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Cultură

Conocemos al hombre que sobrevivió a un accidente de avión comiendo carne humana

Uno de los supervivientes del mítico accidente de avión de los Andes acaba de publicar su libro "Las montañas siguen allí" en el que describe su experiencia.

Los supervivientes descansan apoyados en los restos del fuselaje del Fairchild

¿Serías capaz de comerte una mano? Una mano humana. No, pero ¿y si estuvieras realmente hambriento? "La tarea principal siempre fue seguir con vida, y para eso había que alimentarse bien. No fue por decisión racional, sino por imperativo de supervivencia. Siempre llevaba una mano o algo en el bolsillo y, cuando podía, le daba bocados para tener algo en la boca y sentir que me estaba alimentando". Son las palabras de Pedro Algorta, que pasó 71 días atrapado en los Andes después de que se estrellara el avión en el que viajaba en 1972. Sobrevivió comiendo carne de las manos —y también de los muslos, los brazos y cualquier parte del cuerpo con la que pudiera alimentarse— de los que no lograron sobrevivir al accidente. De los 40 pasajeros y los cinco tripulantes que cogieron el trágico vuelo de Uruguay a Chile, solo 16 sobrevivieron, no solo al accidente, sino a una avalancha y a las duras condiciones climáticas de la zona. Quienes lograron regresar a la civilización —después de que Nando Parrado y Roberto Canessa realizaran una épica caminata de diez días para buscar ayuda— se mantuvieron con vida, principalmente, gracias a una mezcla de resistencia mental casi milagrosa, el esfuerzo colectivo y el canibalismo desesperado.

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Resulta extraño hablar cara a cara con una persona que se ha comido una mano. Durante nuestro encuentro en un ruidoso café de Shoreditch, no podía apartar la mirada de los dientes de Pedro, de lo resistentes que parecían, y pensaba: "Me pregunto si comer manos le habrá fortalecido los dientes". Tiene 65 años, pero aparenta diez menos, y piensas: "Quizá toda esa carne de muslo humano le ha conferido una especie de juventud semieterna". Pedro, por su parte, se muestra indiferente respecto a la experiencia de comerse una mano en plena montaña andina después de un traumático accidente: en su libro Las montañas siguen allí, que acaba de ser traducido al inglés, Pedro explica con sencillez que la decisión del grupo de alimentarse de la carne congelada de los pasajeros muertos se tomó desde una lógica fría y distante. Era comerse a los que habían perecido o perecer con ellos. A día de hoy, sus sentimientos no han cambiado: su falta de arrepentimiento trasciende el concepto mismo del arrepentimiento. Habla del canibalismo con la naturalidad de quien cuenta cómo se comió una rebanada de pan para evitar morir de hambre. "Bueno", explica Pedro, eludiendo con sutileza pronunciar las palabras como yo, comí o manos, "fue una decisión que no tomamos con la cabeza. No llegó una figura autoritaria y nos dijo 'Chicos, ¡sé lo que tenéis que hacer!'. Tomamos aquella decisión desde el estómago".

Seguimos hablando de comer manos, de cómo sobrevivir en grupo sin acabar peleados unos con otros y de la frecuencia con la que piensas en la gente que te has comido cuando, una vez en la civilización, te sientas a disfrutar de un buen estofado.

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VICE: Muchos supervivientes del accidente ofrecen relatos distintos de lo que ocurrió después y, dado que el recuerdo se difumina con el tiempo, muchas veces sus historias se contradicen: se cambian los nombres, los papeles de cada uno, cosas así. ¿Alguna vez has tenido la sensación de que se pusiera en tela de juicio tu historia? ¿Qué te ha llevado a contarla ahora?

Somos un grupo de personas que vivimos una experiencia terrible hace 40 años. Desde entonces, cada uno ha seguido su camino, así que somos muy distintos. Eso nos ha permitido echar la vista atrás y ver nuestras historias desde otra perspectiva. Yo, en particular, no hablaba de esto desde hacía 35 años. Oía a mis amigos contar sus historias y pensaba que también era la mía. Cuando decidí romper mi silencio y hablar de ello, me di cuenta de que mi versión de las cosas era distinta porque era mía, porque nadie ha vivido lo que yo viví ni ha visto lo que yo he visto. Comprendí que cada uno tiene su historia y que es absolutamente verídica. No pretendo alzarme en el único poseedor de la verdad ni nada por el estilo; creo que todos tenemos derecho a relatar nuestra experiencia. Esta es mi experiencia y en ella cuento lo que aprendí y lo que me traje de las montañas cuando regresé a la vida normal.

