusilánimes, y tú no eres una vaca. Así que deja de hacer pucheros, porque ahora toca empalmar con la Shopping Night, un ritual consumista instaurado por el Grupo Bildelberg –cosecha propia, pero me gusta pensar que es así-, para que no cese la magnífica racha de malgastos que llevas, y tu paga doble se convierta en confeti en menos que canta un Gallagher. Estás en un continuum de compras. No hay principio, ni final. Quieren dejarte seco y ten por seguro que esos bastardos lo van a conseguir.

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Porque la Shopping Night no es una simple iniciativa comercial; es una abducción sectaria masiva, una demostración aterradora de control de la población a la que todavía no le encuentro una explicación racional. Hay algo perturbador en esta migración nocturna de peregrinos hacia las inmediaciones del Paseo de Gràcia. La combinación de supuestos descuentos, papeo gratuito y lluvia de cava en las boutiques es atractiva, sin duda; los españoles somos muy dados a formar rebaño cuando vemos un tumulto en el que hay priva regalada. Y el factor nocturno también ayuda. Lo que nos gusta echarnos a la calle a buscar cacho cuando se cierne la nuit del juernes.

No obstante, hay un intangible en este aquelarre que se me escapa, de modo que decido acercarme a la ceremonia con el objetivo de tajarme gratis y, si Dios Nuestro Señor le concede la ligereza adecuada a mi juego de muñeca, llevarme algún producto a casa previo hurto cleptómano Wynona Ryder style.

La Shopping Night no decepciona si eres un bicho que, como yo, disfruta cosa mala bañándose en la bajeza humana. Porque esto va de bajeza al más alto nivel: expertos en birlar copas gratis, tipos capaces de congelarse 20 minutos haciendo cola para comer algodón de azúcar o una taza de caldo Knorr, carteristas, arrimadores de cebolleta, it girls, abuelas que te dejan clavado en el suelo con su juego de codos… En cuanto te introduces en la aglomeración, dejas de pensar de forma individual y te sumas a una mente colmena que se mueve a espasmos, sin rumbo determinado, absorbida por los juegos estroboscópicos de luces, la música a toda hostia y las burbujas del cava.

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Las fechorías más inmorales del Shopping Night no acontecen precisamente en la penumbra de los callejones adyacentes al Paseo de Gràcia, sino que tienen lugar en las principales tiendas de lujo, a plena luz de los focos, sin medias tintas. Imagina que los bancos recibieran a sus clientes jubilados con botellas de Rondel Oro en la mano para embriagarles y sacarles alguna que otra preferente en plena cogorza. La ciudadanía no permitiría algo así. En cambio, no pasa nada si las tiendas de ropa y complementos de lujo atiborran a los visitantes con champaña peleona para ablandarles de tal modo que no sientan dolor al comprarse un bolso de 200 euros que no les hace ninguna falta. El alcohol es la anestesia perfecta y en la Shopping Night lo puedes conseguir sin problemas en muchos lugares.

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En Mango hay una DJ bloguera tan fría como lamentable en las mezclas. La música peta fortísimo de lo mal ecualizada que está. Corren los botellines de cerveza y las copas de cava. Pequeñas avalanchas en pos de la bandeja con aperitivos. Allí la peña se ha montado una fiesta. La misma que se están montando los cleptómanos: desde mi época de adolescente en que me dedicaba a sisear cómics, no sentía que nos lo ponían tan fácil. Esto es una celebración en toda regla del noble arte español del mangoneo. Diablos, robar en la Shopping Night es casi una obligación.

De repente, algo me saca de mis reflexiones cleptómanas. En un stand cercano, un grupo de adolescentes bloquea la acera; el coágulo de gente es tan gordo que impide el paso a los transeúntes. Algo están mirando que las tiene locas. Como si fuera una oveja de tres cabezas expuesta en un circo decimonónico, el actor Maxi Iglesias intenta pasar la noche como puede, mientras las postpúberes más hipnotizadas le observan derramando estrógenos por la acera como si fueran bolsas de M&Ms abiertas. Aprovecho la confusión y el embobamiento para alargar la mano y robarle un par de canapés al bueno de Maxi.

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Y sigo mi camino. Benetton se ha convertido en Amnesia. En la entrada hay dos bailarinas intentando sacar nuevos pasos de baile de donde no los hay. El DJ pincha música de baile, el volumen es tan ensordecedor que King Kong podría pearse a dos centímetros de tu cara y no oirías nada. En Guess, detecto una cola kilométrica y decido preguntar a una de las azafatas qué demonios pasa ahí dentro. La chica me dice que son tres las razones del tumulto: alcohol gratis, palomitas gratis y un photocall. Pues ha dado con la claves de todo esto: papeo, bebercio y ego. Comer, beber, selfie. Comer, beber, selfie. Y así toda la noche.

Esencialmente la Shopping Night es una congregación de gorrones, curiosos, jubilados y blogueras. Muchas blogueras. Parece que las instagramers se toman esta noche muy en serio; en esencia, hacen lo mismo que nuestras abuelas cuando salían el domingo a congregar: ponerse la faja nueva, sacar la joyería buena, pintarse hasta la línea de las cejas y pisar la rúe con el bolso pinzado en el sobaco.

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Hablando de abuelas, está claro que las veteranas son una especie dominante en algunos puntos neurálgicos de la Shopping Night. Generalmente forman en cuña y utilizan tácticas avanzadas de asalto para que no puedas ni tocar con un puntero láser la comida gratis. Si hay tazas de caldo gratuitas, la mafia de la yaya catalana se encargará de blindar la zona y agotar hasta la última gota de ese preciado consomé. Si intentas penetrar sus defensas en el stand de los quesos suizos gratuitos, seguramente acabarás en posición fetal debajo de la ducha toda la noche: las yayas no tendrán piedad de ti.

Y es que esto es una puta jungla. Las copas de cava chungo van sumando. A los 40 minutos ya he adquirido un pedo interesante y de lo más necesario para sobrellevar el calvario. La acidez de estómago será un problema con el que tendré que lidiar más adelante. Veo tipos disfrazados de época y un escenario con actores ligeros de ropa recitando Shakespeare. Hasta el viejo William ha sido prostituido en esta orgía consumista: al parecer, toda esta movida viene rebozada con un leit motiv cultural que la da lustre y profundidad a algo tan pedestre como gastar por gastar. Incluso han tenido la brillantísima idea de crear el lema 'To shop or not to shop' en lo que se intuye un brainstorming que habrá durado meses.

A la hora y media ya siento los primeros rigores de esta machada. Me duelen los callos. Noto el frío húmedo de Barcelona hasta en la rabadilla. El cava me ha abierto una úlcera que parece un ojo de buey del Titanic. El humor se me ha agriado a base de recibir codazos, pisotones y golpes de calor de las estufas industriales. Desconozco si la gente realmente gasta o se dedica al mamoneo español de toda la vida. La sensación es que la gente se da al cultura del gratis y saca poco la cartera. ¿Para qué sirve realmente este festín consumista prenavideño? Sigo sin tener ni idea. Sigo sin entender la Shopping Night. Quizás esto es la puntita. Quizás lo gordo está por llegar en cuestión de dos semanas y que todo lo que gorreaste ayer en la Shopping Night lo pagarás con la tarjeta de crédito estas Navidades: karma is a bitch.