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El CorazÓn De La DesolaciÓn

Caminar por la jungla en mitad de la noche con un grupo de rebeldes ruandeses conocidos por su pericia en la violación y el asesinato no era exactamente lo que habíamos planeado para nuestro primer viaje a la República Democr...

POR JASON MOJICA

FOTOS DE TIM FRECCIA

Un miembro de la milicia Mai Mai vigila su campamento. La leyenda dice que los Mai Mai pueden volar y cambiar de forma, y que las balas los atraviesan como si estuvieran hechos de agua.

Caminar por la jungla en mitad de la noche con un grupo de rebeldes ruandeses conocidos por su pericia en la violación y el asesinato no era exactamente lo que habíamos planeado para nuestro primer viaje a la República Democrática del Congo. Todo lo que queríamos hacer era una pequeña película sobre la controversia en torno a los denominados minerales conflictivos, los que hacen que nuestros teléfonos móviles funcionen, dejar caer un par de referencias a Conrad, y beber una Primus. Sólo una Primus.

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Nuestro equipo había aterrizado una semana antes en el Aeropuerto Internacional de N’Djili en la capital, Kinshasa, antiguamente conocida como Leopoldville. Parecía como si no hubiesen limpiado el lugar desde que Muhammad Ali se dejara caer por allí para el combate Rumble In the Jungle a principios de los 70. Después de que revisaran nuestras tarjetas de la fiebre amarilla por primera vez en nuestras vidas de ajetreados viajeros, tuvimos que soportar el acoso de varios sudorosos agentes de policía y otros oficiales, cada uno de ellos con su propia y detallada lista de las infracciones que al parecer ya habíamos cometido. En un increíble golpe de suerte, estuvieron dispuestos a pasar por alto esas violaciones a cambio de una pequeña multa; a pagar en persona, a ellos mismos.

Habíamos venido al Congo para intentar saber más sobre la enorme sed del mundo por el coltán, la casiterita y otros minerales de coloridos nombres que hacen funcionar la industria de la electrónica. Forman parte de un conjunto de recursos naturales apodados “minerales de conflicto” debido a la sopa de letras de grupos armados (FARDC, CNDP, FDLR, PARECO, etc.) que han descubierto en ellos un portátil y muy provechoso medio de financiación de sus actividades, consistentes casi todas en matar gente. Desde 1996, estas insurgencias guerrilleras han matado a más de 5 millones de personas y, en un año especialmente horrible —2006—violaron a 400.000 mujeres.

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Tras dar por hecho que jamás volveríamos a ver nuestros equipajes, nos aventuramos a las calles de la capital. Kinshasha es, probablemente, lo más parecido a un equivalente real de un apocalipsis zombie: un paisaje decrépito, polvoriento y con un calor opresivo donde entre 7 y 10 millones de personas intentan ganarse la vida de la forma que sea, ya sea vendiendo agua en bolsas de plástico cosidas a las miles de personas atrapadas en los atascos de tráfico de una ciudad llena de carreteras hechas trizas, o asaltando por la noche a los forasteros tan tontos como para ir por ahí solos.

Resultaba difícil no sentirse inquieto por la aplastante pobreza: amputados, estafadores y chabolas en cada esquina. Nos preguntábamos, “¿Cómo demonios puede llegar un lugar así a esta situación?” ¿Se puede culpar de todo al “colonialismo”, como si fuéramos estudiantes con rastas de primero de antropología? En este caso… tal vez.

En 1885, Leopoldo II de Bélgica estableció el Estado Libre del Congo, un pequeño proyecto que consistía en quitarle al Congo sus recursos naturales de la forma más humanamente rápida posible. Para ello, el rey motivaba a su “fuerza de trabajo” cortándoles a algunos las manos. Por suerte para Leo, su aventura en el Congo coincidió con la llegada del automóvil, lo que significó que los fabricantes clamaban a gritos que el país les suministrara grandes cantidades de caucho. Leo logró hacerse muy rico reduciendo la población a la mitad, pero pronto un grupo de belgas más civilizados tomaron las riendas de las actividades empresariales del rey, dirigiendo el Congo como una colonia de la que pudieran sentirse orgullosos. ¿Y por qué no iban a estarlo? Cuando en 1960 Congo dio sus primeros pasos como nación independiente, los belgas se habían ido del país dejando atrás 16 graduados universitarios, un ejército formado por 25.000 soldados de bajo rango y más de la mitad de la población analfabeta.

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Tras pasar unos días conviviendo con nuestro horrible olor corporal, finalmente llegaron nuestras maletas y pudimos por fin empezar nuestro viaje en serio. Sabíamos muy poco sobre el Congo antes de llegar, pero una cosa se nos había quedado grabada en la cabeza: “

no viajéis en aerolíneas congoleñas

.” El sentido común dice que, entre los aviones rusos hechos polvo y sus pilotos borrachos, y algún esporádico cocodrilo que alguien ha dejado en el portaequipaje, si vuelas con una aerolínea congoleña

morirás

. Pero, ¿qué otra cosa podíamos hacer? ¿Caminar? Es un país del tamaño de Europa Occidental con la infraestructura de la Virginia rural. Con todo, volar con la aerolínea congoleña resultó la experiencia más cómoda de los siguientes días.

