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Cultură

Sobreviví al nuevo espectáculo de Pedro Ruiz

Una actriz en ropa interior, un pianista y chistes sobre Lola Flores. Así es el último show de este supuesto enfant terrible y mártir (catalán españolista) del humor.

Imagina que estás sentando en medio del patio de butacas de un teatro lleno hasta la bandera. Imagina que las personas que te rodean se ríen como si no hubiera mañana. Imagina que absolutamente ninguno de los supuestos chistes, chascarrillos y numeritos surten ningún tipo de efecto sobre ti. Imagina que, mientras te escurres en la butaca sintiendo un cóctel letal de asco y vergüenza ajena, tienes ganas de irte, gritar y tirar un zapato al escenario. Imagina que tienes el brazo morado por los codazos que te da tu acompañante. Imagina cómo es tener que ver forzosamente el espectáculo de Pedro Ruiz: 'ETERNO'.

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No me preguntes cómo acudí al Teatro Nuevo Apolo, en la Plaza de Tirso de Molina, en Madrid. El caso es que allí estaba, a eso de las nueve de la noche, haciendo cola junto con un montón de personas de la España esa que te esfuerzas en hacerte creer que ya no existe, pero que no solo es que exista, sino que puebla nuestra geografía en un porcentaje altísimo. Cada uno de los integrantes de aquella fila que llegaba hasta mitad de la plaza pagaría unos 30 euros por asistir al espectáculo. Si bien es cierto que si preguntas a alguien menor de 30 años quién es Pedro Ruiz te dirá que "le suena de algo", ahí, entre toda esa turba de recientes usuarios de la tarjeta dorada, se había colado gente como tú y como yo. "Dispuestos a pasar un buen rato con un showman único en este país".

Un momento del espectáculo

Cuando tomé asiento, la persona que me acompañaba me advirtió: "vas a ver un poco de todo, monólogo, imitaciones, música en directo". Mientras, de fondo sonaba una selección de hits de la Stax y la Motown, para ir entrando en el loop de sábado-noche-vodevil-destape-rancio-oscuridad-fantasía. Todo lo que se veía sobre el escenario era una pantalla para proyecciones, piano de cola y micrófono. El entrante no era otro que uno de esos sketches que el propio Ruiz había protagonizado en la televisión de los años ochenta, para que la gente intentara conectar con el aroma de entonces y los más jóvenes del lugar tuvieran en consideración que el tipo ya hacía televisión en aquella época tan sobrevalorada.

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Su espectáculo consiste en cantar, o sea, intentar cantar. Y en sacar a una chica en bikini y hacer que parezca estúpida.

A partir de ahí, tras una calurosa bienvenida de aplausos, se empezaron a suceder sus números, siempre arropado por un pianista y por una actriz que cada vez que salía al escenario lo hacía en ropa interior y para ser, bien denigrada por los personajes que Pedro interpretaba, bien acosada por estos. Su espectáculo consiste en cantar, o sea, intentar cantar. Y en sacar a una chica en bikini y hacer que parezca estúpida, ponerse intenso con una serie de disquisiciones demasiado manidas como para tomárselo en serio sobre nuevos clichés como Bárcenas, 'El Coleta' Iglesias, la superación del ego; realizar imitaciones tan malas como vergonzosas, en especial la de Lola Flores, que es dolorosa; defender sobre las tablas su condición de alma libre y enfant terrible al mismo tiempo que mártir (es catalán españolista).

Otro momento del espectáculo. Imagen vía

En efecto, se cree un perseguido. Cuenta que le llevan vetando de las televisiones desde hace más de doce años y es obvio que le encanta hablar de sexo, pero de ese sexo monolítico, machista, homófono, soez, misógino y apolillado, que necesita de las palabras "chocho" y "polla" para intentar subrayar o forzar un efecto chistoso. Esas gracietas sexuales que, cuando ve que funciona incluso entre su público femenino, repite hasta dar grima. Este señor alterado, sudando, pronunciando esas palabras tan seguidamente y dejando para el final una especie de cabriola o especial semi-necrológico que consiste en proyectar imágenes de actores, escritores, cantantes y, en general, gentes de la cultura española de los últimos sesenta años, mientras les va saludando de espaldas al público, para que todos sepamos que algunos fueron sus amigos y otros, al menos, conocidos.

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Dos horas hundido en la butaca avergonzado, pensando cómo digerir lo que estaba viendo y de pronto todo acaba con un aplauso estruendoso que él mismo interrumpe para extorsionar al público mediante esta interpelación: "¡En mi época cuando algo gustaba de verdad, la gente se ponía de pie!". En realidad creo que pudo haber sido peor. Muchos de vosotros no lo recordaréis, pero uno de sus momentos estelares fue cuando interpretaba a sí mismo como un niño pecoso que, mediante esa candidez propia de los justos, y ese picor propio de los chistes de Jaimito, intentaba poner en apuros a los personajes que entrevistaba. Por suerte, aquella noche, no se disfrazó de niño, así que pudo haber sido peor. Mucho peor.

Vídeo promocional de "Eterno"

Me quedé pensando en que España ha perdido la inocencia. La inocencia de la que estaba impregnado el humor de Martes y 13, las canciones de Ana Belén y Víctor Manuel, las letras macarras de Sabina, los tirones del Vaquilla, los guiones de La Bola de Cristal. Aquella España se perdió con las televisiones privadas, a medida que se implantó el aznarismo y comenzó aquel falso milagro económico que terminó de explotar con el ladrillo. El humor siempre ha definido España, de norte a sur, de este a oeste, y ahora a vueltas con un país cainita que se debate entre lo viejo y lo nuevo, siempre dialéctico e incandescente, es el humor lo que nos separa. Este show que sufrí me hizo plantearme muchas cosas y al final he llegado a comprender que el tiempo ha sido un enemigo atroz para muchas de las deidades catódicas de nuestro entorno; el tiempo y también la calle.

Así que, después de todo, debo confesaros que un pensamiento final de solidaridad con el artista me nubla la mente, y que me es imposible acabar este artículo sin reconocer que debe de ser muy difícil ser Pedro Ruiz.