¿Cómo se vive un accidente aéreo?

Es una situación cercana a la muerte, no sabes si sobrevivirás o no, sufres episodios de pánico y pierdes el autocontrol y la conciencia situacional. Sales volando por los aires y puede ocurrir cualquier cosa. Así fue como lo viví. El avión temblaba muchísimo y rebotó de una montaña a otra, hasta que caímos en el fondo de un valle rodeado de altos picos. Entonces se hizo un silencio absoluto. Caía una nieve suave y allí, dentro del avión, estábamos los supervivientes.

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Pedro, un día después de ser rescatado

En el libro hablas del accidente como algo distante, como si no hubiera sido real.

La cosa es que, aunque tengo imágenes —sé que son mías porque recuerdo ver a mi amigo Felipe muerto junto a mí—, no recuerdo muchos detalles de lo que pasó, ¿sabes? Fue una experiencia emocionalmente extrema y la mente no te permite acceder a todos los detalles. Por ejemplo, no recuerdo mi número de asiento ni lo que dije un minuto antes de estrellarnos, porque la emoción era tan intensa y el pánico tal que se han borrado de mi memoria. Durante años me he preguntado si debería intentar recordar esos detalles o reconstruir los hechos, pero no he podido, así que lo he dejado así. Supongo que mi subconsciente prefiere que no regresen. No tengo pesadillas y durante los cuarenta y tantos años siguientes he procurado llevar una vida normal.

Según el libro, parecía que ese sentimiento de que los supervivientes estabais unidos en aquello, que erais un grupo, se generó más lentamente de lo que esperabas. Después del accidente se formaron subgrupos y surgieron líderes, hubo cambios, murió gente y cambiaron las jerarquías, pero ese sentimiento de grupo no se forjó de forma inmediata.

Inicialmente, éramos un grupo de personas relacionadas por un equipo de rugby, y en ese grupo, la persona más importante era el capitán del equipo. Él sabía cómo dirigir al resto, era la autoridad más inmediata de aquella delegación. De hecho, desempeñó un papel fundamental los primeros días, mientras estábamos en la montaña intentando organizarnos, y se hizo respetar por su carácter autoritario. Pero lo que él proponía era: "Esperemos. Nos van a rescatar muy pronto". Pero no vinieron a rescatarnos. Y al decir que nos iban a rescatar pronto, estaba impidiendo que el grupo empezara a trabajar para adaptarnos al entorno. A aquellas alturas ya no necesitábamos una figura autoritaria, lo que necesitábamos era un líder que hiciera que el grupo tomara conciencia de nuestra situación, ¿entiendes?

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Al final murió en una avalancha, por lo que entonces éramos un grupo de adolescentes sin un referente adulto, y aquello posiblemente fue lo mejor que pudo ocurrir porque, a partir de ese momento, cada uno de nosotros, con nuestras fortalezas y debilidades relativas, empezamos a obrar por nuestro bien y por el del grupo. Cada actividad, cada uno de nuestros actos, era importante para la evolución del grupo.

Hubo mucha tensión y discusiones, y no todos nos llevábamos bien. Teníamos que luchar para hacer valer nuestra opinión, por ocupar nuestra parcela de autoridad en el grupo, por no acabar siendo el chivo expiatorio, por estar en el núcleo de las decisiones. Allí en las montañas se adoptaron las dinámicas que verías en cualquier otro grupo —incluso en los que yo he dirigido posteriormente—. Lo que nos pasó allí arriba también pasa en la sociedad civilizada. Las dinámicas están ahí y en ese sentido no somos ninguna excepción. Hay luchas de poder, surgimiento de líderes, chivos expiatorios, experimentos y aprendizaje. Así se creó un grupo capaz de adaptarse y progresar en un entorno tan hostil.

Entonces, supongo que fue decisión del grupo empezar a comerse a los supervivientes, ¿no?

Bueno, aquella decisión no se tomó con la cabeza. No llegó una figura autoritaria y nos dijo "Chicos, ¡sé lo que tenéis que hacer!". Tomamos aquella decisión desde el estómago. Y al mismo tiempo, en sitios diferentes, otras personas empezaron a darse cuenta de que si queríamos sobrevivir tendríamos que comer alguna cosa y no había nada. Esa fue la razón por la que respondimos a nuestra debilidad, a nuestro deseo de sobrevivir sin necesidad de convencernos a nosotros mismos con razonamientos lógicos. Varios de nosotros fuimos y recogimos uno de los cadáveres, le practicamos un pequeño corte con un trozo de cristal y empezamos a comer. Eso fue todo. Era lo más normal y lógico que se podía hacer si queríamos seguir comiendo.