Cuando llegamos a Goma, la capital de la provincia de Kivu del Norte, la atmósfera era bastante mejor que en Kinshasa: el clima era mejor y el aire más limpio, y ahora estábamos trabajando con un magnífico y valiente

fixer

congoleño llamado Horeb y el veterano fotógrafo de conflictos Tim Freccia. Dado que no nos habíamos preparado para la posibilidad de pasar frío en el Congo, fuimos a algunas tiendas de ropa de segunda mano en Goma (de hecho, no parecía haber tiendas de ropa nueva), llenas de las prendas donadas durante las últimas décadas. Seguimos nuestro viaje hacia las montañas con unos dólares de menos y una chaqueta Wu Wear falsa de más.

Nos amontonamos en un Land Cruiser y salimos disparados hacia un pueblo minero llamado Numbi, en Kivu del Sur. Nos habían dicho que las minas cercanas a Numbi eran un buen ejemplo de minas sin conflictos: controladas por el gobierno y sin rebeldes a la vista.

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Un día cualquiera en la oficina para un minero “artesanal” congoleño. El primer paso en la cadena de fabricación de futuros teléfonos móviles.

Cuando llegamos a la mina, seguidos por unos guardaespaldas del gobierno, ciertamente no se veían rebeldes por ningún lado. Ni tropas del gobierno. Tampoco mano de obra infantil. De hecho, no había trabajadores de ningún tipo: el lugar estaba desierto. Al parecer, el súbito interés de occidente por el rastro dejado por el dinero del comercio de minerales del Congo tiene asustada a la gente de la zona. Una disposición de la recientemente aprobada Ley Dodd-Frank de Reforma de Wall Street y de Protección del Consumidor, promulgada por el presidente Barack Obama en 2010, dispone que las compañías americanas deben revelar si emplean “minerales de conflicto,” que básicamente es como preguntarles si aún pegan a sus mujeres. En previsión de las nuevas normas, las grandes corporaciones evitan ahora comprar minerales del Congo. Las ventas congoleñas de mineral de estaño —utilizado para soldar placas de circuitos— cayeron más de un 90 por ciento sólo en mayo.

Decidimos librarnos de nuestros guardaespaldas y conocer el lugar por cuenta propia, sin “maquillajes” oficiales, pasar la noche en Numbi y pirarnos discretamente al llegar el alba. En consecuencia, tuvimos que escalar hasta una altura inhóspita para unos tipos de ciudad. Haciendo esfuerzos por no vomitar, nos preguntábamos si realmente era necesario ver

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personalmente

de dónde proviene el coltán.

Al llegar a la cima contemplamos una escena increíblemente primitiva: trabajadores con picos y palas tamizando la tierra con sus manos callosas. A esto lo llaman “minería artesanal”, que suena a trabajo de artesanos pijos de los que se enceran el bigote. La realidad consiste en un montón de tíos en chanclos de goma y cubiertos de barro sacando tierra por 3 dólares al día. Eso si tienen suerte.

Así es la minería en el este del Congo en un buen día, cuando el país está en aparente calma. Pero si la violencia estalla de nuevo, las condiciones cambiarán rápidamente de primitivas a brutales, ya que distintos grupos de hombres armados muy patrióticos y con un gran interés por los minerales no tardarán en desplazarse a la zona.

De momento, estos grupos de rebeldes han sido relegados a los montes, manteniéndolos a raya con operaciones militares dirigidas por la ONU y las FARDC, las mal pagadas y pobremente organizadas fuerzas armadas del Congo.

Naturalmente, después de oír hablar tanto sobre estos grupos armados de tendencias asesinas quisimos conocerlos. Horeb y Tim movieron hilos y lograron contactar con un grupo Mai Mai en Kivu del Norte conocido como Alianza por un Congo Libre y Soberano (APCLS), dirigido por el general Janvier Buingo Karairi.

Mai Mai

es un término abreviado que engloba a la gran variedad de milicianos locales del este del Congo que atemorizaron la región durante la pasada década, a menudo acusados (pero rara vez condenados) de utilizar niños soldado y masacrar y violar civiles en el “triángulo de la muerte” de Katanga. Los Mai Mai dicen tener poderes sobrenaturales: que las balas atraviesan sus cuerpos como si fueran agua y pueden transformarse en animales. Son la versión africana y guerrillera de los Gemelos Fantásticos.

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Por si la idea de adentrarnos en la densa jungla congoleña en busca de los superpoderosos Mai Mai no fuera de por sí inquietante, las tropas locales de la ONU subieron el listón pidiéndonos amablemente que les diéramos nuestra información personal, en particular nuestros números de pasaporte. Insistieron en que era “un mero formalismo”, uno que ayudaría a los funcionarios de la embajada americana a averiguar donde tendrían que recoger nuestros cuerpos mutilados.

