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Cultură

Soy valenciano y odio las fallas a muerte

Soy valenciano, amo esta tierra. Pero hay algo que me puede más que nada y son las fallas. Odio las fallas a muerte. Soy el enemigo número de las fallas.

Los sábados digo algunas tonterías en A vivir que son dos días, un programa de la Cadena SER que Iago Fernández de VICE se pone cada noche para dormir, a modo de transistor del abuelo, y en el que recientemente opiné duramente sobre las fallas. Fue un ejercicio de improvisación verbal, en plan Tony Hawk con monopatín, pero ofendiendo (mi especialidad). Iago lo escuchó y me propuso publicar aquí una transcripción comentada por mí mismo. Les recomiendo que la lean con la BSO de Conan el Bárbaro de fondo. Y para compensar a todos los falleros que se sientan ofendidos por mi artículo, al final incluyo un vídeo en el que explico cómo encender un habano.

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Soy valenciano, amo esta tierra.

Esto es así. Valencia es lo máximo.

Pero hay algo que me puede más que nada y son las fallas. Odio las fallas a muerte. Soy el enemigo número uno de las fallas.

Tiene una explicación, ahora veréis.

Imaginaos que vuestra calle se corta con contenedores. Churrerías en cada esquina. Niños armados con petardos que violan varios puntos del tratado de Ginebra. La civilización en jaque todo el tiempo y los derechos humanos… Hay zonas de Ruanda donde la vida vale más que la tuya en fallas.

Quién haya conocido las fallas sabe que no exagero. Todos los niños de Valencia se convierten en el Mulá Omar, los adolescentes en la Luftwafe sobrevolando Londres y los adultos en un Tyler Durden al final de El club de la lucha. Es algo intrínseco al valenciano, no lo puede evitar y la dureza de su arsenal es directamente proporcional a lo lejos que esté su residencia del centro de la ciudad. “¡Pijooo, cabrón!” Vale, ven en fallas.

La gente aquí es talibán de las mascletás, como lo máximo, pero esto sienta mal a tu cuerpo. Sales mareado, destrozado. La gente habla de la quimioterapia porque no ha ido a una mascletá. Te aplican una mascletá y se te quitan todas las contracturas del cuerpo.

Lo de quemar las fallas al final, sí, guay, pero si eres core duro fallero: la mascletá. Eso es lo que peta de verdad. El ruido por el ruido, el exceso más excesivo. Miles de personas hacinadas. Altercados resueltos siempre por lo penal. Bandas de moteros lideradas por el Baba Zanetti de tu barrio. Y Ritá Barberá. Rita Barberá onfire, gritando “Visca València”, con dos mil cubatas encima y el móvil ardiendo a guasaps de ligues guarros swingers.

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Una vez de pequeño iba a Eurodisney pero cortaron la calle y mi madre, mi hermana y yo no podíamos salir con el coche. Todos los valencianos han sufrido las fallas menos los falleros.

Sí, trauma infantil. Por eso toda esta basura. Al final llegué. Me gustó lo de Star Wars.

No me gusta que las tías falleras duerman con ese peinado los tres días de fallas. Eso tiene que oler mal.

Las falleras. Llevan el traje cinco segundos al día, su indumentaria real es en vaqueros, muy, muy cholas pero, eso sí, con el peinado de princesa Leia ¡¿Por qué?! Porque cuesta mucho hacerlo. Hay que dormir, bailar, juerguear y mear con el peinado de fallera la semana de fallas. Sí, no se lavan el pelo. Y NADIE DICE NADA.

Las fallas es una ciudad entera convertida en un pueblo de quinientos habitantes todos hasta arriba de alcohol. Una vez, hace poco, un niño me sacó un petardo y le dije “por favor no me lo tires”, implorando por mi vida. Y sintió pena por mí. Yo no tiraba petardos de niño porque me parecía una atrocidad. La música de fallas es dañina para la salud.

Este final no recordaba haberlo dicho, es un poco gratuito. De hecho es mentira, porque yo sí tiraba petardos. Pero, en resumen, las fallas son perfectas para Valencia: excesivas y locas como el demonio. Sólo puedes unirte a ellas, seguirles la corriente. Es como salir con un valenciano de fiesta: si intentas resistirte la cosa saldrá mal, si te dejas molará. La semana pasada fui a una verbena fallera, a la primera mascletá y esta semana vuelvo. Sí, en realidad me gustan las fallas, pero las odio un poco también y eso es lo maravilloso. Como cada año, mañana veré desde una terraza como arde media ciudad fumándome un Montecristo Edmundo.