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Una vez lo hicimos, no tuvimos la sensación de haber cruzado un límite ni de haber roto una barrera moral o ética, sino que lo consideramos un paso adelante en nuestro aprendizaje para sobrevivir en aquel entorno y hacer cosas a las que o estábamos acostumbrados.

Entonces, ¿nunca os resultó extraño comer carne humana?

En absoluto. Incluso hoy, cuando pienso en ello, me doy cuenta de que si no lo hubiera hecho, no estaría aquí ahora mismo. Fue una respuesta a nuestro instinto de supervivencia más básico, simplemente. Por eso en el libro no lo encuentras duro o impactante, porque te llevo paso a paso a lo largo de toda la decisión y cuando por fin llega el momento, te das cuenta de que no teníamos otra alternativa. Estoy convencido de que cualquiera en nuestro lugar habría hecho lo mismo.

Me parecieron interesantes las asociaciones religiosas que algunos del grupo hicieron, como que la carne era el "cuerpo de Cristo" o la idea de que eran sus amigos y les estaban ayudando a sobrevivir, no haciendo un sacrificio, pero casi. ¿Crees que aquello contribuyó a tomar la decisión?

Aquello se dijo, lo dijimos, pero estoy seguro de que no fue lo que les convenció para hacerlo. Lo hicimos porque teníamos hambre y estábamos débiles. Es una compensación lógica, pero al fin y al cabo era el estómago el que mandaba. No había mucho tiempo para planificar de forma racional. Todo giraba en torno a cómo sobrevivir cada día en las montañas. Y no lo sabíamos, no teníamos las herramientas ni la experiencia. Nunca antes habíamos estado en la nieve y no estábamos preparados para aquello. A base de instinto y de probar y cometer millones de errores, a veces conseguíamos avanzar.

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Pedro regresó a las montañas en 2013

Creo que hubo una conferencia de prensa poco después de que os rescataran en la que, de algún modo, os obligaron a admitir que habíais practicado el canibalismo. ¿Qué reacción mostró la gente?

La noticia ya se había difundido y todo el mundo hablaba de ello, pero nuestros padres preferían no creerlo. Lo que dijimos simplemente fue: "Sí, lo hicimos". Eso fue todo. No tuvimos que decir nada más. Cuando reconocimos haber comido carne humana, se produjo un enorme aplauso. Los familiares de los que no regresaron dijeron que no pasaba nada. Durante estos 40 años no ha supuesto un problema. Se dijo todo, todo el mundo lo sabía, para nosotros es normal, no esperábamos que representara un problema porque en ese momento estábamos ocupados buscando la forma de sobrevivir. No ha cambiado nada desde entonces.

Ahora, después de cuarenta años, ¿con qué frecuencia piensas en la montaña?

La verdad es que nunca, a no ser que hable de ello, como ahora, pero no es un recuerdo que me asalte. Como te decía, no tengo pesadillas. Hemos sido capaces de vivir en paz con la montaña.

Hemos podido llevar una vida tranquila y normal desde aquel aplauso. No finjo que no me ha afectado, porque ha sido un trauma. Un trauma se inicia en el momento en que no sabes cómo abordarlo, y nosotros sabemos porque nunca se nos ha acusado ni marginado, nunca nos han apuntado con el dedo acusándonos de nada. Fui a una buena universidad, he tenido buenos trabajos, tengo una buena familia… La montaña es parte de nuestro pasado pero no intenta volver. Lo que quiero decir es que creo que hemos podido llevar una vida normal. Creo que es lo más importante de todo esto, porque es una muestra de la capacidad de la gente de recuperarse de episodios del pasado.

Supongo que vivís con normalidad, como lo podrían haber hecho los que no sobrevivieron.

Sí, por supuesto. Los que no lo consiguieron no están entre nosotros y siempre ronda la pregunta de por qué ellos no lo lograron. Pero yo no tengo la respuesta. Es una pregunta religiosa, ética o moral para la cual hay muchas respuestas distintas. Yo no tengo la respuesta.

@joelgolby

Traducción por Mario Abad.