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Cultură

Qué se siente al someterse a cirugía cerebral estando despierta

Casi puedes oír el ruido que hace la hoja afilada al perforar, como si estuvieras cortando un jugoso bistec. Pero no son nada comparadas con el taladro.

Ilustración por Tuesday Basse

Este artículo fue publicado originalmente en Broadly, nuestra plataforma dedicada a las mujeres.

Tenía 25 años cuando los médicos me encontraron un tumor del tamaño de una frambuesa en el cerebro. Obviamente, quise permanecer despierta durante la operación.

La sensación que tienes cuando te están practicando incisiones en el cerebro es como de chapoteo. Casi puedes oír el ruido que hace la hoja afilada al perforar, como si estuvieras cortando un jugoso bistec. Pero las incisiones no son nada comparadas con el taladro. Cuando te taladran el cráneo, sientes como si un avión estuviera a punto de despegar en el interior de tu cabeza.

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Todo esto lo sé porque me sometí a una operación para extirparme un tumor cerebral durante la que permanecí consciente.

Empecé a darme cuenta de que pasaba algo porque se me caían las cosas. En una semana, tiré un cuenco con sopa en la cocina de casa y se me resbaló de las manos una ronda de copas en un bar. Entonces tenía 25 años y estaba buscando trabajo. Suelo ser muy tranquila, pero de repente empecé a estresarme y a ponerme extrañamente sensible ante la idea de enfrentarme a las entrevistas de trabajo. Inicialmente no sospeché nada y pensé simplemente que me estaba comportando como una idiota, pero luego empecé a notar una sensación de adormecimiento en la parte izquierda del cuerpo.

Fui al médico y me dijeron que podría tratarse del pinzamiento de un nervio. Sin embargo, a los pocos días, comencé a sufrir punzantes dolores de cabeza por la mañana, como si la noche anterior hubiera estado bebiendo. Mi novia me llevó a Urgencias para que me hicieran una revisión y al día siguiente me ingresaron en el hospital. Me hicieron un TAC, con el que descubrieron que tenía un tumor del tamaño de una frambuesa que estaba derramando sangre en el cerebro. Pensé que me iba a morir.

Después de la operación. Foto cortesía de Kineta Kelsall

Pasé cinco días ingresada, recibiendo un tratamiento de esteroides para detener la hemorragia. Después vino la cirujana para hablar de la operación para extirpar el tumor. Cuando me dijo que tenía la opción de permanecer despierta durante la intervención, pensé, ¡Dios mío, qué locura! Son pocos los hospitales en los que se realiza este tipo de intervención, y la cirujana solo la había practicado en 50 pacientes antes que a mí.

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Me explicó que, debido a la ubicación de mi tumor, si permanecía dormida durante la intervención existía un 20 por ciento de posibilidades de que, al despertar, tuviera algún tipo de discapacidad. Estando despierta, sin embargo, las probabilidades se reducían al uno por ciento. Pese a estos datos, son muchas las personas que prefieren no operarse porque no soportan la idea de estar despiertas. Traté de ser racional: si estoy dormida, no sabré si me estoy muriendo, mientras que si permanezco despierta, podré hacer algo por evitarlo.

Además, pensé que aquella experiencia daría para un artículo increíble.

Durante los cuatro meses previos a la intervención, tenía que visitar a una neuropsicóloga para practicar las pruebas en un escáner de resonancia magnética que me harían el día de la operación a fin de tener un mapa de mi cerebro. Me ponían una pantalla de ordenador delante con un texto que tenía que leer mentalmente, sin hablar. De esa forma podían determinar cerca de qué partes del cerebro estaba el tumor. También me hicieron pruebas de memoria que consistían en nombrar objetos básicos o los días de la semana.

No recuerdo que estuviera nerviosa la mañana de la operación, aunque mi novia dice que lo estaba. Me hicieron tumbarme de costado con las piernas elevadas, para que la doctora pudiera llegar al tumor. Me habían pintado una X en la cabeza en el punto por el que había que acceder.

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Prueba superada. Foto cortesía de Kineta Kelsall

No hay receptores del dolor en el cerebro, pero de todos modos el anestesista me suministró un anestésico general para relajarme y uno local en la cara para evitar que me sintiera incómoda cuando taladraran el cráneo. Dolió tantísimo… Juro que nunca me pondré bótox.

Oí a alguien decir, «Bien, ¡vamos a empezar!», y la cirujana comenzó a perforar. El taladro tendría el tamaño de un compás, aunque la sensación en mi cabeza era como si me estuviera perforando un coche. Tenía la sensación de que en cualquier momento podría escapársele y matarme.

Como estaba de lado, lo único que podía ver era a mi neuropsicóloga. Al parecer, cuando me preguntó si estaba bien, hice el símbolo de la paz. Cuando la cirujana hubo llegado a mi cerebro, me puso electrodos en distintas partes para estimular eléctricamente puntos específicos. Hicimos las pruebas que había estado practicando, verificando en todo momento que tanto el habla como los movimientos fueran normales.

El tumor estaba alojado entre las áreas responsables del movimiento y el habla, por lo que colocaron los electrodos muy cerca de allí. Una vez colocados, no podía moverme. Me pidieron que contara hasta diez y cuando llegué a siete no era capaz de hablar. Eso significaba que sabían qué partes del cerebro no podían tocar, algo que no habrían podido hacer si hubiera estado dormida. «¿Es normal? Es normal?», preguntaba constantemente.

Finalmente, un médico me enseñó el pulgar y dijo, «¡Kineta, ¡hemos sacado el tumor!». Yo estaba pletórica hasta que, de repente, una sensación extraña me recorrió el brazo izquierdo y dejé de poder respirar. Empecé a dar sacudidas y todo se puso negro. Estaba sufriendo un ataque y estuve inconsciente durante cinco minutos. Aquello fue lo más terrible de la experiencia. Pensé que iba a morir.

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Al parecer, estos ataques son bastante comunes en una intervención de este tipo. Si no lo hubiera sufrido, también habría estado despierta mientras me ponían los puntos, pero tuvieron que anestesiarme. Cuando volví en mí, me invadió una poderosa sensación de alivio al saber que ya no tenía el tumor, pero sufrí dos ataques más. Tenía dificultades para hablar. Pasé de «bla, bla, bla» a «bjowispidf». Cuando desperté, nuevamente, esta vez había olvidado lo que era una taza, pero al final logré recordarlo y me repuse.

Con el tumor no me sentía enferma, sino más bien agotada físicamente. Me atrevería a decir que he tenido resfriados peores. Sentía la cabeza pesada y sufría suaves dolores de cabeza a diario, pero estaba en cama por cansancio, no porque estuviera enferma. También sentía mucha tensión a nivel mental. Yo creo que uno se pone más enfermo al ver los tumores como algo que puede matarte que por los síntomas que causa el tumor en sí.

Si tuviera que volver a someterme a la operación, lo haría sin temor. Todo el mundo me dice, «Si hubiera estado en tu situación, me habría muerto de miedo», pero lo cierto es que cuando lo vives, tu forma de verlo cambia por completo. El poder estar despierta me aportaba una sensación de control que contribuía a calmar mis nervios.

Desde la operación, empecé a recaudar fondos para la organización The Brain Tumor Charity. Recibí un email de una mujer que decía: «Van a hacerme lo mismo que a ti y estoy aterrorizada». Le dije que no lo estuviera, que al acabar tendría una gran anécdota que contar. De hecho, mi intención era tuitear toda la operación, pero no me dejaron.

Traducción por Mari Abad.