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Algún genio con mucha mala baba de la productora tuvo la brillante idea de disfrazar a la mitad de concursantes de rana, rata, oso, tigre y, por supuesto, elefante, y someterlos a una versión 2.0 de la gallinita ciega. El momento elefante, con María José, uno de los rostros más reconocibles por su presencia en "¿Quién quiere casarse con mi hijo?", donde se convirtió en una show stealer de manual, debe pasar ya mismo a la historia de la pequeña pantalla. Volverá "Gran Hermano" a finales de año, con su presupuesto millonario, toda su infraestructura de superproducción, y en tres meses será incapaz de orquestar un momento como ese. Lágrimas a borbotones, aplausos y ovación en casa. Así sí.Más milagros: es el primer reality en el que el premio gordo es la posibilidad de participar en otro reality, "Supervivientes". Creo que la gente ha reparado poco en este detalle, pero a mí me parece maravilloso. El espíritu de la generación Ni Ni resumido en un premio, adiós a ensayos sociológicos y demás pajas mentales de académicos: la disponibilidad total y absoluta a ser humillado en prime time a cambio de poder llegar a participar en otro reality. Los lectores futboleros recordarán la Intertoto, una competición que se disputaba en verano y que permitía a equipos modestos luchar por un puesto en la antigua copa de la UEFA. El símil futbolístico aquí viene a huevo, porque estamos ante un perfil tan bajo de famoso que difícilmente muchos de ellos tendrían la oportunidad de pelear por un puesto en un programa de las características y dimensiones de "Supervivientes". "Pasaporte a la isla" pone a su alcance esa plataforma para materializar su sueño; y a nuestro alcance la posibilidad de ver a un grupo de famosos de medio pelo peleándose, ensuciándose, sufriendo y dejándose maltratar televisivamente a cambio de un pasaporte a otro programa en que aún pasarán más penurias para hacerse con el premio final. Es la vuelta de tuerca que pedíamos.Y si hablamos de milagros y genialidades, no podemos pasar por alto la jugada maestra de Telecinco. Ahora entendemos el apresurado estreno de "Vaya fauna", ese execrable programa del que ya dimos buena cuenta en esta santa casa hace unos cuantos días. Después del estreno de "Pasaporte a la isla" hemos visto claro que aquello era una maniobra de distracción, lo que vulgarmente se conoce como una cortina de humo. Soltamos la liebre de "Vaya fauna" para que las asociaciones animalistas se nos echen encima, haya un poco de ruido y polémica y, cuando llegue el momento, estrenamos "Pasaporte a la isla" para que pase desapercibido. Y es que si en "Vaya fauna" hay momentos susceptibles de considerarlos maltrato animal, según lo que dicen los sectores más críticos, en "Pasaporte a la isla" esa sensación de supuesto maltrato animal se intensifica hasta límites insospechados, con una diferencia importante: aquí es con humanos. Carta blanca absoluta para convertir a sus participantes en el blanco de todo tipo de vejaciones, ideas macabras y pruebas absurdas para exagerar el esperpento y fomentar el más absoluto de los ridículos. Si en la primera gala ya fueron capaces de disfrazarlos de animal, hacerles dormir al raso, provocar discusiones absurdas y dejar al descubierto sus profundas lagunas intelectuales, físicas y mentales, qué podremos esperar cuando llevemos tres galas y la película se haya desmadrado un poco más y los guionistas empiecen a apretar las tuercas.La serie B, o mejor dicho, la serie Z nos ha proporcionado grandes tardes y noches de placer cinéfago, así que por qué la televisión no puede adentrarse también en esa categoría para solucionar su parrilla veraniega. Vasile ha invertido cuatro euros en un programa que si consigue una media del 13% ya supondrá un éxito absoluto de rentabilización económica. Es la sublimación de la morralla, el triunfo del feísmo y la oportunidad de oro para los menos favorecidos de la clase. Hasta el punto de que los invitados en plató, como por ejemplo Christopher, ganador del último "Supervivientes", se sienten seres muy superiores en la comparativa con los concursantes. Épico. La adaptación televisiva de "Dos tontos muy tontos", pero consiguiendo que Jim Carrey parezca Einstein. La utilización más maquiavélica, hijoputesca y perversa del hambre de fama que hemos visto recientemente en la pequeña pantalla y la ridiculización más rotunda del freakie televisivo que ha sido capaz de pergeñar un reality moderno.