En África has de tener cuidado con lo que pides. Mientras nos abríamos paso a través de la húmeda jungla en lo que parecía nuestra propia marcha de la muerte de Batán, nos encontramos –lo adivinasteis- con un grupo de hombres armados. Cuando nos dimos cuenta de que nuestro intrépido fixer y su interlocutor armado hablaban lenguas diferentes, descubrimos que estos tipos no eran de la milicia local que estábamos intentando localizar sino miembros del FDLR, un grupo de rebeldes ruandeses hutu que estaba lejos de casa.

Nos quedamos por ahí intentando actuar con normalidad, evitando hacer contacto visual con un grupo de soldados que parecían demasiado jóvenes como para recordar el genocidio ruandés de 1994 que dio origen al grupo. Uno de ellos, mientras tanto, llamó por radio a tropas hutu acampadas al final de la carretera para que nos permitieran pasar de forma segura por su territorio y poder visitar a un grupo de guerrilleros que, pensamos al principio, eran enemigos declarados de las FDLR.

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Las cosas no se aclararon cuando por fin nos encontramos con los Mai Mai y nos sentamos con el general Janvier. Una de las reivindicaciones principales de su grupo era que todos los ruandeses debían abandonar el suelo congoleño de inmediato. Siendo así, ¿por qué nos escoltaron las tropas de las FDLR hasta su campamento? ¿Qué opina al respecto el secretario ruandés del general Janvier? Quizá todo parezca raro, pero mientras estábamos rodeados por los hombres de Janvier… Bueno, no nos pareció lo más adecuado preguntarles determinadas cosas.

El cofundador de VICE, Suroosh Alvi, le preguntó al general Janvier qué le parecía la adicción del mundo por los dispositivos electrónicos y, necesariamente, el coltán. Al principio el general fue directo y dijo que el ciudadano congoleño medio no se beneficia de la extracción de minerales, y esa era “una de las razones por las que estamos luchando”. Parecía dar a entender que si los Mai Mai controlaran las minas, redistribuirían las riquezas, pero cuando le pedimos que profundizara en el tema se hizo el loco diciendo que los minerales “deben estar por aquí… pero no cavamos”, negando rotundamente que sus guerrilleros tengan interés en el mercado de los minerales.

Congo es un lugar complicado, pero no tan complicado como para que debamos dejarlo por imposible.

Es fácil culpar al pasado de los problemas actuales del país—los colonizadores belgas, los gobernantes

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cleptócratas

, las fricciones con las naciones vecinas—pero eso no hará que se resuelvan. Si exigimos productos electrónicos sin minerales de conflicto, tal vez los grupos de rebeldes terminen esfumándose en la jungla. O quizá sólo contribuiremos a que el país más pobre del mundo sea aún más pobre.

Mantened los ojos abiertos, en breve llegará

The VICE Guide to Congo

a VBS.TV.

Esto es coltán, un componente esencial en aparatos electrónicos como las consolas de videojuegos o los teléfonos móviles. El este del Congo alberga el 80% de las reservas mundiales.

Un puñado de oro, turmalina y otros minerales que hacen que los corazones de los rebeldes palpiten con fuerza.

Después de que nuestro Land Cruiser se quedara atascado en el barro por enésima vez, estos tipos aparecieron de la nada y nos tranquilizaron con buenas vibraciones y echándonos una mano. Parecía como si se hubieran comprado la ropa en una tienda de segunda mano del futuro.

Un soldado de la ONU espera en una pista de aterrizaje al lado de unos cuarteles. Este puesto está formado exclusivamente por cascos azules indios, famosos por su hospitalidad, galletas y té chai. Si eres periodista o trabajas en los montes para una ONG, es el equivalente en el Congo de un oasis. Si no lo eres, ¡perra suerte, muchacho!

Llegamos a una aldea prácticamente vacía y arrasada en medio de la jungla congoleña y este ruandés alto y flaco (miembro de la temida FDLR) nos saludó diciendo, “Tenemos poder para haceros dormir esta noche en el barro”. Antes de que el equipo pudiera descubrir qué quería decir exactamente, su conducta cambió misteriosamente y se ofreció a darnos escolta armada durante el segundo tramo de nuestro viaje al campamento Mai Mai. Lo más increíble es que todo esto se desarrolló a sólo seis kilómetros y medio de un puesto de la ONU.

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El general Janvier, de los Mai Mai (derecha) se asegura de que su secretario ruandés se mantenga ocupado.

Poco después de llegar al campamento Mai Mai, los hombres del general Janvier se pasearon delante de dos prisioneros, miembros de las tropas gubernamentales congoleñas, que se habían aventurado en su terreno. Los Mai Mai querían mostrar al equipo el trato humano que dispensaban a sus detenidos.

La versión Mai Mai de poner cara de malo para la cámara.

El cofundador de VICE, Suroosh Alvi, sopesa darse la vuelta ante la perspectiva de tener que cruzar el “puente” de lianas y cañas de bambú que lleva al baluarte Mai Mai.